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Nombres

Apuntes sobre la creación de Tinta y fuego (NdeNovela), una novela de Benito Olmo sobre el saqueo de libros perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

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Experimenté una sensación ambigua. Por un lado, me resultaba fascinante la labor de Sebastian y sus compañeros. Por otro, no podía dejar de pensar que se trataba de una tarea demasiado compleja como para llevarla a cabo de manera artesana e individual. El propio Sebastian me lo confirmó sin que tuviera que preguntárselo.

—Trabajamos cada ejemplar por separado. Buscamos marcas, anotaciones, sellos, cualquier indicio que pueda conducir a su restitución; los fotografiamos y los colgamos en nuestra web. Si alguien introduce en Google el nombre de su abuelo, o de su bisabuelo, la búsqueda le llevará hasta estos libros.

Lo dijo con cierto desapego, como si no tuviera mucha confianza en esa forma de proceder.

—En un mundo ideal —continuó—, dispondríamos de más medios para hacer nuestro trabajo. Analizaríamos la tinta, el tipo de papel, cada biblioteca del país contaría con su propio departamento de inspección de libros saqueados… Por desgracia, nuestros medios con muy limitados.

Llevaba un buen rato con una pregunta quemándome la punta de los labios. Me pareció un buen momento para hacerla.

—¿Cuántas personas trabajan en este departamento?

Miró al techo, como si tratara de hacer cuentas en su cabeza. La respuesta no pudo estar más alejada de mis expectativas.

—Tres personas.

Noté el peso de su desazón como algo sólido que se hubiera cernido sobre nosotros. Traté de asimilarlo: sólo tres personas para examinar, catalogar y devolver más de un millón de libros robados. Tres bibliotecarios que hacían de puente entre todos aquellos ejemplares y sus dueños. Si antes me había parecido un trabajo complicado, ahora no tenía dudas de que se trataba de una tarea abocada al fracaso.

Como si hubiera percibido mi desencanto, Sebastian sacó pecho. Parecía empeñado en demostrar lo mucho que se enorgullecía de sus escasos logros. Entonces lo entendí. ¿Tres bibliotecarios contra el mundo? Era una batalla desigual, de no ser por el entusiasmo y la fe con la que llevaban a cabo aquella tarea. Nadie iba a reprocharles su falta de éxitos, pero no por ello iban a conformarse.

—Permítame presentarle a Louis Sachs.

Una nueva sonrisa asomó a su rostro. Estaba comenzando a descifrar aquel gesto, que precedía a las revelaciones que él consideraba relevantes. Sacó varios libros de una estantería cercana y me invitó a examinarlos.

En la primera página de cada ejemplar aparecía la inscripción “Louis Sachs, Berlín”, en una caligrafía inclinada y fácil de entender. Noté que había más anotaciones. Fechas, direcciones, nombres…

—Tenemos más de cuarenta libros suyos aquí —explicó Sebastian—. Louis Sachs trabajaba como grafólogo en la universidad de Berlín. Fue perseguido por ser judío y el 13 de enero de 1942 fue deportado al campo de concentración de Riga, donde fue asesinado.

De nuevo aquel manto de dolor se abatió sobre nosotros, una sensación a la que, por desgracia, estaba comenzando a acostumbrarme.

—Sachs tomaba notas de todo. Apuntaba direcciones, títulos de canciones, citas… Incluso hemos encontrado una receta de comida para loros.

El detalle me sorprendió. Me mostró esa receta, escrita con la misma caligrafía esquinada e inconfundible en los márgenes de un ejemplar.

—Para nosotros, hace mucho que Louis Sachs dejó de ser sólo un nombre —confesó—. Es como si le conociéramos. Se trata de un tipo que tenía amigos, que tenía un loro como mascota, que le encantaba la música… Incluso sabemos los títulos de sus canciones preferidas.

Comprendí adónde quería llegar. Había llegado a tal nivel de intimidad con ese tal Sachs que tratar su caso como uno más le parecía, sencillamente, inaceptable. Cada libro que languidecía en aquel lugar merecía un trato individualizado, algo imposible con sus escasos medios.

Sebastian me guió a otra zona del depósito, que en mi mente ya había bautizado como el Limbo, ya que era donde todos aquellos libros de futuro incierto esperaban una restitución que, en la mayoría de los casos, nunca llegaría.

—En estas estanterías guardamos los casos pendientes —me explicó—. Son libros que ya hemos identificado, ya hemos hablado con sus propietarios o sus descendientes y estamos esperando a devolverlos. La burocracia es una pesadilla.

Aquellos ejemplares estaban clasificados en pequeñas pilas con etiquetas que indicaban su procedencia. Encontré uno que me llamó la atención: una pequeña biblia con una encuadernación de piel y varios desperfectos. Lo examiné con curiosidad y vi que estaba en francés, pero no solo eso: en la primera página tenía un sello perfectamente legible que lo identificaba como procedente de una biblioteca de una logia masónica de Nancy, en Francia. Ese detalle me descolocó.

—Creía que los libros que había aquí eran los que los judíos dejaban atrás —protesté—. ¿Cómo es que esta biblia procede de Francia?

Lejos de turbarse, Sebastian enarboló una vez más aquella sonrisa de suficiencia. Como si supiera que esa pregunta iba a llegar antes o después y tuviera la respuesta preparada desde mucho antes de saber siquiera de mi existencia.

—El saqueo nazi no se limitó sólo a Alemania —dijo.

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Autor: Benito Olmo. Título: Tinta y fuego. Editorial: NdeNovela. VentaTodostuslibros.

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