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Montxo Armendáriz: “Entiendo el cine como un reflejo de la sociedad en que vivimos”

Montxo Armendáriz: “Entiendo el cine como un reflejo de la sociedad en que vivimos”

El pasado siempre se cuela, se esconde fijándose en los huecos deslavazados de nuestra memoria. A veces, desde esos cálidos espacios del abandono, las historias se desperezan buscando nuevas guaridas, para no morir eternamente olvidadas, desperdiciadas bajo las capas asoladoras de la rutina.

A veces los sueños, las preguntas sin respuesta, los secretos de la infancia… se arrinconan en esos escondites, ajenos al requiebro, a la llamada insistente del contador de historias. Otras veces —los sueños, las preguntas sin respuesta, los secretos— dejan atrás su tiempo de silencio y se desvelan en relatos que se transformarán poderosos, resistiendo estoicos el desdén o el abrazo desnudo, cruel o cálido, de la intemperie.

Se cumplen veintiún años de Secretos del corazón, el relato poderoso de un niño que descubre la vida adulta. De esta obra sostuvo el crítico Luis Martínez en El País que era «alcanzar con la yema de los párpados el misterio de una vida que se abre sitio desde las sombras». En esta película, el cineasta Montxo Armendáriz —en la línea de Víctor Erice en El espíritu de la colmena y François Truffaut en Los cuatrocientos golpes— subrayó la fábula que acompaña a la infancia, personificándola en Javier, el niño a quien dio vida Andoni Erburu.

Con esta película, considerada por la crítica como la más autobiográfica de su trayectoria, se abrió paso en Hollywood. Montxo Armendáriz ha abierto muchos caminos en la narrativa audiovisual en nuestro país. Amante de la elipsis, el director navarro retoma de cuando en cuando un cine centrado en la simplicidad del ambiente de provincias. Algún crítico no ha dudado en considerarlo “el Rosellini español”. Su cine, carente de barroquismo, da fe de lo acertado de este apodo. Es su obra una mezcla de realidad y lenguaje, un amplio abanico de miradas y elipsis, de silencios y travellings que atraviesan al espectador.

Zenda recorre con él su (también) viaje iniciático: de un pueblo en el corazón de Navarra al glamour de la alfombra roja. De un niño que hace algunos años podría habernos recordado al Totó de Cinema Paradiso, a uno de los mejores profesionales de la dirección cinematográfica de nuestro país.

El cine de Montxo Armendáriz retrata la vida corriente arrastrando en ella nuestro imbricado mundo interior, nuestras miserias y contradicciones, así como inesperados momentos poseídos por la belleza. La delicada fotografía y la ambientación de obras como Tasio, Secretos del corazón, Silencio roto y Obaba ayudan a construir sus relatos fílmicos, muchos de ellos sobre la base del costumbrismo rural.

Montxo Armendáriz dirige, produce, enseña y escribe. Llevó a la gran pantalla las Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, y se enfrentó a la pesadilla del abuso a menores en el ámbito familiar en No tengas miedo, una de sus más valientes producciones.

Es sencillo y mira a los ojos. Habla risueño y se revela como gran lector. Su excelsa obra se ha escrito a fuego sobre las páginas de la historia del cine español. La fluidez de su narrativa ha conseguido, sin él pretenderlo, un ánimo de inmortalidad, ese perenne abrazo de la intemperie.

Zenda se reúne con él en su oficina en el centro de Madrid. Conversamos rodeados por los carteles de algunas de sus películas. Aparcamos algunos de los misterios que rodean al séptimo arte para hablar con Armendáriz de sus inicios en el mundo del cine, de su narrativa, su sutil mirada personal, la educación y los retos que aún tiene nuestra sociedad respecto a la igualdad de género.

Comenzamos.

—¿Por qué se dedica al cine?

"Quería estudiar cine cuando tenía 14 o 15 años, pero como era de familia obrera mis padres me miraron con cara rarísima"

