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La sombra de las hienas

Es curioso cómo, en un mismo lugar y al mismo tiempo, puede observarse lo peor y lo mejor de la condición humana. Eso, a poco que nos fijemos, sucede en todas partes. Y si uno practica de vez en cuando el interesante ejercicio de dejar quieto el dedito y olvidar un rato la pantalla del teléfono móvil, alzando la vista para dirigir en torno una ojeada tranquila, la vida y la gente que la transita se muestran de nuevo reales, en carne y hueso. Dándole tal vez a quien observa lecciones que en este mundo absurdo en el que nos han metido como ratones en la ratonera —o nos metemos voluntarios, pues nadie te obliga a morder el queso— cada vez parecen quedar más lejos.

Me ocurrió el otro día. Estaba viendo con los hijos de unos amigos El rey león en el teatro Lope de Vega de Madrid, y en la fila de delante había una chica joven de edad extrañamente indefinida, entre los dieciséis y los veintipocos años. Había algo en ella que llamaba la atención. Llevaba gafas y media melena, y a la luz de las candilejas, o como se llame ahora lo que ilumina el escenario —confío en que se siga llamando así, porque candilejas es deliciosamente añejo—, yo podía ver su perfil, absorto en las aventuras del pequeño león protagonista. La chica estaba pendiente de las escenas de una manera ávida, con extrema atención, como si lo que allí ocurría no fuese un relato imaginado sino algo en lo que se sentía implicada. Como si ella misma estuviese ahí arriba.

Me fijé mejor. No soy experto en analizar conductas, pero me pareció la suya una inusual emotividad. Casi infantil, todo el rato. Términos como autismo, asperger o alguna clase de percepción del entorno diferente a la habitual me pasaron por la cabeza. No podría determinarlo, pues no llegué a ninguna conclusión final. Pero el comportamiento de aquella chica era singular. En las escenas más tenebrosas de la obra, cuando el malvado Scar hace de las suyas o cuando las sombras y siluetas de las hienas entenebrecen el escenario, ella se sobresaltaba y gemía «no, no, no» como si estuvieran a punto de arrancarle la vida. Sufría visiblemente, angustiada, y a veces se volvía hacia sus acompañantes —un hombre y una mujer de cabello gris, seguramente sus abuelos— como para refugiarse en ellos o rogarles que impidiesen la tragedia que se desarrollaba ante sus ojos.

En otras ocasiones, sin embargo, en las escenas felices o cómicas protagonizadas por Rafiki, Timón y Pumba, la chica se relajaba, desenvuelta, satisfecha. Reía y miraba alrededor como si invitase a cuantos la rodeábamos a compartir la felicidad que sentía. Lo hacía en voz alta con una risa espontánea y unos suspiros prolongados de alivio que sonaban felices, entrañables. Una risa tan inocente y conmovedora que te esponjaba el corazón.

Lamentablemente, la mayor parte de quienes ocupaban las butacas contiguas lo sentían de otra manera. Menudeaban los «chist, chist», los «vale ya» y los «a ver si nos callamos de una vez». Individuos de ambos sexos que durante toda la función habían estado sacando el móvil para incomodarnos con el resplandor de la pantalla dirigían a la chica miradas airadas cada vez que ésta gemía o reía. Algunos eran desagradables, hostiles, incluso. Y no faltaban quienes dirigían sus reproches a los acompañantes de la chica, cual si los hicieran responsables por no taparle la boca. Pensé que debía de ser un mal trago para los abuelos, llevar con toda ilusión a su nieta al teatro y encontrarse con la incomprensión y el malhumor de unos idiotas.

Había una excepción notable, encantadora. En mi fila de butacas, a mi derecha, una joven atractiva y un muchacho alto y bien parecido, sentados juntos, sonreían amables cuando oían reír a la chica extraña, y dirigían miradas reprobadoras a los gruñones aguafiestas que se quejaban de ella. Y al acabar la función, cuando tras los aplausos se encendieron las luces de sala, y los protestones volvieron a sus teléfonos móviles y se fueron con sus niños a hacer puñetas, y la chica, tras aplaudir con viveza feliz miraba a sus abuelos con los ojos empañados de lágrimas, la joven que había estado sentada a mi lado, puesta en pie e inclinada sobre los respaldos de las butacas, se acercó a la chica, diciéndole: «Es una obra estupenda, ¿verdad?… También a mí me ha gustado mucho». Y la abuela, que al verla dirigirse a su nieta se había puesto en guardia, temiendo tal vez alguna impertinencia, se quedó sorprendida y quieta, mirándola fijamente. Y después, poniéndole una mano sobre el brazo, murmuró un «gracias» emocionado.

