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Reynaldo Sietecase: «El abandono es la gran marca argentina»

Reynaldo Sietecase: «El abandono es la gran marca argentina»

En la conversación previa a la entrevista, Reynaldo Sietecase (Rosario, 1961) cuenta a Zenda «una historia con Sabina que es rarísima: en el año 89, publiqué un poemario que se llama Cierta curiosidad por las tetas. Yo trabajaba en el periodismo en Rosario, en el suplemento local de Página 12. Me llamó una periodista de Buenos Aires y me preguntó: «¿Qué tienes que ver con Sabina?». «Nada, lo conozco de nombre. Ni lo he escuchado», le respondí. ¡Ni lo había escuchado! «Qué raro. ¿Seguro que no tienes nada que ver? Porque me preguntó por ti», me dijo la periodista. Me extrañó. Luego, a los dos años, Sabina fue a Rosario, hizo una conferencia de prensa. Cuando terminó, me acerqué y le dije: «Sabina, soy Sietecase». Y me dijo: «¡Sietecase, el de las tetas, coño!». ¡Y empezó a recitar mis poemas! Era una edición pequeñita, de 500 ejemplares, en Buenos Aires, ¡y había comprado el libro! Me dijo: «¿Cómo no voy a comprar un libro que se llama Cierta curiosidad por las tetas«.

Sietecase es un poeta que se hizo periodista al descubrir que al terminar de escribir un artículo, uno podía irse a casa o a tomar una copa con los amigos —sí: eran otros tiempos—. Tiene una pulsión literaria envidiable y un instinto urgente de contar cosas. Dice que es lo único que sabe hacer bien. Por eso también ha escrito cuentos. Y tres novelas. De hecho, su última criatura, la que justifica esta entrevista, pertenece a este género. No pidas nada (Alfaguara, 2018) es un thriller omnívoro en el que, sin adulterar la trama, se incluyen —o se intuyen— reflexiones o apreciaciones sobre el periodismo, la historia reciente de Argentina, el destino de América Latina o la fe. En la obra, el periodista Gentili investiga las muertes y las fugas —de hecho, buena parte del relato se desarrolla en Brasil— de varios militares acusados de participar en la represión de la dictadura. En paralelo, una diputada solicita al abogado Mariano Márquez, un truhán inteligente y sin escrúpulos, que indague sobre un general al que acusa de haber matado a sus padres.

Conversamos sobre todo ello:

—Señor Sietecase, ¿cuántos años le ha dedicado al periodismo en su vida?

—Veintipico. Veinticinco, por lo menos. 

—En España se utiliza mucho la fórmula «periodista y escritor». ¿Cuál de los dos sumandos pesa más en usted?

"Muchos periodistas, cuando agarran el oficio de la escritura, terminan escribiendo literatura. Yo suelo reivindicar mi pertenencia al otro proceso: de la literatura fui al periodismo. Es más, descubrí el periodismo"

—Era escritor cuando ni siquiera soñaba ser periodista. Escribo desde los 17 años. Primero poesía. Siempre escribía poesía. Después empecé a escribir narrativa. Estuve en revistas literarias, participé en grupos de poetas, he hecho muchos grafitis con poesía en la época de la dictadura. Y no soñaba con ser periodista. Nada que ver. El periodismo vino después. En general, muchos periodistas cuando agarran el oficio de la escritura terminan escribiendo literatura. Yo suelo reivindicar mi pertenencia al otro proceso: de la literatura fui al periodismo. Es más, descubrí el periodismo. En un momento determinado gané una beca en el diario Clarín. Hacía cosas en la radio, pero no lo tenía muy claro. Y el primer día que entré en la redacción, a una redacción en serio, y me di cuenta de que había gente que escribía una nota, un artículo, y se iba a casa… ¡Joder! ¿Cómo no me había dado cuenta antes? (Risas) Nací periodista en ese momento. Suelo decir que hay dos nacimientos: el nacimiento natural y el nacimiento que uno puede decidir, que no siempre ocurre, el nacimiento por el deseo, cuando uno dice: «Yo soy esto, quiero ser esto». Y te puedo asegurar que, en ese momento, yo dije: «Yo soy periodista. Quiero escribir una nota e irme a mi casa o irme de copas». En ese momento, el periodismo tenía esa magia. Todavía me pasa en Argentina: soy mucho más conocido como periodista que como escritor. Ahora estoy recién como pudiendo cerrar el círculo, que la gente sepa que hago las dos cosas.

