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Lepisma nunca lo haría

Supongo que todos tenemos nuestras temporadas de bloqueo creativo, en las que no se nos ocurre ninguna historia ni idea aprovechable para nuestro trabajo, sea este cual sea. Lo contrario es lo que me pasa al toparme con un perro abandonado o perdido, porque entonces la inventiva se dispara, sobre todo si no he hecho o no he podido hacer nada para ayudarlo: imagino qué es lo que siente vagando por la calle, acostumbrado como estaba a la calidez del hogar; qué excusas absurdas se inventarán los dueños para justificarse; qué sentirán esos mismos amos cuando, en su vejez, sean abandonados en una gasolinera de Calahorra por unos hijos que se criaron viendo cómo era lícito abandonar en verano el peludo regalo de navidad; cómo será la vida de ese animal si es transportado a la perrera, situación que siempre me imagino como un drama carcelario, con los trasuntos caninos de todos los personajes típicos de esas historias; qué opina de mí, si me ve como una esperanza o como una amenaza; qué pensará de quienes lo abandonaron, y sospecho que, dada la naturaleza perruna, creerá que él tuvo la culpa o que algo incomprensible para él ha ocurrido y que su manada humana pronto irá a recogerlo, que él no ha de perder su fidelidad hacia ellos, ¿cómo puede dudar de su humano? Nunca le haría eso, ¿verdad…? ¿Verdad?

Miserable.

Escribo estas líneas como parte de la terapia prescrita por el doctor Tovar, y pienso qué es lo que ocurriría si, por casualidad, fueran compartidas en una red social. Sin duda haría acto de presencia un ser que detesto: aquél que, en cualquier publicación en que se aboga por un mejor trato a los animales, aparece en los comentarios soltando perlas como Menos preocuparse por los perros y más por las personas, Con la de niños que están pasando hambre y tú pidiendo ayuda para los bichos o Quieres que en mi pueblo dejemos de alancear toros pero tú bien que te comes un bistec. Ese ser se llama Eduardo, se llama Rebeca, Shirley o François, y podrías ser tú: sí, tú, que vives en Dos Hermanas, en Ciudad Juárez, en Saigón y en Reikiavik; tienes perfil en todas las plataformas y estás siempre conectado y a la que salta. Sí, me dirijo a ti, para decirte que quienes nos preocupamos por los animales también nos preocupamos por las personas, es absurda esa distinción que proclamas, ¿y sabes porqué? Porque es el mismo sentimiento el que mueve ambas actitudes: la empatía… justo esa que a ti te falta.

Imbécil.

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