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Diez mil hombres que buscaban el mar

Diez mil hombres que buscaban el mar

Hace casi cincuenta años busqué el mar en compañía de diez mil soldados griegos. En realidad no se trataba del mar, sino de un río y una frontera, y los soldados no eran griegos sino eritreos; que tampoco eran diez mil, porque los bombardeos y la aviación etíope los había reducido a unos pocos centenares. El caso es que con ellos anduve, intentando regresar a casa, durante dos semanas en las que fui, como mis compañeros de aventura, consciente de que derrota significaba aniquilación. En aquel desastre, donde se trataba esencialmente de llegar vivos, nadie cuidó de mí y tuve que hacerlo solo, con los medios de que disponía. Pero llegamos, al fin. Y gracias a eso puedo contarlo.

Lo mejor de leer libros antes de enfrentarte a la vida es que luego, cuando la vida llega, todo te suena de algo. Me había ocurrido antes en otros lugares. Desde el principio descubrí, primero con asombro y luego con fascinado interés, que es posible proyectar lo leído en cuanto la vida depara, y eso permite interpretar mejor, reconocer los paisajes y a quienes para bien o para mal los habitan. Es lo bueno que tiene, antes de que el azar te sitúe de verdad allí, haber estado en el vientre oscuro del caballo de madera dispuesto a degollar troyanos, empuñar un arpón en una ballenera del Pequod o esperar, rodeado de cadáveres de amigos templarios, la última carga de la caballería enemiga en los cuernos de Hattin.

En una de las novelas de Alatriste, en plena batalla de las bocas de Escanderlu, alguien pregunta al capitán, que lleva un libro en el bolsillo, para qué sirve eso en una galera, a lo que él responde: «Para soportar días como éste». Y no hay verdad igual. Durante aquellos días de penosa retirada en los que viví con el alma en la boca, sin más sombra que la de mi sombrero, sucio, sediento y con el estómago vacío, con las perneras del pantalón manchadas de una costra seca a causa de los cólicos de sangre —tenía 25 años, hoy no habría sobrevivido—, un libro me serenaba la cabeza, recordándome que sólo vivía algo que millones de seres humanos habían sufrido antes que yo. Que no era tan grave, ni tan dramático, ni tan terrible. Que sólo era la vida, y quizás —consecuencia de esa vida— la común y simple muerte.

Había sido Gloria, mi profesora de Griego, la que diez años atrás me había hecho leer y traducir a Jenofonte. Y aquel libro, la Anábasis o Retirada de los Diez Mil, me había causado tanto impacto como la Ilíada, la Odisea o el canto II de la Eneida: el relato, contado por uno de los protagonistas, de cómo, tras ponerse al servicio de Ciro el Joven, pretendiente al trono de Persia y muerto en una batalla, un ejército de mercenarios griegos, degollados sus comandantes por una traición, enfrentado al dilema de rendirse o retirarse combatiendo, emprende una dura marcha a través de cinco mil kilómetros de territorio enemigo, luchando sin descanso para alcanzar las orillas del Mar Negro y volver a casa.

Desde el primer día, con la primera línea que traduje —Así murió un hombre valiente, Cleónimo el espartano, alcanzado por una flecha— Jenofonte ganó mi corazón. He leído su relato innumerables veces, así como los Recuerdos de Sócrates, de quien fue discípulo antes de abrazar el oficio de las armas. Aventurero y escritor, Jenofonte fue su propio historiador, con un estilo sobrio y poco profundo, pero que deslumbra con la sólida sencillez del soldado que supo ser. No esquiva crueldades, saqueos y matanzas, pues tales son los usos de la guerra —Mutilaron salvajemente los cadáveres para que su visión inspirase terror al enemigo—; pero en toda la obra pone de manifiesto con arengas y diálogos memorables, como griego culto y hombre de letras que también era, la utilidad del uso de la razón y la palabra, armas tan adecuadas como el hierro y el bronce de las falanges hoplitas para resolver situaciones difíciles.

