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El esteta armado, de Maurizio Serra

El esteta armado, de Maurizio Serra

Hubo una generación de escritores, la de los años 30, que se dejó llevar por el ardor guerrero y que se adentró en el campo de batalla no sólo a la búsqueda de acción, sino también de inspiración. Maurizio Serra, biógrafo de Malaparte, Svevo y D’Annunzio, se lanza en este libro a repasar las vidas de cuantos autores pisaron las trincheras: René Crevel, Klaus y Erika Mann, W.H. Auden, Christopher Isherwood…

En Zenda reproducimos la Introducción de El esteta armado (Fórcola), de Maurizio Serra.

***

Introducción

Para una definición

Durante las guerras del Imperio, mientras los maridos y los hermanos se encontraban en Alemania, las inquietas madres habían dado a luz una generación ardiente, pálida y nerviosa. Concebidos entre dos batallas, educados en las escuelas al redoble del tambor, miles de niños se vigilaban con ojos sombríos ejercitando sus endebles músculos […] Todas las cunas de Francia eran broqueles, como lo eran todos los ataúdes. En rigor no existían viejos. No había más que cadáveres y semidioses.

Estas líneas anticipan extraordinariamente el dolor existencial de la generación, o mejor dicho de la época, que será el objeto de estas páginas: los años treinta del siglo XX, punto de partida de una historia que hunde sus raíces en el romanticismo ya decadente, entonado por el Musset «hijo del siglo», para entrelazarse con la otra corriente, la sentimental y progresista del romanticismo social, hasta precipitarse en la Segunda Guerra mundial, que acabó con cualquier pretensión de supremacía de la civilización europea.

Bien mirado, los estetas armados son un movimiento recurrente entre cuantos han dado forma a la fisonomía espiritual de nuestro tiempo. Los hemos visto volver a la palestra incluso en tiempos recientes, de diversas formas, en el juvenilismo de las protestas, en el debate sobre los llamados malos maestros de los «años de plomo», en los ideales y las intransigencias del movimiento ecologista. Se trata de estímulos y sugerencias que van más allá de la simple herencia transmitida de una época a la siguiente, pero es legítimo considerar los años treinta –la última y más agitada fase de Europa entre las dos guerras mundiales que estallaron en su territorio– como el eje histórico del tema que abordamos en esta obra.

¿Cómo definir al esteta armado? A principios de la década que nos proponemos analizar, Ortega y Gasset esbozaba un retrato del «señorito» que se ha hecho famoso: «Es el hombre que ha venido a la vida para hacer lo que le dé la gana […] [igual que] la decisión que algunas naciones han tomado de “hacer lo que les dé la gana” en la convivencia internacional». Una definición que contiene gran parte de verdad, aunque no toda, ya que se establecía una equivalencia entre el «señorito» y el fascista revolucionario mientras que, en toda Europa, el fascismo accedía al rango de régimen establecido que iba a evolucionar en un nacionalismo estrecho de miras y conformista.

Fue el deseo de salir del ámbito local, de dejar constancia de las convulsiones provocadas por la guerra y la Revolución de Octubre, que no se habían apaciguado en el precario orden de los años veinte, lo que condujo hasta los teóricos de la revuelta generacional y al protagonismo que en ella tenía un nuevo intelectual, o uno que supuestamente lo era. En la década que va desde la crisis económica desencadenada por el crack bursátil de Wall Street hasta la invasión de Polonia, el esteta armado aparece como el portavoz de una Europa por venir liberada de las servidumbres de la historia, sean cuales sean las pulsiones míticas que deberían regenerarla. Es una evasión de la realidad, una nefasta poetización del orden político que toda Europa, vencedores y vencidos, pagaría caro en el atroz conflicto que estaba avecinándose.

A esa rebelión le costará convertirse en una auténtica revuelta. Aquí es muy palpable la ambigüedad de un fenómeno que, nacido de estímulos artísticos y para-artísticos, nunca conseguirá ser una pauta de acción autónoma y creíble. El paso de una visión total de la existencia, legado de las corrientes antirracionalistas del siglo anterior, de un Nietzsche y de un Dostoievski, a la práctica del totalitarismo, sólo podía lograrse privando del poder, como ocurrió, a quienes pretendían liderar esa nueva realidad por haberle aportado la visión o la justificación estética. Así, el mito del esteta armado –pues es un mito, cada vez más separado de los acontecimientos– converge en la tentación del Poeta-Guía y Condotiero, el Vate, el Dichter als Führer de Stefan George, una reacción muy decadente y apasionada ante la decadencia del espíritu frente a la incipiente sociedad de masas de nuestro siglo.

A principios de los años treinta, ese estado de ánimo era, para quienes no habían vivido la experiencia de las trincheras de 1914-1918, una forma de reencontrarse con la época de la protesta bélica, de la condena del mundo de los superiores, de los adultos y de los biempensantes, pues para un joven de diecisiete años el conflicto representaba la época de las «largas vacaciones» y de los placeres que estaban prohibidos en la retaguardia. Exhumado por la paz punitiva de Versalles y las imposibles reparaciones financieras, protegido por el cordón sanitario que debía impedir el desbordamiento del bolchevismo en Occidente, ennoblecido por la utopía ginebrina y el fervor federalista, el «mundo de ayer», evocado por Stefan Zweig, parecía recobrar el dominio, imponer de nuevo sus ritos y valores, recuperar la legitimidad histórica. Incluso la Italia fascista, germen del que nacerá un nuevo orden, había sido saludada en el extranjero con amplia simpatía en los círculos moderados y burgueses, y refrendada en su propia casa por el trono y, a finales de los años veinte, por el altar; esa Italia fascista en la que Mussolini parecía a veces favorable a las indicaciones vociferantes y neorrománticas de un «gobierno de los intelectuales», aunque en la práctica se cuidara muy bien de hacerles caso.

Es bien cierto que «en los años de entreguerras la cultura europea alcanzó una extrema pureza de formas y sentimientos», como escribiría un atento observador de la escena continental.

Pero esa pureza llevaba en sí el germen de su disolución. Resultaba imperante despertar las fuerzas y el entusiasmo, lograr el progreso tecnológico, emancipar las costumbres y las ideas. Una sociedad y una Europa ya heridas de muerte por los cañonazos de 1914 y los espejismos de los tratados de paz se ilusionaron con recuperar, como si no hubiera pasado nada, un papel central en el mundo cuyas reglas habían subvertido.

(…)

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Autor: Maurizio Serra. Título: El esteta armado. Escritores guerreros en la Europa de los años treinta. Traducción: Ester Quirós Damiá. Editorial: Fórcola. Venta: Todostuslibros.

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