—Muy sencillo: porque desde niño me gusta. El cine era como una ventana abierta al mundo en la que conocías otras vidas, otras geografías. Yo vivía en un barrio obrero muy pequeño de Pamplona y el cine era esa ventana al mundo por la que podías escapar. Quería estudiar cine cuando tenía 14 o 15 años, pero como era de familia obrera mis padres me miraron con cara rarísima. Me hicieron entrar en razón y que estudiara algo acorde a mi situación económica. Entonces estudié Formación Profesional, estudié Electrónica. Me dediqué durante muchos años a la Electrónica, a trabajar en Electrónica, a reparar televisiones, radios, a dar clases (últimamente estaba dando clases en Politécnicos). Pero siempre el cine había sido algo que me me había atraído. Seguía yendo al Cineclub Lux de Pamplona. Me había comprado un Super 8, rodaba cosas en el barrio con un grupo que teníamos de teatro y había sido, como te he dicho, la ilusión que tenía desde pequeño. Hasta que cuando tienes ya la edad de Cristo, 33 años, y dices «¿qué voy a hacer con mi vida?», decidí probar suerte. Había hecho ya unos cuantos cortometrajes. Entre ellos había conocido a Tasio, al auténtico Tasio. Era un personaje que me llamó muchísimo la atención por su filosofía sobre la vida, de entender el mundo y cómo vivía en libertad. Entonces ficcioné un poco la vida que él me contó y ya empecé. Y aquí sigo.

—¿Qué obra o qué película le hizo querer dedicarse a la profesión?

—Fundamentalmente Roma, città aperta, de Rosellini. Hasta entonces me gustaba mucho el cine, pero pensaba que el cine contaba cosas que pertenecían a otra sociedad, a otra gente. Sin embargo, cuando vi Roma, città aperta me sentí identificado. Vi que el cine también podía contar problemas, ilusiones, esperanzas y la lucha de gente sencilla, de gente normal. Aquella película de algún modo cambió mi forma de entender, o de acercarme al cine. Entonces fue cuando empecé a querer contar historias a través de él.

—¿Recuerda la primera película que vio en el cine o en la televisión?

—Recuerdo el efecto que me causó, pero no recuerdo el nombre. Yo vivía en un pueblo pequeño, Olleta. No teníamos ni cines, ni coches, ni luz, hasta que yo tuve 3 o 4 años. Los veranos íbamos al pueblo de mi madre, Peralta, que era un pueblo más grande. Allí había salas y un día cuando tenía como 5 o 6 años mi primo me llevó al cine. Recuerdo que se apagaron las luces, que aparecía gente que yo no entendía qué hacía allí. Y que de pronto salió una chica rubia que acercaba una caja que yo pensaba que era para mí. Entonces extendí la mano para cogerla, completamente azorado. ¡Lo que enganché fue el cardado de la señora que tenía delante! Ella empezó a gritar y yo salí disparado, corriendo. Mi primo salió detrás, intentó hacerme entrar en el cine, pero ya no quise, para mí aquello era… Y desde entonces yo creo que quedé fascinado y atemorizado. Después fuimos a los Salesianos de Pamplona con mis padres y empecé a ver cine, y ahí comenzó la sugestión por lo que eran las historias audiovisuales.

—¿Cuánto tiene de Totó Montxo Armendáriz?

—No tengo ni idea. Nunca lo pensé. Me gusta muchísimo, pero no sabría decir. Creo que todos tenemos parte de todo el mundo.

—¿Qué sueños tenía de niño?

"De niño soñaba muchísimo con vivir las vidas de otros"

—De niño soñaba muchísimo con vivir las vidas de otros, tanto de lo que veía en cine como de las novelas que leía (leíamos mucho con otros amigos: tebeos, novelas de aventuras, novela negra). De alguna forma soñaba con poder contar estas historias fundamentalmente a través de imágenes.

—¿Qué es lo que le impulsa a la hora de elegir un proyecto?

—La peripecia humana del protagonista o de los protagonistas, el que me sienta identificado con esa peripecia y suponga algo que nos ayude a entender la condición humana y la sociedad en la que vivimos. Como he dicho, entiendo el cine —aparte de ser diversión y entretenimiento— como un reflejo de la sociedad y de los momentos que vivimos.

—¿Se siente más cerca del documental o de la ficción?

—Normalmente del documental. Yo empecé con el documental. En muchas de mis películas he ficcionado personajes o situaciones que he conocido. Me resulta muy difícil imaginar, por ejemplo, mundos que no conozco o situaciones que no conozco.

—¿Quién es Tasio?

—Tasio es un hombre que quería vivir libre, que no tenía cultura, que pensaba que en esta sociedad no se necesita para vivir más que lo que te da la naturaleza y que siempre se negó a trabajar para otros, porque consideraba que eso era seguir con la esclavitud.

—Un par de veces se ha inmerso en producciones basadas en una obra literaria. ¿Qué le mueve a hacerlo?

