El 16 de julio de 1782, el público asistente a la velada del Hofburgtheater de Viena presenció una epifanía, la acaecida en el estreno de El rapto en el serrallo. En un principio, el espectáculo se imaginó la representación de un singspiel más. Fueron aquellos, los singspiele, ciertos espectáculos musicales, que algunos entendidos califican como “la opereta de la Europa de habla germana”. Piezas, en cualquier caso, en las que, esporádicamente, se interrumpía la música para el recitado de versos y la declamación de prosas. Pero el singspiel de aquella noche, de hace hoy 243 años, resultó ser una ópera en tres actos. La decimocuarta en la producción lírica del joven Wolfgang Amadeus Mozart.
En El rapto en el serrallo, Mozart logró incorporar lo mejor de ambos mundos, enriqueciendo el panorama operístico de su tiempo. Y seguro que significa algo que, desde entonces, sea una de las óperas de Mozart más representadas en los escenarios donde se habla la lengua de Goethe, quien, ya en 1787, siendo el mismo libretista y Mozart el compositor que lidera la producción operística, el autor de Las penas del joven Werther (1774) no ocultará su admiración por el músico. Puesto a recordar la obra estrenada una noche como la que hoy nos aguarda, apuntará: “Todo nuestro esfuerzo, para limitarnos a lo que es simple, se perdió cuando apareció Mozart. El rapto en el serrallo conquistó a todos, y nuestra propia pieza, cuidadosamente escrita, nunca ha sido tan mencionada en los círculos teatrales”.
“Diría que, en una ópera, la poesía, en su conjunto, debe estar supeditada a la música”, escribe el futuro autor de Las bodas de Fígaro (1786), Don Giovanni (1787) o La flauta mágica (1791), poniendo de manifiesto las líneas maestras de lo que será su producción venidera. “¿Por qué son las óperas cómicas italianas populares en todos lados, a pesar de sus miserables libretos?… Porque la música es la reina suprema, y cuando uno la escucha, el resto se olvida. Una ópera tendrá éxito seguro cuando la trama está bien construida, las palabras escritas solamente para la música y no metidas aquí y allá para adaptarse a algún ritmo miserable… Lo mejor es cuando un buen compositor, entendido en teatro y con suficiente talento, se encuentra con un poeta capaz”.
El serrallo es un harén turco hasta el que llega Belmonte, un noble español, buscando a Constanza, su enamorada, esclava de la lascivia del pachá. El compositor integra en su partitura subidas y bajadas emocionales que reflejan la volatilidad de la vida. Los personajes experimentan amor, celos y reconciliación, reflejando la complejidad humana. La música de Mozart potencia estas emociones. El genio salzburgués va mucho más allá del mero orientalismo al gusto de la época.
Ahora bien, esa mixtura entre ambas tradiciones operísticas de aquella noche como la de hoy, volverá a divergir con el curso de los siglos. La profundidad psicológica de Mozart anticipará esa gravedad que en Wagner alcanzará su punto culminante. Por el contrario, Verdi y la tradición operística italiana seguirá más centrada en la melodía y la expresión vocal.
Hasta que ambas tradiciones volvieron a tomar caminos divergentes, los asistentes a la velada del Hofburgtheater vienés, esa noche de la que hoy se cumplen 243 años, presenciaron una epifanía de la multiculturalidad: el nacimiento de una música vibrante y colorida. El rapto en el serrallo llegó a Praga en otoño, con posterioridad fue representada en Fráncfort del Meno, Bonn, Leipzig, Múnich, Kassel, Berlín y Stuttgart… Antes de pasar a integrar el repertorio del Hofburgtheater.


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