Salí de aquel teatro con una sonrisa que aún no se desvanece del todo. Al fin y al cabo, pensé, el mundo es tal como nosotros lo hacemos.

_________________

Publicado el 27 de enero de 2023 en XL Semanal.

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Paula
Paula
1 año hace

«(…) Términos como autismo, asperger o alguna clase de percepción del entorno diferente a la habitual me pasaron por la cabeza.» – Lo que sucede es que, al no ser conocidas por la mayoría de la gente esos conceptos, muchos confunden la conducta de las personas con asperger o autismo… con impertinencia, con una educación en la que no ha habido límites ni se ha enseñado a comportarse debidamente en sociedad. – Esto me recuerda al personaje de Joaquin Phoenix en «Joker», que sufre de ataques de risa incontrolables (condición neurológica que realmente existe!) … y esto es malinterpretado por el entorno – la gente supone que Phoenix se burla de ellos, o los provoca intencionalmente. – La hostilidad -incluso el odio- tiene su origen en la ignorancia.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Voy a abrir más el objetivo. Para situaciones como ésta se inventaron los denostados privilegios (privi lege), la ‘ley privada’, para unos pocos. Al parecer, faltaron a la norma general, y de respeto elemental, de guardar silencio y no distraer el espectáculo, tanto la chica como los que sacaban el móvil. Ahora bien, la emotividad visiblemente involuntaria de la chica, a causa de lo que sea (desde el siglo de las Luces, todo son enfermedades y anomalías), merece el privilegio de tolerar el pequeño jolgorio, es decir, la infracción de la norma general. No merece el privilegio, que sepamos, el sacar el móvil sin necesidad. Digo sin necesidad, porque puede que quien lo sacara estuviera esperando las noticias del resultado de una operación de un pariente y hubiera acudido al teatro a distraer la preocupación. Pero como no es tan evidente como lo otro, no lo sabemos. El simpatizar con la chica me parece opcional. Imagínese que uno de los niños que hay allí tenga un déficit de atención importante y su padre lo lleve al teatro como parte del aprendizaje o tratamiento. Los ruidos de la chica, forzosamente, han de molestarle. Tengo un niño de un año que suele torpedear cualquier intento de sus hermanos de hacer sus deberes y suele destrozar las maravillosas construcciones con las que juegan. ¿Puedo censurar los gruñidos de los mayores y encerrar al pequeño en la cuna o, por el contrario, les censuro a ellos y aplaudo el regocijo destructor del pequeño? La realidad existe, otra cosa es que veamos todas sus caras. En los concursos de dialéctica medivales y en los procesos de canonización, el diablo tiene su abogado. Así debe ser.

El asunto de fondo es otro. Alguien con décadas de experiencia en la enseñanza decía que los padres generalmente miman a sus hijos en la primera edad, porque los tienen como unos monos que les divierten. Cuando crecen y empiezan a ser impertinentes, preguntones y respondones, dejan de divertirles y los mandan a un internado o dejan su educación a terceros, para visitarle ocasionalmente y pasar algunos ratos de divertimento, contados y de no mucho tiempo, como una sesión de teatro o un fin de semana en la nieve. ¿Para qué tienen hijos estas personas? ¿Por cumplir los votos que contrajeron ante el altar o por capricho desordenado? El que dice esto vivió en el siglo XIX, así que no es un defecto de nuestro tiempo, es un defecto del hombre mismo. Así es como va todo desordenado desde el principio.

jose Ignacio Mata
jose Ignacio Mata
1 año hace
Responder a  Josey Wales

¿ Es necesaria toda esa explicación para entender que había una niña que estaba disfrutando el espectáculo con ganas? Cuando usted era pequeño y veía una película » de vaqueros».. ¿ no aplaudía como loco cuando llegaba el Septimo de Caballería a rescatar a los colonos, encerrados en círculo de carretas para defenderse de los indios? ¿ Es tan dificil aceptar y disfrutar la felicidad de los demás?. Me solidarizo con su situación y empatizo con ella, pero creo que es emocionante ver que alguien disfruta de un espectáculo, con el que éste consigue su objetivo de lograr sentimientos. En algunas culturas, eructar en una comida es de buen gusto y muestra de que el plato está resultando delicioso.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  jose Ignacio Mata