"Me identifico bastante con el mundo del que habla Obaba"

—En el caso de Historias del Kronen, cuando leí la novela, Elías Querejeta, el productor, y yo andábamos buscando algo que reflejase el comportamiento de la juventud en nuestra sociedad en aquellos momentos y, al leer la novela creo que la novela recoge perfectamente el sentir de un sector de la juventud en aquellos momentos. Aunque en este caso no era conocedor de ese ambiente, sí que la novela me acercó a él. Luego conocí a José Ángel Mañas, fuimos por algunos de los lugares de la novela y con todo este conocimiento escribimos juntos el guion. En el caso de Obaba, conocía la novela de Atxaga, Obabakoak, desde que salió. Me entusiasmó porque era un mundo con el que me sentía identificado de alguna forma. Había coincidido con Atxaga en varias ocasiones, habíamos hecho mucha amistad, pero no encontraba la manera de adaptarla. Lo intentaba, pero no encontraba el modo. Hasta que en el 2003, en unas vacaciones, después de una comida que tuvimos aquí en Madrid, se me ocurrió el modo de adaptarla. Entonces él se fue a Estados Unidos, le envié un e-mail proponiéndole lo que pensaba. Le pareció bien, dijo: “Esto es algo que te pertenece a ti, es un punto de vista completamente diferente y me parece bien lo que hagas”. Y seguí adelante porque me identifico bastante con el mundo del que habla Obaba.

—¿Qué tiene que tener una novela o un relato para que la adapte al cine?

—En principio que la historia me enamore, que los personajes me enamoren, que sea algo con lo que me identifique o me haga sentir empatía. Y por otro lado, que sea adaptable para las condiciones en que hacemos cine, que no sea una superproducción, ni nada por el estilo.

—Se cumplen ahora veintiún años de Secretos del corazón, su película más cercana, nominada a los Oscar que se llevó premio en la Berlinale, además de cuatro premios Goya. ¿Qué recuerdos tiene de aquella época?

"Secretos del corazón, en principio, no interesaba porque era una historia con niños y con animales"

Secretos del corazón quizá sea mi película más cercana a lo que podría ser “autobiográfico”. Aunque no lo es, recoge experiencias ficcionadas de lo que he vivido de pequeño. Era un guion al que yo tenía mucho cariño: Estaba escrito desde el año 90 pero no había conseguido levantarlo. En principio no interesaba, porque una historia con niños y con animales… ¡todo el mundo se asustaba! Hasta que después del éxito del Kronen [el Kronen fue un éxito de taquilla] todo el mundo vino a ver qué es lo que tenía o lo que había querido hacer. En aquellos momentos tenía mucha amistad —y queríamos producir algo juntos—, con Andrés Santana e Imanol Uribe, ¡nos veíamos muchísimo! Me preguntaron qué tenía y dije que tenía este guion. Lo leyeron, les gustó y empezamos a producirlo. Tengo recuerdos muy cariñosos y afectuosos, en el sentido de que es una película muy personal. La rodamos en Pamplona y Navarra. Fue un rodaje en el que todo el equipo de la producción, los actores, actrices, creó un ambiente que te marca y lo recuerdas siempre con mucho agrado.

—¿Cuál es el secreto de los valientes?

—¿El secreto de los valientes? Te voy a responder lo mismo que en la película: No decir que tienen miedo, como todos los humanos.

—En esta cinta, el personaje de Javier tenía miedo de saltar las piedras sobre el río. ¿A qué le tiene miedo Montxo Armendáriz?

—¡Uf!, a muchísimas cosas. ¡Ya quisiera tener miedo a muchas menos! Sobre todo a aquello que no conoces. En estos momentos al sufrimiento que te puede acarrear la enfermedad, situaciones propias o de familiares o personas cercanas.

—Algún crítico le ha apodado «el Rosellini español». ¿Cómo lleva las críticas?

—Cada vez, quizás por la edad, uno las va llevando mejor, porque sabe lo que suponen las críticas y les das la importancia que tienen. Antes me afectaban mucho más, me dolían mucho más. En el fondo, es la opinión de quienes se dedican a hacer la crítica, que es su misión. He aprendido que lo que haces a unos les gusta, a otros no les gusta tanto y a otros no les gusta nada. En ese sentido tienen todo el derecho a decir lo que piensan.

—¿Y los homenajes?

"Siempre tengo la sensación de que el homenaje cuando me lo dan a mí, falta mucha gente que es la que me ha acompañado haciendo las películas"

—Hombre, siempre se agradecen. Siempre es algo positivo, algo que te agrada, pero siempre tengo la sensación de que el homenaje cuando me lo dan a mí, falta mucha gente que es la que me ha acompañado haciendo las películas porque si no es por toda la gente que me ha acompañado y que ha estado ahí, las películas no habrían sido lo que son.

—¿Qué sueños cinematográficos le quedan por cumplir?

