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Siete años en el Tíbet, de Heinrich Harrer

Siete años en el Tíbet, de Heinrich Harrer

Libros del Asteroide reedita un clásico de la literatura de aventuras: la increíble historia real de la huida de Heinrich Harrer a través del Himalaya hasta el Tíbet con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial.

En Zenda reproducimos el Prólogo de Siete años en el Tíbet (Libros del Asteroide), de Heinrich Harrer.

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PRÓLOGO

Todos los sueños que se tienen en la vida empiezan cuando uno es joven.

Ya de niño las hazañas de los héroes de nuestro tiempo me entusiasmaban mucho más que todo lo que pudieran enseñarme en el colegio. Mis modelos fueron los hombres que se lanzaban a ex plorar tierras desconocidas, los que se proponían medir sus fuer zas en competiciones deportivas pasando penas y privaciones o los conquistadores de las cumbres del mundo: ¡mi deseo de imitarlos no tenía límites!

Sin embargo, me faltaban los consejos y la orientación de personas experimentadas, así que tardé muchos años en darme cuenta de que nunca se pueden perseguir varios objetivos al mismo tiempo. Después de probar casi todas las disciplinas deportivas sin con seguir ningún éxito que lograra satisfacerme, decidí centrarme en las dos que siempre me habían gustado más por su estrecha relación con la naturaleza: el esquí y el alpinismo.

A fin de cuentas, había pasado la mayor parte de mi infancia en las montañas de los Alpes, así que comencé a dedicar todo el tiempo libre que me dejaban los estudios a la escalada, en verano, y al esquí, en invierno. Muy pronto los pequeños éxitos fueron aguijoneando mi ambición y gracias a un duro entrenamiento logré vestir los colores del equipo olímpico austriaco en 1936. Un año después, gané la prueba de descenso en los Campeonatos Mundiales Universitarios.

Mi participación en estas y otras competiciones me hizo experimentar algo muy estimulante: el éxtasis de la velocidad y la maravillosa sensación de ver recompensado un gran esfuerzo con la victoria. Pero el triunfo sobre adversarios humanos y el reconocimiento público no me bastaban, y pronto comencé a darme cuenta de que lo único que realmente contaba para mí era medir mis fuerzas con las montañas. Así que pasé meses enteros entrenando en roca y hielo hasta que llegué a estar tan en forma que ninguna pared me parecía inconquistable. Por el camino, también tuve algunos problemas y me tocó pagar caro el aprendizaje. Una vez sufrí una caída de cincuenta metros y sobreviví casi de milagro, y las heridas leves eran algo constante.

Por supuesto, volver a la universidad me resultaba duro. Pero no puedo quejarme, porque la ciudad me dio la oportunidad de poder estudiar una cantidad enorme de libros de alpinismo y viajes. Y mientras devoraba todos esos libros, el gran objetivo, el sueño de todo montañero, comenzaba a dibujarse con mayor claridad en mi interior, abriéndose paso entre una maraña de deseos inicialmente vagos: ¡formar parte algún día de una expedición al Himalaya!

Pero ¿cómo podría un hombre completamente desconocido como yo esperar que un sueño tan ambicioso se cumpliera? ¡El Himalaya! Para llegar hasta allí había que ser muy rico o, al menos, ser miembro de la nación cuyos hijos —todavía por aquellos años— tenían la oportunidad de trabajar en la administración pública de la India. Sin embargo, para alguien que no era rico ni pertenecía al Imperio británico solo había un camino: hacer algo que atrajera de tal forma la atención pública que las autoridades competen tes no pudieran ignorarlo cuando surgiera una de aquellas escasas oportunidades.

Pero ¿el qué? ¿Acaso no se habían coronado ya todas las cumbres de los Alpes? ¿No se había conquistado cada cresta y cada pared en expediciones a menudo increíblemente audaces? ¡No! Aún quedaba una, la más alta y difícil de todas: ¡la cara norte del Eiger!

Ningún equipo de alpinistas había llegado a coronar sus dos mil metros de altura; todos habían fracasado antes de alcanzar el objetivo y muchos se habían dejado la vida en el intento. Circulaban un sinfín de leyendas en torno a este enorme muro de roca y al final el Gobierno suizo incluso había prohibido escalarlo.

Sin duda, este era el gran objetivo que buscaba. Conquistar la cara norte del Eiger tenía que ser mi billete de ida al Himalaya. Poco a poco, comenzó a madurar en mí la decisión de intentar lo que parecía casi imposible. Y finalmente, tal como se describe en varios libros, en 1938 logré escalar la temida pared junto con mis camaradas Fritz Kasparek, Anderl Heckmaier y Wiggerl Vörg.

El otoño de ese mismo año lo aproveché para seguir entrenándome diligentemente, siempre con la esperanza de que me invitaran a participar en la expedición alemana al Nanga Parbat prevista para el verano de 1939. Pero llegó el invierno y no ocurrió nada. Los elegidos para el viaje de reconocimiento a esta fatídica montaña de Cachemira fueron otros, y yo no tuve más remedio que firmar con el corazón encogido un contrato para participar en una película de esquí.

El rodaje estaba ya muy avanzado cuando de repente me llegó una llamada de larga distancia. ¡La anhelada invitación para participar en la expedición al Himalaya! ¡Y debía partir al cabo de cuatro días! No lo pensé ni un momento: sin dudarlo, rompí mi compromiso con la película, conduje hasta Graz, mi ciudad natal, pasé un día preparando el equipaje y al siguiente ya estaba rumbo a Amberes, vía Múnich, junto con Peter Aufschnaiter, el jefe de expedición de aquel viaje al Nanga Parbat organizado por los alemanes Lutz Chicken y Hans Lobenhoffer, los otros miembros del grupo.

Hasta entonces, los cuatro intentos previos de alcanzar la cumbre del Nanga Parbat, con sus ocho mil ciento veinticinco metros de altura, habían fracasado. La montaña se había cobrado muchas vidas, por lo que la idea era buscar una nueva ruta de ascenso. Esa era nuestra misión, con el objetivo de intentar un nuevo asalto a la cumbre al año siguiente.

En este viaje al Nanga Parbat acabé sucumbiendo al mágico hechizo del Himalaya. La belleza de sus gigantescas montañas, la inmensa extensión del país, la extraña gente de la India: todo ello ejerció en mí un influjo indescriptible.

Han pasado muchos años desde entonces, pero nunca he podido librarme de la atracción de Asia. En las páginas siguientes intentaré describir de qué forma ocurrió todo y, como no tengo la experiencia de un escritor, no registraré más que los meros acontecimientos.

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Autor: Heinrich Harrer. Título: Siete años en el Tíbet. Traducción: Isabel Hernández. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros

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