En ningún momento he dicho lo que entiendo personalmente. He puesto algunos supuestos para analizar e intentar profundizar en un relato sospechosamente simple, emotivo y dividido entre buenos y malos. Personalmente, la situación, probablemente, me hubiera hecho reir, pero procuro no juzgar con primeras impresiones y no dejarme llevar por la emotividad, y menos aún por el relato de una persona que sabe modelarlo. Estamos rodeados de personas que constantemente acusan a los demás de malas intenciones. Cuando vas y escuchas al supuestamente mal intencionado, ves que la cosa cambia y había más que no te habían contado, más lo que habían exagerado o deformado… El viejo caso de la paja en el ojo ajeno.

Vanesa
Vanesa
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Yo suelo ponerme en el lugar del otro….es un defecto que tengo. Y casi siempre disculpo la actitud de los que reprochan o critican ciertos comportamientos de mi hija. Nadie tiene por qué saber que es autista. Pero llega un momento en que tanta empatía para con los demás agota, sobre todo, porque poca gente la tiene con mi hija. Por eso, emociona encontrarte con personas que comprenden y respetan la situación.
Ojalá todos pudiéramos disfrutar de la vida con la misma intensidad que ella la vive, y ver el mundo de la forma que ella lo ve y no de la forma en que la sociedad le OBLIGA a verlo.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Vanesa

Creo que entiendo lo que me dice. También creo entender la referencia a su hija. Yo hablaba de un planteamiento general, pero ya que descendemos a casos particulares, le voy a contar un poco del mío. Ayer pasé la mañana haciendo ejercicios de comprensión lectora y locución con mi hijo. Los ejercicios son áridos y le hicieron llorar, pero no nos rendimos y logramos el objetivo. Y así, todos los días en los que puedo estar con él. Podría sentir lástima por él y decirle: «Ríndete, no puedes», pero no, él puede avanzar, es más, necesita avanzar. No soy una señorita Rottenmeyer, tengo los ojos muy abiertos para saber cuando tengo que decir «basta por hoy, estamos un poco cansados», pero en la educación verdadera, la que nos prepara para la vida adulta y está destinada a desarrollar todas nuestras facultades, tengamos las limitaciones que tengamos, y todos las tenemos de uno u otro modo, hay que superarlas siempre que podamos. Si usted viera desde dónde empezamos y dónde estamos ahora, si usted viera su sonrisa al ver cómo supera dificultades como montañas, estoy seguro de que estaría usted de acuerdo conmigo. Todo son normas, para comer, para el uso del tiempo, para escribir, expresarse, las tablas de multiplicar… Sí, todo son normas que debemos respetar. El niño esté aprendiendo hace lo que pueda, se le mide de otra manera que merece toda la flexibilidad a la norma. Estoy hablando de la necesidad de las normas -y también de la necesidad de que haya excepciones-. Las normas no son barreras aunque lo parezcan, nos ayudan a crecer y convivir. La empatía es un don natural, no todos están dotados de empatía. No se puede pretender que todos tengan empatía y sonrían enternecidos, como tampoco se puede admitir una reacción airada contra una chica que no pretende molestar a nadie. Son conflictos que no rara vez tienen una solución satisfactoria y precisan de transacciones, de amables cesiones y serenidad, es decir, de sensatez y buenos modales.

Javier Torres Malcolm
Javier Torres Malcolm
1 año hace
Responder a  Josey Wales

¿¿¿Vivió en el sigloXIX??? Carallo…!!

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Nada puedo hacer frente a los problemas de comprensión lectora. Lo siento.

