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My Fair Lady, de Cecil Beaton

My Fair Lady, de Cecil Beaton

En 2024 se cumplen 60 años del lanzamiento de una de las películas icónicas del cine musical de Hollywood: My Fair Lady. Este libro recoge, a modo de diario, las experiencias durante el rodaje de uno de los responsables de la majestuosidad de esta película, su diseñador de vestuario, producción y fotógrafo, el mítico Cecil Beaton.

A continuación reproducimos un fragmento de esta obra publicada por Hatari Books.

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Londres. Lunes, 10 de septiembre de 1962

George Cukor ha entrado como un tornado en mi casa de Londres. Cukor, de orígenes húngaros (su nombre significa «azúcar»), de ojos marrones que te miraban a través de unas gafas, de boca ancha que exponía siete incisivos inferiores, ha dirigido hasta la fecha cuarenta películas en Hollywood. Como muchas de las llegadas a Hollywood, la suya fue también en la undécima hora.

He regresado a las cinco de la mañana de Venecia para reunirme con George. Afortunadamente no se ha dado cuenta de mi estado de agotamiento, ni, de hecho, ha reparado en el lugar en el que se encontraba; no paraba de hablar, mostrándose encantado con su amor por los animales, particularmente por los perros que tenía en Hollywood, y describía cómo la gente a la que le gustaban los perros solía ser agradable, mientras que las mujeres a las que no les gustaban los perros eran, por lo general, «unas perras». Estaba obviamente sobreexcitado en nuestro primer encuentro para hablar de este gran proyecto: él iba a ser el director de la versión cinematográfica —tan ansiosamente esperada— de My Fair Lady. Pero no ha hablado exclusivamente de nuestro proyecto, también lo ha hecho de una gran variedad de temas. Yo tenía el lápiz listo para apuntar las respuestas a una serie de preguntas específicas: «¿Cuándo empezamos a trabajar?», «¿dónde trabajaremos?», «¿inicio la investigación aquí, en Inglaterra?», «¿cuándo empieza el rodaje y cuan largo es el calendario?», «¿quieres ambientarlo en el periodo de antes de la Gran Guerra, 1914, y asumo que Ascot será en blanco y negro?». Pero mi libreta seguía en blanco mientras George me hablaba de la Ethel Barrymore Foundation y del suicidio de Marilyn Monroe. De camino a su hotel, el Savoy, hemos pasado por Baron’s Court para echar un ojo a unos estudios construidos un poco después del inicio del siglo veinte. Quizá nos puedan dar una idea de cómo era «la calle en la que vive Higgins», ya que me parecía que podrían tener un aire fabianista.

—El RIBA tiene un libro maravilloso de Baillie Scott sobre casas para «artistas con salarios bajos»; deberíamos usar alguno de los diseños de Voysey para la casa de la señora Higgins —he dicho con entusiasmo.

—Sí, sí, tenemos investigadores estupendos en Hollywood —me ha respondido.

—Pero dudo que puedas ver interiores como estos en ningún otro lugar —le he dicho—. Y también deberíamos ir a ver las casas de Norman Shaw en Bedford Park, son típica y únicamente inglesas.

—Sí, sí, las fotografiaremos enteras, por dentro y por fuera. Suelo hacer eso cuando estoy trabajando en una película. ¿Recuerdas que cuando hice Les Girls organizaste para nosotros una sesión de fotos en el apartamento de Loelia Westminster? Fotografiamos cada maldita cosa de ese apartamento.

—Al llegar por la tarde a casa se sorprendió al encontrar a dos hombres fotografiando los atizadores de la chimenea.

—De cualquier manera, usamos partes muy interesantes: el tapiz bordado que estaba enmarcado, la bandeja de las bebidas y dos teléfonos. Ah, sí, sí, estas casas. ¡Sí! Se llaman St. Paul Studios, y esto es Baron’s Court. Déjame anotar eso. Siempre tomo nota de todo y acabo con los bolsillos llenos de trocitos de papel. ¿Tienes un trozo de papel? ¿Cómo se deletrea Talgarth? ¿Calle T-A-L-G-A-R-T-H? Bien, mañana nos reuniremos con Gene Allen y le enseñas todo esto. Sí, muy interesante. Ah, por cierto, ¿cómo se llama tu florista? ¿Le podrían enviar una planta a Vivien Leigh en Uckfield, Tickerage Mill, Blackboys? Un nombre estupendo, ¿verdad? Por cierto, ¿no querrías venir conmigo a Constantinopla? ¿Conoces a alguien en Constantinopla? ¿No? Bueno, no te preocupes. Quizá podríamos reunirnos en París cuando acabe allí. ¿Que cuándo voy a estar en París? Lo tengo apuntado en algún lado. Te llamaré para decírtelo, estaré en el hotel… ¿cómo se llamaba? Plaza Athénée. ¡Sí, eso es! Estaré en el Plaza Athénée el… bueno, te llamo por la mañana. Podemos ir a ver a Audrey en París, está como loca por interpretar el papel, ¿sabes? Dice que siempre ha querido que le diseñaras su vestuario, pero tiene una sugerencia que hacer en la primera aparición de Eliza… no quiere que te lo tomes como una imposición, simplemente se pregunta si, en lugar de adaptarle para ella algo conocido, podrías darle un poco más de caracterización. Pero solo si crees que es posible. De verdad que es una chica adorable, no está siendo difícil. ¿Quizás podríamos volver a Londres juntos? , vengo a Londres a ver a… no recuerdo su nombre… sí, a un actor. Lo tengo escrito en algún lugar. Por cierto, ¿qué medicina me recomiendas llevarme a Constantinopla para el caso de que me dé la típica diarrea? Espera que lo apunto… bueno no, mañana me lo dices. ¿A qué hora nos vemos? Bueno, lo organizamos todo por la mañana.

