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Madrid, el puño y la letra

Foto: Rubén Rodríguez

Algo ocurre en Madrid con las aceras. Golpean con más fuerza y destrozan el tacón del zapato alto hasta hacerlo estallar en pedazos. Es la única capital en la que, incluso descalzos, las palabras se clavan en la planta de los pies. Madrid lo tiene todo: la letra y el puño (americano), que embellece a los encantados de haberse conocido. No hay esquina ni revelación de paso de cebra de la que alguien pueda salir ileso. Así es Madrid: un patrimonio universal, un diccionario a lo Flaubert, con tinta y nudillos.

"Madrid compone las obras completas de las batallas perdidas y las ganadas. Es el combate"

La noticia de la inclusión del paseo de la Luz —como llaman en la Unesco al enclave del Prado— en la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad me sorprendió en el aeropuerto de Barajas. ¡Y a quién no! Es una ciudad de la que todos somos hijos adoptivos. Por eso lo importante nos pilla siempre en algún lugar de paso, porque Madrid es el más provisional de los desenlaces. Esa es la razón por la que nadie puede marcharse.

¿Quién hace las ciudades? ¿Los que las habitan o los que la cuentan? Muchos autores —todos, de hecho— han escogido grandes capitales como escenarios para sus historias. La tarea es aún más difícil si quien lee forma parte de la urbe retratada. Los que se reinventan en Madrid se sienten alumbrados y expulsados a un nuevo mundo. Hablar de ella es evocar el puño y la letra, algo parecido a alborotar el combate de vida, la mezcla precisa de experiencia, memoria y escritura. Una guerra sin vísceras, pero guerra al fin y al cabo.

Madrid, Madrid, Madrid…

¿Cómo olvidar ese Madrid angustioso que Javier Marías narró en Mañana en la batalla piensa en mí? ¿O aquella plaza de Manuel Becerra, la más lúbrica que nadie haya escrito jamás, de Berta Isla? ¿O ésa, la de Un día de cólera, de Pérez-Reverte? ¿Cómo pasar por alto que una parte de El malogrado, de Bernhard, ocurre en la calle Prado? ¿O que Cervantes y Lope intercambiaron el nombre de sus calles como último insulto? No todo está en los libros, pero aquello que nunca puede faltar vive encuadernado en ellos. Madrid compone las obras completas de las batallas perdidas y las ganadas. Es el combate.

"Miguel de Cervantes consideraba Madrid una ciudad desapacible y esquiva, pero bien que se quedó en sus predios"

Así como existe un Dublín de Joyce, un Londres de Dickens, un París de Balzac o una Lisboa de Pessoa, existe un Madrid de Cervantes, de Lope, de Mesonero Romanos, de Larra, de Galdós, de Baroja, de Gómez de la Serna, de Valle-Inclán… Hacer un recorrido exhaustivo sin dejar a nadie por fuera es prácticamente imposible, e incluso raya en el despropósito. Por eso, en estas líneas conviene trazar un mapa honesto a la vez que literario. Se trata de una cartografía tan arbitraria como personal. Es la doma del lenguaje que ejecuta cualquier juntaletras ante la página en blanco. Cuanto más analfabeto seas, más grande es el descubrimiento.

Madrid ha sido, escribió José Caballero Bonald, una ciudad “espléndidamente agasajada por la literatura”, algo que sólo es posible comprender cuando se trenzan los libros y la vida. Ya hablaba Lope de Vega de Las ferias de Madrid, de El acero de Madrid o Los ramilletes de Madrid. Todo cuanto ocurre en la villa hace combustión. Miguel de Cervantes consideraba Madrid una ciudad desapacible y esquiva, pero bien que se quedó en sus predios. Vivió en las calles León, Magdalena, Duque de Alba y Huertas. Su casa de la calle Magdalena estaba muy cerca de la del tipógrafo Cuesta y el librero Roble, impresor y distribuidor del Quijote a partir de su segunda edición.

Foto: Alejandro Cartagena

No se sabe exactamente hoy dónde están los huesos de Cervantes, como tampoco los de Lope de Vega. Lo que sí se sabe es que ambos tuvieron sus funerales en la iglesia de San Sebastián, donde hoy se encuentra la tumba simbólica de Lope —sus huesos fueron originalmente enterrados ahí, pero arrojados más tarde a un osario común—. En esa misma iglesia fueron bautizados Ramón de la Cruz y Jacinto Benavente, y se casaron Larra, Zorrilla y Bécquer. Y puede que lo entiendan quienes se han mudado muy cerca de sus muros para saber lo que vale un peine… o un endecasílabo.

Gistau, el Madrid de los huérfanos

Los cronistas, periodistas y escritores de mi quinta, los nacidos en los ochenta, suspiran por el Madrid de Umbral, y los entiendo, pero ése no es mi Madrid. Yo llegué a una ciudad por estrenar, una que cortaría la cinta del fin de fiesta, el hospicio de los que no saben adónde volver. Fueron las columnas de David Gistau las que me llevaron, en ocasiones a puñetazos, a la verdadera comprensión de lo que vivir aquí supone. Si llegué a Larra fue por él, si conseguí trazar una bitácora de la villa fue gracias a sus textos.

Comencé a leerlo por madridista —de los de verdad— y acabé subrayándolo por madrileña. Todos y cada uno de los textos de Gistau se treparon a mi garganta como una serpiente. Comencé leyéndolo en El Mundo, donde entonces vivían él y Umbral. Seguí a Gistau hasta ABC y caminé jalonada por sus columnas de vuelta al diario de San Luis. Me vine arriba con sus Golpes bajos, pero, como no sé boxear, sus monstruos inofensivos de Gente que se fue me dejaron contra las cuerdas.

"Ahora que Madrid blande su cinturón de oro de los pesos pesados, celebro abriendo libros y rebuscando textos"

En aquellos relatos publicados por Círculo de Tiza me maravillaron los hombretones que se reponen de la resaca con más resaca o los niños que asfixian gatos porque a ellos también les falta el oxígeno. Los personajes de Gistau se dejan partir la ceja o acunan al bebé de una stripper en el asiento de un Jaguar que no saben conducir. Su Madrid me deletrea y guarece. Me pertenece por su verdad.

En aquellos textos de Gistau, los cretinos y las prostitutas salían hasta de debajo de las piedras, y la melancolía se cortaba con cocaína sobre billeteras tan lisas como el anillo de un obispo. Un pelotón de gente que, de tan rota, enternecía… y enternece. La ciudad de Gistau, justo por distinta, se parecía a la mía. A los personajes de aquel libro y a los personajes retratados en sus columnas los unía la derrota y su capacidad, si no de corregirla, al menos de perseverar en ella.

No todo el que lucha vence, pero qué mejor que un combate para mostrar las costras que deja la vida. Eso me lo enseñó Gistau cuando aún no había leído ni vivido lo suficiente, y ahora que Madrid blande su cinturón de oro de los pesos pesados, celebro abriendo libros y rebuscando textos. Me duelo de mis moratones, pero enseño mis heridas cual marinero que busca pelea en una ciudad sin puerto. Así escribo estas líneas, de puño y letra. Todo es cuestión de poner la otra mejilla, incluso con los tacones rotos. Eso y mucho más es Madrid, una ciudad que jamás niega la luz y donde todo transcurre entre el puño y la letra.

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