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Materia oscura, de Blake Crouch

Materia oscura, de Blake Crouch

La novela de Blake Crouch Materia oscura (Nocturna) cuenta la historia de Jason Dessen, quien vive en Chicago, y que ha renunciado a sus grandes aspiraciones científicas para dar clases y centrarse en su familia. Una noche, tras asistir a la celebración en honor de un antiguo compañero galardonado con un importante premio de astrofísica, Jason se dirige a casa… pero nunca llega. Un hombre oculto tras una máscara de geisha lo conduce a punta de pistola a una central eléctrica abandonada, donde le inyecta algo. Cuando recobra la conciencia, unos desconocidos con trajes especiales lo reciben con las palabras «bienvenido de nuevo». Pero esta realidad no es la que conoce: su mujer no es la misma, su hijo no ha nacido y él ni siquiera es profesor. ¿Es este mundo un sueño? ¿O acaso lo era su vida anterior?

 

UNO

Me encantan las noches de los jueves.

Parecen estar fuera del tiempo.

Es nuestra tradición; sólo nosotros tres. Noche familiar.

Mi hijo, Charlie, está sentado a la mesa dibujando en un bloc. Tiene casi quince años. Ha crecido cinco centímetros este verano y ahora es tan alto como yo.

Aparto la vista de la cebolla que estoy cortando en juliana y le pregunto:

—¿Puedo verlo?

Levanta el bloc y me enseña una cordillera que parece sacada de otro planeta.

—Me encanta. ¿Es sólo para entretenerte?

—Un trabajo de clase. Para mañana.

—Entonces, sigue con ello, don Último Momento.

Aquí de pie, en la cocina, contento y un poco borracho, ignoro que esta noche se acabará todo esto. Es el fin de todo lo que conozco, de todo lo que quiero.

Nadie te advierte que todo está a punto de cambiar, que te lo van a arrebatar. No hay una alarma de proximidad ni ninguna señal de que te hallas al borde del precipicio. Y tal vez eso sea lo que haga la tragedia tan trágica. No sólo lo que sucede, sino cómo sucede: un golpe traicionero que surge de la nada cuando menos te lo esperas. Sin tiempo para prepararse ni encogerse.

Las luces brillan en la superficie de mi vino y empiezan a escocerme los ojos por la cebolla. Thelonious Monk da vueltas en el viejo tocadiscos del salón. Nunca me canso de la calidad de las grabaciones analógicas, sobre todo del chisporroteo de la estática entre las pistas. La sala está repleta de pilas de vinilos raros que, no dejo de repetirme, conseguiré organizar algún día de estos.

Mi mujer, Daniela, se encuentra sentada en la isla de la cocina; hace girar con una mano su copa de vino casi vacía y sujeta el móvil con la otra. Nota mi mirada fija y sonríe sin alzar la vista de la pantalla.

—Lo sé —dice—, estoy violando la norma fundamental de la noche familiar.

—¿Qué es tan importante? —pregunto. Me observa con sus oscuros ojos españoles.

—Nada. Me acerco a ella, le quito con delicadeza el móvil y lo dejo sobre la encimera.

—Podrías empezar a preparar la pasta —le sugiero.

—Prefiero verte cocinar a ti.

—¿Sí? —Y luego susurro—: Te pone, ¿eh?

—No, es que es más divertido beber y no hacer nada. —Tiene el aliento dulce por el vino y una de esas sonrisas que parecen arquitectónicamente imposibles. Todavía me mata.

Me termino la copa.

—Deberíamos abrir más vino, ¿no?

—Sería una estupidez no hacerlo.

Mientras libero el corcho de otra botella, vuelve a coger el teléfono y me enseña la pantalla.

—Estaba leyendo la crítica de Chicago Magazine sobre el programa de Marsha Altman.

—¿Han sido buenos?

—Sí, básicamente es una carta de amor.

—Me alegro por ella.

—Siempre he creído que…—No termina la frase, pero sé por dónde va.

Hace quince años, antes de conocernos, Daniela era muy prometedora en el mundo del arte en Chicago. Tenía un estudio en Bucktown, exhibía su obra en media docena de galerías y acababa de cerrar su primera exposición en Nueva York. Entonces llegó la vida. Yo. Charlie. Un ataque atroz de depresión posparto.

Descarrilamiento.

Ahora da clases particulares de Arte a estudiantes de secundaria.

—No es que no me alegre por ella. Bueno, es brillante, se lo merece todo.

—Si te consuela, Ryan Holder acaba de ganar el premio Pavia —comento.

—¿Eso qué es?

—Un galardón multidisciplinario que se otorga por los logros en Ciencias Naturales y Biológicas. Ryan lo ha ganado por su trabajo en Neurociencia.

—¿Es importante?

