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Títulos de crédito

“Los textos incluidos en este libro no son ensayos sesudos. Son renglones sencillos, ligeras aproximaciones a películas que, de un modo u otro, ha significado algo en mi vida”. Estas palabras de la autora nos dan la medida de las dimensiones de este delicioso libro del que Zenda adelanta su palabras introductorias.

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Las mejores películas de mi vida las vi proyectadas sobre una sábana blanca y ligeramente raída en la buhardilla de mi casa de Altafulla, el pueblo donde pasé mi infancia, y al que sigo volviendo siempre que puedo para avivar la memoria, visitar a los míos y pasear por su playa. Uno de esos recuerdos me lleva a 1986, año en que Mario Vargas Llosa, uno de mis escritores favoritos, recibió el Príncipe de Asturias de las Letras; se produjo en Chernóbil el mayor accidente nuclear de la historia y el Barça (el equipo de mis sueños hasta que Laudrup se fue al Madrid, momento en que descubrí que el fútbol es un negocio de mercenarios) perdió frente al Steaua de Bucarest la ansiada Copa de Europa.

En 1986, como decía (tenía yo seis años), los Reyes Magos me sorprendieron con el mejor ¿juguete? que he tenido nunca y que, por supuesto, aún conservo: el Cinexin. El Cinexin Súper 8, aquel proyector de plástico duro y color azul piscina para niños, que funcionaba con cuatro pilas de las gordas y que tan de moda estuvo en los ochenta, década que muchos recordamos con nostalgia. Algunas tardes, al salir del colegio, invitaba a mis amigas a mi cineclub particular y lo pasábamos en grande con las desventuras del Pato Donald, los Pitufos, Popeye el marino o Mickey Mouse. Casi como en un cine de verdad, solo que en vez de palomitas comíamos bocadillos de Nocilla. Aún hoy, creo que son las películas más bonitas que he visto. Sin duda alguna, sí fueron las más cercanas.

No mucho tiempo después, siendo un poco mayor, ir al cine se convirtió en algo más que una afición. Descubrí que eso que llamaban el Séptimo Arte no solo era entretenimiento (¡que ya es!), sino una vida de repuesto, como afirma José Luis Garci. Mi plan del fin de semana pasaba por ir a los cines Oscars de Tarragona, en la calle Ramón y Cajal; al Catalunya, que estaba en la Rambla Nova, y al Palace de Reus, que tenía ocho salas, dos de ellas enormes (la 1 y la 5) y una sala x con entrada por la calle de atrás donde solía haber hombres con gesto siniestro, sospechoso, como de estar cometiendo un delito.

En el Palace siempre había sesión doble. Después de la de las cuatro nos colábamos en la de las seis, y allí echábamos las horas. Una vez, con mi abuela Julia, vimos Peter Pan tres veces seguidas. Llegamos diez minutos tarde, nos quedamos al pase siguiente para ver el principio y me gustó tanto, pero tanto, que le pedí que nos quedásemos a verla de nuevo. Creo firmemente que mi abuela está en el cielo porque aquel día se lo ganó con creces. (Los Oscars y el Palace ya los cerraron, por cierto. El primero en 2001 y el segundo en 2017, supongo que porque ya no eran rentables. Sentí una pena muy honda al enterarme. Fue como si me robaran una parte de mi niñez y un pedazo de adolescencia).

