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¿Tiene malo esta historia?

¿Tiene malo esta historia?

Jorge Corrales ha escrito un thriller estilo John le Carré en el que rescata una historia tan real como poco conocida: la de los talleres de escritura creativa organizados por la Stasi en la antigua RDA. ¿El objetivo de estos cursos?: extraer los pensamientos más íntimos de las personas.

En este making of Jorge Corrales explica cómo construyó El escritor y la espía (Planeta).

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Antes de ver una película, mi hija pequeña me pregunta siempre la misma cantinela: “¿Tiene malo esta película?”. Cuando su madre y yo, seguidos por la sinopsis de la película, averiguamos quién es el malo, se lo decimos y ya puede ver la película tranquila.

Porque estamos acostumbrados a eso, a ser niños de 5 años que sabemos qué va a ocurrir en la historia antes de saber de qué va.

Sin embargo, si mi hija me preguntara si mi novela El escritor y la espía tiene malo, no sabría qué contestarle. Malos hay… y muchos, pero no sabría señalarlos. Y quizás, por eso, comencé a escribir esta historia.

"Al llegar al lugar de las firmas, me encontré una fila de personas frente a mi asiento. Anonadado, pregunté a la persona de la editorial: ¿me están esperando a mí?"

Hace unos años, leyendo historias sobre el Berlín de la Guerra Fría, me encontré con un reportaje sobre el Círculo de Escritores Chequistas, un grupo de agentes de la Stasi que, una vez por semana, olvidaban sus métodos de tortura psicológica y sus vigilancias secretas para hablar de metáforas, aliteraciones y otras figuras retóricas. Un círculo del que salieron algunos escritores que llegaron a ganar premios literarios. Aquello me pareció una contradicción preciosa. ¿Podrían unos seres abyectos y moralmente condenables producir emoción con sus poemas?

Esa contradicción se quedó conmigo muchos años, sin saber cómo modelarla, hasta el 23 de abril de 2023. Ese día viví lo que los creyentes llaman un milagro y los escritores llamamos suerte. Fue el primer día que iba a firmar lejos de amigos y familiares, en Barcelona. Allí me esperaba lo que los colegas llaman el escritor de zoológico. Un señor que se sienta en una caseta y espera a quién sabe qué, mientras los paseantes le miran como si estuviera ante una jaula del zoo. Sin embargo, al llegar al lugar de las firmas, me encontré una fila de personas frente a mi asiento. Anonadado, pregunté a la persona de la editorial: ¿me están esperando a mí?

"Mientras acudía a entrevistas en la radio y celebraba cuartas ediciones en redes sociales, en mi pensamiento me hundía sin saber qué hacer con mi vida"

Ese día fue uno de los más felices de mi vida, no solo por el alimento para mi ego, sino porque descubrí que había personas a las que no conocía de nada que me entendían. Escribir es lanzar un mensaje en una botella y esperar que algún día llegue a algún sitio. La fortuna hizo que llegase a algunas personas y ellas vinieran a rescatarme. Aquel día volví por Via Laietana asegurando en mi cabeza que por fin me podía autodenominar escritor.

Y una semana después, me quedé sin trabajo.

Mientras acudía a entrevistas en la radio y celebraba cuartas ediciones en redes sociales, en mi pensamiento me hundía sin saber qué hacer con mi vida. El dolor se solapaba con la felicidad, como si fueran caras de una misma moneda.

Fue entonces cuando me acordé de la contradicción de los poetas de la Stasi. En mí vivían dos personas, como en ellos, uno de cara a la sociedad, otro en la más oscura intimidad. Estos personajes y yo vivíamos en un limbo parecido, un lugar donde no había blancos y negros, sino que nos movíamos en un gris que no podíamos comprender. Un lugar donde mi hija no sabría quién es el malo. Aunque hay mil diferencias entre ellos y yo, hay algo que nos une: la única solución posible para salir de ese atolladero era… escribir.

"La novela empezó a volar entre mis manos, y poco a poco ese sentimiento de pudor se fue convirtiendo en adictivo; por fin podía contar quién era yo, sin poner mi nombre en el texto"

Dejé a un lado la novela que había comenzado y empecé a teclear de cero sobre el Berlín del Este de principios de los ochenta. Pero nadie dijo que fuese sencillo. De aquellas primeras páginas surgió una desazón tremenda. En aquel momento no entendí por qué, pero ahora que ha pasado el tiempo creo comprenderlo. Era pudor. Como les ocurría a los agentes de la Stasi, me estaba dejando mostrar demasiado, había abierto la coraza que toda persona crea y estaba dejando mirar en lo más adentro de mi intimidad. Y eso da vértigo.

Por fortuna, esa es la única forma de escribir, sin freno.

La novela empezó a volar entre mis manos, y poco a poco ese sentimiento de pudor se fue convirtiendo en adictivo; por fin podía contar quién era yo, sin poner mi nombre en el texto. Porque, como dice uno de los personajes, “toda novela está escrita en código. Lo escribe el autor y solo los lectores más avezados pueden descifrarlo y comprender al escritor”. Sin embargo, mi novela tiene un código muy laxo: quien la lea podrá encontrarme a mí, mis sensaciones, mis miedos, aunque, quizás, no en los lugares que uno espera.

Porque como toda novela de espías, la historia siempre tiene giros que no esperas. Por eso, cuando me preguntan si el escritor del título es un alter ego de mí, yo siempre digo que no. Yo soy la espía.

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Autor: Jorge Corrales. Título: El escritor y la espía. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus libros.

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