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Recuerdos como perros perdidos

Recuerdos como perros perdidos

Cuando en 1994 apareció en las librerías españolas Escenas de cine mudo, la tercera novela de su autor, tras sus dos portentosos relatos Luna de lobos (1985) y La lluvia amarilla (1988), el ya amplio público lector del leonés Julio Llamazares, y buena parte de la crítica, no llegó a entender del todo el espíritu de esas páginas. Entre otras cosas, porque estamos poco acostumbrados a los géneros híbridos, a esa mezcla entre poesía y narrativa que con tanta habilidad viene manejando Llamazares desde sus primeros tiempos como escritor. Escenas de cine mudo fue, me temo, un libro mal entendido en su nacimiento y por esa y otras razones era necesaria, como el comer, la elaboración de una suculenta edición crítica con la bibliografía adecuada, con las notas precisas y con un prólogo amplio y bien documentado, casi tan amplio como la propia novela, a cargo de una especialista como Carmen Valcárcel.

Escenas de cine mudo es una novela de esas que pueden ser calificadas “de autor”. Un libro que no responde, en absoluto, a los mandatos del mercado ni a los caprichos de los editores, ni al antojo de los lectores, sino, únicamente, a la voluntad de un novelista que decide dar rienda suelta a sus fantasmas. Y que, para ello, pone el listón bien alto, regalándonos no un producto de lectura fácil, sino una auténtica memoria personal que nace del sentimiento, de la extremada sensibilidad, de su cercanía con la poesía, de esos recuerdos que van aflorando a lo largo de nuestra existencia y que quedan plasmados en el mínimo espacio de una fotografía que cobra más realidad que la realidad misma conforme van pasando los años.

"Quizá no había necesidad de volver a presentar a un escritor que ya forma parte de todas las historias de la narrativa española del siglo XX, pero el criterio que adopta la autora de la presente edición me parece el más correcto"

Están, hay que decirlo cuanto antes, todas las claves que Llamazares había puesto sobre la mesa con sus dos primeras novelas: su conocida geografía física y sentimental, la nieve, como símbolo de la muerte y la eternidad (la dedicatoria, “a mi madre, que ya es nieve”, ya vale por sí misma por todo un libro), el padre maestro, la lluvia helada, el agua, el río que nos lleva, la guerra, el frío feroz e inmisericorde, con esa luz azul que desprende, los recuerdos, que son como perros perdidos, los hombres del monte, los maquis, las tardes muertas y amarillas —¡ay, el color amarillo de las novelas de Llamazares!—, el ambiente cerrado y claustrofóbico y la fotografía enfrentada a la pintura: esas fotografías que son como estrellas, puesto que “siguen bailando durante años aunque haga siglos que ya se han muerto”.

Quizá no había necesidad de volver a presentar a un escritor que ya forma parte de todas las historias de la narrativa española del siglo XX, que está muy bien considerado fuera de nuestro país, pero el criterio que adopta la autora de la presente edición me parece el más correcto. No se ahorra el más mínimo detalle y adjunta, a lo ya sabido, otros datos de reciente adquisición que son precisos para entender mucho mejor el mensaje del escritor nacido en el desaparecido pueblo de Vegamián. A ello hay que añadir el acierto de incorporar un buen puñado de fotografías que, a estas alturas, ya resultan míticas, como los pabellones mineros de Olleros durante la década de los sesenta, o la nostálgica fotografía en la que podemos observar al maestro de Olleros, don Nemesio Alonso, padre de Julio, rodeado de sus discípulos, muchos de ellos con la cabeza rapada, para evitar o combatir los piojos, y con sus ropas modestas de marca indefinida. Las instantáneas, añadidas a un libro en el que la fotografía es el eje fundamental del discurso narrativo, contextualizan, aún más si cabe, la obra, lo que siempre es de agradecer por parte del lector.

"Escenas de cine mudo, tras una detenida lectura y un exhaustivo análisis, sin las prisas del mundo moderno, es uno de los textos más arriesgados y originales del autor"

Valcárcel insiste en la indudable cohesión de la obra, que puede ser uno de los elementos más polémicos y controvertidos de un libro un tanto singular que tiene pocos precedentes en la narrativa española contemporánea. Y añade que tal cohesión “responde al hecho de que toda ella se vertebra en torno a una serie de motivos, símbolos, tipos y paisajes recurrentes, obsesivos en cierta manera para el escritor”. Entre esos rasgos inherentes cita la reivindicación del mundo natural, la particular mirada del paisaje, la presencia de la nieve como símbolo de lo efímero y de la muerte, el paso del tiempo, etc.

Estoy en completo acuerdo en que Escenas de cine mudo, tras una detenida lectura —¿de qué otro modo se puede abordar un libro de estas características?— y un exhaustivo análisis, sin las prisas del mundo moderno, es uno de los textos más arriesgados y originales del autor. Incluso, añadiría yo, de la literatura española de las últimas décadas. Una novela, en fin, como ratifica Carmen Valcárcel, “que escapa a los académicos cánones genéricos (…) Un texto fronterizo o híbrido entre lo autobiográfico y lo novelesco”. Así de claro.

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Autor: Julio Llamazares. Edición: Carmen Valcárcel. Título: Escenas de cine mudo. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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