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Luna Miguel: “Soy una escritora feminista que ha escrito una novela con una protagonista que no lo es”

Luna Miguel: “Soy una escritora feminista que ha escrito una novela con una protagonista que no lo es”

Escribir no quita el hambre, la acrecienta. Al menos eso dice ella. Helena tiene treinta años, come carne cruda como una leona y viaja borracha al funeral de un hombre al que hace años no ve. Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) comparte generación con su protagonista, también naturaleza: un híbrido de hijas y madres, de cazadoras y presa, esa grieta que separa a las nínfulas de las vestales. Son las tres de la tarde de un sábado y la joven escritora acaba de presentar en Madrid El funeral de Lolita (Lumen), una primera novela que sintetiza los temas que jalonan su obra y su biografía: la muerte, la comida y la maternidad. Todos estaban ya presentes en sus poemarios Estar enfermo (2010), La tumba del marinero (2013) y Los estómagos (2015). Son la raigambre de esta historia con la que debuta en la ficción.

Luna Miguel acostumbra llevar la boca pintada de carmín y la larga cabellera suelta sobre los hombros, hoy también. Un vestido de mangas tres cuartos y cuello barco deja al descubierto trozos de las sirenas y los pájaros tatuados sobre su piel blanca. Bebe con avidez agua mineral de una copa. Está sedienta. Desde que bajó de un tren procedente de Córdoba no ha parado de hablar de su novela ni de firmar ejemplares. Tampoco ha comido. Tiene las mejillas teñidas por un rojo tan intenso como el de sus labios. ¿Esa chica con aspecto infantil es la mujer que ya vivía en su interior cuando escribió sus primeros poemas? Esa es una de las preguntas a las que se enfrenta el lector de El funeral de Lolita. En sus páginas, Luna Miguel cuenta la historia de Helena, una crítica gastronómica y aventajada bebedora, que recibe de pronto un mensaje de texto: Roberto ha muerto. ¿Quién es este individuo con nombre de detective salvaje? ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué no puede parar de beber vino y engullir donuts de azúcar tras conocer su muerte?

Roberto fue su profesor de secundaria, el hombre que inició a Helena en el deseo y el escarmiento. El arquetipo del que desposa en el poder. Aunque podría, Luna Miguel no hace de Roberto un Mr. Humbert, entre otras cosas porque le arrebata la voz y lo confina al silencio de los difuntos. El lector sólo tiene de él un manuscrito que no llegará a leer. Entre medias, engarzados en la orfebrería del poema en prosa, la novela y el diario, Luna Miguel alimenta el bestiario de su propia obra. Ceba a su leona. “Ha sido una decisión muy consciente no dar voz a los hombres en el libro, porque creo que en una novela de nínfulas el relato de los hombres ya existe, ya lo hemos leído”.

La Lolita de Luna Miguel se emancipa de la relojería de Nabokov, prácticamente la ignora para construir una propia: la niña a la que la apisona la temprana vejez y la eterna juventud. “Ser Lolita supone no ser nada más excepto eso. Si eres una mujer joven que desea, estás condenada a ser una Lolita”, dice ante una mesa llena de platos vacíos. Quien se enfrenta a esta novela tiene la sensación de que en estas páginas, como en aquellos poemas, habla la escritora que será. Una que se anuncia. Que promete crecer como un hambre no satisfecha. A Helena y a Luna Miguel las une un escarmiento: toda transformación encarna, cómo no, un despellejamiento.

—Helena come carne cruda como una leona y con las manos, además.

—Es sexual, una forma de deseo.

—El hambre de Helena no la destruye, la calma. ¿Pero por qué?

"Creo que es algo que me ha enseñado el feminismo, darte cuenta de cómo las personas en situación de vulnerabilidad tragan y tragan, callándose"

—Hay algo que llenar. Le pasa lo mismo con la literatura: si Roberto ha leído doscientos mil libros en su vida, ella siente que necesita hacer lo mismo. Es una bebedora compulsiva, una comedora de carne compulsiva. Siempre necesita estar haciendo algo y experimenta una necesidad de llenarse continuamente, pero en ningún momento caga lo que come. Todo lo que bebe, nunca lo mea. Todo se queda dentro, contenido. El trauma también. Es una persona que todo se lo guarda, por eso al leer su diario expulsa mucha cosas. Incluso esa bala tiene también algo de escatológico: todo lo que ha estado tragando en su vida se deshace, porque Helena es como un globo. Creo que es algo que me ha enseñado el feminismo: darte cuenta de cómo las personas en situación de vulnerabilidad tragan y tragan, callándose.

—Su generación ha redescubierto el feminismo como una bandera, pero hace rato que Susang Sontag os llevaba ventaja.

—Soy una escritora feminista que ha escrito una novela cuya protagonista no lo es pero puede empezar a serlo. Ella no conoce el feminismo. Creo que en la actualidad hay muchas mujeres así, que no entienden y no saben que han sido víctimas. Estoy complemente segura de que Helena está enamorada. El problema es que cuando hay una desmesura en la reciprocidad y cuando alguien se aprovecha de ese amor incondicional y abusa de ella, se convierte en una gran frustración.

—Pero ella también seduce. Sin saber muy bien el arma que supone su propio cuerpo, pero seduce.

"Es muy fácil caer en las dos cosas: ella se lo buscó y luego esta idea de él no pudo contenerse"

—Es muy fácil caer en las dos cosas: ella se lo buscó y luego esta idea de «él no pudo contenerse». En una relación como esa, en la que ella duda de si realmente él la quiere, Helena termina por descubrir que a él no le importa, no por conciencia física o por el abuso de Roberto, sino cuando descubre que la ha dejado sola.