Hollywood. Viernes, 8 de marzo de 1963

Ha aparecido Alan Lerner. A las 10 de la mañana, George Cukor y yo hemos ido a reunirnos con él a su bungaló de un hotel de Beverly Hills. Entre claveles, cortesía del hotel, colillas de cigarrillo, posos de café y un médico con vitaminas siempre a mano, se mostraba encantado de saber que no se había metido en problemas por su desaparición. Con buen ánimo, no hemos tardado en marchar hacia el estudio.

Alan es un auténtico hombre de teatro. Canta y actúa sin ningún tipo de vergüenza, se mueve de un lado a otro mientras se le cae al suelo su mechero de oro y se le ocurren noventa nuevos chistes sobre la marcha. Desde que terminara su colaboración con Dick Rogers, se ha dedicado a trabajar en solitario, y parece que la presencia de George, Gene Allen y yo mismo lo estimula. Siempre lleno de inventiva y con una imaginación fértil, hoy se le han ocurrido todo tipo de nuevas escenas para la película.

Cuando ha llegado Steve Trilling, Alan ha decidido actuar de manera juguetonamente agresiva como parte de su mecanismo de defensa: «¿Has conseguido, Steve, hacerte con los servicios de nuestro director musical, André Previn?». Alan medio esperaba que no se hubiera hecho nada, pero Previn aguardaba al teléfono. Envidio a Alan por su dureza, su franqueza y su autoridad contundente; no me vendría nada mal un poco de todo eso.

Luego ha aparecido Jack Warner, que se ha mostrado entusiasmado con la transformación de mi oficina, con auténtica vitalidad se ha dirigido a nosotros y, sin pararse, nos ha dicho lo que nos quería decir a cada uno. Un prodigio. Estaba en todo su derecho de decirnos que no había escatimado en nada de lo que le habíamos pedido, «pero no seáis poco profesionales y gastéis sin control por vuestra falta de organización. Es una película demasiado importante para que no estéis dando lo mejor de vosotros mismos. Nos va a costar cerca de quince millones. No vamos con retraso todavía, ¿verdad? ¡Bien!».

Warner ha estado únicamente el tiempo suficiente para hacernos llegar el mensaje de que era él quien estaba al mando y que conocía cualquier cosa que pasaba dentro de su imperio, incluidos todos los detalles de nuestros planes. Ha salido del bungaló con la vitalidad y fuerza de un joven de dieciséis años, pero su energía nos había dejado agotados. George bostezó, Alan se desplomó en el sofá y a mí me dio dolor de cabeza.

Hollywood. Sábado, 18 de mayo de 1963

Audrey Hepburn Ferrer, nuestra actriz principal, ha llegado desde Suiza y George, Alan y yo hemos ido a hacerle una visita formal a la hora de la merienda. Estaba acompañada de Sean, su hijo de dos años, y es obvio que el niño es el amor de su vida, y ella el de él.

La casa alquilada que ocupa la familia Ferrer es grande, blanca y fría, y alberga también a la simpática y oronda niñera italiana de Sean. Dos sonrientes chicas nos han servido el té con un brazo de gitano de mermelada casera de albaricoque.

De repente, Audrey ha preguntado, con absoluto candor: «¿Vais a usar mi voz para las canciones?». La manera en que lo ha preguntado ha sido encantadora y ha hecho fácil hablar de un tema potencialmente difícil, ya que podía haber sido una decepción el enterarse —como Leslie Caron en Gigi— que partes de su voz serían dobladas. Ahora mismo, se podría decir que en muchas de las canciones se podría usar la voz de Audrey, pero que ciertas notas habría que interpolarlas con otra voz. Audrey ha dicho: «Si lo hacéis, lo entendería, pero, en cualquier caso, voy a trabajar la voz de manera intensa y tomaré todas las lecciones que creáis conveniente. Al fin y al cabo, aprender a bailar y cantar es parte del negocio».

El entusiasmo de Audrey es contagioso, pero soy más supersticioso de lo que me atrevería a admitir; me ha dejado un poco preocupado cuando ha dicho: «Esta película es una de esas que todos debemos recordar. Talentos portentosos, todo el mundo es el adecuado y todos debemos estar contentos. Es la cumbre, ¡disfrutemos!». Su boca, su sonrisa y sus dientes son delicados y la expresión en sus ojos enternece. Su pureza serena e integridad son cualidades inusuales.

Hollywood. Miércoles, 26 de junio de 1963

Ya no almuerzo con George en su oficina.

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Autor: Cecil Beaton. Título: My Fair Lady: Diario de rodaje. Traductor: Andrés Moret Urdampilleta. Editorial: Hatari Books. Venta: Amazon

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