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Mis Ítacas: Sicilia (II), Catania

Mis Ítacas: Sicilia (II), Catania

Encontré mi arcadia hace más de 20 años en Il Baretto. No hacía mucho que había vuelto a recalar en Murcia tras mi peregrinación por lares lucenses y onubenses. Me era casi imposible libar un café en condiciones. Harto de esos mejunjes negruzcos que había que expeler tan pronto como lo bebías y sabían a cagarrutas de cabra torrefactas.

"Cada sorbo me sabía a Italia. Il briccone me captó con un caffè en el que en poco más de medio dedo cabía un mundo"

Tras la barra del Baretto reinaban Melchiorre y su padre don Gaetano. Eran sicilianos. Melchiorre renegaba en italiano cada vez que algún enchaquetado, ensoberbecido por llevar corbata en ristre, trataba como lacayos a los baristas, arrojaba una colilla o una servilleta al suelo teniendo ceniceros y papeleras a un palmo. No se recataba a la hora de mentarle los difuntos al emperifollado en siciliano, sin perder la sonrisa, con lo que el mentecato, encima, se iba agradecido.

Me pedí un cappuccino. Cuando lo vi actuar ante la cafetera como si ésta fuese un altar y él su sumo sacerdote, tratando el elixir negro cual sangre de dioses, haciendo el giro de muñeca preciso para que la crema coronara el néctar y espolvoreando sobre él cacao, me tuvo vencido. Cada sorbo me sabía a Italia. Il briccone me captó con un caffè en el que en poco más de medio dedo cabía un mundo. Me pidió que lo bebiera sin azúcar para no bastardear su sabor. ¡El Elíseo en vida!

Su familia se marchó de Agrigento cuando él contaba 5 años, buscando el futuro que no les auguraba su tierra. Su cuerpo hubo de abandonar el mar y los campos de limoneros de su infancia, su alma nunca. Se asentaron en Milán y trabajaron en la hostelería, soportando que muchos norteños los despreciaran por ser “Terrone”, al venir del sur, aunque veneraban los cafés y los dulces que horneaban en su confitería.

"He sido testigo de cómo uno de sus más fieles parroquianos, devorado por un tumor crudelísimo, con el pie en el estribo del viaje sin retorno, pidió ser conducido al Baretto para libar su postrer espresso y llevarse en sus alforjas este sabor"

Melchiorre lleva 43 años detrás de una barra con una profesionalidad exquisita por respeto, sobre todo, a su trabajo. Lo veo exhausto tras tantos lustros; harto de la mala educación de algunos consumidores, que, con el sambenito de que el cliente siempre tiene razón, lo tratan sin cortesía, con impertinencia. Lo he visto poner a caldo a varios energúmenos de esta calaña, aun vestidos de Gucci (la educación no tiene nada que ver con las prendas de las que presumes) por no saber estar. No le importa si se van amenazando con no volver: tamaño favor nos hacen. Lo llamo harpía. Sólo cuando está de buenas.

He sido testigo de cómo uno de sus más fieles parroquianos, devorado por un tumor crudelísimo, con el pie en el estribo del viaje sin retorno, pidió ser conducido al Baretto para libar su postrer espresso y llevarse en sus alforjas este sabor. Melchiorre puso en su confección todo lo que aprendió en sus más de 40 años de oficio mientras pinchaba la música que apasionaba a su asiduo. Un segundo café y un abrazo de los que se dan más con el alma que con los brazos despidió al enfermo.

"Aterrizamos en Catania a medio día, con luz para apreciar la salvaje belleza del Etna, que atenaza toda la costa este siciliana"

Si encuentra un respiro en el torbellino que se convierte su local, se me acerca a narrarme cosas de Sicilia. Fue el primero en hablarme de un paisano, nacido en Porto Empedocle, pueblo aledaño a Agrigento, que con casi 70 años ideó un policía que se convertiría en uno de mis héroes: el comisario Salvo Montalbano. Se le iluminan los ojos cuando me habla de Andrea Camilleri, reconoce parajes o personajes de su infancia en las Vigàta, Marinella o Montelusa imaginarias en las que su coterráneo mueve a sus criaturas o me cuenta cosas de otro convecino, Pirandello.

Nada más de ley que comenzar mi primer viaje a Sicilia desayunando una tostada siciliana y un cappuccino en Il Baretto. A Melchiorre se le humedecen las pupilas pidiéndome que salude al Templo de la Concordia en Agrigento, con cuya imagen acaba de encargar un magnífico graffiti para su fachada. Su último local en Milán se llamaba La Concordia.

