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¿Qué opina del auge de la extrema derecha?

¿Qué opina del auge de la extrema derecha?

Hay una gente que está encantada con el auge de la extrema derecha: son los periodistas culturales. Como leerse un libro de trescientas páginas y formular a su autor unas cuantas preguntas ocurrentes es muy laborioso, resulta tentador finiquitar la tarea recurriendo a la extrema derecha, que se ha convertido en el comodín de los periodistas culturales para no hacer su trabajo.

—Voy a entrevistar a Fulano X, que ha sacado una nueva novela.

—¿Y qué tal? ¿Es buena?

—Ah, no sé, yo voy a preguntarle por el auge de la extrema derecha.

De esta forma, la sección de cultura se convierte en un apéndice de la sección de política porque, por mucho que el autor intente llevar la conversación al terreno de la literatura, el titular de la entrevista siempre versará sobre lo que respondió a la pregunta mágica de la extrema derecha.

—¿Qué le parece el auge de la extrema derecha?

—¿Qué me va a parecer? Mal. Siguiente pregunta.

—¿Pero considera que el auge de la extrema derecha es un peligro para la democracia?

—Pues sí, eso parece. Next.

—Disculpe, pero solo para que les quede claro a los lectores: ¿de 0 a 10, cómo calificaría su preocupación por el auge de la extrema derecha?

—De 0 a 10, yo calificaría de 15 las ganas que me están entrando de hacerme de extrema derecha para partirte la cara, imbécil.

Siempre que leo una de estas entrevistas, que parecen todas salidas del mismo molde, siento lástima no tanto por el entrevistado como por el entrevistador, porque su pereza le ha hecho perderse una conversación que podría haber resultado fascinante. Una entrevista, cuando se hace bien, es una de las experiencias más intensas que puedes vivir con otra persona, pues el entrevistado es un desconocido al que tal vez no vuelvas a ver, pero que está dispuesto a abrirte su corazón durante una hora. Una entrevista es como el polvo de una noche. Es solo una noche, pero puede que la recuerdes el resto de tu vida.

"Para que el encuentro sea memorable, no puedes acudir a tu entrevistado con las mismas preguntas anodinas con que despachas a los demás"

Para que el encuentro sea memorable, no puedes acudir a tu entrevistado con las mismas preguntas anodinas con que despachas a los demás, sino que tiene que sentirse especial y creer que te importa. Al entrevistado hay que ponerlo mirando a Cuenca y hacerle pasar la tarde de su vida, y que al acabar la entrevista, con una gota de sudor en la frente, te mire a los ojos y te diga: “Devórame otra vez”. Para conseguir ese brillo en su mirada y esas ganas de ti, tienes que preguntarle por lo que le apasiona. Y lo que le apasiona es su maldita novela, no la extrema derecha.

Sé lo fabulosa que puede ser una cita de este tipo porque he tenido varias, aunque la mejor de todas siempre será la que tuve con el ganador del premio Goncourt Jean-Baptiste Andrea. Aquella entrevista, que se publicó en Zenda hace hoy exactamente un año, fue uno de los días más felices de mi vida.

—Joder, macho, pues vaya vida más triste tienes que tener para que una entrevista haya sido uno de tus días más felices.

—Más tristes son las vidas de los que nunca han entrevistado a Jean-Baptiste Andrea. Esas vidas para mí no las quiero.

Jean-Baptiste Andrea es un tipo del que jamás había oído hablar hasta que ganó el premio Goncourt en noviembre de 2023 con su novela Cuidar de ella. Un mes y medio después, en las vacaciones de navidad, la empecé sin muchas ganas, simplemente porque me había propuesto leer todas las obras que ganasen el Goncourt. No daba un duro por la novela, pero su lectura no tardó en despertarme un interés que se fue acrecentando con cada página y que me hizo acabar el libro completamente deslumbrado.