—¿Recuerda alguno de esos grafitis de los que me ha hablado antes?

—Sí, eran grafitis de poetas desaparecidos. Era una manera de marcar que era política la decisión. Estaba en un grupo que se llamaba El Poeta Manco. El juego con El Poeta Manco era el de que no podía publicar en ningún lado. Entonces, publicábamos una pequeña revista, pero en aquel momento, cuando empezaban las pintadas políticas, «Se va a acabar la dictadura» y tal, nosotros colocábamos versos de poetas desaparecidos, como Francisco Urondo, o de exiliados, como Juan Gelman. Firmábamos como El Poeta Manco, y la gente se creía que era una persona. Era muy divertido. Estábamos en una conversación y alguien preguntaba: «¿Viste al Poeta Manco?». «Pues yo lo vi, es un hombre viejo…». Íbamos acrecentando el mito de que era una especie de mendigo que grafiteaba poemas. Además, duraba mucho tiempo, porque las agrupaciones políticas se tapaban entre ellos las pintadas, pero nadie tapaba un poema. Duraban años. 

—¿Hasta qué punto se le puede reconocer en el protagonista de No pidas nada, el Tano Gentili?

"Lo único que uno no puede hacer en una novela es aburrir. Hay que contar una buena historia; si no, es un fracaso"

—En la manera de mirar el mundo, de entender el periodismo, por ejemplo. Javier Cercas dice algo que me gusta mucho: que la novela es un género sucio que admite que uno ponga de todo: teorías, visiones, opiniones, personajes inventados, reales… Lo único que uno no puede hacer en una novela es aburrir. Hay que contar una buena historia; si no, es un fracaso. Ahora, admite todo. Esta es la primera novela que escribo en primera persona; las otras dos, están en tercera persona. Cuando decidí que iba a ser un periodista el que iba a «buscar la verdad», entre comillas, me gustó la idea de poder meter la primera persona ahí. Primero, por empatía, y luego, porque tenía ganas de dar esa visión. Tengo un desencanto grande con el periodismo. Estamos en una época donde la verdad no importa, donde importa más que te crean que que algo sea cierto. Me divertía esta posibilidad de meter a mi periodista de ficción, al Tano Gentili, para dar esa visión de desencanto que, a su vez, lo lleva a él a hacer periodismo. 

—Dice su personaje: «Soy, como la mayoría de los periodistas, un inútil para casi todo lo que no sea contar historias».

—Ahí se unen periodismo y literatura. El periodismo te da un anclaje que es la realidad, o el intento de acercarse a la verdad de los hechos; cuando uno hace literatura, está todo permitido, todo vale. Pero no dejan de ser de la misma raíz: contar algo. Incluso el periodismo de investigación sigue siendo contar algo. En este caso, es contar algo que alguien no quiere que se sepa. Volviendo a tu pregunta, yo no haría las cosas que hace el Tano Gentili, pero sí tengo una visión muy parecida a la de él en cuanto a la vida, el periodismo, la política… Me divirtió hacer esa maldad de poder decir algunas cuestiones con el cuidado de que eso no arruine la trama, de que no se convierta en un ensayo sobre el periodismo, que no lo es.

—También dice que «leer es indispensable para laburar en esta profesión». No sé cómo andará el panorama mediático en Argentina, pero aquí, en España, leyendo según qué artículos, viendo algunos programas de televisión, lamentablemente, esa sentencia no se sostiene.

