Nace Billy el Niño

Otro 23 de noviembre, el de 1859, hace hoy 163 años, ve la luz por primera vez en Nueva York un niño cuya vida ha de ser breve. Corta, pero a la vez tan intensa como suelen serlo las existencias de quienes nacen para el recuerdo tras su fugaz paso por el mundo. Y la memoria que dejará William Henry McCarthy, el bebé alumbrado un día como hoy en la ciudad más populosa de la Costa Este estadounidense por una emigrante irlandesa, será la leyenda del más bravo y singular de todos los forajidos del Salvaje Oeste. Hablamos de Billy el Niño, El asesino desinteresado Bill Harringan, titulará las páginas que le dedicará en 1935 Jorge Luis Borges; El bandido adolescente en la obra de Ramón J. Sender. Cuando el texto del aragonés del exilio llegue a las librerías en 1965, sintonizará por completo con esa mitificación del marginado que, entre otras muchas cosas, habrá traído la gloriosa sedición juvenil de la segunda mitad del siglo XX.

"Era un auténtico rebelde: mataba a sheriffs, que no a indios, marshalls de una ley que era de hecho la del más fuerte: la del Ring de Santa Fe, los oligarcas locales"

Sí señor, ese veintitrés de noviembre de 1859, la humanidad asistió a uno de sus momentos estelares porque nació el primer proscrito —todo un delincuente juvenil— que habría de convertirse en un mito infantil —como Peter Pan, pero sin país de Nunca Jamás y sin Wendy—, un héroe de los niños de ayer con su cartuchera, su revólver y su Winchester. Un mito infantil que iba a seguir siéndolo, generación tras generación, mientras los pequeños crecieron soñando con un lugar mítico donde no se podía huir como un cobarde ni dar la mano a un pistolero zurdo —a no ser que el zurdo fuera Billy, como sostienen algunas versiones de su leyenda—, un territorio con la calidad de un limbo despiadado: el salvaje oeste americano. Era un auténtico rebelde: mataba a sheriffs, que no a indios, marshalls de una ley que era de hecho la del más fuerte: la del Ring de Santa Fe, los oligarcas locales.

Y como Peter Pan, se negó a crecer. Pero Billy lo hizo revólver en mano. Tuvo que defenderse como un hombre cuando sólo era un niño. Y mientras los niños soñaron con ser hombres, porque entonces ser un hombre era lo más grande que se podía ser en el mundo, esas infancias del planeta entero, que pasaron imaginando el coraje del Far West, tuvieron a Billy en lo más alto de su incipiente mitología. Por eso supieron de él antes que de Butch Cassidy y Sundance Kid, antes también que de John Wesley Hardin, antes que de los hermanos James y los hermanos Younger. Estos últimos, por cierto, mucho más dudosos: habían cabalgado con Quantrill el Incendiario, el miserable guerrillero confederado que perpetró con su hueste la terrible masacre de Lawrence (Kansas) el 21 de agosto de 1863.

"La mayoría de la población de Nuevo Méjico estaba a favor del indulto. Pero contaron más las peticiones en contra de los familiares de las víctimas de Billy"

Y también debieron contar, entre los mocosos que se hubieran escapado de su casa para galopar junto a Billy el Niño por el condado de Lincoln en 1877, cuando se le vio por primera vez allí, todos aquellos que, ya en nuestro siglo XXI, remitieron decenas de peticiones de indulto para Billy al gobernador de Nuevo Méjico, Bill Richardson. Merced a una amnistía promulgada en 1881 por Lew Wallace —entonces gobernador de aquel estado— para poner fin a la guerra entre el Ring de Santa Fe y los hombres de John Tunstall y Alexander McSween —los ganaderos para los que trabajó Billy—, los amigos de Billy el Niño pretendían el perdón póstumo del bandido adolescente. El mismo Richardson dijo ser un admirador de Billy y bien es cierto que encargó a Randy McGuinn, una conocida abogada de Fort Summer, la confección de un primer proyecto de indulgencia. Contó con la colaboración de algunos historiadores y varios particulares. Finalmente, el proyecto fue presentado el catorce de diciembre de 2010. La mayoría de la población de Nuevo Méjico estaba a favor del indulto. Pero contaron más las peticiones en contra de los familiares de las víctimas de Billy.

Su leyenda nos dice que el catorce de julio de 1881, cuando asesinaron a Billy el Niño, los niños de Fort Summer (Nuevo Méjico), tiraban piedras a Pat Garrett al saberle el asesino. Bob Dylan, quien ya había dedicado todo un álbum a John Wesley Hardin, en el que compuso a la mayor gloria de Billy —banda sonora de Pat Garrett & Billy the Kid (San Peckinpah, 1974)—, nos habla de él en su última noche, en los brazos de una “señorita”. Señorita lo dice en español, por cierto.

"Matar o morir, ese era el dilema, y una vez alcanzada la fama de ser el revólver más rápido de algún territorio, siempre había alguien dispuesto a darte muerte para ocupar tu sitio"

A Billy el Niño se le atribuyen veintiuna muertes, una por cada año de vida. Pero sólo ha podido demostrarse que mató a nueve sujetos, cinco de los cuales cayeron en tiroteos en los que participaron otros pistoleros. Quiere esto decir que cualquiera de ellos pudo haber matado a cinco de los muertos cargados en la cuenta de Billy. Ser el gatillo más rápido de todo el condado de Lincoln también suponía cargar con muertos. Matar o morir, ese era el dilema, y una vez alcanzada la fama de ser el revólver más rápido de algún territorio, siempre había alguien dispuesto a darte muerte para ocupar tu sitio.

Nacido un día como hoy de hace 173 años, ya habían salido todas las caravanas para California y Oregón, las dos rutas hacia el Oeste, cuando William Henry McCarthy arribó, junto a su hermano y su madre, a Wichita (Kansas). Eso fue en 1870 y puede decirse que, a la sazón, el golfillo del Este que era conoció el Oeste.

Huérfano a los catorce años, fue entonces cuando comenzó su carrera delictiva. También fue entonces cuando empezó a ser conocido entre las chicas que animaban las cantinas de la frontera. Cuando entró en contacto con Sombrero Jack en Silver City, las fechorías pasaron a mayores. Parece ser que hizo la primera muesca en su revólver cuando sólo tenía esos catorce años. Fue cuatrero, entró y salió de la cárcel. Puesto a huir, se llevó a más de uno por delante.

Parece ser que, en John Tunstall, quien le contrató como vaquero, encontró a un segundo padre. Cuando los del Ring de Santa Fe mataron a su patrón, juró vengarle.

Y los niños que supieron de su leyenda, antes incluso de aprenderse de memoria las películas del Oeste, son los que, ya ancianos, en nuestro siglo XXI compran por más de dos millones de dólares las únicas fotos de Billy el Niño que se conocen. Siempre que pueden insisten en pedir que el western sea declarado patrimonio de la humanidad. Así se escribe la historia.

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