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Pepiyo el de la Remedios

Pepiyo el de la Remedios

La vida de José Menese (1942-2016) da mucho de sí. Para escribir un libro y mucho más. La autora de esta obra, Génesis García, fundadora en los ochenta del Departamento de Estudios Flamencos de la Diputación Provincial de Murcia, ya contaba con la experiencia de haberle dedicado unas cuantas páginas en un tomo, de muy grato recuerdo, publicado a mediados de los noventa.

El personaje en cuestión ya apuntaba maneras desde bien temprano. Y en su haber cuenta con muchas y graciosas anécdotas que era preciso recoger por escrito para deleite de las nuevas generaciones. Sobre todo para quienes en el futuro se quieran interesar por el panorama cultural que se vivió durante la tan manoseada Transición española. Justo ahí, en ese  preciso punto, hay que situar al cantaor de La Puebla de Cazalla.

"Gran parte de la culpa del éxito de este muchacho que no podía imaginar lo que le esperaba la tiene un humorista que se le atravesó en su camino: el también desaparecido Chumy Chúmez."

Pepiyo el de la Remedios, con tan sólo ocho años, ya cantaba por las calles de su localidad y por los cortijos de los campos de alrededor. Pero, por entonces, aún no había nadie que lo pusiera en su sitio, que lo subiera a un escenario, que le diera la oportunidad que pronto merecería. Como su padre, como su hermano, Menese iba para zapatero. Sin embargo, a los veinticinco años de edad, siguiendo con esa imparable progresión de su arte, ya figura, por derecho propio —valga, en esta ocasión, el tópico—, en el Diccionario Larousse. Pero lo mejor aún estaba por venir.

Génesis García deja bien claro en este estudio en el que está todo lo que tiene que haber en estos casos —entrevistas a muchos de sus contemporáneos, confesiones personales del propio biografiado, entrañables fotografías y el juicio de muchos de los más reconocidos especialistas en la materia—, que la de Menese fue, sin el menor género de dudas, “una voz jonda que atravesó como una saeta la Transición española”. Gran parte de la “culpa” del éxito de este muchacho que no podía imaginar lo que le esperaba la tiene un humorista que se le atravesó en su camino: el también desaparecido Chumy Chúmez. En 1962 ambos deciden viajar desde Andalucía hasta Madrid y probar suerte en los tablaos de la capital del reino. Y no se les ocurre otro modo de desplazarse que a bordo de una moto que los terminará dejando tirados a medio camino. La suerte estuvo de parte del humorista, quien llevaba la boca de Menese pegada a la oreja y le fue cantando por todos los palos a lo largo del trayecto.

"Su fama desembocó en la catedral de la música europea de aquel tiempo: el Olympia de París."

Entre 1960 y 1970 se inicia lo que Génesis García denomina la década prodigiosa. Y no es para menos. Tanto fue así que su fama desembocó en la catedral de la música europea de aquel tiempo: el Olympia de París, donde, con la sana intención —no comprendida del todo por muchos de los llamados puristas— de dignificar el arte, consiguió un éxito que no estaba previsto.

El trabajo de Génesis García se articula en dos polos que resultan compatibles, amén de necesarios para entender en su integridad al personaje. De un lado, sus amistades, sus amigos, casi siempre mayores que él, pertenecientes, en su mayoría, no sólo al mundo del flamenco, sino también al ámbito de la literatura y de la pintura; y, por otra parte, el significado de Menese en la historia de la música, sin perder de vista el tiempo que le tocó vivir, entre el tardofranquismo y esos años en los que conjugamos palabras nuevas y desconocidas hasta entonces, como democracia, transición, desencanto, movida, etc.

"Antonio Gala, en uno de esos chispazos tan suyos no exentos de genialidad, dijo de la gesticulación de Menese que era como si estuviera muriendo a solas, igual que un Cristo, próximo e inasible, en su noche del huerto."

Entre sus amigos no podía faltar quien pasó por ser la salsa de todos los guisos, con sus luces y sus sombras: Rafael Alberti, otro andaluz de pro con el que Menese hizo muy buenas migas a base de botellas de anís seco y fino La Ina que le llevaba a Roma cada vez que tenía ocasión. Alberti, y también gran parte de los escritores de la llamada Generación del 50, como Caballero Bonald, Pepe Caballero para los amigos, quien desde bien temprano reconoció el consumado arte de ese “muchacho silencioso” al que sólo se le escuchaba en los escenarios. Otro escritor de aquel tiempo, Antonio Gala, en uno de esos chispazos tan suyos no exentos de genialidad, dijo de la gesticulación de Menese que era “como si estuviera muriendo a solas […] igual que un Cristo, próximo e inasible, en su noche del huerto”.

A Génesis García no le cabe la menor duda de que el mayor mérito de esta perla flamenca, visto ahora con la perspectiva que proporciona el paso de los años, fue arrastrar a un público “joven, culto, esclarecido, universitario”. El más difícil. El más exigente. Y, sobre todo, esa ansia sin límites por convertir el flamenco en materia popular sin que por ello pierda su arte, su pureza. Una apuesta que resultó triunfadora, pero que le valió el serio reproche de quienes aún estaban convencidos de que “compromiso” y “flamenco” eran terrenos incompatibles. Al final, “el salvaje de la voz jonda” —así lo llamó el pintor Lucio Muñoz, padrino de su boda— se salió con la suya.

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Autora: Génesis García Gómez. Título: José Menese. Editorial: Almuzara. Venta: Amazon y Fnac

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