En De una edad tal vez nunca vivida, libro publicado en 2025 en Madrid por Ediciones Cátedra, en edición y estudio preliminar de José María Fernández Vázquez y Consuelo Triviño Anzola, se refiere Jorge Urrutia a su contenido designándolo como “memorias”. Y enseguida añade que lo más importante en sus páginas son “los protagonistas que contemplo y los retazos del ambiente en que me hice” (página 234). En la obra se otorgan distintos papeles protagónicos, en efecto, a determinadas personas, devenidos personajes por la escritura, muchos sin relumbrón alguno, pero todos muy significativos para el autor y por razones distintas, tanto los del mundo literario como los que no pertenecen a él. También se da sensible protagonismo a determinados contextos, lugares geográficos y hasta a objetos mínimos de la realidad cotidiana más ordinaria, adquiriendo estos últimos en diferentes oportunidades un significado poderoso para el narrante. Con todo, el grado más alto de protagonismo lo adquiere la presencia intermitente del símbolo del agua, el cual, y valga la expresión, empapa de sentido el libro desde el principio hasta su término.
Hijo de Leopoldo Urrutia Luis, conocido en el campo de las letras con el seudónimo Leopoldo de Luis, basado en su propio nombre y con el que firmaba como poeta y estudioso, la figura paterna había sido evocada con anterioridad por Jorge Urrutia en distintos poemas, y vuelve a ser evocada poéticamente en De una edad tal vez nunca vivida desde una contención serena que en su virtud congenia con la manera de ser de alguien tan primordial para él. Y fue y es primordial porque su semblanza esbozada contribuye a iluminar trazos y perfiles de la idiosincrasia del autor, quien a un tiempo textualiza un entrañable y muy ajustado retrato de su padre desde tan máxima cercanía. Esos retazos textuales alcanzan su culminación en el texto “De puntillas”, donde se nos confirma la imagen que proyectó Leopoldo Urrutia Luis de persona modesta, abnegada, abierta y muy generosa con los demás, ofreciéndoles siempre su talento, su saber, su ayuda y su tiempo personal, lo que supuso en mi sentir que fuese uno de los autores de conducta más admirable que ha habido en la variopinta institución literaria española de la segunda mitad del siglo XX.
Junto a él, su hijo sintió de niño su protección tan confiable, una protección que es representada por la mano que guiaba entonces sus pasos, pero que asimismo reviste carácter simbólico, significando la perduración de un norte de conducta: “Mi padre fue una mano que busco en cada aurora” (175). Mientras iba creciendo fue el progenitor quien ejemplificó la importante función de la lectura en la vida, y orientó sus inicios intelectuales. Después fue su consejero y confidente más seguro a la hora de deslindar las interpretaciones de tantas cosas de distinta índole, complejidad y calado como se le fueron presentando y aconteciendo. Pero ya desde el principio y para siempre sería Leopoldo para Jorge el espejo en el que iba a mirarse para reconocer inequívocos valores de fuste. Ese espejo simultáneamente ejemplificaba y apuntaba comportamientos éticos a prueba de coherencia. La última de sus lecciones se revive en el texto “Los cuadernos”, recordando que le pidió a su esposa Maruja que le ayudase a hacerle comprender a su hijo “que tras nosotros se corre un telón infinito de olvido y de memoria” (256).
Escribir cualquier suerte de libros de memorias no es tan hacedero como más de uno puede creerse ilusoriamente, sino que, muy al contrario, resulta bien problemático para escritores con lúcida conciencia de serlo, y a los que no les satisface sin más la exposición narrativa de los hechos evocados, aunque los vaya alterando en distinto grado, siquiera porque no cabe otra opción desde el momento que se intentan trasladar a la escritura. Es de sobra sabido que en ese subgénero lo relatado no suele ajustarse en tantas ocasiones a lo que de veras sucedió, desviándose el narrador de realidades varias fidedignas en virtud de su derecho a reficcionalizarlas al escribirlas, o bien a prescindir de no pocas de ellas. Esa marginación sería otra forma de recuerdo, pero con derecho al olvido, como decía en verso en su Martín Fierro el argentino José Hernández en un pasaje de su obra máxima que en De una edad tal vez nunca vivida se recoge nada más finalizar el libro, y que arroja una luz indirecta y retroactiva sobre alguna vertiente del mismo: “sepan que olvidar lo malo / también es tener memoria” (259).
Aun dándose por supuesto el “pacto narrativo” con los lectores que implica el acuerdo de lectura con ellos, implícito o explicitado, un pacto que como filólogo ha sido proclive a advertir e incluso a estudiar Jorge Urrutia en distintas obras literarias, quizá a esa entente podría hacer alusión el título De una edad tal vez nunca vivida, donde se pone en duda no tanto la edad, que es sobre todo la de la infancia, como lo que se vivió realmente en esos años decisivos, algunos de cuyos recuerdos han sido seleccionados precisamente porque ayudan a entender al singular escritor en que llegaría a convertirse aquel niño madrileño. Escolarizado en la posguerra en un barrio obrero de la capital de España, se fue haciendo adulto en un hogar con tantos referentes literarios cotidianos, y algunos de carácter plástico, y subía en las vacaciones escolares veraniegas al tren del Sur que iba a llevarle a la serranía gaditana, con destino final en el pueblo natal de su madre, Jimena de la Frontera.
