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La voluntad del mar

La voluntad del mar

El profesor Cardamomo admitió finalmente que Malena no volvería a dirigirle la palabra. Durante siete años, Cardamomo había cautivado a las audiencias de todo el mundo con su streaming submarino: una odisea por las profundidades del mar, con invitados célebres. El máximo de rating, 22 millones de personas, lo había conseguido en la cena de pulpo crudo con la familia real y el ídolo pop Godzila. Pero nunca había cesado de divulgar los misterios y secretos del mar, con una tecnología y capacidad de observación que su antecesor, Jacques Cousteau, habría envidiado. Ahora todo carecía de sentido porque faltaba Malena. Los siete años del romance habían coincidido con los de su éxito profesional. Malena, mientras tanto, se había revelado como una ludópata, adicta particularmente a la quiniela. Cuando el profesor Cardamomo la ponderaba a la distancia, con la precisión epistemológica de sus viajes por la plataforma submarina, no podía explicarse a sí mismo cómo sostenía una relación con una mujer cuyos intereses se dirigían a la compra de un número en papel, apostando a probabilidades infinitesimales, a cambio de nada, sin que aplicara el mérito ni el talento. Ni siquiera el azar, que no era esa banalidad deprimente. Pero cuando Malena finalmente lo dejó, y supo que vivía con un quinielero, solo pudo añorar su calor, sus relieves, el ritmo de su voz, la imprevisibilidad de sus movimientos a solas. Todo eso formaba ahora parte del pasado: también su programa de streaming.

"Alternaba viajes a rincones inexplorados con buceo individual hasta orillas deshabitadas. Amanecía dialogando con el mar, musitando, murmurando"

Durante un año, Malena le había insistido que abandonara el proyecto: ya no quería compartir el submarino con extraños. Pero cuando el profesor Cardamomo decidió tomarse un año libre para pasarlo con ella, arribó la pandemia del coronavirus. Malena argumentó que en el submarino corrían riesgo de contagio, por la cantidad de personas que lo habían visitado. El profesor Cardamomo replicó que esa deducción era infundada desde cualquier punto de vista: la probabilidad de que ellos dos fallecieran de coronavirus era incluso inferior a la de que Malena ganara la quiniela; y en ningún lugar estarían más a salvo que en el submarino en las profundidades del mar. Pero Malena no quiso escuchar razones. Emergió a la superficie, y el profesor Cardamomo, exasperado, no la siguió. Lo siguiente que supo Cardamomo fue que Malena vivía junto a un local de quiniela, con el dueño, en el barrio de Belgrano. Aparentemente, ni así había ganado el juego. Tampoco Cardamomo. ¿Quizás había sido ella afortunada en el amor? Esa era una conclusión para la que la totalidad de sus instrumentos de navegación e investigación resultaban inútiles, y sobre la que carecía por completo de capacidad de observación. Por el contrario, se dedicó con una pasión incluso para él desconocida a su vocación científica. En el evento de haber renunciado a las transmisiones, su enjundia profesional adquirió una potencia inusitada. Alternaba viajes a rincones inexplorados con buceo individual hasta orillas deshabitadas. Amanecía dialogando con el mar, musitando, murmurando. Entendió el tiempo submarino, distinto del horario terrestre. El ritmo y la sensorialidad, no solo instintiva sino direccional, como quien hablara del sentido de la vida, de las criaturas de la penumbra. Todos los seres poseían una conciencia. Era mucho mayor la expansión del sentido que su ausencia. Hasta la rocas y los corales parecían emitir algún tipo de suspiro, apostar a un número que nunca saldría, compartir una suerte de frustración. También de alivio o despedida. Pero el descubrimiento que lo asaltó como si Malena hubiera regresado fue la capacidad de comunicarse con el mar como una entidad viviente.

"Las olas se elevaban o disminuían su volumen. El centro se encrespaba, o el rompimiento se acercaba a los pies desnudos de Cardamomo como una mascota"

A partir de una serie de comprobaciones microscópicas, la rutina de su buceo y ascensión crepuscular en distintas playas vírgenes, el contacto con mujeres nativas de los mares del sur —y en el vórtice de un decisivo elemento de intuición—, el profesor Cardamomo se encontró un día manteniendo una cierta idea de diálogo con el mar. Había respuesta.

A determinados pensamientos de Cardamomo, que podrían haberse resumido en palabras, no con precisión pero bastante cercano a lo que sería decodificar un idioma gutural, el mar respondía con algún tipo de movimiento particular.

Las olas se elevaban o disminuían su volumen. El centro se encrespaba, o el rompimiento se acercaba a los pies desnudos de Cardamomo como una mascota. Era un monstruo en estado de gracia: un extraterrestre en son de paz. El mar era un ser vivo. ¿Cómo nadie lo había descubierto antes? Cardamomo pegó un salto de astronauta en la humedad de la orilla. Sentía una juventud que no lo había acompañado ni de joven. La energía de un hombre completo. Antes de comunicar la primicia a la raza humana —más temible que cualquier catástrofe natural—, Cardamomo labró un pacto con el mar, muy posiblemente una versión del confeccionado por Noé tras el Diluvio: no más tsunamis.

"¿Y? ¿Cuál era la gran conquista? ¿En qué cambiaban las condiciones de la humanidad, de cada día, si el mar era un ser vivo o no?"

Cardamomo había comprendido las efusiones marítimas, y el mar, a su vez, en su modalidad, correspondió a la razón de aquel hombre solo. Era un acuerdo. No salió el arco iris. Pero Cardamomo recibió otra inspiración: con ese nuevo paradigma, antes de ganar el Premio Nobel y de cambiar la historia de la humanidad y de las cosas, podría recuperar a Malena. Acudiría no solo a su talento, sino a la oportunidad. Cardamomo había ganado la lotería universal. Le envió un audio de WhatsApp, también un attachment con la documentación.

La respuesta llegó antes de lo esperado. Cardamomo amaneció con un escueto audio de Malena: sí, probablemente fuera verdad lo que decía. ¿Y? ¿Cuál era la gran conquista? ¿En qué cambiaban las condiciones de la humanidad, de cada día, si el mar era un ser vivo o no? Cardamomo no podía creerlo. Por un instante, desconfió de su propia epifanía. Pero a la semana, se enteró por las noticias: el quinielero anunciaba en una multitudinaria conferencia de prensa que el mar era un ser vivo.

El apellido del quinielero se asociaba con la gloria, lo postulaban al Premio Nobel, se enriqueció en un santiamén más de lo que hubiera imaginado nunca.

Ipso facto el quinielero abandonó a Malena: apareció en primera plana con la joven princesa que había cenado en el submarino en la más vista de las emisiones. Una belleza descomunal, ya se consideraran las marítimas y terrestres.

¿Por qué se lo contaste?, preguntó Cardamomo a Malena en una llamada telefónica, antes de que ella se esfumara deliberadamente. No pensé que fuera tan importante, respondió.         

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Este artículo fue publicado en el diario Clarín de Argentina

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