"Cráter en el que diversos mitógrafos colocan la fragua donde Vulcano y los Cíclopes forjaron armas e ingenios para dioses y héroes"

Aterrizamos en Catania a medio día, con luz para apreciar la salvaje belleza del Etna, que atenaza toda la costa este siciliana. El Etna, que según unos sirve de prisión al gigante Encélado, a quien Atenea aherrojó en las entrañas de Gea y sobre el que colocó este cráter, que sigue rugiendo incapaz de contener la ira del coloso.

Otros sitúan en él la celda que aprisiona al monstruoso Tifón o Tifoeo, que osó enfrentarse a Zeus y llegó a mutilarlo. Podemos vivir el desafío que afrontan los dioses con estas rebeliones sumergiéndonos en Señores del Olimpo del profesor de Griego Javier Negrete.

Cráter en el que diversos mitógrafos colocan la fragua donde Vulcano y los Cíclopes forjaron armas e ingenios para dioses y héroes. Cantado por Virgilio en el Canto III de su Eneida:

Es este puerto grande y está libre del acoso
de los vientos, más cerca ruge el Etna en horrible ruina
y, si no, lanza hacia el cielo negra nube
que humea con negra pez y ascuas encendidas,
y forma remolinos de llamas y lame las estrellas;
otras veces se levanta vomitando piedras y las entrañas
que arranca del monte y al aire con estruendo amontona
masas de roca líquida y hierve en el profundo abismo.

Edición de Theodore Chickering Williams, circa. 1908 [líneas 569 – 579]

El Etna del que don Luis de Góngora escribiera con culterano verbo en Fábula de Polifemo y Galatea:

Donde espumoso el mar siciliano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo.

Catania ha sido arrasada hasta siete veces por su furia. Cual ave fénix ha resurgido de sus cenizas. Unas de las peores devastaciones tuvieron lugar entre 1669 y 1693. Obligaron a crear una ciudad nueva tras quedar sepultadas por la lava o arrasadas por los terremotos la primigenia polis griega fundada en el siglo VIII a.C., la urbe romana que la reemplazó, al igual que las posteriores bizantina, árabe, normanda y aragonesa.

La polis helena sirvió de cobijo a Estesícoro, el maestro del coro, uno de los nueve poetas líricos fundamentales según el canon establecido por la Biblioteca de Alejandría, del cual apenas se conservan fragmentos o poemas a él atribuidos. A ella acudió el también rapsoda y filósofo presocrático Jenófanes de Colofón, estudiado entre otros por Aristóteles. Una de sus plazas está dedicada a Estesícoro y en ella se yerguen los vestigios del anfiteatro romano, rescatados de los materiales volcánicos que los colmataron. A no mucha distancia sobrevive el teatro, que junto a unas termas vecinas al Castillo Ursino muestran las pocas huellas del paso de los romanos por esta ciudad.

Opuesto al anfiteatro, en la misma plaza en la que la Vía Etnea se solaza de la rigidez del plano hipodámico con la que fue trazada la nueva Catania, los cataneses erigieron en 1882 un monumento para conmemorar a uno de sus hijos más ilustres: Vincenzo Bellini. Sobre 7 escalones, trasunto de las notas musicales, el escultor Giulio Monteverde talló las esculturas de los protagonistas de las 4 óperas que le dieron la gloria: Norma, I Puritani, La sonnambula e Il pirata. Encima de ellas se erige una columna coronada con una estatua del maestro sentado en una silla y mirando hacia el lugar exacto en el que se para en las fiestas mayores Il fercolo di Sant’ Agata.  El fercolo, del latín fero cultum (llevar el culto), es un trono que portan a hombros decenas de fieles sobre el cual, en una urna afiligranada, se veneran las reliquias de santa Ágata,a quien en español llamamos Águeda.

El compositor era muy devoto de la santa durante su juventud y por ello fue representado mirando hacia donde lo detienen.

Busco en mi dispositivo móvil algún fragmento de Bellini. Hallo en primer lugar el aria Casta Diva, de la Norma, con una Callas sobrehumana, que me calienta el alma y me hace olvidar la gelidez con la que el Etna nevado nos castiga a los mortales en estas fechas navideñas.

"Buscamos refugio en la Basilica della Collegiata, a pocos metros del Duomo. Su fachada barroca es ondulada, como si las ondas del mar que custodia la Trinacria quisieran estar presentes"

La Callas se va apagando mientras disecciono la estatua que representa a la sacerdotisa celta. Trasteo el móvil buscando más. Encuentro una canción, Vaga Luna, interpretada al piano primero por Pavarotti y en otra versión por un jovencísimo José Carreras. Busco la luna en el cielo catanés, pero la iluminación navideña me la oculta. Sí que encuentro un bar cercano donde me venden un contundente vino de las laderas del volcán. Lo libo sin perder de vista el monumento a los sones de Cecilia Bartoli, que destila a modo de oro líquido Dolente immagine di Fille mia e Il fervido desiderio.

