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Las nubes a la puesta del sol

Las nubes a la puesta del sol

Ni siquiera los más reputados historiadores de la literatura española prestaron la atención que merece esta novela. Así sucedió, valga de ejemplo, con Ángel Valbuena Prat, catedrático, a la sazón, de Literatura Española de la Universidad de Murcia durante un cuarto de siglo, que, en su conocido manual, no cita ni una sola vez Insolación. Y, sin embargo, se detiene, más de lo necesario –diría uno que hasta se recrea–, en otras particularidades de la escritora gallega, de la que habla de su “vigorosa personalidad” y, líneas más adelante, de su “temperamento esencialmente varonil”, comparándola, en tal sentido, para terminar de liarla, con santa Teresa de Jesús.

Reino de Cordelia, con excelente gusto y buen criterio, adelantándose a los fastos del primer centenario del nacimiento de la Pardo Bazán, saca a la luz una preciosa edición de este relato en el que no está ausente el melodrama, el humor y, a la postre, la diversión, y que, al parecer, esconde entre sus páginas uno de los secretos mejor guardados de su autora: su breve —pero, al parecer, intenso— romance con José Lázaro Galdiano, apuesto mozo, bastante menor que nuestra dama, al que le dedica, sin ningún recato, su obra “en prenda de amistad”. Galdiano no era un cualquiera. Además de rico empresario, fue un hombre culto, bibliófilo y fundador de la mejor revista de la época, La España Contemporánea. No es, pues, difícil de intuir que para Galdós representara un rival duro de pelar, y así lo expresó durante algún tiempo, haciéndole saber a su amante que estaba al tanto de todo este tejemaneje, y que conocía los detalles de las noches gozosas de ambos tórtolos por tierras portuguesas.

"Insolación recoge la historia amorosa de doña Francisca de Asís Taboada, marquesa de Andrada, una viuda treintañera de buen ver"

Las sutiles y evocadoras ilustraciones de Javier de Juan, así como el breve pero sustancioso prólogo de Luis Alberto de Cuenca, ayudan, aún más si cabe, a engrandecer este volumen que lo convierten en único. Este último, deja bien claro que la Pardo Bazán fue mujer ejemplar, amén de “libérrima y desinhibida en una época que propiciaba un modelo femenino completamente opuesto al que ella representó”. Razón por la cual nadie se explica aún por qué el feminismo militante ignora por completo su figura, y da pie a sospechar que buena parte de la culpa la tienen las ideas políticas de la mejor escritora del Realismo, el hecho, en fin, de no haber ocultado su condición de conservadora, monárquica, aristocrática, católica y, por ende, sentimental.

Insolación recoge la historia amorosa —turbulenta en exceso, con muchos sobos y apretujones, para la época en la que se publicó la novela, 1889— de doña Francisca de Asís Taboada, marquesa de Andrada, una viuda treintañera de buen ver que, harta de una sociedad asfixiante y pudibunda que no le gusta, se salta a la torera las costumbres y los protocolos de su clase social, y Diego Pacheco, “apuesto gaditano con ribetes donjuanescos”, como tan acertadamente lo califica Luis Alberto de Cuenca. Los “Pachecos” siempre han dado buenas tardes de gloria. Unos cuantos años después, en 1925, Valle-Inclán, en Los cuernos de don Friolera, pone en escena a Pachequín, el barbero que se acuesta con doña Loreta, la esposa de Astete, más conocido por el apodo de don Friolera. Otro Pacheco, menos impetuoso que el anterior, el de La feria de los discretos de Pío Baroja, deja dicho, en detrimento del Pacheco de Insolación, que “los andaluces somos como los potros de esta tierra: mucha planta y poca suela”.

Junto a Asís —así se la nombra en la mayor parte de la obra— y el seseante Pacheco, aparece todo un ramillete de personajes que nuestra escritora pone en pie con una destreza y una pericia dignas del mayor elogio. Como sólo los verdaderos maestros sabrían hacerlo. Como la Diabla, una criada joven, curiosona y marisabidilla que nos trae el recuerdo de las asistentes —y cómplices de sus correrías— de las damas del teatro del Siglo de Oro. O el padre Urdax, al que no se le conceden aquí más que unas cuantas palabras, pero más que suficiente para observar la inconfundible huella de don Fermín de Pas, el perverso magistral de La Regenta. Y el bueno de Pardo (lo de apellidarse Pardo no es baladí), un elegante militar enamorado desde la sombra, siempre a la espera de una oportunidad que Asís procura ignorar mirando para otro lado, en el que se  percibe, con absoluta claridad, el tono y la voz inconfundible de la propia Pardo Bazán, cuando de su propia boca fluyen ciertos discursos como aquel en el que se afirma que “la mujer se cree infamada después de una de esas caídas ante su propia conciencia, porque le han hecho concebir desde niña que lo más malo, lo más infamante, lo irreparable, es eso: que es como el infierno, donde no sale el que entra”. Y luego, a renglón seguido, apostilla: “A nosotros nos enseñan lo contrario; que es vergonzoso para el hombre no tener aventuras, y que hasta queda humillado si las rehúye…”.

"Un sol que, como un veneno, termina por disolverse en la sangre y trastornar a quienes sufren sus rayos con clamorosas jaquecas..."

Sin embargo, al margen de las ideas que la Pardo Bazán va desgranando a lo largo de estas páginas (ideas, incluso, sobre teoría de la novela), lo que verdaderamente importa aquí es la trama, la trepidante acción que se resuelve en tan sólo unos días. Ese camino de perdición por el que está dispuesta a transitar Asís, quien después de una soberana cogorza —una “turca”, como se le llama en la novela—, con no pocos escrúpulos de por medio para añadir a tan deliciosa salsa, acude puntual a la llamada de Eros, por la mucha labia de un andaluz con trazos ingleses, elegante en el vestir, guapo a rabiar y de ojos matadores. Un “calaverón de tomo y lomo”, “aventurero y gracioso como nadie, muy gastador y muy tronera”… pero que sabe llevarse el gato al agua.

Al otro lado, fuera del piso de la aristocrática dama —a doña Emilia los inmuebles también le gustaban grandes, limpios, ostentosos y muy acogedores para recibir a sus amigos—, está el pueblo y la romería de san Isidro que retratara magistralmente Goya, del que no se olvida citar la autora en la novela. Un pueblo al que no se le priva de su habla natural y chulapona, con toda una lujosa reproducción de palabras propias del país.

Y también está el sol abrasador, un sol de justicia, que se erige en simbólico protagonista y nos acompaña —a los personajes y también a los propios lectores— a lo largo del camino. Hay decenas de alusiones al astro rey en toda la novela, hasta el punto de que sus efectos terminan por colarse en el título mismo de la obra. Un calor propio del Senegal, como leemos en una ocasión en estas páginas; un sol que, como un veneno, termina por disolverse en la sangre y trastornar a quienes sufren sus rayos con clamorosas jaquecas. Ese mismo sol (esa “enceguecedora lluvia que caía del cielo”), que muchos años después, frente a las tranquilas aguas del mar africano, hace perder los estribos al protagonista de El extranjero. Un sol que derrite la sesera y logra el mágico efecto de que parezcan de fuego las naranjas apiñadas, y pepitas de oro los garbanzos tostados. Y los claveles, “de un rosa tan encendido como las nubes a la puesta del sol”.

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Autora: Emilia Pardo Bazán. Título: Insolación (Historia Amorosa).  Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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