Contacté entonces con la editorial AdN, que era la encargada de publicar la novela en España, para solicitarles una entrevista en Zenda. Me contaron que Jean-Baptiste Andrea iba a acudir a la Feria del Libro de Madrid en junio de 2024 y que esta visita coincidiría con la salida de la versión española al mercado. Concerté la entrevista para esas fechas y, durante los cinco meses que siguieron, no dejé de pensar ni un solo día en ella. Era excitante pertenecer al reducido grupo de españoles que estaban al corriente del meteorito literario que se avecinaba, y me enorgullecía pensar que mi entrevista contribuiría a encontrarle lectores a esa novela tan extraordinaria.

"Allí me fui a ver a ese hombre del que no sabía nada, pero que me había embrujado con su novela"

En general, cuando voy a entrevistar a un autor, escudriño cada frase de su libro, pero procuro saber lo menos posible de él. Entro en YouTube para ver si hay algún vídeo suyo, pero tan solo lo dejo unos pocos segundos, para familiarizarme con su voz antes de nuestro encuentro. Busco también, en ese breve espacio de tiempo, confirmar dos cosas: que el autor tiene discurso, es decir, que no responde con monosílabos, y que es una persona educada. No quiero soberbios que tratan con desprecio al entrevistador.

Con Jean-Baptiste Andrea, sin embargo, hice una excepción. Ocho días antes de nuestra entrevista en Madrid, vino a presentar su libro al Instituto Francés de Lisboa (en cuyo club de lectura suelo participar) y allí me fui a ver a ese hombre del que no sabía nada, pero que me había embrujado con su novela.

Cuando llegó, me sentí fascinado por el aura que emanaba de él. Era como estar viendo a García Márquez en 1967, al poco de publicar Cien años de soledad, alguien que ha realizado una gesta literaria y cuya leyenda acaba de empezar.

La presentación del libro corrió a cargo de una periodista portuguesa que le fue haciendo preguntas a Jean-Baptiste a modo de entrevista. Fue un desastre absoluto. Las preguntas no solo carecían de interés, sino que además la periodista se empeñaba en repetirlas una y otra vez, como si la respuesta no le hubiera satisfecho y aspirase a que le dieran una diferente cada vez. A Jean-Baptiste se le notaba incómodo y se le traslucía el cansancio por tanto viaje y tanta entrevista coñazo —tiempo después me contaría que, desde que había ganado el Goncourt, dedicaba 25 días al mes a promocionar la novela—, y yo pensaba: “Aguanta, Jean-Baptiste, aguanta, que nos vamos a ver en Madrid”.

Al acabar, se abrió un turno de preguntas del público y se produjo un silencio porque nadie se había leído el libro. Como a quienes organizan estos actos les preocupa sobremanera que no haya preguntas, la responsable de la biblioteca intervino y dijo:

—En las reuniones del club de lectura, Celso nos ha hablado mucho de la novela y nos ha insistido para que la leyéramos, así que tal vez tenga ganas de hacer una pregunta.

Y me plantó el micrófono a traición.

Todo el mundo se giró hacía mí, expectante. Alguien se había leído Cuidar de ella e iba a preguntar algo. Atención.

Aquella jugada me pilló fuera de juego porque no tenía la menor intención de hacer ninguna pregunta. No quería quemar los temas que pensaba tratar con él en Madrid para que, llegado el momento, me respondiese con espontaneidad y no recordando una respuesta que ya me había dado. Y tampoco era cuestión de sacar el móvil a la vista de todos para grabar la respuesta.

"Jean-Baptiste, hastiado de la entrevista que le habían hecho, estaba en su cuarto de hora y buscaba a alguien que lo liberase de la monotonía"

Hay una escena, en el capítulo XVI de La Regenta, en que a Ana Ozores se le marchita el ánimo en un balcón, y de pronto se le aparece don Álvaro Mesía a lomos de un caballo. Por la forma en que Ana lo mira y le habla, don Álvaro comprende que ella está en lo que él denomina “el cuarto de hora”, ese instante en que una mujer está dispuesta a entregarse a un hombre sin condiciones, pero, para su desgracia, no puede subir a cobrarse la pieza porque no tiene dónde dejar el caballo, y le toca esperar otras trescientas páginas para apuntarse el tanto.