Mi acompañante se impacienta. El helor ya le ha causado algún que otro sabañón. Me despido de Bellini bebiendo de su Sonnambula. Mientras recorremos la vía Etnea recuerdo que el dueño del apartamento en el que nos alojamos nos contó que el compositor murió en París a los 33 años. Fue enterrado en el Père Lachaise, pero 40 años después sus restos fueron trasladados a su ciudad y dispuestos en un sepulcro muy cercano a la tumba de santa Águeda en la catedral. Para nuestra desdicha, a estas horas ya cerrada.

"A santa Águeda la Iglesia le ha encomendado las mujeres enfermas de cáncer de mama. Asaltan mi ánimo mis amigas Águeda, María Ester o la poeta Magdalena S. Blesa"

Buscamos refugio en la Basilica della Collegiata, a pocos metros del Duomo. Su fachada barroca es ondulada, como si las ondas del mar que custodia la Trinacria quisieran estar presentes. La basílica se alza sobre un templo griego erigido a Perséfone, la patrona de la isla. Poseidón fue derrotado en la disputa por el patronazgo sobre ella, pero parece haberse tomado venganza exigiendo que muchas de las fachadas sicilianas recuerden a las olas de su reino marítimo.

El barroco siciliano bebe del español, pero tiene personalidad propia. Es como más dinámico y extravagante, con uso exuberante del claroscuro.

Una profusión de estucos, frescos y mármoles decora el interior de la basílica en una sinfonía de colores y texturas. Me detengo a observar un altar portátil decimonónico muy repujado: se narra la vida y el martirio de santa Águeda con una figuras que recuerdan a los pupi, las marionetas, tan apreciadas aún hoy por los insulares. En el altarcillo no se ahorran detalles para expresar el dramatismo de las torturas a la santa en tiempos del emperador Decio, por mandato del procónsul Quintianus, quien quiso castigarla por no sucumbir a su lascivia y haber prometido su virginidad a Cristo. A Águeda le fueron amputados los pechos de los que el procónsul no pudo disfrutar, mientras la joven le echaba en cara su crueldad al mutilar un seno semejante al que lo alimentó.

"La basílica está desierta, exceptuando al sacerdote y a un par de feligreses que trajinan en la sacristía. Fuera llueve aguanieve. Indago qué quería decirme Bellini"

A santa Águeda la Iglesia le ha encomendado las mujeres enfermas de cáncer de mama. Asaltan mi ánimo mis amigas Águeda, María Ester o la poeta Magdalena S. Blesa, que, vapuleadas por el cáncer, nunca le han perdido la cara, sino que le han hecho frente, derrumbándose cuando tenían que derrumbarse, pero encontrando el coraje para resurgir de sus ruinas. Sobreponiéndose a martirios, sanadores, sí, pero martirios a la fin y a la postre, como cirugías, quimioterapias y radioterapias, que las harían ser acreedoras también de la palma que empuña la santa. Dando una lección de amor a la vida y de resiliencia a los que a su luz nos acercamos. Pensando en ellas y en las damas que combaten el cáncer elevo una plegaria a Ágata a la vez que les erijo un ara en mi pensamiento.

De repente, mi dispositivo, que no he debido de silenciar, se arranca con los acordes de un aria de Bellini. Azorado, consigo acallarlo. Me siento en un banco discreto y trasteo el móvil tras ponerme unos auriculares. La basílica está desierta, exceptuando al sacerdote y a un par de feligreses que trajinan en la sacristía. Fuera llueve aguanieve. Indago qué quería decirme Bellini. Los sones que me asaltaron son de La sonnambula, del aria «Ah! Non Giunge Uman Pensiero». Está grabada en algún teatro griego o romano que no logro identificar. La escucho en bucle pensando en mis enfermas: me parece un canto a la vida a pesar de sus penurias.

"Los descendientes de aquellos helenos humillados por los púnicos tomaron poética venganza usando el elefante como soporte de un obelisco egipcio coronado con una inscripción que encomienda el conjunto a santa Ágata"

La Plaza de la Catedral está presidida por una fuente de un elefante de basalto negro, que soporta un obelisco egipcio, que parecía ser una de las metas del antiguo circo romano. Al elefante lo llaman u Liotru y lo han considerado el emblema de la ciudad. El origen de la escultura es incierto. El geógrafo Al Idrisi, que visitó la ciudad en el siglo XII, mantenía que era obra cartaginesa y que defendía a la población de las erupciones del Etna.