Y bueno, qué diablos. Hay momentos de la Anábasis que todavía me erizan la piel y me ponen un nudo en la garganta, igual que ese primer día. Ha vuelto a ocurrir hoy mismo, cuando para escribir estas líneas he hojeado la edición en griego de Konstantin Matthiä, que desde hace más de medio siglo tengo llena de subrayados y anotaciones, con mi primera traducción escrita con lápiz al margen: De pronto oyeron a los primeros soldados gritar «Talassa, talassa» porque veían el mar. Entonces todos empezaron a correr colina arriba, y cuando llegaron a la cima se abrazaban entre ellos, incluidos generales y capitanes, con lágrimas en los ojos.

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Publicado el 16 de febrero de 2025 en XL Semanal.

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Basurillas
Basurillas
9 ddís hace

Más admirable que de costumbre su relato en esta ocasión. He encontrado en él frases memorables llenas de sabiduría (“…alguien pregunta al capitán, que lleva un libro en el bolsillo, para qué sirve eso en una galera, a lo que él responde: «Para soportar días como éste»”; o “Lo mejor de leer libros antes de enfrentarte a la vida es que luego, cuando la vida llega, todo te suena de algo”). No sé si, don Arturo, habrá caído en la cuenta de que usted, con sus libros, puede producir en sus lectores el mismo efecto sentido y vital que la Anábasis produce en su caso cuando la lee y la rememora.
Yo desde luego recuerdo vívidamente aquellas ocasiones, a lo largo de más de un año, en que aquejado de una muy grave enfermedad hepática, debía acudir casi semanalmente a las urgencias del hospital para que me vaciaran unos cinco litros de líquido cada vez de mi abdomen, para poder seguir respirando y viviendo con pequeños atisbos de normalidad, proceso que duraba casi una mañana. Con el tiempo descubrí, ya bien conocido en el hospital por la frecuencia de mis visitas, que las enfermeras en urgencias me habían puesto el sobrenombre de “el paciente del ebook”, pues con ese lector de libros digitales acudía a las sesiones, utilizándolo mientras transcurría la tediosa labor de vaciamiento líquido.
Allí, don Arturo, leía y releía dos textos en especial, su libro “El asedio” que aún creo que es su obra más acabada, y el libro “El lector de Julio Verne” de Almudena Grandes (q.e.p.d.). Esos dos libros, por motivos que aún desconozco tenían efectos sanadores en mi espíritu y me llevaban a resistir dolores y padecimientos y disfrutar de la vida en lo que las circunstancias me permitían. Me sirvieron “Para soportar días como éste”. Mi deuda por ello con usted y con Almudena es infinita, e intento devolverla por aquí cada semana.

Javier
Javier
8 ddís hace
Responder a  Basurillas

“El Pciente del ebook”, sería un fenomenal título para un libro. Creo que con su comentario ha puesto usted un fenomenal broche al artículo del señor Pérez Reverte. Felicidades.
Saludos.

Basurillas
Basurillas
6 ddís hace
Responder a  Javier

Muchísimas gracias, don Javier, por su atento comentario. Algún año después me llegó el trasplante, gracias al cual, y a la solidaridad del donante -de todos los donantes y sus familias- puedo decir: leo luego vivo. Y también pude descubrir que escribir es otra forma algo más creativa de leer. Y ahí estamos.
Un abrazo.

Francisco Brun
8 ddís hace

Creo yo que los libros se pueden comparar a tablas que flotan en el océano y nos permiten subir a ellas sin ahogarnos.
Que fabulosa inversión han sido los libros; ellos nos permiten recrear situaciones de la vida, podemos ser parte de un ejército, un pirata, un rey, un vagabundo y también incursionar en las profundidades de los sentimientos humanos.
“Llegar al mar”, “llegar a casa”, sin morir en el intento, tal vez eso sea exactamente la lectura, la posibilidad de cruzar un río infestado de cocodrilos y superarlo otorgándonos el premio de la satisfacción por entender que lo hemos podido hacer.
Pienso que la vida es justamente eso, sortear un sin número de obstáculos y tentaciones, de decisiones y problemas que debemos adoptar y resolver, todos los días de nuestra vida.
Pero recordemos que lo más importante de la vida, no es llegar; lo importante es recorrerla gozando de ella; de ese equilibrio, exquisito y natural, que nos tocó en suerte.
Vivir es recorrer un camino, sabiendo que un día, el menos pensado, se terminará.

