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Natural mente, de César-Javier Palacios

Natural mente, de César-Javier Palacios

En la naturaleza suceden cosas increíbles. Los pájaros no pueden beber a sorbos, pero sí a cabezazos que se nos antojan brindis a las nubes. Existe música silenciosa que atrona nuestros oídos y otra con alas capaz de reconciliarnos con la naturaleza. Hay jirafas homosexuales, manzanas en perales, buitres que se maquillan y peces trans. Cielos infinitos donde está prohibido contar estrellas y nieves de color azul que absorben poesía. 

El periodista ambiental y bloguero César-Javier Palacios recoge en este libro 66 artículos breves donde condensa todo su asombro por el mundo natural y urbano que nos rodea, no exento de preocupación por la amenaza del cambio climático pero también lleno de esperanza y bastante pedagogía. Nuevas ciudades más verdes; nuevos ciudadanos más concienciados; nuevos consumos más sostenibles; nuevos turismos más respetuosos; nuevas sociedades más ecofeministas, más ecosaludables, más empáticas y animalistas, más ecofelices. Porque si las personas somos el problema, también somos la solución.

Zenda adelanta las primeras páginas de Natural mente (Plaza y Valdés).

El pájaro es la libertad

Sostiene el escritor Juan José Millás que la libertad es uno de los componentes esenciales de la felicidad inteligente y concluye envidioso: «El pájaro es la libertad». Qué razón tiene. No hay más que asomarse estos días a la calle, o mejor aún al campo, para descubrirlo. En el cielo vuelven a verse los bandos de grullas en perfecta formación en uve camino del norte de Europa. Esas sí que son felices. Unas vividoras. Ponen punto final a sus felices vacaciones en España. Han pasado varios meses disfrutando de nuestro sol y nuestra comida mediterránea, poniéndose moradas a bellotas que disputaban a los cerdos ibéricos en las dehesas andaluzas y extremeñas, montando fiestas nocturnas de lo más ruidosas en lagos y embalses donde al ritmo de su trompeteo perfeccionaron las danzas del ligoteo, saltitos nerviosos, reverencias cabeza arriba y abajo, alas extendidas, colas entorchadas, mucho postureo. Pero hay que volver al trabajo, y el suyo consiste en buscar pareja (si la han perdido, pues son monógamas y fieles de por vida), elegir un buen territorio y sacar adelante una nueva familia, normalmente dos o tres pollitos al año. El camino de regreso es pura emoción. ¿Cómo verán nuestro mundo desde el aire cuando pasan estos días por ciudades tan inmensas como Madrid? En su instinto animal no sabrán lo que es la libertad, pero seguramente sospecharán que ahí abajo, en este hormiguero nuestro de edificios, calles y autopistas repletas de automóviles humeantes, la libertad es más un sueño que una realidad tangible.

Quien sí lo sabía muy bien era Dédalo, el mítico griego atrapado en el laberinto que él mismo había fabricado para el Minotauro en la isla de Creta. El diseño perfecto donde se escondía el monstruo acabó convirtiéndose en su cárcel. ¿Cómo escapar de ella? Podría haber hecho lo mismo que Ariadna y Teseo, tirar del ovillo de la vida, desenredar sus nudos con paciencia hasta encontrar una salida digna, pero prefirió tirar de su ingenio y se fijó en las aves. El primer ornitólogo de la historia de la humanidad descubrió que para ellas el laberinto no existe, desde el aire tan solo es un tortuoso camino pegado a la tierra sobre el que los seres humanos damos vueltas como idiotas. Ser como ellas, volar, ahí estaba la clave, y Dédalo decidió intentarlo a pesar del riesgo. Aprendió a hacerlo con inteligencia, estudiando pacientemente los movimientos de los pájaros, analizando su cuerpo, sus alas, su técnica secreta para poder tocar las nubes y jugar con el viento. Cuando conoció toda la teoría pasó a la práctica. Estuvo años recogiendo plumas que fue pegando con cera a su cuerpo, transformando sus brazos en alas a las que dio suave forma de gaviota, y al final voló cual pájaro feliz. Emocionado con el invento, equipó a su hijo Ícaro de la misma manera, luego le tomó con cariño de la mano y le enseñó a volar. La libertad de ambos estaba muy cerca, pero era necesario ser prudentes. No debían elevarse demasiado porque el calor del Sol podría derretir la cera de las plumas, pero tampoco volar demasiado bajo porque entonces el agua del mar mojaría las alas y no podrían sustentarse en el aire.

¡Prudencia juvenil! ¿Conoce alguien a un joven prudente? Todos sabemos lo que pasó. Ícaro, entusiasmado con las alas y desoyendo las advertencias paternas, comenzó a ascender cada vez más alto, cada vez más lejos, ajeno al peligro de esas plumas que poco a poco iban despegándose de su cuerpo dejando una hermosa estela blanca por el camino. El castigo a tal temeridad fue terrible. Cayó pesadamente al mar en un descenso de vértigo, terrorífico.

—¡Ay si hubiera hecho caso a su padre! —le digo a mi hijo.

—Pero al menos voló, disfrutó del riesgo, de la aventura —me responde él.

Es verdad, Ícaro llegó más alto que lo que nadie había llegado nunca. ¿Qué habría pasado si la cera no se hubiera derretido? Hoy sería nuestro héroe en lugar de nuestro maravilloso loco y nosotros seríamos más libres, y más felices.

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Autor: César-Javier Palacios. TítuloNatural Mente. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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