Así es como me sentí yo cuando me pasaron el micrófono. Jean-Baptiste, hastiado de la entrevista que le habían hecho, estaba en su cuarto de hora y buscaba a alguien que lo liberase de la monotonía y lo hiciese sentirse vivo. Ávido de emociones, se me ofrecía en los brazos y me insinuaba con la mirada: “Pregúntame lo que quieras, ladrón”. Yo, sin embargo, no estaba en condiciones de preguntarle nada, pero no tenía más remedio que decir algo. Al hablar, se me subieron los colores y un manojo de nervios se apoderó de mí. Aquel hombre, al que profesaba una honda devoción, me intimidaba hasta el tuétano.

—Yo solo quería decir que…

Tragué saliva.

—… quería decir…

Me temblaba la voz, me temblaban las manos y me temblaba el alma.

—… quería decir: “Gracias”. Gracias por haber escrito una novela tan maravillosa. Yo soy español y leí su novela en francés, y el problema que tenía es que no podía hablar de ella con casi nadie porque no se había traducido. Ahora tenemos la edición en portugués y dentro de unos días saldrá la edición en español, y se la voy a recomendar a todo el mundo. Y también quería decirle que…

Tomé aire.

—… que usted es…

Díselo, Celso, díselo.

—… que usted es mi escritor francés favorito.

Un suspiro colectivo recorrió la sala y fue a posarse a los pies de Jean-Baptiste, el cual parecía perplejo por esta última afirmación y tan solo acertó a responder:

—Gracias. Muchas gracias. La verdad es que no sé muy bien qué decir. Muchísimas gracias.

Supe por su expresión que se había conmovido sinceramente, y eso hizo que yo me conmoviera todavía más porque pensé: “Este tipo ha ganado el Goncourt, ha vendido más de 600.000 ejemplares en Francia, le estarán diciendo cada día lo estupenda que es su novela, y de repente se ha emocionado porque un don nadie le ha dicho tartamudeando que es su escritor francés favorito”.

Acabó el acto y Jean-Baptiste tuvo la gentileza de venir a preguntarme quién era yo y a qué me dedicaba. Le conté que una semana después nos veríamos en Madrid y me despedí de él porque varios asistentes reclamaban su atención. Entonces no lo supe, pero aquel día comenzó nuestra amistad.

"Tres malditas horazas (para un viaje que debía durar dos horas y veinte) en las que estuvimos a oscuras y sin aire acondicionado en el mes de junio"

A la mañana siguiente, viajé a Alicante para visitar a mi familia y celebrar el primer cumpleaños de mi sobrino, y de allí, días después, tomé el AVE a Madrid para entrevistar a Jean-Baptiste Andrea. Me compré un billete a una hora temprana para poder prepararlo todo con calma. Mi plan era llegar a Madrid, dejar la maleta en el hotel, afeitarme (para salir presentable en las fotos), comer en Casa Dani, imprimir el guion con las preguntas en una reprografía (había estado modificándolo la noche anterior) y acudir al pabellón Europa del Parque del Retiro, donde iba a tener lugar la entrevista. Quería llegar con tiempo de sobra porque era la primera vez que iba a contar con la colaboración de Jeosm y no sabía cuánto tiempo necesitaba para tomar las imágenes.

Ese era el plan. Pero como dijo Mike Tyson: “Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo”.

En este caso, todo iba según lo previsto hasta que, al llegar a Madrid, el tren penetró en un túnel y, a cinco minutos de Chamartín, tuvo un gatillazo. Se paró el tren, se apagaron las luces y nos quedamos a las puertas del cielo durante más de tres horas. Tres malditas horazas (para un viaje que debía durar dos horas y veinte) en las que estuvimos a oscuras y sin aire acondicionado en el mes de junio, y sin que en ningún momento nos informasen de qué demonios estaba ocurriendo. Supongo que en esas tres horas el ministro del ramo se dedicó a sus quehaceres, es decir, a insultar a la gente en Twitter.