"Hay una degradación del periodismo tremenda"

—Por eso la utilizo. Allí pasa lo mismo. Hay una degradación del periodismo tremenda. Eso también contribuye a mi desencanto, no sólo el tema de la verdad. Yo leo artículos y digo: «Joder, si hace equis años hubiera llevado ese artículo a mi jefe de redacción, me hubiera fusilado». No lo puedo creer. ¿Qué ha pasado, por qué? El uso de condicionales, la mala redacción, la falta de conocimiento… Me siento como un cascarrabias diciendo esto y no quiero, pero se trabaja mal: no sólo por cuestiones éticas, sino también por cuestiones formales. Hay falta de preparación y falta de amor. En el fondo, es eso: te tiene que entusiasmar, apasionar. Por eso me gustó usar la primera persona. Me permitía meter mi impronta y contar cosas de la realidad. Os pasa a muchos periodistas: empatizáis de inmediato. ¡Está bueno! Es un tema del que no se habla mucho. No debatimos sobre cómo trabajamos. Es como una herejía decir «estamos haciendo una mierda». Mira, polemicé bastante en Argentina por una campaña contra las noticias falsas. Les decía: «Es correcto, hay muchas noticias falsas en las redes, en WhatsApp, y tal, pero a mí me preocupan las noticias falsas en los medios que tienen editor. Ese es el tema». Pues poner en duda eso no se puede. Y está mal: cada vez trabajamos peor. 

—En una escena de su novela, un niño de unos once o doce años hace unos malabares dentro de un autobús. Ni el Tano Gentili ni una «señora muy bien vestida» le dan una moneda. Y escribe: «Tenemos un destino latinoamericano». ¿Cómo es ese destino?

—Como una especie de… (Piensa) Había un intelectual brasilero que se llamaba Jaguaribe que decía que el destino de América Latina iba a ser el de un continente próspero, y no, yo creo que al revés (risas), que el destino es terrible, es terrible. Estamos llenos de democracias fallidas. Mira Argentina: es un país que tiene científicos, tres premios Nobel de ciencia, artistas extraordinarios… y la economía es un eterno fracaso. Hay algo ahí que no sé con qué tiene que ver, no tengo la respuesta tan clara, pero es como si estuviéramos destinados al fracaso, no al éxito. Los políticos en América prometen y prometen maravillas, y después… Macri dijo en 2015 que era fácil derrotar la inflación. La inflación fue del 5,4 el mes pasado, el 40% anual. En vez de tener expectativas moderadas, todo el mundo tiene lo que yo llamo la tentación fundacional. El que llega dice: «Los voy a salvar, nos va a ir maravilloso». Da bronca, da mucha tristeza en el fondo. Creo que es una novela muy latinoamericana. Es más ancha de lo que significa el policial. Están estos temas, está el periodismo, está la política, la historia argentina, la historia de Brasil… Para mí, lo que está pasando en Brasil ahora es muy impactante. Me dicen amigos brasileros que la novela hubiera calzado justo en este momento de Brasil. La literatura tiene que… (Piensa) Bueno, voy a citar Borges, como hacemos todos los argentinos. (Risas) Es el oráculo. Borges dio tres conferencias en el Círculo de Psicólogos, y en una habló de la ficción y la realidad. Y decía que la ficción no es necesariamente contradictoria con la realidad. Muchas veces la complementa. Y creo que la literatura latinoamericana es esencial para entender lo que nos pasa. Creo que se entiende mucho más lo que pasa leyendo a García Márquez o a Fonseca en Brasil que leyendo un ensayo político, por ejemplo. 

—A María, la periodista brasileña, no le gusta la poesía argentina porque «ustedes cuentan lo trágico de manera trágica y eso es aburrido. Acá nos reímos de todo».

"¿Cómo no va a ser dramática la poesía del tango? ¡Gira en torno al abandono!"

