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Las librerías, ante la tormenta perfecta

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Las librerías, ante la tormenta perfecta

Si los sectores económicos más musculados financieramente sufren ya las consecuencias del coronavirus, la cosa pinta peor para los más débiles, como el de las librerías independientes, colectivo que lleva muchos años tambaleándose sobre el ring a la espera de ser salvado por una campana que no suena.

«Las expectativas del sector son bastante dubitativas. Somos un sector en una crisis continuada durante muchos años. Se nos junta la crisis del mercado del libro con la pujanza del mundo digital, con la competencia del libro electrónico, con la caída del comercio de proximidad y ahora con esto. Estamos ante una tormenta perfecta«, describe a Efe Xurxo Patiño, presidente de los libreros de Vigo y propietario de la librería Librouro.

A las explicaciones de Patiño les pone cifras el Observatorio de la Librería que publica la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) junto con el Ministerio de Cultura, y que cada año anticipa un futuro más desolador e incierto para las librerías pequeñas de España, la mitad de las cuales no alcanzan a facturar más de 90.000 euros al año.

Muchas de ellas están en Galicia, que año tras año se mantiene pertinaz en los primeros puestos de la lista de comunidades autónomas con más librerías por habitante, pero se trata de «un modelo de librería pequeña con un autónomo y pocos empleados, lo que hace que resulte más complicada de gestionar esta situación», apunta Patiño.

Si tan oscuro se presenta el futuro próximo, ¿es posible imaginar que cuando la pandemia remita y nos sea dado pasear de nuevo por las calles nos encontremos con que nuestra librería de siempre ya no existe?

«Sí, es posible», responde tajante Pilar Rodríguez, presidenta de la Federación de Librerías de Galicia y propietaria de la Librería Padre Feijóo, en Ourense, que habla de «una situación tremenda» que ella, «personalmente», no ha conseguido asimilar.

Patiño prefiere no ser tan tajante, pero deja entrever algo parecido: «Primero a ver si aguantamos la cuarentena, y luego está claro que el mundo no va a ser el que era. De la crisis no sabemos cómo vamos a salir pero los hábitos de compra van a cambiar mucho. Posiblemente se resienta el comercio de proximidad y aumente en las plataformas y en nuestro principal competidor, que es Amazon», anticipa.

«Puede que haya mucha gente que cierre. Yo tengo 64 años y mi planteamiento debería ser irme a la Seguridad Social, suspender pagos y al carajo, y sin embargo estoy viendo si el banco me deja dinero», señala por su parte Rodríguez.

Esa terquedad que se adivina en las palabras de Pilar es un atributo que comparte con buena parte de un gremio que, contra todo pronóstico y pese a pasear durante muchos años sobre el alambre, se mantiene en pie.

«No somos especialmente mercantilistas, la nuestra es más bien una profesión romántica y vocacional y siempre buscamos soluciones porque estamos acostumbrados a apretarnos el cinturón un par de agujeros más», explica Patiño.

Esta vez, sin embargo, puede que no sea suficiente si no interviene la Administración, reivindicación histórica del colectivo, ahora si cabe con más motivo.

«No nos han tenido en cuenta pero contamos con que se lo planteen, sobre todo la Consellería de Cultura. Hay alguna comunidad que ya se ha comprometido a comprar miles de libros a través del canal de librerías para compensar estas pérdidas, y espero que aquí se tenga una iniciativa semejante», apunta Patiño.

«Hablé con el presidente de los editores para tomar medidas conjuntas y creemos que alguien debería considerarnos un sector prioritario», señala Rodríguez, para quien es necesario «que todas las compras institucionales se hagan en las librerías, si queremos que subsistan».

Pilar asegura «que nunca llovió que no escampase» y cree que «entre todos se va a salir de esta», pero pide que el mundo se dé cuenta «del papel que juegan las tiendas de barrio».

Si eso no sucede no es de descartar un futuro distópico sin estas librerías, lo cual, según Patiño, «sería un poco traumático», en un lenguaje contenido, e introduce un matiz final: «Por suerte aún hay gente necesitada de alimento para el intelecto y me conforta saber que como mínimo habrá bibliotecas».

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