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Un coro de voces

Cuando se dice de un autor que siempre escribe el mismo libro no implica redundancia temática o estilística. La afirmación tiene también, por el contrario, un sentido positivo: alguien que sostiene con firmeza y perseverancia su particular mundo creativo. A pocos escritores nuestros de hoy les es aplicable esta última descripción como a Alfons Cervera. Su obra narrativa tiene su espina dorsal en la recuperación de la memoria histórica con una perspectiva dramática y apasionada que parte de vivencias privadas del propio autor; vivencias que incluso traspasa a la ficción con carácter autobiográfico en una amalgama vigorosa de fábula y de verdad ya que suele explicar que para él no hay límites claros entre invención y realidad.

Pues bien, en su mundo de siempre, el que funciona como motor de su escritura y aun diría que de su propia existencia, inscribe Alfons Cervera su nueva novela, El boxeador. Como no es persona que se ande con medias tintas lo deja bien claro desde el mismo arranque de la fábula. En el terreno de las ideas y el pensamiento —o, por decirlo sin circunloquios, en el de la ideología— lo trasparenta en la rotunda y un tanto insólita dedicatoria del libro: «Al 14 de abril de 1931”. Y en el ámbito de lo literario mediante el retorno a Los Yesares, la áspera serranía valenciana superpuesta a su Gestalgar nativo donde vive, escribe y cuida de un hermano disminuido que dio lugar a un relato de abrumadora intensidad emotiva, Claudio, mira. Los Yesares es el territorio imaginario privativo que Cervera ha convertido en cifra y clave de la España terrible que fue y de la que le gustaría que algún día sea.

"Román se constituye en el centro del relato, pero no lo monopoliza. No es un usurpador de la memoria, sino un médium. A su conjuro afloran otros testigos y otros interesados en la dolorosa historia de Los Yesares"

El boxeador, Román, anciano protagonista de la novela que compartió antaño con otros paisanos la afición al deporte de los puños, evoca su infancia desde Montpellier, a donde su padre y él tuvieron que huir tras la guerra para escapar del franquismo, falangismo, nacionalcatolicismo y guardia civil vengativos. Ahora, ocho decenios después, planea volver a su patria chica, y, en efecto, el retorno se produce, a pesar de que, según dice en la última entrega de su confesión, “siempre pensé que eran imposibles los regresos”. Los vecinos le aguardan expectantes, sus recuerdos se sumarán a los de otra lugareña de semejante avanzada edad y así se cierra el ciclo de lo que nunca debió de haber ocurrido. Un aliento de esperanza culmina esta historia tan llena de dolor justiciero como de melancolía.

Román se constituye en el centro del relato, pero no lo monopoliza. No es un usurpador de la memoria, sino un médium. A su conjuro afloran otros testigos y otros interesados en la dolorosa historia de Los Yesares. Conviene dejar clara la convivencia de recuerdos de ayer, que afloran a través de esa anciana coetánea del protagonista, y de gente de las promociones posteriores, incluso de hoy. Viejos y jóvenes participan en la dilatada estampa. En suma, un agregado de narradores plurales. El modo de presentarlos y de aparecer adopta una arriesgada originalidad, o, si se quiere, se debe a una concepción narrativa fuera de cualquier ortodoxia o férula formal. Se identifican bien por ciertos rasgos diferenciadores y tienen nombre propio. Alguno está simplemente ahí como anónimo testigo, glosador o evaluador. Todos ellos comparten el impulso de la oralidad. Y proporcionan un relato colectivo. Constituyen, en verdad, un coro de voces.

"Ofrece Alfons Cervera un retrato implacable de los tiempos de represión inmediatos a la victoria franquista. Pinta con rojo cinabrio la violencia y la sinrazón"

Este planteamiento forma parte del particular modo de Alfons Cervera de acercarse a la vida desde la literatura. Un ímpetu no racional, no de narrador frío y calculador, sino un impulso mental le lleva a practicar un relato a chorros. Lo cual pide atención por parte del lector, aunque no el esfuerzo que exigen los modos vanguardistas y experimentales. Hay que dejarse llevar por una corriente verbal que muestra, clama o denuncia. Y hay que practicar el arte de la inmersión en la materia humana de la novela. Materia que, por otra parte, tiene una variedad y fluidez novelescas. Quizás sea El boxeador la novela más novelesca del autor por el interés con que diseña anécdotas y personajes de interés intrínseco.

Ofrece Alfons Cervera un retrato implacable de los tiempos de represión inmediatos a la victoria franquista. Pinta con rojo cinabrio la violencia y la sinrazón. Consigue que el lector se pregunte cómo pudo ser posible la maldad que trasmiten las minuciosas palizas o las expeditivas ejecuciones. Logra conmover con una historia sin héroes, solo con gente atemorizada y asustadiza. No predominan los valientes, aunque no falte la audacia de los maquis, sino los afligidos en aquella coyuntura histórica en la que los fanáticos convierten la arbitrariedad, la prepotencia o el matonismo fascista en ley.

La materia real de la novela no es nueva ni inédita, por supuesto. Otros muchos narradores han reconstruido peripecias terribles semejantes. Lo sustancial de esta memoria histórica de Cervera radica en levantar con ella un artilugio imaginario autónomo. Y en la eficacia comunicativa con que lanza un mensaje: El boxeador celebra la dignidad que nadie puede arrebatar a los seres humanos ni siquiera en las más extremosas circunstancias.

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Autor: Alfons Cervera. Título: El boxeador. Editorial: Piel de Zapa. Venta: Todostuslibros.

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