Lepisma C

Lepisma nunca se ha tomado a bien eso de que semanalmente dibuje, aunque sea para mi psiquiatra, algunas de sus anécdotas; tampoco que el doctor Tovar piense que ella no es más que un producto de mi imaginación y que no existen los pececillos de plata parlantes. Lo que sí le gusta son las celebraciones, así que para resarcirla decidí celebrar su viñeta número 100.

Lepisma, súbete a mi bolsillo, que vamos a la calle.

—¿A la calle? —frunció el ceño, mirándome como si fuera imbécil—. Estoy en pleno Aterrizaje en la luna, de descubrir los secretos que esconde nuestro satélite y tú quieres que vaya… ¿¿a la calle??

Me enfurecí: le había dicho mil veces que no devorara mi colección de Tintín, así que cerré el cómic de golpe con ella dentro.

—¡Alcornoque, bebe sin sed, vendedor de guano, mequetrefe! —los improperios provenían del interior del libro: Lepisma había quedado atrapada en una viñeta, justo en medio de una ilustración de Hernández y Fernández—. ¡Sietemesino con salsa tártara, ostrogodo, zopenco!

Su ánimo cambió al ver que el objetivo de la salida era visitar una librería, y sobre todo cuando le permití que correteara libremente por los estantes para elegir el ejemplar que nos llevaríamos a casa. Como aquello iba llevar su tiempo, fui a tomar un café; al volver me encontré con el suelo sembrado de diminutos restos de papel.

—Pe… pero ¿qué has hecho? —pregunté de forma retórica, ya que era evidente lo que había pasado: Lepisma se había comido el primer capítulo de una veintena de ensayos y novelas.

—Ah, no te preocupes —me respondió mientras volvía a introducirse en mi bolsillo—. Tú querías que comiera a la carta, pero me he decantado por un menú degustación. Muchas gracias, de verdad, estaba todo buenísimo.

—¿Ha sido usted quien ha hecho este estropicio? —exclamó el librero a mi espalda al ver esa pila de volúmenes mutilados.

—Yo… yo… —mascullé ¿Qué podía decirle? ¿Que lo había hecho mi compañera de piso, un insecto bibliófilo y parlanchín?—. Sí, sí, he sido yo, dígame lo que le debo.

Poco después salíamos de allí; yo era 20 libros más rico y 360 euros más pobre.

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