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Svetlana Geier, conversaciones para una autobiografía

Svetlana Geier, conversaciones para una autobiografía

Pocas veces el tópico está tan justificado: la vida de Svetlana Geier bien daría para una novela. Nacida en 1923 en Kiev, creció en una familia acomodada, gracias a lo cual recibió clases particulares de idiomas (alemán y francés) y de piano. En su infancia se relacionó con matemáticos, compositores, intelectuales de renombre; más tarde, durante las purgas estalinistas, algunos se hicieron agentes gubernamentales y otros desaparecieron para siempre tras una detención en plena noche. El padre de Svetlana, científico agrícola, murió en 1938 por las secuelas de las torturas recibidas en prisión, donde fue a parar tras ser acusado de «actividades parasitarias». Svetlana, siendo todavía una niña, cuidó de su padre en la última convalecencia, cuando su salud estaba tan deteriorada que apenas era capaz de recuperarse de una rojez causada por el sol. Tres años después, Geier recogía el título de bachillerato horas antes de que los alemanes invadiesen su ciudad. Y un par de años más tarde, después de una serie de carambolas que es mejor no desvelar aquí —pues sobre ellas se extiende la propia Geier en Una vida entre lenguas, su extraordinaria autobiografía publicada por Tres Hermanas—, Svetlana terminaría estudiando Germanística en Friburgo, al oeste de Alemania, gracias a una beca que, como descubrirán los lectores del libro, obtuvo en circunstancias —digamos— interesantes. Que con el tiempo llegara a ser la traductora del ruso al alemán más importante del siglo XX es solo el inesperado colofón a una historia igualmente inesperada. Por todo esto, no es de extrañar que el editor y traductor Taja Gut se fuera a verla varias veces entre 1986 y 2007 y grabara sus vivencias y sus ideas sobre la literatura y la vida para más tarde ordenarlo todo en el libro citado, que ahora se publica por primera vez en español.

Aunque Una vida entre lenguas trasciende el oficio de su protagonista —gustará a lectores muy distintos: a los aficionados a las narraciones en que se cruzan las vidas corrientes con la gran Historia, pero también a los interesados en la reflexión literaria y en la cuestión de la emancipación femenina—, Svetlana Geier es para muchos, ante todo, la encarnación de la traductora literaria. Por eso, algunos se sorprenderán ante ciertas afirmaciones suyas sobre el oficio, que de ningún modo idealizaba. Para Geier, la traducción es una artesanía (como la costura: le gustaba mencionar la raíz común de «texto» y «textil») que se la jugaba en una interpretación inevitable de la obra en su conjunto. Del todo, como pedía Novalis.

"¿Es Svetlana del todo sincera? En su biografía hay algún punto problemático"

Sus condiciones de trabajo eran impensables para la mayoría de los traductores de hoy. Un día venía una amiga a la que dictaba; al otro, un amigo con oído musical para leer en voz alta los pasajes. Antes de eso, Geier se había aprendido el original aproximadamente de memoria. Y, en un momento dado de aquellas intensísimas lecturas previas, y tras muchas inseguridades, había visto que las piezas empezaban a encajar. Lo explicaba con una de sus singulares imágenes: «Es como cuando te estás poniendo una blusa y al principio no te entran las mangas». Luego, al traducir el texto en cuestión, avanzaba entre fiasco y fiasco, y al final siempre se quedaba insatisfecha con el resultado, que nunca podía reflejar del todo el original. Por eso afirmaba que la traducción, en el fondo, «no funciona». Huelga decir que esta visión, que en ella no era precisamente fruto de un desencanto crepuscular, no es muy recomendable para quien se gana la vida traduciendo. Y, por supuesto, contrasta con su dedicación obsesiva a desentrañar los mecanismos internos de las mastodónticas novelas dostoievskianas, que llegó a conocer mejor que nadie. Es una de las muchas razones por las que este libro es tan encantador: porque la fuerza de los hechos —de toda una biografía puesta en observación— se sobrepone a las opiniones de quien los ha vivido. Y nos avisa asimismo de posibles faltas, coqueterías y deslices, dicho sea con el mayor cariño hacia las habituales faltas, coqueterías y deslices de todo texto autobiográfico. ¿Es Svetlana del todo sincera? En su biografía hay algún punto problemático, pero lo importante es que, con este libro, el lector tiene la información necesaria para sacar sus propias conclusiones.

Al final de sus días, Geier estaba agotada. Lo vemos en una imagen de Die Frau mit den 5 Elefanten (La mujer de los cincos elefantes: los cinco elefantes son las cinco grandes novelas de Dostoievski a cuya traducción se dedicó durante más de dos décadas), el documental biográfico que Vadim Jendreyko hizo sobre su vida y durante cuyo rodaje Geier vio morir a uno de sus hijos. Ya muy encorvada, la venerable anciana observa, con gesto melancólico, una pila inclinada con sus traducciones de Dostoievski. Es el trabajo de toda una vida. «Esto no se traduce sin castigo», dice. La frase esconde un juego: Geier fue quien desterró definitivamente el absurdo título de resonancias cristianas con aliteración incluida (Schuld und Sühne, culpa y expiación) que Crimen y castigo tuvo en alemán durante muchos años. No fue la primera en poner el título correcto, pero sí fue la que lo consolidó. Quizás algunos la castigaron por ello.

"Su regla era y es bien conocida, pero no por ello menos urgente: la mejor traducción es la que no se nota"

Pero no creo que el cambio de títulos ya asentados (lo hizo con otros que, según ella, se habían mantenido a lo largo del tiempo tan solo por una «injusticia consuetudinaria») esté siquiera entre sus legados importantes, por muy vistoso que sea. Había cuestiones más acuciantes: con discreción pero sin dejar de participar allá donde la invitaban, Geier contribuyó al reconocimiento del trabajo de los traductores, hizo entender al lector lo distintas que pueden ser entre sí dos versiones del mismo texto, subió, en definitiva, el listón y, desde la universidad, enseñó a las nuevas generaciones de traductores y filólogos una manera de trabajar minuciosa, casi obsesiva, que invitaba sobre todo a tomarse en serio los textos y a intentar «escucharlos» pacientemente. El texto, decía, es soberano y el traductor tiene que estar a sus órdenes. Su regla era y es bien conocida, pero no por ello menos urgente: la mejor traducción es la que no se nota.

En una época en que la exposición permanente es la norma, pocas cosas hay tan refrescantes —lo comprobarán los lectores de este libro— como el testimonio de una persona que se dedicó a trabajar en favor de su propia invisibilidad.

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Autor: Taja Gut. Título: Svetlana Geier, Una vida entre lenguas. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todostuslibros

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