Indago sobre el nombre Liotru. Se supone que es una deformación del nombre Eliodoro, como se llamaba un noble de la villa, que intentó ser elegido obispo. Al no conseguirlo, apostató y por ello fue quemado en la plaza pública. Cuentan que fue quien esculpió la estatua en recuerdo de un paquidermo con el que viajaba hasta Constantinopla.

Nuestro patrón, en cambio, defiende que es obra cartaginesa para conmemorar una victoria sobre los griegos que habitaban estos lares. Los descendientes de aquellos helenos humillados por los púnicos tomaron poética venganza usando el elefante como soporte de un obelisco egipcio coronado con una inscripción que encomienda el conjunto a santa Ágata.

"Más nos sorprende descubrir que la ciudad está atravesada por dos ríos, hoy subterráneos por haber sido abovedados, y que bajo nuestros pasos discurre el Amenano, que sólo sale a la luz unos pocos metros a los pies de la Fontana dell'Amenano"

Contemplo la fuente con la catedral al fondo, que pugna por manifestar su esplendor aun en la penumbra a la que la condena una iluminación deficiente. Me prometo volver para honrar a Vincenzo Bellini y a santa Ágata en sus sepulturas. Me conformo recorriendo su exterior en busca de los ábsides normandos, unos de los escasos vestigios de la primigenia edificación de 1093 que ha sobrevivido a la furia del volcán o a los terremotos con los que Poseidón castiga a los que decidieron confiar la isla a su sobrina Perséfone en vez de a él.

De vuelta a la plaza leemos que a cinco metros bajo nuestros pies se hallan los restos de unas termas de los siglos IV y V, que sólo se pueden visitar desde el Museo Diocesano, cruzando las entrañas del duomo. Más nos sorprende descubrir que la ciudad está atravesada por dos ríos, hoy subterráneos por haber sido abovedados, y que bajo nuestros pasos discurre el Amenano, que sólo sale a la luz unos pocos metros a los pies de la Fontana dell’Amenano. Labrada en mármol de Carrara en 1867 por un escultor napolitano. El río está representado como un joven efebo desnudo que sostiene un cuerno de la abundancia. A sus pies una pareja de tritones de ambos sexos, parecen asearse con el agua que cae del pilón superior a la vez que devuelven al río el líquido que vierte el dios fluvial.

A sus espaldas está el ingreso a la Pescheria, el mercado de pescado. Hemos leído que es muy pintoresco, con los vendedores voceando su mercancía, formando un mosaico de colores, voces y olores. Pienso en el mercado que conocimos en Nápoles, en las inmediaciones de Porta Nolana. Jamás vi una variedad mayor de pescados, algunos vivos, como las anguilas que nadaban en tinas, ni tantos tipos de almejas colocadas cada una en barreños de colores.

"Un restaurante llamado Palinuro, como el piloto de Eneas, muerto antes de llegar al Lacio, gana mi alma y queda anotado para una próxima visita a esta polis que se ha ganado ser otra de mis Ítacas"

Nos consolamos de no poder visitarla en plena efervescencia tras hallar un minúsculo local, el Scirocco, donde fríen pescado del día. Disfrutamos de un cartucho de mar sin espinas en el que los chipirones alternan con boquerones, gambas y calamares, en un punto de fritura que nos recordó las mejores freidurías de la bahía gaditana. La cerveza siciliana y el blanco del Etna con el que los acompañamos no desmerecen. Alborozado descubro que tienen ensalada de pulpitos y, ¡dioses epicúreos!, sarde a beccafico, unas sardinas sin espinas, rebozadas y fritas, aliñadas en una salsa especial y rellenas con anchoas, pasas y queso caciocavallo. Junto con los arancini, una especie de croquetas de arroz, las sarde eran uno de los platos favoritos de mi añorado Montalbano.

Mañana toca ascender a Taormina a honrar su teatro asomado al Etna y al mar y volver a Catania siguiendo la ruta de los cíclopes hasta Aci Trezza, en la que el novelista catanés Giovanni Verga, junto a cuya plaza nos alojábamos, situó la acción de su imprescindible I Malavoglia.

Catania aún nos guarda una sorpresa agazapada en la vía Santa Filomena, llena de sitios donde saborear las especialidades locales o tomar una copa. Un restaurante llamado Palinuro, como el piloto de Eneas, muerto antes de llegar al Lacio, gana mi alma y queda anotado para una próxima visita a esta polis que se ha ganado ser otra de mis Ítacas.

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