Lo más frustrante del asunto era lo cerca que estábamos de nuestro destino, el saber que habríamos tardado menos en llegar a pie a Chamartín que todo el tiempo que llevábamos esperando. Ese mismo cálculo debió de hacer uno de los pasajeros, que se puso la mochila y nos anunció, como si fuese Harrison Ford en El fugitivo:

—Tengo un vuelo a Tanzania y ni de coña lo voy a perder. Ahí os quedáis.

Acto seguido, forzó la salida de emergencia y se fue por las vías. Esto disparó la alarma y tiempo después aparecieron varios guardias con linternas tratando de interceptarlo. La situación empezaba a desmadrarse.

"Abro paréntesis. Esta es la cuarta vez que uso en Zenda la palabra parraque, que no está aceptada por la RAE"

Yo no dejaba de mirar el reloj, cada vez con más inquietud. Una cosa estaba clara: aunque lograse llegar a la entrevista (lo cual estaba por ver), ya no me iba a dar tiempo a comer en Madrid. De hecho, estaba empezando a tener hambre, y recordé con pesar que mi madre me había ofrecido unas empanadillas de tomate y huevo, y que yo las había rechazado porque “el viaje es muy corto y tengo tiempo de sobra para comer en Madrid”. Cómo me arrepentí de mi decisión y qué bien me habrían venido en ese instante aquellas empanadillas. Que esto os sirva de ejemplo: nunca rechacéis las empanadillas que os den vuestras madres. Y menos aún si son de tomate y huevo.

Me levanté de mi asiento y me dirigí a la cafetería con la intención de comprar unos frutos secos, para no presentarme ante Jean-Baptiste con el estómago vacío y que me diese un parraque en plena entrevista.

Abro paréntesis. Esta es la cuarta vez que uso en Zenda la palabra parraque, que no está aceptada por la RAE. Lo hago para que algún académico pueda esgrimir estos textos del insigne escritor Celso Varela como ejemplos de uso que avalen su incorporación al diccionario. Cierro paréntesis.

Al llegar a la cafetería, me topé con un ambiente de jolgorio impropio de la situación en la que nos encontrábamos. Unos valencianos cincuentones se habían montado una fiesta que parecía una despedida de soltero. Habían arrasado con el alcohol y con toda la comida (adiós mis frutos secos) y bailaban, se abrazaban y se hacían selfis con la camarera. Solo faltaba una stripper con gorra de policía. “Esto es España”, pensé. Porque he podido comprobar, a lo largo de muchos años, que los españoles tienen un modo peculiar de enfrentarse a la adversidad. Siempre que en los aeropuertos o en las estaciones se produce un contratiempo, los pasajeros de todas las nacionalidades (especialmente si son franceses) empiezan a quejarse y a cabrearse, pero los españoles, a los cinco minutos, ya están riéndose de su mala estrella. Ser español es tomárselo todo a chacota.

"Cuando ya daba por hecho que habría que cancelar la entrevista, se encendieron las luces y el tren se puso en marcha. ¡Aleluya!"

Como prueba de ello, el mes pasado se produjo un robo de cobre que provocó un parón en varios trenes durante numerosas horas. En uno de ellos iban Los Morancos y circuló en redes el vídeo de César Cadaval improvisando una canción (Ahí se nos quedó paraaaao. Llegaba a las diez y media, pero nos hemos equivocao. ¿A qué hora vamos a llegaaaar? Que nos los diga la RENFE. Ellos sí que lo sabrán. Ay, qué a gusto estoy con mis amigoooos) mientras los demás pasajeros tocaban la guitarra, daban palmas y proferían olés. España, ya os digo.

Volví, pues, a mi vagón sin un mísero cacahuete que llevarme a la boca y me senté a esperar con resignación. Cuando ya daba por hecho que habría que cancelar la entrevista, se encendieron las luces y el tren se puso en marcha. ¡Aleluya! A los cinco minutos llegamos a Chamartín (tres horas me tuvisteis parado para cinco minutos, cabrones) y salí cagando leches en dirección al metro, que me llevó a Gran Vía. De allí fui corriendo al hotel. Tenía que afeitarme e irme pitando al Retiro, pero me faltaba una cosa: imprimir las preguntas de la entrevista.

