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Lectores sin fronteras

Lectores sin fronteras

Los rayos de sol hieren un rostro aletargado por la indiferencia del invierno. Los tonos grises, que ahogaron la vida e hicieron creer que la esperanza no existe, desaparecen, el color lo cambia todo y las sombras dan profundidad a un mundo plano. Pero su esperada visión causa dolor. Obliga a entornar unos ojos deslumbrados por una sensación olvidada. La piel duele cuando una inhabitual energía la calienta.

Hace casi diez años que vivo en Francia y que celebro el regreso de la primavera. Cinco años en Dijon me mostraron los rigores del invierno: las semanas con temperaturas negativas y los meses sin ver el sol me enseñaron a apreciar como es debido el cambio de estación. Cinco años en Lyon me ofrecieron unas condiciones más clementes, pero todavía muy alejadas de las de mi tierra natal. No puedo dejar de ser un murciano que creció bajo un omnipresente sol y se sorprendió al ver que los franceses abarrotaban plazas y jardines con el más mínimo atisbo de cielo azul.

"En cuanto el sol hace acto de presencia, voy al parque más cercano y veo el mundo con otros ojos"

Con el paso del tiempo, no solo he acabado dándoles la razón, sino que me he apropiado de ese ritual. En cuanto el sol hace acto de presencia, voy al parque más cercano y veo el mundo con otros ojos. Voy con mi hijo, que tiene tres años y me obliga a caminar lentamente, paso a paso, despojándome de todos los prejuicios que la prisa transmite. Me limito a seguir su ritmo y descubro detalles que nunca habría visto sin el tiempo necesario para reparar en ellos. Como si la realidad se hubiera desprendido del velo que protege lo realmente importante. Aprieto su pequeña mano mientras esperamos ante un semáforo en rojo, aunque no venga coche alguno, y echo un vistazo alrededor, redescubriendo todo. El parque está lleno de niños, pero también hay jóvenes que, sentados en los bancos, conversan y disfrutan del buen tiempo.

En uno de esos bancos, un hombre lee un libro. Tiene treinta y tantos años y su mano sostiene un ejemplar muy gastado, con las páginas amarillas y las esquinas dobladas. Deduzco que lo ha cogido en una cercana boîte à lire, de la que ya hablé hace unas semanas. Absorto en la lectura, solo levanta la mirada cuando algún balón desatinado impacta a su lado. Mientras ayudo a mi hijo en su incansable búsqueda de piñas de pino, paso junto al hombre y le observo furtivamente, intentando leer el título del libro, sin éxito. Más tarde, ya en casa, echo un vistazo al parque desde una ventana. Ya no hay niños ni jóvenes y el único adulto que queda es ese hombre que continúa leyendo. Ha cambiado de banco para seguir la trayectoria del sol y evitar las sombras de los cercanos árboles. Le reconozco y sonrío, sin poder evitar pensar en mi país natal.

"En Francia he encontrado un afecto por la cultura en general, y por la lectura en particular, que no he conocido en España"

En Francia he encontrado un afecto por la cultura en general, y por la lectura en particular, que no he conocido en España. No quiero caer en la generalización fácil, porque si algo me ha enseñado mi experiencia en el extranjero es a desmontar clichés y comprobar que en todas partes cuecen habas. Sé que en España hay mucha gente que lee a diario y, además, lo hace en parques gracias a un excepcional clima, pero también sé que hay un poso común, algo que queda cuando todo desaparece, que habla de cierta desidia hacia la lectura. En Francia, no solo he descubierto iniciativas culturales que seguiré contando en este blog, sino que he sido testigo de escenas insólitas. Como cuando tuve que esquivar por primera vez a alguien que leía mientras andaba por la calle. Si al principio me sorprendió, no tardé en acostumbrarme, pues no pasa una semana sin que vea a alguien leyendo mientras camina.

Son excepciones que destacan entre una multitud perdida en frías pantallas. Solo a esos lectores sin fronteras, capaces de leer en cualquier situación, les perdono que no me vean mientras se dirigen hacia mí o que no reparen en cuanto sucede más allá del libro que sostienen en una mano. Porque sé que ellos mantienen viva la esperanza en un mundo mejor. Como cuando el sol regresa tras un largo y gris invierno.

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