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Noventa años de cultura nanban

Noventa años de cultura nanban

Cultura nanban se llamó a las formas del arte que se desarrollaron durante el siglo XVI por influencia de la presencia española y portuguesa en Japón. Nanban, los bárbaros del sur, éramos los españoles y los portugueses, y esa influencia de nuestras formas artísticas fue grande durante al menos un siglo. El retrato de San Francisco Javier o algunos biombos preciosos en el Museo Municipal de Kobe son algunas de las numerosas piezas nanban que se conservan en museos de Japón y otros lugares del mundo. Una influencia que cesó cuando el país se cerró a cal y canto a los extranjeros en 1614 y de la que queda poca memoria en la cultura japonesa.

La reapertura al exterior tras la llegada de los barcos del Comodoro Perry y la restauración Meiji dio lugar a un fulgurante interés de la sociedad japonesa por la cultura occidental. Y viceversa: el japonismo dominó durante unos años en seguida la cultura francesa, y por extensión la europea.

"A medida que me adentro en la cultura japonesa y la voy conociendo descubro, con asombro a menudo, presencias e influencias españolas inesperadas"

España y Japón acaban de conmemorar en 2018 el 150 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas. En Japón son bastantes los elementos de nuestra cultura que se conocen y aprecian: Falla, Albéniz, Granados y Rodrigo; Picasso, Dalí y Miró; Almodóvar y Erice; la Alhambra, la Universidad de Salamanca y el Camino de Santiago y, sobre todo y de manera muy especial, el flamenco y Gaudí.

Cada uno de los dos países ha ido, además, sembrando semillas o dejando huellas en creadores relevantes del otro. Un libro de viajes de Blasco Ibáñez, las fotografías de José Suárez, los años en el archipiélago del escultor Eduard Serra, la relación de José Llorens Artigas y Joan Gardy Artigas con el movimiento Mingei y la cerámica japonesa, la influencia del arte nipón en Miró o en Tàpies, la Correspondencia fílmica entre Isaki Lacuesta y Naomi Kawase, el título de un disco de Ketama, la pintura “japonista” de Juan Navarro Baldeweg o de Fernando Bellver, la presencia japonesa en los libros de Menchu Gutiérrez, una extraña película gallega de la que nadie se acuerda basada en Las bellas durmientes de Kawabata, las columnas durante años de Francisco Calvo Serraller en Babelia hablando de literatura y arte japonés, la influencia del butoh en el flamenco contemporáneo de Israel Galván, una película “japonesa” de Isabel Coixet.

Una lista mínima a vuelapluma a la que cada uno podrá, seguramente, añadir sus propias referencias.

Esas huellas se han producido también en sentido contrario. A medida que me adentro en la cultura japonesa y la voy conociendo descubro, con asombro a menudo, presencias e influencias españolas inesperadas y desconocidas casi siempre entre nosotros.

"La fascinación que los japoneses tienen con el flamenco surge de la enorme impresión que la bailaora española La Argentina debió de causar entonces"

El hito más importante, quizá, sea la mítica gira de Antonia Mercé, “La Argentina”, por Japón y especialmente sus presentaciones en el Teatro Imperial de Tokio en 1929, hace ahora noventa años. La fascinación que los japoneses tienen con el flamenco surge de la enorme impresión que la bailaora española debió de causar entonces, reforzada con la que durante los años 60 produjo también la película de Rovira Veleta Los Tarantos. La atracción por el flamenco ha decaído algo quizá hoy en día y ya no pasan por aquí tantos grandes nombres como durante los 70, 80 o 90, cuando no había compañía relevante que no hiciera su temporada japonesa como los toreros hacen en invierno su temporada americana, pero son todavía decenas de miles las personas que aprenden a bailar o acuden a los espectáculos que cada día tienen lugar por el país.

No sólo la enorme relevancia del flamenco en Japón deriva de esa mítica actuación de La Argentina en el Teatro Imperial. Ahí está también la semilla, desconocida para los españoles, que germinó en la creación del butoh, una de las artes escénicas importantes de Japón. Y la más extraña.

En el Teatro Imperial estaba entonces un joven llamado Kazuo Ohno que, como tantos alrededor, quedó impresionado por la belleza y la fuerza del espectáculo que veía. Eso lo animó a convertirse él mismo en bailarín. Muchos años después, tras una experiencia traumática durante la Guerra en las selvas de Papúa, Ohno crearía con Tatsumi Hijikata una nueva disciplina de danza con raíces en las experiencias de la guerra y la bomba atómica, la contracultura de los 60, la manera japonesa de ver el mundo y, en cierta medida, la impresión que tres décadas antes le causara ver bailar a La Argentina. Tan grande fue que en 1977, hacia el final de su carrera, le dedicaría todavía su pieza más importante y por la que más se lo recuerda, Admiring La Argentina. En las imágenes que se han preservado impresiona la belleza cautivadora y extraña de un Kazuo Ohno septuagenario bailando con la música de una orquesta japonesa de tango. Una suerte de onnanogata, los actores que desde hace siglos interpretan papeles femeninos en el kabuki, traspasada a esta forma escénica radical y transgresora, tan difícil de entender y de explicar, hasta de explicarse uno mismo, que es el butoh. De Kazuo Ohno y su pieza sobre La Argentina les hablaré más otro día.

