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«Los últimos días del crimen», de Netflix, y la dictadura que anida en la democracia

«Los últimos días del crimen», de Netflix, y la dictadura que anida en la democracia

El francés Olivier Megaton, curtido a base de tortas en la factoría Luc Besson con las secuelas de Venganza, con Liam Neeson, o Colombiana, con Zoe Saldana, aborda en Los últimos días del crimen su proyecto más claramente ambicioso. Basándose en una novela gráfica de Rick Remender y Greg Tocchini, la película ha acabado en Netflix pese a que su factura y aspiraciones son claramente cinematográficas. No estamos, pues, ante un telefilm, por mucho que ese término se haya ya devaluado definitivamente con el establecimiento de las plataformas de streaming. La película, eso sí, se ha ganado esta semana cierto número de artículos y una notable reputación por la pésima calificación de un 0% que se ha ganado en el agregador de críticas Rotten Tomatoes. Es decir, un tremendo y enorme cero pelotero. Otro día podemos hablar de la legitimidad de ese portal e incluso de los críticos a la hora de despachar este tipo de productos, porque… en efecto, Los últimos días del crimen, con todo su caos de propuestas y estilos, tampoco es tan terrible.

En la película, el ladrón interpretado por Edgar Ramírez se suma, tras una sangrienta venganza contra quienes mataron a su hermano, a un plan sin fisuras. Un robo de millones y millones que, sin embargo, pasará a la historia por ser el último delito antes de que el Gobierno americano active una señal que detendrá todo comportamiento delictivo.

"Mucha tela que cortar para el largo guión y el propio Megaton, realizador proveniente de la sala de edición que bien podría haber comprendido que, a veces, menos es más"

A lo largo y ancho de las ¡dos horas y media! de Los últimos días del crimen Megaton trata de gestionar las mil influencias que probablemente anidaban ya en el trabajo original de Remender. La irreverencia del primer John Carpenter, el músculo visual y romántico de Tony Scott, la épica concepción del thriller y la moral de Michael Mann y la locura general de Neveldine y Taylor, que facturaron Crank y su secuela. Naturalmente, lejos de lograr un fructífero punto de encuentro, en Los últimos días del crimen todo se sucede de manera tan apresurada como, a la vez, dilatada (¿qué hace Sharlto Copley en esta película?) sin que las resonancias políticas se coordinen con el tono excesivo, grotesco, de irreverente cómic de acción que se respira en muchos momentos del relato.

Mucha tela que cortar para el largo guión y el propio Megaton, realizador proveniente de la sala de edición que bien podría haber comprendido que, a veces, menos es más, pero que no obstante y pese a sobrarle dos subtramas, firma aquí su mejor película. O al menos, la más interesante. En lo puramente estético, Los últimos días del crimen no contiene, al fin y al cabo, la decena y pico larga de planos destinados a mostrar a Liam Neeson saltando una valla, como sucedía en Venganza 3, y su estilo de cámara parece más asentado que en otras aventuras de serie B firmadas para Besson, institución francesa ahora caída en desgracia tras varias acusaciones sexuales. La larga secuencia final del golpe, que se prolonga más de veinte minutos, tiene pulso y la escapada última en un enorme camión aporta espectáculo.
"¿Es Los últimos días del crimen la peor película del momento? Ni de lejos"
Pero es en su trasfondo donde, sin mucha sutileza (que, pese a ello, en unos tiempos en los que se retira Lo que el viento se llevó de plataformas digitales nadie ha tenido muy bien apreciar) donde se expresa muy bien un concepto terrible, peligroso… y actualmente, recién salidos todos de un larguísimo estado de alarma, de una certeza aplastante. En Los últimos días del crimen el Gobierno “anula” el crimen implantando un chip represor al grueso de los ciudadanos, delegando la labor policial en compañías privadas. Y como en otras destacadas ocasiones históricas, la tiranía, la censura y el recorte de las libertades individuales llegan así, sin más, de manera ordenada, institucionalizada, lógica, asumida por el grueso de una población dispuesta a agachar la cabeza. Un despotismo que se esconde en la necesaria lucha contra el crimen, que aquí, se ve claramente, está aprobado en las urnas y celebrado por los medios de comunicación. Al final, este relato mitad distopía mitad ucronía, protagonizado por criminales más o menos violentos o nobles, habla más de nuestros miedos y certezas actuales que el periodismo que se practica a golpe de tuit.
Falta unidad, falta coherencia en las acciones de los personajes de la película; falta podar un par de subtramas que al final se revelan inútiles. ¿Es Los últimos días del crimen la peor película del momento? Ni de lejos, por mucho que al final sea una más, y además demasiado larga.
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