Ping
Ping
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Y a mí que me parece usted un poco amargado…. sonría un poco , por favor, pero desde dentro, con el corazón. Y bien por la chica entusiasta.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Ping

Supongamos que usted tiene razón y estoy amargado. Según usted, tengo una tara. Usted la está señalando, luego no la acepta, quiere imponerme una norma: sonreír. ¿Se da cuenta de que pide a otros lo que no hace usted? ¿Se imagina si yo empiezo a decir lo que me parece de usted, a hacer juicios sin conocerle y, juzgándole sin fundamento, le atribuyó algo que no tiene y le digo lo que tiene que hacer? Una persona educada jamás haría eso, sea o no empática. Las personas supuestame empáticas lo hacen constantemente. Que le vaya bien, empático.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Como siempre, sr. Wales, ha dado usted en el clavo. La obligación, hoy en día, de sonreir, de reirse, por todo y en cualquier lugar, hasta en un funeral. No hay seriedad. Y ahora, a la seriedad la llaman amargamiento. Risas, eternas y perpetuas risas, por todo, por nada. Sonrisas impostadas, obligadas, sardónicas; odio esas risas. Nuestra sociedad actual consiste en reirse de todo, desde el primer escaparate que es el gobierno, un gobierno de risa permanente (estos, por lo menos tienen motivo: se rien de todos nosotros, ¡hay que ver a la Pam como se rie!), hasta el último gato.

Y, esto, va al caso. Las hienas no paran de reirse en una risa desagradable, fatua. Por eso quizás nos caen tan antipàticas, a algunos. Al final, como don Arturo, sin pretender emularle, no sé si hablo de personas o de hienas. Tratándose del gobierno, no tengo duda de ello.

Había tiempos en los que aparecía Adolfo Suárez en tv, serio, compungido, incluso con ojeras. Hoy aparecen sonrientes, recién dada la sesión de rayos uva y recién inyectados de botox. Incluso se rien en pleno desastre volcánico.

Por eso añoro los tiempos pasados. Ser serio era un valor. Ser serio ahora, sr. Wales, no está de moda. Pero quedamos un reducto, espero que sea grande, que lo apreciamos.

Saludos.

Senevca
Senevca
1 año hace
Responder a  Josey Wales

No estoy de acuerdo con su argumento.Pese a esto, me parece de gran interés la profundización que ha hecho en el tema no solo basándose en lo aparentemente correcto.
Las leyes morales que conforman la idea de que el romper el silencio en actos públicos y demás situaciones es algo de mala educación se crean gracias a la razón ciertamente.No obstante cabría pensar que su argumento es totalmente correcto pero hay una importancia que usted a pasado por alto y es la de los sentimientos.La capacidad de reconocer y conmoverse por la situación en la que se encontraba don Arturo al ver el entusiasmo en la niña es algo esencial y de manera innata la persona capaz de apreciar ese pequeño detalle lo entenderá y no intentará romper esa ilusión de la que probablemente sentirá envidia por no poder sentirla.

Última edición 1 año hace por Senevca
Iraultza Dabidea
Iraultza Dabidea
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Comienzas con un objetivo ensanchasador
pero (cual miembro viril ante el frio) se reduce drásticamente en tu reflexion final,reduciendolo todo a un asunto de hombres …..dejando al margen ( por no tener ese problema o no tener el derecho a tenerlo…) a las mujeres .Como si de un asunto de prostata se tratase,.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Excelente lección de humanidad su artículo, don Arturo. Hay que tener las antenas de la sensibilidad siempre alerta. Para no perderse las cosas que de verdad importan. Y el móvil apagado y olvidado. Para eso los han fabricado, los móviles, digo, para apagarlos y olvidarlos y… maldecirlos.

Y, recordando otro artículo de Zenda de esta misma semana sobre el llanto, me ha hecho llorar, don Arturo. Por el relato en sí y por mis recuerdos de alguien que vivía el teatro y se sumergía en él y ya no está. Bendito teatro y benditos griegos. Y malditos teléfonos y malditos imbéciles. Ha sido usted muy suave esta vez con las puñetas.

El teatro es una maravilla, somos nosotros, es nuestra civilización Occidental. Pero también, no hay mejor teatro que la vida misma y observar cómo se desenvuelve cómo fluye, cómo nos enseña… si sabemos observar.

Gracias por su artículo. Saludos.

Juan Sanchez
Juan Sanchez
1 año hace

Joder,conmovedor.La naturaleza humana en todo su esplendor.Magistral, como siempre

Francisco Manuel
1 año hace

Excelente Don Arturo, magnífico

Isabel
1 año hace

No me hago a la idea de como eran los gemidos de la chica, pero entiendo que puedan molestar, al igual que molesta comer pipas o palomitas etc. No me atrevería a decir nada eso si, pero entiendo que en cualquier espectáculo apetece que la gente se comporte. No quiero ni pensar si todos hiciéramos lo mismo.