A los dieciocho me fui a vivir a Reus, y entre película y película, no lo he dicho aún, estudiaba Medicina. No es extraño, pues, que mi primer libro lo dedicara a un colega de profesión, el archivillano doctor Mabuse. A Mabuse lo conocí años después, en Las Palmas, cuando estudiaba Lenguas Modernas. Francisco Ponce, mi profesor de Historia del Cine (y posteriormente gran amigo, aunque nuestros gustos cinéfilos rara vez coinciden; él estuvo gravemente enfermo y desde entonces está trastornado, hasta el punto de que ya solo le gusta el cine de autor), Francisco, repito, nos pidió que eligiéramos una película de una lista de más de doscientas, sobre la que debíamos escribir un ensayo. Me llamó la atención M, un film de Fritz Lang cuyo protagonista era un asesino de niños y que inauguraba, además, el género del serial killer. Verla fue casi una epifanía. Me dejó tan fascinada que acabé engullendo la filmografía del cineasta alemán (era austríaco, en realidad), y leyendo todo lo que se había publicado sobre él. Y entre tanta obra maestra, ahí estaba mi crush, el doctor Mabuse.

Pero no quiero adelantarme. Porque hasta ahora, todo lo que he contado —pido disculpas si me he extendido demasiado— ha sido para decir que mi primera incursión en el mundo de las letras cinéfilas se la debo a la generosidad y empeño de    José Luis Garci (que es, por cierto, tan gran escritor como cineasta, y que, además, y más importante aún, es la bondad personificada). Yo ya había escrito un par de cuentos infantiles que fueron publicados gracias a mi otro amor platónico, mi querido Richard Vaughan (que sigue intentando, sin éxito alguno, invitarme a un asador, aun sabiendo que no como animales de cuatro patas). Pero fue Garci quien insistió en que fuera yo quien escribiera el texto sobre M para el libro Fritz Lang: Universvm que estaba preparando la editorial Notorious, especializada en cine clásico. José Luis sugirió que, para hablar del famoso doctor, nadie mejor que una doctora que supiera meterse en su pellejo. Y yo, que soy dermatóloga, acepté la oferta sin dudarlo.

Por si no fuera suficiente, tuve la inmensa fortuna de que a Guillermo Balmori y a Enrique Alegrete, los editores (y ahora amigos) de tan notable (y escandalosa) editorial, les gustara mi aproximación al Vampiro de Düsseldorf. Fue a partir de entonces cuando —nunca se lo podré agradecer lo suficiente— Willy y Henry empezaron a contar conmigo para sus colecciones, que incluyen fantásticos volúmenes sobre los mejores directores, actores y películas de la historia del cine. El resultado de tan fructífera colaboración es un puñado de textos seleccionados para este libro que, como no puede ser de otro modo, ve la luz gracias a mi admirado Jesús Egido, monarca supremo del maravilloso Reino de Cordelia, del que tanta ilusión me hace formar parte, y a uno de sus más ilustres súbditos, el extraordinario poeta Luis Alberto de Cuenca, a quien debo el epílogo de mi primer libro, y cuya amistad es uno de mis bienes más preciados. Que él me considere ahora su colega —ambos somos filólogos— es para mí un motivo tremendo de orgullo.

Pero ya me he alargado demasiado. Solo quería decir que los textos aquí incluidos no son ensayos sesudos. Son renglones sencillos, ligeras aproximaciones a películas que, de un modo u otro, han significado algo en mi vida. Una especie de macedonia formada por tropezones de fotogramas o, ya lo adelanto en el título, un ramillete de pasiones cinéfilas.

Como Robert Donat le dice a Ingrid Bergman al final de El albergue de la sexta felicidad, de Mark Robson, «It is time to go, old friends». O sea, que hasta aquí hemos llegado. Voy a ver si encuentro el Cinexin y me pongo una peli. O mejor aún, haré programa doble. Primero, Popeye en alarma extraterrestre, y después, Mickey capitán de barco. ¿Conocen un plan mejor?

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Autora: Noemí Guillermo. Título: Prefiero M (y otras pasiones cinéfilas). Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Bixen
Bixen
2 años hace

Mi Cinexin (el cine sin fin (sinfín)) era rosa y ni a mi hermano ni a mí, nos pareció de chicas; quizás porque venía incluída un film de la Pantera Rosa en b/n o porque los Reyes Magos tenían mucho curro y no se andaban con tonterías de colorín colorado, …