—Millones de dólares. Elogios. Abre las compuertas a las subvenciones.

—¿Consigues ayudantes más guapas?

—Ese es el mejor premio, evidentemente. Me invitó a una celebración informal esta noche, pero he pasado.

—¿Por qué?

—Porque es nuestra noche.

—Deberías ir.

—La verdad es que preferiría no hacerlo.

Daniela levanta su copa vacía.

—Así que estás diciendo que ambos tenemos buenos motivos para beber mucho vino.

La beso y luego le sirvo con generosidad de la botella recién abierta.

—Tú podrías haber ganado ese premio —afirma Daniela.

—Tú podrías haberte hecho con el mundo del arte en esta ciudad.

—Pero hicimos esto. —Señala los altos techos de nuestra casa de piedra rojiza. La compré antes de conocerla con la ayuda de una herencia—. Y esto —añade, apuntando a Charlie mientras dibuja con una pasión que me recuerda a ella cuando está absorta en sus cuadros.

Es extraño ser padre de un adolescente. Una cosa es criar a un niño, pero no tiene nada que ver cuando una persona que está a punto de convertirse en un adulto te mira en busca de conocimiento. Me siento como si tuviera poco que ofrecer. Sé que hay padres que perciben el mundo de cierta manera, con cierta claridad y seguridad, que saben qué decirles a sus hijos. Pero yo no soy uno de ellos. Cuanto mayor me hago, menos entiendo. Quiero a mi hijo. Lo es todo para mí. Aun así, no puedo evitar sentir que estoy fallándole. Que estoy echándole a los lobos con las migajas de mi insegura perspectiva.

Voy al armario junto al fregadero, lo abro y empiezo a buscar una caja de fetuchini.

Daniela se vuelve hacia Charlie y suelta:

—Tu padre podría haber ganado el Nobel. Me río.

—Seguro que exageras —contesta él.

—Charlie, no te dejes engañar. Es un genio.

—Y tú, un encanto —declaro—, y estás un poco borracha.

—Es verdad y lo sabes. La ciencia ha avanzado menos porque quieres a tu familia.

No puedo evitar sonreír. Cuando bebe, ocurren tres cosas: su acento empieza a filtrarse, se vuelve amable de una manera agresiva y tiende a la hipérbole.

—Tu padre me dijo una noche (nunca lo olvidaré) que la investigación pura y dura te consume la vida. Me dijo… —Por un momento, para mi sorpresa, la emoción se apodera de ella. Se le empañan los ojos y sacude la cabeza como siempre que está al borde de las lágrimas. En el último segundo, se recupera y se obliga a continuar—: Dijo: «Daniela, en mi lecho de muerte preferiría tener recuerdos contigo que de un frío laboratorio esterilizado».

Miro a Charlie y advierto que pone los ojos en blanco mientras dibuja. Supongo que está avergonzado de nuestra demostración de melodrama parental.

Me quedo con la vista fija en el armario y espero a que se me vaya el dolor que se me ha instalado en la garganta.

Cuando cesa, cojo la pasta y cierro la puerta.

Daniela bebe vino.

Charlie dibuja.

El momento pasa.

—¿Dónde es la fiesta de Ryan? —pregunta Daniela.

—En el Village Tap.

—Ese es tu bar, Jason.

—¿Y?

Se acerca y me quita la caja de pasta de la mano.

—Ve a tomar algo con tu antiguo colega de la universidad. Dile que estás orgulloso de él. Con la cabeza bien alta. Felicítale también de mi parte.

—No voy a decirle que le felicitas.

—¿Por qué?

—Le gustas.

—Calla.

—Es cierto. Desde hace mucho. Cuando éramos compañeros de piso. ¿Te acuerdas de la última fiesta de Navidad? No dejaba de engañarte para que te pusieras debajo del muérdago.

Se ríe y declara:

—La cena estará en la mesa cuando llegues a casa.

—Lo que significa que debería estar de vuelta en…

—Cuarenta y cinco minutos.

—¿Qué haría yo sin ti? Me besa.

—Ni siquiera lo pensemos.

Cojo mis llaves y la cartera del plato de cerámica junto al microondas y me dirijo al comedor con la mirada posada en la lámpara teseracto de la mesa. Daniela me la regaló en nuestro décimo aniversario de boda. El mejor regalo de mi vida.

Al llegar a la puerta principal, me grita:

—¡Vuelve con helado!

—¡De menta con trocitos de chocolate! —añade Charlie.

Alzo el brazo y levanto el pulgar.

No miro atrás.

No me despido.

Y este momento pasa desapercibido.

Es el fin de todo lo que conozco, de todo lo que quiero.

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Autor: Blake Crouch. Título: Materia oscura. Editorial: Nocturna. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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