Julio
Julio
1 año hace
Responder a  Isabel

Sabiduría para comprender y diferenciar.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Isabel

La felicito por decir lo que piensa, ver más allá y, en este caso, decir algo diferente. Lo que dice el señor Pérez-Reverte queda muy bien y es comprensible, pero también puede ser comprensible lo contrario. Lo inaceptable es llamar hienas y atribuir maldad a los que también han pagado su entrada y tienen su derecho a disfrutar, tan inaceptable como sería faltar a la chica o sus abuelos. Vivimos en una sociedad con mentalidad de hooligan, que enseguida cierra los puños y señala buenos y malos, que aplaude y cancela, espoleada por políticos, influencers y opinadores. Las personas razonables, que aún quedan, saben distinguir. Enhorabuena.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Isabel

Gemir. Me fascinan las etimologías. Muchos sentidos tiene hoy la palabra. Pero aquí, hoy, no se trata de su sentido obsceno, el que solamente hay que materializar en privado. Prefiero el sentido de llevar una carga en el corazón. Y expresarla.

Dejemos que los seres sencillos, los angelicales, puedan expresar su carga en el corazón. Aunque moleste nuestro falso confort.

Julia
Julia
1 año hace

Me ocurre lo mismo que a usted. Cada vez que un individuo de la especie de la que formo parte – por no poder elegir otra – hace una buena acción, en cuanto a empatía para con los otros o por buen comportamiento, me sorprendo, debido a que no es lo común, lamentablemente.
Que alguien tan brillante e ilustre como usted esté pendiente de estos detalles de la vida cotidiana y mundana que nos rodea, me hace admirarle más si cabe, pues demuestra una vez más, la humildad de su condición humana y su gran ser interior, capaz de enternecerse por los pequeños detalles, que es lo que nos hace humanos. Toda mi admiración y un excelente y enriquecedor artículo, que como siempre me ha dejado un muy buen sabor de boca y me hace más agradable lo que me depare el día.

Última edición 1 año hace por Expectante
Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Julia

Don Arturo debía estar atento también a la obra. En la sala de butacas se reprodujo también la obra. Banzai, Ed y Shenzi estaban presentes en el patio de butacas, intentando atemorizar a Simba. La reputación de las hienas es deplorable y su idiosincrasia carroñera las hace estar a nivel de los políticos humanos aunque hay biólogos que las defienden. En la naturaleza tiene que haber de todo, como en la sociedad: hienas, serpientes, cucarachas, arañas, ratas… animalitos de Dios…

Luis
Luis
1 año hace

Así es: tal como nosotros lo hacemos. Oscuro y también luminoso gracias a esas personas capaces de producir destellos.
Como siempre, un placer y un privilegio «escucharle».

lily.espil@gmail.com
lily.espil@gmail.com
1 año hace

Hermosisimo…

Mónica Gómez
Mónica Gómez
1 año hace

Candilejas es ciertamente una palabra para guardar y no perder nunca.

Expectante
Expectante
1 año hace

Me ocurre lo mismo que a usted. Cada vez que un individuo de la especie de la que formo parte – por no poder elegir otra – hace una buena acción, en cuanto a empatía para con los otros o por buen comportamiento, me sorprendo, debido a que no es lo común, lamentablemente.
Que alguien tan brillante e ilustre que como usted esté pendiente de estos detalles de la vida cotidiana y mundana que nos rodea, me hace admirarle más si cabe, pues demuestra una vez más, la humildad de su condición humana y su gran ser interior, capaz de enternecerse por los pequeños detalles, que es lo que nos hace humanos. Toda mi admiración y un excelente y enriquecedor artículo, que como siempre me ha dejado un muy buen sabor de boca y me hace más agradable lo que me depare el día.

LUCIANA POCHINI
LUCIANA POCHINI
1 año hace

Mi madre siempre me dice, la gente es buena. A veces dudo al encontrarme con los “idiotas” de su relato, pero ella esta convencida de qué hay más gente comprensiva y dispuesta a dar una mano. Mi hermana menor es microcefalica, una discapacidad severa así que hemos pasado por situaciones similares a la de su relato. Como consuelo puedo afirmar que con el correr de los años las personas en general somos más comprensivas a lo diferente, quizás por corrección política creo yo. Pero a lo mejor eso de convivir con más comprensión y consideración para con el prójimo se nos convierta en costumbre porque tal como dice mi madre, en el fondo la gente es buena.