Las mejores imágenes de Admiring La Argentina son de Eikoh Hosoe, uno de los nombres más importantes de la fotografía japonesa. Fundamental es su trabajo con Ohno, con Hijikata, con Mishima. Su relación con España va más allá: he ahí su importante y atractivo libro El universo de Gaudí. No es el único de los grandes fotógrafos japoneses que ha viajado por España y la ha retratado. Ikko Narahara vivió tres años en Europa durante los años 60 y tuvo ocasión de visitar nuestro país varias veces. Su libro España Grand Tarde es un homenaje a los toros, las fiestas —Sanfermines, Feria de Sevilla— y los pueblos que vio, fascinado, mientras recorría nuestro país.

Kazuo Kitai viajó más tarde, en 1978, y publicó sus fotos en el libro Spanish Night.

"Antonio Gaudí es una película donde imágenes y música componen un poema musical de extraordinaria belleza, desconocido sin embargo en España"

Son muchas las referencias hispanas en la obra de Yasumasa Morimura, desde su trabajo en el Museo del Prado a sus impersonaciones como menina, como maja desnuda o como fusilado del 3 de mayo. Él mismo ha creado también algunas piezas de homenaje a Ohno. El bucle continúa: La Argentina en Tokio en 1929, Kazuo Ohno admirando a La Argentina en 1977, Morimura, ya en este siglo, interpretando a Kazuo Ohno convertido en La Argentina.

Yutaka Saito, fotógrafo especializado en arquitectura, tiene un libro dedicado al arquitecto Félix Candela. Hiroshi Naito, arquitecto también, pasó varios años en Madrid formándose en el estudio de Fernando Higueras; uno y otro están entre mis arquitectos preferidos en cada uno de sus países.

Como a Eikoh Hosoe, la obra de Gaudí impresionó también al realizador Hiroshi Teshigahara. Antonio Gaudí es una película de 1984 sin diálogos pero acompañada en todo momento de la banda sonora de Toru Takemitsu, el principal compositor japonés del siglo XX. Imágenes y música componen un poema musical de extraordinaria belleza, desconocido sin embargo en España. La crítico de cine Nuria Vidal, barcelonesa, ha escrito:

Antonio Gaudí es más un poema visual que un documental, un film de arte conceptual más que una película. En la presentación de la excelente edición de Criterion Collection se la describe como “una experiencia estética”, y efectivamente eso es lo que es. Por eso Teshigara prescinde de la palabra, de las explicaciones, de los análisis y se fija en los detalles, las curvas, los movimientos, leyéndolas como notas de la partitura de una sinfonía arquitectónica que su amigo Tōru Takemitsu y sus colaboradores Kurodo Mori y Shinji Hori, convirtieron en una extraordinaria banda sonora en la que se incorporan canciones populares del folklore catalán junto con músicas puramente orientales.

(…)

Hay otra cosa que me gusta mucho de este poema sinfoarquitectónico en imágenes de cine: Teshigara muestra la obra de Gaudí integrada en la vida cotidiana. Esto es algo que tendemos a olvidar, pero Gaudí era un arquitecto que construía casas para vivir, parques para pasear, iglesias para rezar. Su trabajo estaba pensado para ser usado, para utilizarse más que para contemplarse. Actualmente esta vertiente de su obra no se tiene mucho en cuenta, cuando es fundamental para entender muchas de las soluciones arquitectónicas de sus edificios: nada es caprichoso aunque lo parezca. Las escaleras están pensadas para subir y bajar por ellas, las paredes, para colgar cuadros, las chimeneas para encenderse. Gaudí, a diferencia de muchos arquitectos contemporáneos, tenía muy claro que trabajaba para alguien que le pagaba por un encargo. Alguien, la burguesía catalana del XIX y en especial la familia Güell, que le dejaba total libertad de crear y de inventar, pero que quería espacios vivibles. Gaudí no se consideraba a sí mismo un artista, lo era, sin duda, pero sobre todo era un arquitecto. Toda su obra está pensada para ser útil, no para ser vista. Teshigara lo entendió muy bien y por eso la muestra habitada, vivida, viva en definitiva, aunque a veces incomprensible y absurda para quién la descubre por primera vez.

Raku es la cerámica más importante para la ceremonia del té, creada a finales del siglo XVI por Chōjiro por inspiración directa de Sen no Rikyū. Quince generaciones más tarde el actual cabeza de la casa es Raku Kichizaemon XV, a punto de ceder el testigo a su hijo, el decimosexto. Me fui a verlo hace unos días, consciente de que visitaba a uno de los artistas más relevantes del país, a que me hablara de la importancia de Goya en su trabajo. Me contó que ha viajado a España en varias ocasiones, la primera cuarenta días aproximadamente un verano a mediados de los 70. Entró por Barcelona y fue recorriendo el país por Zaragoza, Madrid, Sevilla, para subir de nuevo por Portugal hasta Santiago de Compostela. Le interesó mucho más el recogimiento del Románico, que ayuda a la reflexión interior, que la grandiosidad del Gótico e iba visitando las iglesias con que se encontraba. Pero sobre todo le tocó profundamente Goya como ningún otro artista hasta entonces. Su encuentro con las pinturas negras en el Prado lo dejó sobrecogido: oscuridad desde luego, pero una oscuridad donde hay luz.

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