A tenor de la ficcionalización que impregna De una edad tal vez nunca vivida, Jorge Urrutia involucra en sus textos diversas estrategias que remarcan componentes fictivos en una obra que se basa obviamente en recuerdos propios, pero también de otras personas y relativos a la guerra civil, varios evocados por su madre en sendos capítulos. Pero ha de ponerse el debido énfasis en que el libro es ante todo y sobremanera una creación literaria muy ostensibilizada como tal. Los ejemplos ficcionalizadores utilizados son divergentes. Anotaré algunos, empezando por lo que leo en el texto titulado “La primera herida del amor”, donde se dice que “cuando terminaba el curso, mi madre, mis hermanos y yo marchábamos al pueblo…” (224), lo que resulta un guiño a la inveracidad, dado que Jorge Urrutia ha sido hijo único.
Otra fórmula que participa de lo fictivo es el diseño, a base de textos inspirados en vivencias, de un itinerario que admite ser leído como iniciático, iniciático en el sentido de iniciación y progreso en la auto conciencia literaria, y en gracia a haber elegido el narrador determinadas situaciones que propician y encaminan a esa clase de lectura. En esos textos, muchos plasmados como relatos líricos, y con inclusiones dialógicas, la ficcionalización la potencian a veces las inserciones de citas literarias, insertas para entretejerlas orgánicamente en el decurso narrativo. Me refiero a las diversas citas ad hoc espigadas por un poeta que exhibe un gran talento narrativo y con las que se remarca el antedicho propósito ficcional. Algunas de ellas corresponden a Luis de Góngora, andaluz de raíz cordobesa como Leopoldo Urrutia Luis y que aporta las más significativas, pero varias provienen de autores como Manuel Machado y otros que ha estudiado y editado, así Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández, y aún aquellas que remiten a Leopoldo de Luis.
El texto “Memorial de Santa Elena”, así denominado por la isla corsa a la que se deportó a Napoleón, y en la que fallecería, es uno de los más dilatados y supone en el libro un hito en el proceder ficcionalizador, merced a los simbolismos que en él se conjugan, y primordialmente el del agua, que es clave en De una edad tal vez nunca vivida, como ya anticiábamos. Bajo el poder fecundante de este símbolo tuvo origen la vida del autor, pues sus padres se conocieron cuando María Gómez, en la estación ferroviaria de Jimena de la Frontera, donde su progenitor tuvo a su cargo una cantina, habría dado a beber en una jarra el agua de la fuente local del Ragué a Leopoldo Urrutia, excombatiente republicano afiliado al Partido Comunista que llegó al grado de capitán, y a la sazón estaba preso y condenado a trabajos forzados en aquella zona gaditana. Aquel gesto fue el origen del amor entre ambos y, acudiendo al título y versos del libro Alba del hijo, primero de los conjuntos líricos de Leopoldo de Luis, publicado en 1946, fue asimismo el principio del origen de un escritor.
Ese escritor, Jorge Urrutia, ha alentado en las páginas de su libro un asunto al que han acudido no pocas veces distintos poetas españoles del siglo XX, el de la infancia, pero en su caso la ha leído desde una perspectiva que la interpreta desde algunos de los distintos signos que se conjugarían en la forja y sentido de una propia escritura, y merced a una poética del agua sui generis. El agua es susceptible de leerse con múltiples significaciones, entre ellas la de creación y transformación, y por ende puede representar en qué consistiría en el fondo ir convirtiéndose en escritor. A esa cuestión tan problemática se responde confiriéndole al agua en De una edad tal vez nunca vivida, libro que acaso sea el mejor de los escritos por Jorge Urrutia, una concentración de significaciones insólita en la literatura española al hacerla asumir en un haz valores originarios, fundantes, metafísicos, ontológicos y mistéricos cuando la incardina en una teoría del ser, o mejor del serse uno mismo, por la escritura, una escritura distinta a fuer de muy distinguible por tan suya.
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Autor: Jorge Urrutia. Título: De una edad tal vez nunca vivida. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros


Me alegro muchísimo de que la obra literaria de Jorge Urritia vaya recibiendo el reconocimiento debido. He tenido la enorme fortuna de disfrutar de lectura, biografía y pseudobiografía a lo largo de una amistad fraterna de más de sesenta años y gocé del magisterio y el consejo de Leopoldo de Luis desde el inicio de mi vida universitaria.
En este momento, en mi opinión, y así lo he hecho constar en reseñas y comentarios, ha alcanzado la madurez de pensamiento que define a los maestros, en la que se reúnen conocimientos y experiencias.
Muchas gracias por ofrecer a los lectores esta magnífica reseña de un libro que define el estado de ánimo y la relación con la vida y el entorno de un gran autor de nuestro tiempo y, de ese modo, nuestro tiempo mismo.