Al hacer el check-in, observé que el recepcionista, que era argentino, tenía un ordenador con impresora, así que le mostré un pendrive y le dije:

—Necesito imprimir un documento. Son 4 páginas. Te pago lo que sea.

Adiviné por su expresión que me iba a poner algún reparo, pero, antes de que pudiera hacerlo, le solté:

—Soy periodista.

Se lo dije con la misma contundencia con que en las películas americanas alguien derriba una puerta de una patada y grita: “¡FBI!”. Era la primera vez que decía esa frase y me sorprendió el efecto que causaba, porque el tipo tomó el pendrive e imprimió el documento sin rechistar. Le tendí entonces un billete de 5 euros, pero lo rechazó con una frase insospechada:

—Yo también soy periodista —dijo.

Hubo un instante de reconocimiento entre dos pobres hombres: uno que jugaba a ser periodista y otro que sin duda lamentaba no poder serlo a tiempo completo. Me emocioné y me entraron ganas de darle un abrazo, pero no se lo di porque la suerte del periodismo literario español estaba en mis manos y no había tiempo que perder.

Entré en mi cuarto y abrí el grifo para afeitarme, pero, por mucho que esperaba, no salía el agua caliente. Regresé a la recepción y se lo dije al argentino, y él, impávido, me respondió:

—No nos funciona el agua caliente.

Ahí se me quitaron las ganas de darle un abrazo. Me entraron más bien ganas de darle un puñetazo. Pero tampoco se lo di porque el periodismo literario español seguía estando en mis manos y no había tiempo que perder. Volví a mi cuarto y me dispuse a afeitarme con agua fría, lo cual aumentaba el riesgo de cortarme. Los nervios, además, hacían que me temblara la mano. Respiré hondo e intenté tranquilizarme, que no era plan hacer la entrevista sangrando de un tajo en la mejilla.

"Rebusqué con cuidado en la maleta y ahí estaba, bien oculta entre varias prendas, la bomba de fabricación casera que había ido a detonar a Madrid"

Mientras me afeitaba, recibí un mensaje de Alberto Gómez Vaquero, el director de comunicación de la editorial, que decía: La feria está cerrada por alerta de calor. Estamos haciendo las entrevistas en el Hotel Meninas. ¿Puedes venir? Lo que faltaba. Le escribí a mi vez a toda prisa a Jeosm: Cambio de planes. Hay que ir al Hotel Meninas. ¿Te dará tiempo a llegar? Jeosm me respondió al instante: Vaya tela. Allí nos vemos.

Acabé de afeitarme (bastante mal, por cierto), me puse una camisa limpia, me perfumé con Bleu de Chanel y preparé una bolsa con todo lo que necesitaba: la grabadora, un par de bolígrafos, los folios que me había impreso el argentino y mi ejemplar en francés de Cuidar de ella. Solo faltaba lo más importante: la bomba.

Rebusqué con cuidado en la maleta y ahí estaba, bien oculta entre varias prendas, la bomba de fabricación casera que había ido a detonar a Madrid. No me preguntéis cómo pasé el control de seguridad de Renfe porque no os lo pienso decir.

Tomé la bomba y la examiné con inquietud. Había estado preparándola a conciencia durante meses, pero no era posible hacer ninguna prueba para comprobar su efectividad. Me la iba a jugar a cara o cruz en el momento de lanzarla.

—O me convierto en leyenda del periodismo —pensé— o la bomba me explota en las manos y la entrevista se va al carajo.

Deposité la bomba en el interior de la bolsa y me fui al Hotel Meninas. En la recepción, me estaba esperando Alberto Gómez Vaquero junto con una mujer.

—Es la intérprete —me dijo.

Ahí tuve que ponerme serio:

—No necesito ninguna intérprete.

¿Qué se pensaban? ¿Que iba a permitir que alguien se interpusiera entre Jean-Baptiste y yo? Esa entrevista la iba a hacer sin intermediarios. A pelo.

