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Matabot: El diario personal de un robot demasiado humano

Matabot: El diario personal de un robot demasiado humano

En los últimos años, el debate sobre las inteligencias artificiales ha pasado del terreno de la especulación científica a ser parte del día a día. Nos cruzamos con asistentes virtuales que nos recomiendan canciones, con algoritmos que nos editan textos o imágenes, y con sistemas que aprenden de nuestras respuestas para sonar cada vez más humanos. La ficción, por supuesto, lleva tiempo preguntándose qué pasará cuando a estas IAs se les incorpore un cuerpo: robots, androides, drones, constructos. ¿Qué ocurrirá cuando una máquina que puede pensar también pueda moverse y decidir? ¿Qué sucede cuando, además, esa máquina decide que ha tenido suficiente?

Esa es, en esencia, la premisa de Sistemas críticos, el inicio de la multipremiada serie Los diarios de Matabot, escrita por la estadounidense Martha Wells. Nacida en Texas en 1964, autora prolífica y versátil, Wells había cosechado reconocimiento entre los lectores anglosajones con novelas de fantasía como la —inédita en español— saga de Ile-Rien, pero fue con esta serie de ciencia ficción cuando se convirtió en un fenómeno global. No en vano, Sistemas críticos se alzó con la triple corona de la literatura de género: ganó el Hugo, el Nebula y el Locus, y su protagonista, Murderbot —o Matabot, en la versión española—, ha conquistado a miles de lectores.

La editorial Hidra, que también ha publicado su novela de fantasía Rey Brujo, acaba de reeditar esta primera entrega, retomando la saga que había quedado inconclusa y descatalogada en castellano. Lo ha hecho en mayo de este año, coincidiendo con el estreno en Apple TV de su esperada adaptación audiovisual, y anuncia que para septiembre y noviembre próximos lanzará los dos siguientes títulos.

"Si las inteligencias artificiales aprenden al interactuar con nosotros, también pueden adoptar nuestras virtudes… o nuestros defectos"

La narración comienza de forma directa y reveladora. La unidad de seguridad protagonista —un cyborg de combate, mitad androide, mitad orgánico— ha hackeado el módulo que lo obliga a obedecer órdenes humanas. “Podría haber comenzado a matar gente en cuanto conseguí hackear mi módulo de control, pero justo entonces me di cuenta de que disponía de acceso a todos los canales de entretenimiento que hay en los satélites de la aseguradora. Y más de 35.000 horas después seguía sin haber matado a casi nadie, porque me había pasado… no sé, casi 35 000 horas con películas, series, libros, obras de teatro y música. Cómo máquina de matar despiadada, era lamentable.”

Y aquí es donde la historia encuentra una de sus claves más interesantes: si las inteligencias artificiales aprenden al interactuar con nosotros, también pueden adoptar nuestras virtudes… o nuestros defectos. En el caso de Matabot, lo que ha interiorizado no es precisamente nuestra eficiencia, sino algo más reconocible: el hartazgo, la desgana, la necesidad de aislarse y anestesiarse frente al mundo. Sin quererlo, le hemos enseñado a vivir como muchos de nosotros: desconectado, escéptico, adicto a cualquier cosa que le permita no estar del todo presente.

En clave de diario personal, Matabot nos va contando su día a día en una misión rutinaria: proteger a un pequeño grupo de investigadores en un planeta inexplorado. El trabajo no le entusiasma, pero es una buena excusa para pasar desapercibido y ver sus series. Hasta que, por supuesto, todo se complica: información que desaparece, fallos en los sistemas, accidentes extraños, sabotajes… sucesos que salpican la expedición. Y lo que era una misión científica se convierte en una lucha por la supervivencia.

El gran acierto de Wells está en cómo construye la voz de Matabot. Sarcástico, cansado, misántropo, lleno de ansiedad social y con un sentido del humor peculiar, es imposible no empatizar con él. Sí, está programado para matar y proteger, pero preferiría no tener que hablar con nadie. Se queja de las reuniones, odia que lo toquen, detesta quitarse el casco, prefiere ir en la bodega de carga y no entiende por qué los humanos quieren hablar de sentimientos.

"¿Qué define a una persona? ¿Cuánta libertad puede asumir alguien que fue diseñado para obedecer? ¿Qué ocurre cuando el libre albedrío se enfrenta al deber?"

La narración es rápida, con frases cortas y mucho ritmo. El punto de vista robótico permite jugar con los registros: hay datos exactos, mediciones constantes, interrupciones del sistema en momentos críticos, y comentarios tan directos como hilarantes. Matabot no es una persona, ni lo desea; su humanidad está en otro sitio. Está en la frustración de no encajar, en el miedo a ser vulnerable, en la necesidad de huir de los vínculos… y en su progresivo e involuntario compromiso con quienes lo rodean.

Más allá de su estilo ágil, entretenido y sarcástico, Sistemas críticos plantea preguntas profundas: ¿qué define a una persona? ¿Cuánta libertad puede asumir alguien que fue diseñado para obedecer? ¿Qué ocurre cuando el libre albedrío se enfrenta al deber? Hay ecos de Asimov, sí, pero también del existencialismo más moderno, tamizado por una ironía constante y una ternura inesperada. A su manera, esta historia es también una meditación sobre la ansiedad, la autopercepción y el aislamiento.

"Lo que nos está contando es la historia de alguien que se siente atrapado en su trabajo, que evita interactuar con otras personas, pero que finalmente hace lo que debe… porque es lo correcto"

La novela se lee en apenas una tarde, como un episodio piloto impecable. Tiene misterio, acción, tensión y un final que, aunque cierra completamente esta primera entrega, invita a seguir acompañando a Matabot en más aventuras. Y hay más de ellas: la saga completa en inglés incluye siete novelas cortas y un par de relatos que amplían el universo. Pero lo más importante es que ya desde este primer volumen queda claro que estamos ante un personaje inolvidable.

Quizá por eso Sistemas críticos funciona tan bien: porque detrás de toda su tecnología, su acción y su ciencia ficción, lo que nos está contando es la historia de alguien que se siente atrapado en su trabajo, que evita interactuar con otras personas, pero que finalmente hace lo que debe… porque es lo correcto. Aunque preferiría estar viendo su serie. Y, sinceramente, ¿quién no se ha sentido así alguna vez?

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