—Nosotros tenemos una carga dramática para casi todo. Eso es un chiste para mí mismo. Como yo soy poeta, me gustaba que ese personaje despreciara la poesía. Yo tengo mucha influencia de la poesía brasilera. Viví en Brasil. Tengo un amigo poeta brasilero, usé su nombre para la novela, Zé Cordeiro, y él me lo explicaba. Y me cambió mucho mi manera de hacer poesía. Mi poesía es muy coloquial, muy hablada, yo participo en recitales, me gusta mucho el tema de jugar con la palabra… Y me decía: «¿Cómo dirían ustedes que una persona sólo come café con pan? (Pone tono compungido) Hambre, fame… Nosotros diríamos (Canta): Café con pan, miséria não, pumpumpum, café con pan, miséria não, pumpumpum». Esa es la diferencia. Tienen su drama, pero lo llevan bailando y cantando. No es ni mejor ni peor: a mí me gusta mucho la cosa argentina de… (Piensa) Mira, yo tengo bastante estudiados a los poetas del tango. En el litoral, nosotros somos casi todos hijos o nietos de italianos. Mis abuelos son sicilianos. En Argentina, la primera oleada migratoria es española; la segunda grande es italiana. Mira lo que dejaron: dejaron el país, dejaron la familia, muchos contactos se perdieron en esa época, y dejaron la lengua: el español es tan potente que desapareció el italiano. Son tres abandonos. ¿Cómo no va a ser dramática la poesía del tango? ¡Gira en torno al abandono! El abandono es la gran marca argentina. «Bandoneón, no abandones». ¿Es fuerte, no? Y es curioso que, al lado, tienes a unos tipos que son una especie de reverso y viven situaciones dramáticas: Brasil tiene 68.000 homicidios por año. Tengo amigos periodistas que me dicen: «Esto es una guerra civil». La película Tropa de élite, cuando se estrenó, ¿sabes qué me contaron mis amigos? Que cuando entraban disparando en las favelas, la gente aplaudía en los cines. Es un país hiperviolento.

—¿Por qué manda a los militares a Brasil?

—Quería que la novela tuviese esta impronta de poder contar algo que yo quería contar, que es lo del periodismo, sin que perjudicara a la trama. También está lo de la memoria, lo de la fe, y quería utilizar una locación que no fuera tan afín a mí. Como un ejercicio. En América Latina, si te quieres esconder en algún lugar, Brasil es ideal. Es mucho más laxo. En una favela no te encuentra nadie. Hay favelas que son manejadas por el narcotráfico, favelas manejadas por las milicias… hay una ley aparte.

—Escribe que «en Brasil nada de lo que parece fácil en verdad lo es».

"En Brasil todo está pendiente de un hilo"

—En Brasil todo está pendiente de un hilo. Pasan cosas rarísimas. Es un país que tiene la mayor cantidad de católicos, de evangélicos, de cultos africanos… ¡Viejo, todo el mundo cree en algo! Yo tenía un amigo que se suicidó. Era negro, del PT, marxista, ¡y era del candomblé, de la magia africana! ¿Cómo puede ser que alguien es marxista, ateo…? ¿Y sabes qué me decía? «Soy baiano. Soy brasilero». Eso es Brasil. Me fascina esa mezcla tremenda. Y como lo conozco más o menos bien y quería hacer algo en un territorio que no fuera Buenos Aires, me venía perfecto. Además, hay más de cien prófugos de lesa humanidad que se fugaron. Y si te fugas de Argentina, un buen lugar para fugarte es Brasil. Está cerca y anda que te encuentras a alguien. 

—Y también escribe: «Amor y política suele ser una combinación que puede terminar en tragedia. Por lo menos es lo que enseña la historia argentina…».

—Sí, sí. Mira las parejas, lo que ha pasado (risas): Perón, Evita

—¿La herida de la dictadura sigue sin cerrar en Argentina?