Biry Ceballos
1 año hace

Todos los días podemos ver la mirada morbosa, curiosa, de los adultos hacia niños diferentes …incluso preguntan a esos niños que es esa mancha en su carita ? o cualquier otra cosa. Gracias por este relato , siempre que se gane a alguien más para el bando de la empatía..

MJ Peña
MJ Peña
1 año hace

Preciosa descripción del momento. Sólo un gran observador puede darse cuenta de tanto detalle. Gracias por compartirlo, admirado Arturo.

Juan
Juan
1 año hace

pues a veces uno tendrá corazón de hiena, pero su cerebro humano domina y calla por prudencia aunque esté «harto» del que habla en un cine. Me viene a la mente una película que vi en un cine de la Gran Vía, podría ser «el paciente inglés» o «cowboys del Espacio» (la de Clint Eastwood). Unos jubilados atrás contándose la película en alto y haciendo payasadas. Sí soy muy malo, pero prefiero aguantarme.

Concha Ras
Concha Ras
1 año hace

Las personas diferentes son las que más nos pueden enseñar cosas, y aprender cosas es lo más reconfortante de la vida…

Mikel Bernabé
Mikel Bernabé
1 año hace

Es estupendo que aún me emocione por unas líneas escritas, a pesar de lo harto y aburrido que estoy de casi todo

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Mikel Bernabé

Puede haber muchos motivos paea ello. Pero puedes encontrar muchos otros para lo contrario, para la ilusión, la emoción… Abrir los ojos, lo de dentro, los del alma, para emocionarte con cualquier amanecer, con cualquier risa, con cualquier mirada, con una flor, con un pájaro, con una música, con una pintura o con unos labios. Y con la lectura. Las líneas escritas no solo por don Arturo, sino todas, las escritas a lo largo de siglos y siglos de emociones, de ilusiones, de vidas. Y tambièn ir al teatro… y observar y apagar el móvil, por supuesto.

Manuel Ortiz
1 año hace

Qué grato es siempre leer estos apuntes que calan hondo. Las lecturas de Pérez-Reverte son momentos de reflexión, sonrisas y entendimiento. Un saludo desde Coyoacán, México.

jose Ignacio Mata
jose Ignacio Mata
1 año hace

Recuerdo a mi hija mayor , cuando con unos 13 años lloraba viendo la ópera «La Traviata» y las penurias de su protagonista. Me ha conmovido su relato. Sólo las personas felices consigo mismas son capaces de disfrutar la felicidad de los demás. Desgraciadamente, en España, escasean las personas felices consigo mismas. Prima el resentimiento, la envidia, la frustración y el enfrentamiento «cainita» ( palabra que le he tomado a usted y que gusto usar por descriptiva).

Manuel
Manuel
1 año hace

Muy emotivo, me ha encantado. Y me reconcilia con el género humano la gente como la joven que se acerca al final a la chica.

Basurillas
Basurillas
1 año hace

El relato me ha recordado a una de mis películas favoritas: Matilda (no haré destripe alguno, veánla si aún no lo han hecho, aunque ya tenga sus añitos). Hay personas que son especialmente receptivas y saben descubrir, vivir y apreciar la magia de la vida (o del teatro que es la vida). Y otras, la gran mayoría, que ni se acercan al nivel mínimo de disfrutar la realidad y la magia que encierra. Esa mayoría, unos zopencos y unos berzas adiestrados, así como unos absolutos analfabetos empáticos, suelen además creerse con derecho a imponer sus estúpidas reglas, a intentar someter con sus protocolos a la gente de espíritu libre y alegre y, en definitiva, a intentar volver grises a las personas cuya luz les molesta por no poder asemejarse a ellas. Más allá de unas malditas e inútiles envidiosas, esa gente son, sobre todo, un agujero negro de infelicidad rutinaria.
Pero no todo el mundo es así; a esos benditos seres luminosos les cuesta, desde luego, vivir en una sociedad de normas inútiles, malvadas y rastreras sin mácula de imaginación, alegría y bondad. Pero al final, venciendo la sombría mediocridad, se convierten en Matildas y ya nada puede pararles. Y se quedan sólos o casi en el cine, disfrutando de verdad de la película y de cada momento de la vida. Es el alto precio que deben pagar por la excelencia. Y lo pagan muy dichosos y dichosas…

