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Lepisma y las necrológicas

Lepisma y las necrológicas

En los periódicos del Más Allá las esquelas aparecen en las páginas de deportes, concretamente en la sección de Fichajes: o por lo menos eso me explicó Gregorio, conocedor del tema porque afirmaba estar muerto desde 2001.

Ambos estábamos ingresados en el psiquiátrico de San Humbértigo, en lo más crudo de la pandemia del coronavirus, así que cuando Gregorio dijo que mi nombre sonaba como una de las posibles nuevas incorporaciones, me acojoné. Y ya sé que podría haber abierto mi diccionario de sinónimos para buscar un término más amable, pero ninguno definiría mejor lo que sentí: me acojoné. Porque en esos meses parecía que cualquier cosa te podía matar: el respirar cerca de un infectado (que, como en La invasión de los ultracuerpos no tenía por qué ser reconocible a simple vista), el tocar cualquier objeto que pudiera ocultar el virus, el lavarte las manos durante menos tiempo del que tardarías en cantar la canción del cumpleaños feliz entera dos veces, etc… Y no era el de la muerte el único miedo de esos días: ¿Cómo olvidar el pánico a quedarse sin papel higiénico? Incluso en el psiquiátrico pasó a ser la moneda de cambio de nuestros trapicheos, que hasta entonces solían ser el tabaco y las chocolatinas.

Con el tiempo encontré todo eso tan exagerado que lo achaqué a estar en un manicomio: me equivocaba. Como finalmente no fui fichado por el más allá y me dieron el alta, en el exterior me encontré con más miedos aún: gente que sólo usaba aceite de oliva pero que estaba aterrorizada ante la posibilidad de quedarse sin aceite de girasol, personas temerosas de ser fumigadas por las estelas de unos aviones que por lo visto volaban para variar el clima, pavor a quedarse sin cubitos de hielo, miedo a que subir 50 euros el salario mínimo abocara al país a una dictadura bolivariano-comunista…

A veces añoro los tiempos de San Humbértigo, donde todo era más sencillo, y si tú querías que te proporcionaran cualquier cosa, sólo tenías que dar a cambio una porción de papel del váter, o como quiera que se llame el cacho de papel que se encuentra entre las líneas de corte, porque eso no aparece en mi diccionario de sinónimos.

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