"Fue entonces cuando me percaté de que el otro entrevistador no tenía fotógrafo, mientras que yo sí (y no uno cualquiera, sino el mejor retratista de España)"

Junto al vestíbulo había una sala acristalada en cuyo interior pude ver a Jean-Baptiste Andrea conversando con un periodista. Era la primera entrevista que le hacían en España. La mía sería la segunda, y me complacía que así fuera. Decía Oscar Wilde que los hombres aspiran a ser el primer amor de una mujer, pero que las mujeres son más sutiles y aspiran a ser el último amor de un hombre. Yo, cuando voy a entrevistar a alguien, no quiero ser ni el primero ni el último; quiero ser siempre el segundo. De este modo, el escritor todavía está fresco, pero ya ha tenido un primer encuentro que le sirva de comparación con el mío. Y después le quedan otras entrevistas en las que poder echarme de menos.

Mientras esperaba mi turno, llegó Jeosm. Era la segunda vez que lo veía (la primera había sido en la fiesta de Zenda dos semanas atrás), pero ya le había cogido cariño como si lo conociera de siempre. Fue entonces cuando me percaté de que el otro entrevistador no tenía fotógrafo, mientras que yo sí (y no uno cualquiera, sino el mejor retratista de España). A lo mejor un poco periodista sí que era.

Jeosm examinó el lugar como un general frente al campo de batalla. Había en el vestíbulo una mesa enorme de madera y decidimos que haríamos la entrevista allí, a la vista de todos, en vez de en la sala acristalada.

Mientras Jeosm preparaba el equipo, se abrió la puerta de la sala. Salió en primer lugar el periodista, con el que intercambié una mirada y ninguna palabra. Automáticamente lo consideré mi enemigo, y la próxima vez que me lo cruce en Madrid lo retaré a un duelo al amanecer en el parque del Oeste. Después salió Jean-Baptiste, mi Jean-Baptiste, que me reconoció de nuestro anterior encuentro y me saludó con cordialidad. Lo dejé con Jeosm para que le hiciera algunas fotos en primer plano y me fui a ocupar mi lugar en la mesa. Saqué todo lo que llevaba en la bolsa excepto la bomba, que dejé camuflada en una silla junto a la mía.

A los pocos minutos, Jean-Baptiste se sentó frente a mí y me dijo:

—Cuando quieras.

Ahí pensé: “Ha llegado el momento de la verdad. Maldita sea, no vayas a cagarla”.

Tenía una primera pregunta que hacerle, pero había dudado hasta entonces si formularla al principio de todo o esperar a que la charla estuviera más avanzada para poder calibrar cómo empitonaba. Y fue en ese preciso instante cuando tomé la decisión: “Ni calentamiento ni hostias. Voy a empezar a portagayola”.

—¿Eres consciente de que has escrito una obra maestra?

Jean-Baptiste acogió la pregunta con una risa franca, cálida, celebradora, y supe que habíamos comenzado con buen pie. Lo que siguió entonces fue una conversación que detuvo el tiempo durante una hora. Si durante esa hora pasó alguien por el vestíbulo en el que nos encontrábamos, no me di cuenta porque estaba por completo embebido en las palabras de Jean-Baptiste. Ni siquiera me enteré de en qué momento se fue Jeosm.

"Esperé a que el humo se disipara para ver si Jean-Baptiste permanecía sentado frente a mí o si me había mandado a tomar por saco y me aguardaba su silla vacía"

Lo único que impidió que me olvidara de todo fue la conciencia de que tenía que lanzar la bomba. Fui para ello preparando cautelosamente el terreno y, cuando juzgué llegado el momento, saqué por debajo de la mesa la bomba de la bolsa y contuve la respiración. “Coronarse o morir”, pensé. Después le arranqué la anilla e inicié mentalmente la cuenta atrás: “Tres… dos… uno… ¡AHORA!”.