desheredado
desheredado
1 año hace

Yo, que soy muy poco de ir al cine y muy de Netflix y similares, reconozco que los espectáculos colectivos, pese a su incomodidad, tienen una virtud impagable: al compartir sensaciones con los demás, nos humanizan, nos hacen perfectamente conscientes del concepto «prójimo»; los demás seres humanos pasan a ser eso, humanos, no personajes de Twitter a los que dar leña al modo del mono de goma. No es en absoluto lo mismo reír (o sufrir, o llorar) solo que lo propio con doscientas (o quinientas, o mil) personas más. Si ahogamos esas expresiones de placer, de dolor, de miedo, de contrariedad o de temor que emiten los demás, estamos, simplemente, eliminando la verdadera -y para mí única- virtud del espectáculo colectivo. Para hacer callar a quien ríe, llora o se entusiasma con lo que ocurre en el escenario o en la pantalla, mejor en casa con el Netflix de las narices.

Fernando
Fernando
1 año hace

Creo que lo que escribe don Arturo,es fiel reflejo de la Sociedad en que vivimos.
El despretijiar al otro, el criticar y sobretodo el señalar al «diferente», se convierte en moneda corriente.
Evdentemente ,es un observador de la co ducta humana.
Aplaudo este relato,desde Uruguay,mi pequeño país, también le digo tristemente que no estamos ajenos a esto.
Gracias don Arturo por estar y decir la cosas.

Alicia
Alicia
1 año hace

Su articulo nos ha emocionado a mi marido, a mis hijos de 15 y 12 años y a mi, y no hemos podido evitar que las lágrimas asomarán a nuestros ojos. Una manera dulce y llena de ternura de relatar lo que vivimos con nuestro hijo de 8 años con autismo y una de las razones por las que no realizamos más actividades en familia: para no hacer pasar esos malos ratos a nuestros hijos mayores, que sufren estas situaciones y adoran a su hermano.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Siempre hay alguien a quien observar en las siguientes filas de butacas…

Siempre hay alguien que te observa en las filas de butacas anteriores…

Observar, ser observado…

Antonio
Antonio
1 año hace

Por primera vez,he notado otra manera de hacer,de contar o de imaginarse una situación, de forma que me ha interesado,pero no me ha conseguido alterar de algún modo.Es como si Míster Hide,simulara al dotor Jekill a voluntad.Lo cuál me lleva a la conclusión:de que su capacidad de conciencia, va muy bien aparejada con la coherencia que su persona es capaz de vislumbrar.Toda una pequeña,pero no decepcionante actitud,ya que aquí nos conocemos «un poco».
Realmente me ha seducido el artículo,entre otras cosas,por la forma de su peculiar narrativa.
Un cordial saludo.
Post:No vaya donde no toca.Su intelecto queda en entredicho.

Montserrat
Montserrat
1 año hace

Es todo más sencillo. Es estar abierto a las emociones al ver una obra de teatro, El Rey León. Reprimimos las emociones, cuando deberíamos dejarlas fluir, tanto las buenas, las risas, cómo las más sentidas, las lágrimas al ver cualquier espectáculo. Esa espectadora tuvo una experiencia inolvidable.

Basurillas
Basurillas
1 año hace
Responder a  Montserrat

Efectivamente. Es que esa es la verdadera esencia del teatro, tal y como los griegos la crearon o ensayaron: la Kátharsis

Julia
Julia
1 año hace

Desde luego que en este sitio el nivel de los comentarios es de calidad suprema, disfruto tanto con leerles a ustedes como al maestro Reverte. Se les debe haber contagiado la maestría y el arte del escritor que admiran, o mejor dicho, admiramos.
Mi especial mención a Basurillas, Ricarrob y Josey Wales, sin menospreciar al resto.
Me quito el sombrero ante ustedes, todo un placer leerles, de verdad.

basurillas
basurillas
1 año hace
Responder a  Julia

Muchísimas gracias por su mención, señora o señorita Julia

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Julia

Muchas gracias señora, muchas gracias por su galante comentario y su alabanza aunque sea inmerecida, por lo menos por mi parte. En su donaire al expresar su opinión demuestra usted también una prosa expresiva y delicada. Quedo a sus pies.