Cordial saludo

Aguijón
Aguijón
8 ddís hace

La retirada más fría

Preguntó un niño a su madre,
Exento pues de malicia:
-¿Sabía usted que Bob Marley
Veraneaba en Galicia?

La madre, sin inmutarse,
Le contestó con cariño:
-Cierto, solía alojarse
Concretamente en Porriño.

Hay retiradas que duelen,
Hay retiradas honrosas,
Hay retiradas que pueden
Convertirse en desastrosas.

Las hay también comprensibles,
A la par que inevitables,
Pero hay otras susceptibles
De que sean reprochables.

Recientemente asistimos
A una nueva retirada…
Sin el zumo… ya no hay primos,
Queda la gente tirada.

(La retirada que afirmo
No se sitúa en Ucrania,
Es la falta de humanismo
Que se pudo ver en “Patria”.

En Logroño despedimos
A la madre de “Pagaza”…
Entre todos impedimos
Que se muriera en su casa.)

Javier
Javier
8 ddís hace

Leer y luego enfrentarse a la vida, es un rasgo de inteligencia.
En el Conde de Monte Cristo, el Abate Faria, hombre docto y leído, instruye a Edmón Dantés, y sin salir de la celda de la prisión de If, solo escuchando el relato de las desgracias del marino, dice a este quienes, uno por uno, habían sido los que le habían llevado a presidio.
Don Alonso Quijano decide convertirse en Don Quijote de la Mancha tras devorar libros y libros de caballería.
Stefan Zweig decidió suicidarse tras leer en la prensa que en su Viena natal las autoridades habían decidido cortar el gas de determinados barrios, por el aumento personas que decidían suicidarse inhalándolo. Por supuesto los suicidas eran judíos, como el propio Zweig. Su conocimiento del mundo y del alma humana a través de los libros, quizá le llevaron a la desesperación, y al suicidio, a pesar de haberse él salvado de la barbarie por haber huido a tiempo hacia Brasil.
Leer no te hace mejor persona, en definitiva, pero leer te da unas pautas para saber diferenciar el trigo de la paja, el bien del mal, y saber cuando el cordero que te habla, en realidad es el lobo.
Saludos.

Última edición 8 ddís hace por Javier
Claudio
Claudio
7 ddís hace

“En tierras de ciegos, el tuerto es rey”. Hoy quien conserva el tesoro de la cultura, puede estar seguro que es una especie en extinción. Si comparamos el Libro con un Oasis en medio del desierto, quizás comprendamos la visión que cada vez mas cerca tenemos. Ojo. Del otro lado de las líneas enemigas, hay un grupo quizás tan culturizada como nuestra hueste…

Hace unos años, vi una película protagonizada por Kevin Costner, en la que el villano, quien había leído algún libro, utilizaba sus lecturas para subordinar a unos pocos… hoy dentro del ocaso de la razón, estamos ante algunos hijos de puta que aprovechan el sistemático proyecto de estupidizar a nuestros hijos para aprovecharse de los que queden.

Siempre claro Don Arturo. Gracias por ayudarnos a llegar al oasis.

quiensabe
quiensabe
7 ddís hace

Por si alguien la desconoce o la ha olvidado, recomiendo, si pueden, ver una peli titulada The Warriors -fue de las primeras, que yo recuerde,
en que se puso el título directamente en inglés-, en el que una banda neoyorquina atraviesa, de noche, los territorios ocupados por otras bandas, hasta llegar al suyo. Allí, frente al mar, uno se pregunta, de madrugada, con las primeras luces del día, ¿por esto hemos luchado? Amargura, desesperación y cansancio en su voz.

juan jacobo
5 ddís hace

Pérez Reberte, marino de afiición y reportero vocacional ha vivido lo que muy pocos y, lo más importante, ha asimilado cada una de las lecciones diarias que le dictaba la vida y, lo más mportante, sabe transmitirlo para que los demás saquemos sus enseñanzas de esa fuente desinteresada. Yo soy marino jubilado de profesión (Capitán de la Marina Mercante) y siempre me he interesado por sus relatos de mar porque, quizá, me identifique con alguno de ellos.

Última edición 5 ddís hace por juan jacobo
Gaby
Gaby
4 ddís hace

Impecable, como siempre!!

Basurillas
Basurillas
2 ddís hace

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Señor Ricarrob ¿dónde está usted?