—Y ella, empapándose bajo la lluvia, atraviesa la ciudad para decirle: «Eres un puto cabrón y me voy a vengar».

—La idea de venganza viene justo de ahí. Acaba de perder a su padre y ni siquiera recibe una mirada cariñosa de su parte. Cuando ella le habla de venganza, en el fondo parece decirle: «No iré a tu funeral cuando mueras».

—Los hombres son fantasmagorías en este libro: el amante, su pareja actual, su padre, incluso su jefe.

—Helena se la pasa todo el rato queriendo ser mejor que los hombres que la rodean. Quiere leer para saber tanto o más que su profesor, se hace crítica gastronómica porque quiere tener mejor paladar que el de su padre y aparta a Sebastián —Luna Miguel se refiere a la pareja de Helena— porque quiere ser independiente.

II

Publicó su primer libro de poemas con veinte años, aunque escribía desde los catorce. Los últimos forman una trilogía que comenzó con La muerte del marinero, en cuyas páginas Luna Miguel retrata la enfermedad y la cicatriz. Sobrevuela sobre aquel libro y el siguiente la figura de su madre, Ana Santos Payán, editora y creadora del sello El Gaviero, cuya muerte de cáncer marca Los estómagos, un libro en el que describe la fragilidad del cuerpo, de aquello que lo alimenta y, sobre todo, de aquello cuanto lo destruye. Arrecife de sirenas cerró un círculo vital en el que Luna Miguel parecía haber centrifugado, hasta sintetizarlas, la maternidad y la muerte. El perpetuo trasiego de Eros y Tánatos que marca El funeral de Lolita.

Su trabajo como periodista comenzó hace ya diez años. En el diario Público sostuvo durante años una columna de opinión en la que lo poético no estaba exento de lo político. Desde entonces construyó un binomio entre autora y persona, no sólo por convertir sus redes sociales en una plataforma expresiva, sino por el uso que hizo de ellas para mostrar su personaje en construcción. Luna Miguel ha pasado de ser la novísima poeta de belleza infantil y versos desconcertantes a una autora compleja. Hay en Luna Miguel algo de Amélie Nothomb. Ambas se comportan como Las Variaciones Goldberg de Bach: la biografía de cada una es el aria y sus libros las múltiples conmutaciones. Las melodías pueden variar, pero subyace siempre un tema constante de fondo: ellas. Si escribir es contar, leer es retratarse. En El funeral de Lolita prevalece algo cóncavo que amplifica la naturaleza híbrida entre cazador y presa, entre comer y morir. Es un desolladero en proceso que tiene más de verdadero que de verídico. Es un libro, a punto de crecer, como su autora: con hambre, belleza y violencia

—¿Esta Lolita es una declaración de adultez literaria? ¿No la dejan hacerse mayor?

"Creo que hay mucho paternalismo en esta vida"

—Tiene que llegar la novela para que te entrevisten. Cuando llevas diez años escribiendo y publicando da igual. Si escribes una novela, sí —Luna Miguel ríe—. Ahí hay algo raro. Ser joven es una excusa para que nunca estés hecho. Creo que hay mucho paternalismo en esta vida. ¡Estoy harta de la juventud o de mi juventud! Soy madre, tengo canas y llevo diez años trabajando como periodista y escritora. Me merezco ser adulta, faltaría más.

—Ha pasado el tiempo y con él muchas cosas.

—Si Helena tiene traumas personales yo también los tengo como escritora. Mi madre ha muerto a los cuarenta años, mi abuela murió joven. Eso es algo que me obsesiona, poder hacer muchas cosas antes de morir. No estoy pensando «ah, me quedan dos días», pero soy diabética, y por eso cuando alguien me pregunta por qué tuve un hijo tan joven, contesto: porque a lo mejor no me lo puedo permitir más adelante —vuelve a reír como ya lo ha hecho, apurando la frase rocosa y  envolviéndola como a un caramelo—.

—¿Estaba escribiendo El funeral de Lolita sin ser del todo consciente? ¿Fue un texto en proceso?

—A los pocos meses después de la muerte de mi madre, María Fasce me dijo que en aquella serie de textos había una novela. Yo lo siento como un parto, porque me ha costado mucho trabajo. No sólo por la novela como género, sino porque son temas que me preocupan, que están cerca, incluso aunque yo no sea una Lolita, pero también he perdido a mis padres, he tenido situaciones de acoso y abuso en mi trabajo. Para contar lo que quería contar no podía escribir algo autobiográfico. Mi poesía ya lo es hasta el tuétano, pero la ficción me ha permitido convertirlo en otra forma de literatura.

—Poemario, diario, novela, prosa… ¿Qué es El funeral de Lolita?

—Carmen Camacho la llamó «novela transgénero».

—Tiene algo de nouvelle.

"Uno de mis referentes es Amélie Nothomb, transpira por todo el libro"

—Eso fue deliberado. Uno de mis referentes, que es Amélie Nothomb y que transpira por todo el libro, escribe novelas breves. Me obsesiona ese tipo de narración tan concisa pero que al mismo tiempo esconde muchas citas, posibles tramas que nunca fueron pero en las que te quedas pensando. Las series también fueron importantes.

—¿Las series, cómo así?

—Me influyó mucho. Hay capítulos en los que aparentemente no pasa nada, pero pasa de todo. Instagram igual me influyó: cuando quieres saber mas de alguien haces scrolls con el dedo. Con la novela me he dado cuenta de que tengo una libertad tremenda que pensé que ya tenía con la poesía y el periodismo. Esto es distinto. En el periodismo la materia prima es la realidad, en la poesía los sentimientos, y en la ficción la imaginación.

 

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