—Hay una pregunta que quiero hacerte desde hace meses. Anoche me terminé tu segunda novela, que era la única que me quedaba por leer, y ya dispongo de todos los elementos para poder hacértela. He descubierto que, en tus cuatro novelas, las mujeres de las que se enamoran los protagonistas tienen todas una misma característica, y es que tienen los pechos muy pequeños. ¿Esta preferencia de los protagonistas refleja una obsesión del autor?

¡¡¡¡BUUUUUUUMMMMMMMMM!!!!

Esperé a que el humo se disipara para ver si Jean-Baptiste permanecía sentado frente a mí o si me había mandado a tomar por saco y me aguardaba su silla vacía. Por fortuna, de las múltiples reacciones posibles, Jean-Baptiste no solo tuvo la mejor de todas, sino también la única que yo no había sido capaz de predecir. Lo que sucedió entonces ya forma parte de la historia del periodismo literario.

Fue algo tan mágico, tan extraordinario, que me invadió una honda emoción, y mi felicidad fue total cuando, poco después, Jean-Baptiste se giró hacia Alberto Gómez Vaquero y la intérprete (que se había quedado de espectadora) y les dijo:

—Esta es la mejor entrevista que me han hecho en mi vida.

Ahí comprendí que todos los esfuerzos por cumplir mi plan habían valido la pena. ¿O acaso creéis que hice todo lo que hice —estar a punto de morir de inanición en un túnel de Chamartín, abrirme paso a machetazos por la jungla de Madrid y arriesgarme a desfigurarme el rostro con una cuchilla— solo para preguntarle a Jean-Baptiste Andrea qué opinaba del auge de la extrema derecha? No, joder. Si vas a jugarte la vida, que sea por unas tetas, no por la extrema derecha.

Cuando acabamos, me sentía tan pletórico que a punto estuve de tirarme al suelo y ponerme a llorar como Rafa Nadal tras conquistar un título de Roland Garros. Me contuve, no obstante, y, antes de despedirme, le tendí a Jean-Baptiste mi ejemplar en francés de Cuidar de ella para que me lo firmara. Al hacerlo, me hizo notar la forma en que había escrito su nombre:

—Así es como firmo los libros de la gente a la que quiero.

Puso también en una esquina su correo electrónico y me dijo:

—Escríbeme. Quiero recibir noticias tuyas.

Le di un abrazo y supe que recordaría aquel encuentro toda mi vida. Al salir, me crucé con un periodista que aguardaba su turno. “Buena suerte”, pensé.

No me apetecía volver al hotel, así que me dirigí a la Feria del Libro, que ya había reabierto al público. Tan solo quería caminar para desfogarme, por lo que no tenía intención de detenerme en ninguna caseta. De todas formas, tampoco habría podido hacerlo porque, nada más llegar, el calor que había obligado a cerrar la Feria horas antes devino en una tormenta repentina. Se opacó el cielo y cayó un chaparrón de dimensiones bíblicas. Las casetas se apresuraron a cerrar y los visitantes corrieron para ponerse a resguardo.

Quedó la Feria desierta y por ella caminaba yo, ajeno al temporal. Estaba ensopado hasta las trancas, pero me daba igual. Y a la mañana siguiente tenía que tomar un avión para visitar a mi novia, y no iba a ser un viaje fácil porque la relación se estaba yendo por el sumidero, pero no me importó porque Jean-Baptiste Andrea me había dicho que la mía era la mejor entrevista que le habían hecho en su vida.

25 DÍAS DE PROMOCIÓN AL MES

LA MEJOR

DE SU VIDA

Una dicha profunda me habitaba por entero. “Esto —pensé— es lo que se pierden los que se pasan la vida preguntando a los escritores qué opinan del auge de la extrema derecha”.

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Goyo Galache
5 meses hace

Me ha encantado la entrevista y el artículo. Me he reído con tú bomba. Tú lectura me ha hecho vivir un escritura excelsa. Gracias por este maravilloso artículo.

Hernan
5 meses hace

Me encantó este relato. Voy a leer la entrevista. Me dejaste la vara muy alta.
Voy con la idea de leer la mejor entrevista a un autor que no conozco pero parece que es fenomenal.
Un abrazo desde Argentina.