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La soledad tiene forma de anfibio

La soledad tiene forma de anfibio

La señora Caliban es una parábola, aunque puede que termine siendo un sueño

Es una parábola, seguro. No como las de Jesús frente al mar de Galilea ni como las de Buda bajo el árbol de Bodhi. Es más bien una parábola cotidiana, pero más pedrestre que las de Cristo o las de Sidharta, porque es la que han vivido y viven millones de seres sobre la tierra: es una parábola sobre la soledad. Y especialmente una, la soledad de las mujeres acompañadas.

Eso es La señora Caliban, un libro escrito por la estadounidense Rachel Ingalls en 1982 y elegido cuatro años más tarde por el British Book Marketing Council como “una de las mejores veinte novelas norteamericanas desde la Segunda Guerra Mundial”. Ahora acaba de ser publicado en español por Minúscula.

"Los amores prohibidos pueden serlo por muchas razones"

Asombrosamente, pese a las casi tres décadas que me separan de mi primera lectura y ambas, la de entonces y la de hoy, en idiomas diferentes, sigo calificándolo así, de parábola, porque algo desasosegante que indica que lo leído significa otra cosa distinta de la que cuenta ha vuelto a invadirme al acabar la última línea y dar por concluida la intrusión del mundo de Dorothy Caliban en el mío.

Júzguelo el lector de esta reseña.

La señora en cuestión es un ama de casa ahogada en todos los convencionalismos de un ama de casa convencional. Tiene un marido de doble vida, una amiga de carácter opuesto (“feliz y cargada de vitalidad… el resplandor de la salud, como una vela prendida”), una rutina de monotonía, una edad de la que ya no se regresa y una pena, la de un hijo muerto, de las que jamás se olvidan. Ni siquiera es capaz de obtener el consuelo de un divorcio: “Creo que somos demasiado infelices para divorciarnos”.

Su mente, cuyo instinto conduce a buscar caminos de salida, cree encontrarlos en mensajes imaginarios a través de la radio. Hasta que uno de ellos se hace realidad.

Entonces empieza la parábola, cuando un anfibio de dos metros de alto, con la piel verdosa, la cabeza como la de una rana, las manos y los pies palmeados y el resto del cuerpo “exactamente como un hombre”, aparece en su puerta y en su vida. Dice haberse fugado de un instituto de investigaciones oceanográficas, que allí fue torturado y sufrió abusos sexuales, que se llama Larry y no Aquarius, como querían sus captores, y que le gustan el apio y los aguacates.

Luego hacen el amor. Varias veces y en muchos lugares de la casa, porque en el mundo de él es lo habitual. “¿Es demasiado?”, pregunta el monstruo con delicadeza. “No, para mí es lo ideal”, contesta ella.

"Dorothy Caliban es ella misma la parábola"

Los amores prohibidos pueden serlo por muchas razones, pero los más literariamente morbosos son dos de extremos contrapuestos: uno, el practicado entre los demasiado iguales, que se llama incesto; dos, el que une a seres tan absolutamente dispares que son de especies distintas.

De la segunda categoría, La señora Caliban tiene muchos ingredientes, parecidos a los de La bella y la bestia o a los del guion de La forma del agua, mucho más reciente pero para el que Guillermo del Toro sin duda encontró inspiración en el libro de Ingalls.

“En el Instituto me dijeron que pertenecía a una especie distinta… O sea, que a lo mejor no podemos reproducirnos”, dice Larry cuando, ya habituado a la cotidianidad de una pareja al uso, fantasea junto a Dorothy con la posibilidad de tener descendencia y sustituir así al hijo muerto. Y ella: “No me sorprende: no les gustabas y te trataban muy mal. Necesitaban una excusa. Durante siglos dijeron que las mujeres no tenían alma, y casi todo el mundo sigue creyéndolo. Pues es lo mismo”.

Dorothy Caliban es ella misma la parábola. El pájaro en la jaula, pero también un ser de alas abiertas. La creadora de su desgracia, pero también la inventora de un punto de fuga. La realidad insoportable y la fantasía imaginable.

"Sí, La señora Caliban es una parábola, aunque puede que no sea más que un sueño… el sueño que todos soñamos para escapar de la soledad"

Larry es la soledad. Su presencia, que llena la existencia de su benefactora de aventura, sexo y misterio, es una presencia efímera. El anfibio (raro, inalcanzable, desubicado, solo de paso) únicamente sirve para recordar a Dorothy que está sola. Y que seguirá estándolo cuando recupere su vida.

El final de la historia de esos dos seres dispares es apoteósico. No sé si feliz o desgraciado, que lo descubra el lector. Pero sí que hay apoteosis, en el sentido etimológico del antiguo griego, del que provienen casi todos los lenguajes a este lado del mundo: un ser que no es humano y una historia que pasa a un plano fuera del alcance terrestre.

También un sentimiento difícilmente definible: que, como en toda parábola, lo que parece ser no es, pero quiere ser lo que oculta.

Sí, La señora Caliban es una parábola, aunque puede que no sea más que un sueño… el sueño que todos soñamos para escapar de la soledad. Lo bueno de soñarlo a través de los libros es que no siempre resulta imprescindible despertar.

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Autor: Rachel Ingalls. Título: La señora Caliban. Editorial: Minúscula. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

 

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