"En Argentina no hubo amnistía, hubo juicio"

—En Argentina pasa algo rarísimo. Por un lado es como el único país que tuvo un proceso de juicio y castigo a los responsables de la dictadura, y sigue ocurriendo. Si Argentina es un ejemplo de algo, es eso. Fíjate en Brasil: Bolsonaro es un capitán del Ejército, el vicepresidente es general… Es impensable que en Argentina ocurra eso. Pero en Brasil hubo una ley de amnistía parecida a la que hubo acá en España, y en la misma época, en el 76-77. En Argentina no hubo amnistía, hubo juicio. Hubo después algunas leyes con las que se quiso parar el proceso, pero no pudieron. De hecho, todavía hay juicios abiertos. En ese aspecto, es un ejemplo. Pero a su vez, ese proceso, que para mí es sanador, de alguna manera, hizo que esté presente todo el tiempo. Por eso yo quería hablar de la memoria individual y de la memoria colectiva. Para una sociedad, está bueno no olvidar para no repetir, pero para una persona… Por eso uso al Martín Fierro, que dice esa frase inquietante: «Recuerden que olvidar lo malo también es tener memoria». En el libro nacional. Es fuertísimo. Se está refiriendo al pobre Gaucho, que le pasó de todo: que lo sacaron de su casa, que perdió a sus hijos, tuvo que matar a una persona… Tiene derecho a olvidar esa persona, pero una sociedad no. Me gustaba jugar con esa idea. Y también la de matar al tirano, tiene que ver algo con la memoria. Creo que es el único libro de ficción argentina donde se mata a un represor. No ha ocurrido en la realidad, y mejor, ojalá no ocurra, pero en mi libro sí. Yo me quería dar el gusto de matar a un represor (risas).

—También se da el gusto con un represor que, tras un intento de suicidio fallido, queda desgraciao.

—Sí (risas). El germen de la novela es que me enteré de que había militares que se habían suicidado. Primero pensé: «¡Qué buena nota periodística!». Leí un articulito en una revista de cultura sobre el silencio autoinfligido con el suicidio. Decía: «Si esto es verdad…». Fui a averiguar, y había tres o cuatro casos de militares en prisión que se habían suicidado, algunos con colaboración de afuera. Era una nota increíble.

—Le mete una organización con San Judas Tadeo de por medio, y ya tiene todos los ingredientes.

—Ahí se me ocurrió que era más atractivo contarlo en una novela.

—La descripción de la secta es tan verosímil que pensé que era real.

—Eso se lo debo mucho a Pérez-Reverte. Las veces que hemos podido charlar, Arturo te dice que tienes que ser muy preciso, dar muchos datos, aun cuando contás totalmente imaginario. Eso le da encarnadura. Hay gente que me dice: «Uy, San Judas Tadeo…, cuidado». Lo verosímil es fundamental, es fundamental que te crean, incluso la locura más grande. En esta novela, quería poner algo bien sobrenatural, ¡y nadie me dice nada! Estoy feliz porque a nadie le hace ruido.

—La sesión de espiritismo.

—¡Claro! ¡Es un disparate total! Estoy convocando a Videla, supuestamente.

 —El personaje que más me gusta de su novela es el del abogado Mariano Márquez. ¿Está inspirado en alguien?

"Mariano Márquez está inspirado en un asesino, en un abogado que secuestró a alguien y lo disolvió en ácido sulfúrico"

—Mariano Márquez está en mis tres novelas: es el asesino de mi primera novela, en mi segunda novela vuelve a aparecer haciendo un papel muy secundario, y en esta lo quería matar. Si lees la novela por separado es un personaje que no necesita de las anteriores, pero si empiezas desde el principio te vas a divertir. Está inspirado en un asesino, en un abogado que secuestró a alguien y lo disolvió en ácido sulfúrico. Fue durante la dictadura. En la dictadura desaparecía gente, y él desapareció a alguien. Era un personaje fascinante, una especie de Hannibal Lecter del subdesarrollo.

 —Rematamos con lo sobrenatural: ¿le gustaría, como al Tano Gentili, «creer que Dios es más que una invocación desesperada»?

—Sí. Quería que estuviera en la novela el tema de la fe. Es algo que me llama la atención. No la tengo, o es muy flaca, pero me genera una fascinación… lo que genera en la gente algo que no me provoca nada. Me encantaría que existiera el otro mundo, sería muy divertido poder ver a mi madre, pero nada lo indica. De hecho, la novela tenía otro título tentativo: Últimas noticias de Dios. Después se me ocurrió lo opuesto: no pidas nada, déjate de joder (risas).

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