—Muchos. Hay dos que siempre me hubiera gustado —aunque creo que a veces uno no se encuentra capacitado para lo que quiere hacer—: una comedia y un thriller. Son dos de los géneros que no he tocado directamente, aunque haya habido atisbos de alguno de ellos y que realmente me gustaría en algún momento hacer.

—Juan Diego Botto, Mercedes Sampietro, Rubén Ochandiano son intérpretes que han trabajado en varias de sus obras. ¿Qué ocurre en el casting para que elija a uno u otro intérprete?

—Me gusta repetir con gente con la que he trabajado —tanto en el equipo artístico como en el técnico— y que considero que encajan dentro de los papeles o los personajes que tienen que interpretar en un proyecto. Si no, los busco por otro lado. Un actor tiene que ver que ese personaje se identifica con el actor o la actriz que yo pienso que lo tiene que interpretar.

—¿En alguna ocasión ha escrito un guion pensando en un actor concreto?

—Creo que solamente en dos ocasiones. Una de ellas fue la última película, No tengas miedo. Siempre pensé —y fue el primero que leyó el guion— que el pederasta, el padre que abusaba de la niña, era Lluís Homar. Y haciendo Obaba, para el protagonista masculino pensé en Juan Diego Botto.

—Un personaje de la película Silencio roto dice: “Las personas fallamos. Lo que importa son las ideas que se defienden”. ¿Qué ideas defiende Montxo Armendáriz?

—Fundamentalmente la justicia, la igualdad y la solidaridad.

—¿Cree que la obra de un director o un escritor debe nacer con una responsabilidad con la sociedad?

"Creo que hay un primer compromiso, que es la mirada desde la que se cuenta una historia y ser fiel a esa mirada"

—Sí, pero creo que la responsabilidad de un director está en la mirada y ser fiel con aquello que cuenta y no engañar al espectador. Ése es el compromiso real del director con la profesión y con el público. Después está ya que cada uno se sienta identificado con propuestas de corte más social, más humano o más reivindicativo. Pero creo que hay un primer compromiso, que es la mirada desde la que se cuenta una historia y ser fiel a esa mirada.

—¿Qué cree que es más complicada, la vida o el cine?

—La vida, sin lugar a dudas. Ojalá muchas veces la propia vida fuera como el cine, que puedas repetir una toma que no te gusta y que en el montaje puedas cambiar lo que no te guste, retroceder y avanzar.

—¿Cuánto tiene de ficción la vida?

—La vida de ficción tiene bastante. Solo que no sabemos realmente utilizarla, ni disfrutar de ella, ni reírnos de ella. Creo que desgraciadamente nos la tomamos demasiado en serio.

—Con Silencio roto se desvió un poco del tono empleado en la narrativa audiovisual patria relacionada con la Guerra Civil contando la historia desde el punto de vista de las mujeres. ¿Puede explicarnos el porqué de este punto de vista?

—Escribí primero un guion en el que los protagonistas eran los maquis que estaban en el monte, eran los hombres, pero no me acababa de convencer. Le di vueltas, vi que para contar la idea general de ese momento histórico y lo que representaba me interesaba más el punto de vista de una mujer. Había hablado con bastantes guerrilleros, había leído bastantes libros, empecé a pensar en contar todo a través de la historia de una persona que es enlace: las mujeres, las madres a través de las cuales mantenían ese contacto los guerrilleros con los pueblos. A partir de ahí le di vueltas hasta que surgió el personaje de Lucía, que iba al pueblo y descubría lo que era el maquis y lo que era la guerrilla, y se implicaba como una forma de viaje o descubrimiento en todo esto.

—Aunque se hayan cumplido 11 años de la Ley de Igualdad (Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres), se sigue debatiendo la igualdad de género en el audiovisual, la necesidad de potenciar una visibilidad de la mujer en la profesión. ¿Cree que faltan mujeres en el mundo del cine?

"Creo que faltan mujeres en el mundo del cine y faltan en todas las profesiones"

—Sí, sin lugar a dudas. Creo que faltan en el mundo del cine y faltan en todas las profesiones. Ése es el gran reto actual de nuestra sociedad para hacerla más igualitaria y mucho más humana. En esa medida poco a poco se va teniendo conciencia de ello, y afrontando medidas que puedan favorecer esta igualdad y esta mayor inclusión, no sólo de las mujeres, sino también de equiparación en cuanto a sueldos y en cuanto a distintas profesiones.

—¿Por qué cree que existe esa descompensación de género en el cine?

—Culturalmente nuestra sociedad es absolutamente machista. Y la base fundamental de todo lo que nos pasa está en la educación y en la cultura. Y no solamente los hombres, creo que las propias mujeres han recibido una educación machista. Esto no se cambia de la noche a la mañana.

