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Nuria Labari: «Este es un libro trans en todos los sentidos»

Nuria Labari: «Este es un libro trans en todos los sentidos»

Si en su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas (Círculo de Tiza), reconstruyó el horror y la pérdida de los atentados de Atocha y en La mejor madre del mundo abordó la feminidad y los hijos, en su tercera novela, El último hombre blanco, Nuria Labari aborda e interpela el mundo laboral contemporáneo. Lo hace través de la vida de una mujer que, para abrirse camino, adopta los códigos laborales y culturales de la masculinidad.

El último hombre blanco está protagonizada por mujer de cuarenta y cuatro años que ha alcanzado la cima de una importante empresa. Tiene un sueldo de seis cifras, es poderosa, se siente valorada y ha llegado a ser uno más de la gran familia de la compañía. A base de trabajar el doble, esforzarse el doble, ser mucho más fuerte y dura que ellos, consigue convertirse en un exitoso hombre blanco.

Sin embargo, algo se desvela de golpe y comprende: le vendieron que la igualdad consistía en convertirse en uno de ellos, en escalar su montaña, en ganarles en su juego y con sus reglas. Una vez que ha descubierto la trampa, está dispuesta a dinamitarlo todo. En El último hombre blanco, la escritora y columnista de EL País Nuria Labari plantea una denuncia sobre un mundo laboral extralimitado que despersonifica.

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—¿El hombre blanco es el personaje de ficción total? ¿Es una invención cultural? ¿Su novela ironiza alrededor de ese arquetipo?

"El hombre blanco es una ficción cultural, una ideología bestial sobre la que no pensamos"

—Pues sí. Ya la propuesta es muy de ficción. Una mujer que se convierte en un hombre yendo al trabajo, sin hormonas y una torsión de la identidad por la idea de construir un símbolo. Hombre blanco es el lugar que todos reconocemos y está en todos nosotros y que todos queremos que esté fuera de nosotros. Es esa cosa que llamamos poder y nos hacer ver el mundo en vertical.

—Insisto, ¿es el hombre blanco un artefacto político?

—El hombre blanco es una ficción cultural, una ideología bestial sobre la que no pensamos. La ideología que mejor funciona es siempre la que no se ve. Hay algunas ficciones que hemos empezado a ver: cómo entendemos el amor hoy es distinto de cómo lo entendíamos en 1959. En cambio, la parte del trabajo no. El trabajo está divinizado. Hemos comprado a priori la idea de que es bueno. Por eso todos los niños aprenden inglés, es lo que nos gusta. Al trabajo se lo damos todo desde la cuna, sin ningún cuestionamiento.

—¿Es esto un ensayo, un manifiesto, un alegato, autoficción, denuncia?

—Pues creo que es un libro «trans» en todos los sentidos. La protagonista es un hombre y es transgénero absoluto. Tengo que tirar de todo lo que había y lo que no había. Es una ficción porque no se puede construir de otra manera. Es un libro que llama a la revolución, tiene una parte de manifiesto, tiene mucha ira, es absolutamente transgénero.

—Después de abordar la figura de la madre y la interpelación a la igualdad como mito, ¿ya solo le queda pasar a la acción?

—Ya estoy en ella, pero es importante decirnos qué es la revolución que nos parece tan inalcanzable. La revolución también lleva encima todo eso. El ejemplo del amor es muy práctico. Cuando me desencanté del amor no quise dejar de follar. Trabajar es muchas cosas: desear, escribir. Se puede trabajar con ideas revolucionarias. Siendo minoría no podíamos introducirla, pero ahora así. Esto va a ayudar mucho a los hombres, que están distraídos. Los hombres tienen la docilidad grabada a fuego. Con veinte les dices «vamos a la guerra», y van.

—¿Cómo y de qué forma ha cambiado Nuria Labari desde aquel libro de relatos o su primera novela sobre los atentados de Atocha hasta hoy?

"Ha sido muy doloroso este libro para mí, es muy frío, me he puesto la coraza"

—No sé si soy la mejor persona para responderlo. Nuria Labari ya hoy sabe, ya sabía entonces, que escribir no es pasajero. He escrito dos libros muy a vida o muerte. Ha sido muy doloroso este libro para mí, es muy frío, me he puesto la coraza. Hay que quitarse cosas de encima, porque parte de las armas que ganas.

—¿Se escribe con propósito, las novelas resuelven problemas?

—Escribir cambia el mundo absolutamente. El mundo es como nos lo imaginamos, y escribir es lo que permite imaginar por encima de la realidad o al menos dialogar con ella. Esa imaginación es un diálogo libre de alguien que cree que puede cambiar las cosas y no sólo aceptarlas. Por eso las máquinas no pueden escribir, podrán hacer cosas divertidísimas y vender muchos ejemplares, pero no saben interpelar a la realidad con la imaginación. Estamos huérfanos y faltos de lecturas.

—¿Las columnas ayudan o retrasan la propia escritura?

—Yo no llevo mucho tiempo escribiendo columnas, pero sí mucho tiempo como periodista. La columna es otro género, al comienzo vértigo. De momento estoy agradecida. La columna me genera una relación erótica con la realidad. Tiene que existir una chispa, que no es necesaria para un reportaje pero sí con una columna. Me obliga a abordar la realidad desde otro punto de vista.

—¿Cree que la columna es un género masculino en España?

"Si Richard Ford escribe una novela llamada Madre no pasa nada, pero si ese mismo libro lo escribe Vivian Gornick pasa a ser un libro de mujeres"

—Ahora te podría escribir una tesis a estudiar, sobre todo, acerca de cómo se nos insulta. Se parte de la idea de que carecemos de rigor intelectual. Hay un prejuicio. Da igual sobre lo que hablemos, porque seremos consideradas antes como mujeres. Si Richard Ford escribe una novela llamada Madre no pasa nada, pero si ese mismo libro lo escribe Vivian Gornick pasa a ser un libro de mujeres, del que la mitad de la población desconecta. Presuponen, por prejuicio, que el rigor intelectual lo han tenido ellos durante cientos de años. Es una lluvia de nuestro pasado que nos impregna.

—¿Quién la hizo lectora?

—En mi casa solo había una enciclopedia del deporte y otra de la pesca, pero mi madre me hizo escuchante. Porque, en el fondo, ¿qué es leer? La Ilíada se cantó. Mi madre me hizo escuchante y mi padre me compraba algún que otro libro, el que yo le pidiera. Tuve dos profesoras que comenzaron a leerme libros que me abrieron un mundo. Una de ella, Rosa, la de quinto, era feminista. En las fichas incluía «autor/autora», recuerdo eso. Porque, siendo una tontería, era importante. Me pasé la vida tachando la “a” porque todos eran autores.

—¿Qué la hizo escritora?

—Rosa Montero. Ella y Emilio Sánchez Mediavilla, editor de Libros del KO, autor y compañero de pupitre en el colegio. Cuando le preguntaron qué quería ser de mayor y él dijo «escribir» me sorprendió y pensé: «¿Pero cómo, si eso no se estudia». Con el tiempo… Estaba haciendo la tesis, iba para académica, pero tuve un encontronazo con mi tutor y, envuelta en lágrimas, comí con Rosa Montero. Cuando alguien te nombra escritor por primera vez, te impresionas. Ella fue quien me nombró escritora.

—¿Quién intentó disuadirla?

—El mayor boicot es una misma. Caemos en la docilidad del trabajo.

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