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La Transición bien documentada y escrita

La Transición bien documentada y escrita

Cuando cerré este libro, Siete caras de la Transición (Editorial San Pablo), de Juan Antonio Tirado, al terminar de leerlo, lo hice con satisfacción, pues me había gustado mucho, pero también con pena. Me despedía de unos momentos muy gratos en los que se me explicaba, se me narraba, una época muy importante de mi país, una época que había vivido, pero muy niño, y que me había llegado por medio de libros, artículos o programas de televisión. Juan Antonio Tirado, desde hace muchos años redactor de Informe Semanal, había logrado meter un tema tan complejo y tan fascinante en apenas 200 páginas, y lo había hecho con buena documentación y brillo literario, no en vano él es un muy buen periodista, dueño además de una gran pluma.

Tirado ofrece dos capítulos generales, “La Transición no estaba escrita”, al principio, y “Juguetes rotos”, al final, y en medio los retratos, las semblanzas, pero también las narraciones, de estos siete personajes: Arias Navarro, Juan Carlos I, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Torcuato Fernández-Miranda, Santiago Carrillo y Carmen Díez de Rivera. Tirado deja fuera, por ejemplo, a Felipe González porque considera que ya pertenece a otro período, no el propiamente de la Transición.

A través del desarrollo de estos siete personajes Tirado consigue contar toda la Transición. El relato es muy ameno y uno tiene la impresión de que es completo, suficientemente completo. Juan Antonio Tirado, como diría Borges, fatigó hemerotecas, libros y artículos durante unos meses de dedicado trabajo, y en un mes de agosto, sobre todo, según me ha dicho, escribió el libro. Quizá por eso transmite la sensación de obra rápida, fluida y directa, que no se pierde en meandros o circunloquios, sino que va a lo esencial, al meollo de las cosas.

Y lo esencial son los muchos e importantes textos, por ejemplo, que el autor ofrece de los propios protagonistas, de grandes expertos o destacados periodistas, sobre aquellos años y sobre los personajes, al igual que la historia de la Transición en sí que nuestro escritor va desarrollando, con atinados comentarios, algunos no exentos de subjetividad, de su propia opinión, aunque muy  interesantes teniendo en cuenta cómo se ha preparado el tema. Leyendo este libro he recordado la lectura de otro que me gustó mucho en su momento, El Rey. Conversaciones con Juan Carlos I de España, de Juan Luis de Vilallonga (Plaza & Janés), y me han entrado ganas de leer otros relacionados con el tema, como Los que le llamábamos Adolfo, de Luis Herrero (La Esfera de los Libros).

Libros más amplios, más sesudos, habrá muchos, pero este de Siete caras de la Transición, a mi juicio, opinión de lector, ofrece un libro esencial que se lee con mucho agrado y no poco aprendizaje. Como se dice en el propio libro en una cita de Luis Eduardo Siles es “didáctico”. Siles lo recomienda “para los universitarios que no han vivido la Transición”. Considero que es un libro recomendable para cualquier lector curioso o interesado en el tema, pero, en efecto, puede serlo concretamente para los universitarios que buscan una lectura rápida y con sustancia sobre este asunto. Tirado se muestra como buen periodista, ofreciendo una muy buena síntesis del tema, pero también como acertado escritor, pues su prosa está cuidada y es literaria en muchos momentos.

Todos los capítulos son muy interesantes, todas las semblanzas, y dependerá de unos lectores u otros la preferencia de unos capítulos u otros. A mí me ha gustado el libro completo y todos los personajes, pero quizá me han resultado especialmente interesantes, acaso por menos conocidos para mí, los capítulos sobre Fernández-Miranda y Carrillo. Pero yo creo que el lector no especialista encontrará material muy atractivo sobre todos estos protagonistas de la Transición, desde Arias Navarro a Carmen Díez de Rivera, de los que Tirado escribe como si los hubiera conocido verdaderamente. Y es que se percibe que se ha documentado no sólo con profesionalidad sino también con placer, con gusto. El autor afirma que vivió la Transición en una época “muy bonita” de su vida, cuando tenía catorce años.

Acudiendo a mi “hemeroteca personal” puedo hacer memoria de dos entrevistas que realicé hace años relacionadas con este tema. Una a José Antonio Souto, que fue alcalde de Santiago de Compostela con UCD y luego diputado con CDS. José Antonio Souto, que conoció a Adolfo Suárez pues perteneció a los partidos que éste lideraba, decía de él:

Era un político valiente, con una gran capacidad de diálogo, seductor en su relación con las personas, sobre todo en una distancia corta. Hizo algo que no es fácil: llevar a la práctica la fórmula tan difícil de pasar de un régimen autoritario a uno democrático, en el que se le pidió a toda una clase política, que era la que había en el régimen, que se hiciera el harakiri.”

En realidad le hice bastantes preguntas a José Antonio Souto sobre la Transición, pero prefiero ahora remitir al lector interesado a mi libro Conversaciones del siglo XXI (Editorial Dalya, 2022).

La otra entrevista que me parece pertinente en este sentido fue la que le hice para Época en septiembre de 2006 a Pedro González-Trevijano, publicada también en el mismo libro, hasta hace poco presidente del Tribunal Constitucional.

Recojo aquí dos preguntas mías y dos respuestas de Pedro González-Trevijano:

—¿Qué le ha quedado hoy de aquellas inquietudes políticas, de aquel aprendizaje de su juventud?

—Seguramente me han quedado varias cosas. Primero, me ha quedado cierto optimismo vital. No soy desaforadamente optimista, pero no soy pesimista. Seguramente esa actitud optimista a la hora de afrontar los problemas, va ligada a esos años de la Historia de España que fueron muy difíciles. La gente que no lo ha vivido creo que se ha hecho la ecuación falsa de que las cosas salieron bien porque inexorablemente tenían que salir bien. Pero los que lo vivimos sabemos que todo salió bien pero que se podía haber torcido.

¿Por qué no se torció?

Porque la gente fue vitalmente optimista, generosa, y buscó el acuerdo, el compromiso, la transacción, haciendo posible el consenso. Tengo el convencimiento siempre de que dialogar es positivo en cualquier contexto, aunque no consigas nada. Toda esa concepción nos ha quedado a la gente que vivimos aquello.

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