Antoni
Antoni
1 año hace

… Hoy, a las ocho y algo de la mañana, mientras conducía dirección a Girona, he visto revolotear un grupo de cigüeñas. Es raro donde vivo y aflojé la velocidad. Me han tocado el claxon y al ver que entorpecía el tráfico me he detenido al margen. Me entretuve cinco minutos en verlas reagruparse danzando en el aire.
Ya ni sabia como era una cigüeña.
Llegué tarde al trabajo, pero fui espectador de algo maravilloso que pasó inadvertido a los soñolientos y ajetreados conductores grises…
Pareciera que no tiene nada que ver con lo contado, pero sí… Está el espectáculo, con su propio guion y música, el embobado que lo contempla y también los idiotas, que nunca faltan…
Salut.

Última edición 1 año hace por Antoni
Ricarrob
Ricarrob
1 año hace
Responder a  Antoni

¡Por supuesto que tiene que ver! Observar, saber apreciar las pequeñas cosas de la vida, pararse a contemplar los amaneceres, los atardeceres, los pájaros, dejando pasar el tiempo, oir el susurro de las hojas movidas por el viento, tiene que ver con saber escuchar, observar, absorber los matices de la expresión de un rostro, de unas risas, de un llanto, de un gemido. Porque somos humanos, aunque a veces no lo parezca…

Pablo Cerecedo
Pablo Cerecedo
1 año hace

Con los ojos empañados en lágrimas he salido también de la función. ¡Gracias!

Daniel Esteban Pizzuto
Daniel Esteban Pizzuto
1 año hace

Por esas pequeñas cosas a veces creo que la humanidad tiene remedio , que cosa Don Aruto que con tan poco se pueda hacer feliz a otro en lugar de echar leña y bosta sobre los demás , siempre un placer leerlo. Gran saludo desde Buenos Aires, la otrora Reina del Plata

María Teresa
María Teresa
1 año hace

Aunque esté llena de corruptos, etc. sigue siendo la Reina del Plata: lo dijo Carlitos.

Encarnita
Encarnita
1 año hace

En general, señor Pérez Reverte el personal es insensible por no decir gilipollas. Muy poca gente se interesa por el diferente, a no ser que tengan algún familiar afectado de alguna deficiencia psíquica y no hablemos ya de enfermos mentales.
Dice mucho a su favor esa observancia y ese ánimo venevolente hacia alguien que a buen observador ,se muestra diferente al resto.Por algo es usted quien es.

Arturo Navarro
Arturo Navarro
1 año hace

Nuestras sociedades se han encargado de limitar nuestras expresiones expontáneas y naturales, que siendo niños todos teníamos.

Jose
Jose
1 año hace

Espero que lean este artículo los idiotas esos del teatro.

Francisco
Francisco
1 año hace

Dar para recibir, pero sin esperarlo. A modo de siembra a futuro, creo que es la que vá.
Saludos, Don Arturo, y gracias.

Nurietta
Nurietta
1 año hace

Algo parecido , pero más desagradable y violento ,actúe de testigo en un episodio en un autobús de la EMT. Intervino hasta la policía, y yo dando mi documentación para apoyar a una madre y la hija con problemas mentales. Los viajeros del bus ,quejándose porque por su culpa (la chica enferma y su madre) el bus estaba parado. Hay una falta de empatia y corazón que no me extraña que no halla más guerras. El conductor un impresentable y el resto de viajeros , basuras humanas.

Andarin
Andarin
1 año hace

Dice Don Arturo al comienzo de su relato, que en un mismo lugar y al mismo tiempo se puede observar lo mejor y lo peor de la condición humana. Opino lo mismo, nuestras apreciaciones y nuestros comportamientos dependen en gran parte del lugar donde nos encontremos, hasta del lugar físico mismo. Si Don Arturo y la empática chica no hubieran estado sentados justo detrás de esa niña, no habrían observado su comportamiento, oído y visto su cara antes de apagar las luces y no habrían podido comprender y justificar su comportamiento posterior, como seguramente les ocurrió a los que protestaron a distancia. Quizás colocados unos metros más allá la chica y Don Arturo también se habrían molestado exigiendo el debido silencio para disfrutar de la obra. Y tal vez los que protestaron, si hubieran visto previamente a la niña y se hubiesen percatado de su singularidad, habrían sido más empáticos y no habrían protestado. Por lo tanto no se encontraban en el mismo lugar y a veces unos metros conforman un abismo que te hace parecer una hiena o un ser bendito.