—¿Quiénes son sus maestros, sus referentes cinematográficos?

—Rosellini, Ford, Bergman, Ozu. Es decir, los clásicos del cine moderno.

—Su cine, en líneas generales, es muestra de un fuerte compromiso con la sociedad, con los asuntos que nos hieren: la violencia, el desarraigo, el maltrato, la Guerra Civil… ¿Cuál cree que es la lección que debemos sustraer de sus películas?

—No me atrevería a decir que hay ninguna lección. No pretendo dar lecciones de ningún tipo, sino simplemente reflejar aspectos de nuestra realidad que, como he dicho antes, nos ayuden a entendernos mejor y a entender mejor el mundo que vivimos para, de alguna forma, poder modificarlo. Pero no es el cine quien lo modifica, ni yo pretendo modificarlo, sino nuestra acción diaria y nuestro trabajo diario.

—¿Sobre qué haría una película hoy día?

—¿Hoy? Voy a intentar olvidarme de lo que tengo entre manos (risas). Me gustaría hacer una película sobre el problema de la inmigración, pero —no sé cómo—  desde un punto de vista que fuera esperanzador y digamos, entre comillas, «divertido», o que fuera una comedia. Me gusta mucho, por ejemplo, el cine de Kaurismäki en este sentido, ya que es capaz, con su humor negro, de hablar de todos los problemas que estamos viviendo desde una perspectiva y desde una mirada humorística y esperanzadora.

—Hablemos de lecturas. ¿Qué libros le acompañan que desee compartir con los lectores de Zenda?

—La lectura me ha marcado muchísimo. Hay libros que uno mantiene siempre en la memoria. De lo que recuerdo últimamente que he leído, hay uno que me recomendó un amigo íntimo, un gran escritor, Antonio Orejudo, que es Sukkwan Island [Alfabia], de David Vann, es una novela que me ha gustado mucho. Ahora estoy con la última novela de Ginés Sánchez [Mujeres en la oscuridad, Tusquets], que me gusta mucho como escritor,  y hay otro escritor de los jóvenes que me gusta que es Juan Gómez Bárcena [Kanada, Sexto Piso].

—¿Ha pensado escribir?

—Bueno, hago las tonterías de todo el mundo de escribir. Pero una cosa es escribir —que todos en mayor o menor medida escribimos y plasmamos nuestras cosas— y otra es publicar o editar. Y yo le tengo mucho respeto a la escritura. Y aunque uno, como digo, escribe, tengo bastante con escribir los guiones.

—Usted comenzó como profesor de electrónica y continúa ejerciendo como profesor de cine con asiduidad. ¿Qué le da la enseñanza?

"Me gusta ver la enseñanza como un intercambio, tanto de experiencias como de conocimientos"

—Creo que me da el mantenerme aprendiendo cada día. Creo que cuando uno enseña no enseña y los demás aprenden, sino que hay un intercambio. Me gusta ver la enseñanza como un intercambio, tanto de experiencias como de conocimientos. Y sobre todo en cine (que no es ciencia, sino que como Godard decía, es un misterio); creo que uno aprende mucho a la vez que enseña interpretación, guion o dirección.

—¿Cuándo dejamos de aprender?

—Creo que nunca, afortunadamente. La vida es movimiento y se puede dejar de aprender cuando uno no quiere aprender y, de alguna forma, se para. Pero creo que en ese mismo momento estás prácticamente muerto aunque no hayas muerto físicamente. Solamente cuando a uno le toca su momento y abandona esta vida es cuando deja de aprender. Mientras tanto creo que es un aprendizaje continuo.

***

Concluye la entrevista y Montxo Armendáriz sube a la azotea bajo la que se dibuja la ciudad. Posa para las fotografías y no pierde la simpatía, la paciencia y la profesionalidad. Cabe pensar que mientras posa, el director se sumerge nuevamente en esos caladeros de la memoria donde guarda sus historias.

Al inicio de su adaptación fílmica de la obra de Atxaga, quedaban 87 curvas de carretera para llegar al pueblo, al corazón y la razón de Obaba. En su cine son numerosas las curvas filmadas hasta ahora. Se guarda por el momento el secreto de las que nos quedan por recorrer en la oscuridad de una sala de cine.

Continúa Armendáriz trabajando en nuevas sinfonías de imágenes en movimiento, luces, interpretación, montaje…nuevas sinfonías que nos hagan latir al ritmo de la vida de los otros, que nos calmen o agiten el espíritu, que nos abracen fuerte y cálidamente en las horas de intemperie.

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