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Retrato de un joven rebelde

Retrato de un joven rebelde

Pocos de los grandes asuntos de la historia literaria habrá que cuenten con una obra tan conocida por el gran público como la adolescencia inadaptada. La emblemática historia de Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, ha alcanzado resonancia en todo el Occidente y propone, además, un arquetipo poco modificable. Casi podría decirse que es el rebelde juvenil por antonomasia. Por otra parte, J. D. Salinger acuñó en su impactante relato unos cuantos rasgos canónicos del tratamiento del personaje y de su problemática: el relato lúcido y a la vez desgarrado en primera persona, el radical sentimiento existencialista, la desinhibida expresión verbal y el peso de la sexualidad.

Carlos Herrero acomete con un gesto de mucho valor, o de temeridad juvenil (nació en 1996), la difícil recuperación de un tipo humano semejante en Aristóteles. El protagonista, Aris, Aristóteles Lacerdá, un muchacho de 21 años, estudiante de económicas, recrea con minucia introspectiva su situación presente en un espacio y tiempo bien ceñidos, Madrid a lo largo de 2017, hasta septiembre, en espera de que llegue la misma fecha del año siguiente, penosa encarnación simbólica del mito del eterno retorno.

"Aristóteles tiene como núcleo una historia de amor. Es, diríamos, una novela de amor. Una fría novela de amor, sin la menor concesión al sentimentalismo"

Aris acude a clase sin el menor entusiasmo ni regularidad. Hace los exámenes. Pasa largas horas ensimismado en su acomodada y anticuada casa, donde vive con su madre, divorciada hace trece años. Da clases particulares de francés a un chico solo por disponer de un dinero supernumerario ya que no sufre necesidades económicas. Deambula sin rumbo por la ciudad. Se refugia en su perro, Buñuelo, único antídoto a “la más absoluta de las soledades”. Tiene últimos encuentros con su novio, David. Se confiesa con una chica de su misma edad, Uma, íntima amiga desde la infancia. Le imanta un nuevo amor, Oliver, posible sustituto del vacío que le deja el actual por su marcha a Londres, donde le han ofrecido un trabajo, quien acentuará su desnortamiento. Poco más cuenta de una existencia tan anodina en hechos relevantes y rutinaria como cavilosa y desesperada. Su “mente desquiciada” le lleva a mirar de forma compulsiva el móvil cuando la “vida me aburre, me satura o me destriza”. Lo más consistente de su microcosmos es, dicho coloquialmente, comerse el coco a todas horas.

La novela muestra algunos núcleos anecdóticos: un retrato crítico de la familia, algunos incisivos apuntes sobre las clases sociales, reflexiones sobre la amistad o notas acerca de la capacidad comunicativa de la música (aparte de que las menciones de los cantantes italianos Eros Ramazzoti y Franco Battiato presten un buen apoyo a la configuración del argumento). Pero no superan la cualidad de materiales realistas que acompañan, como suelen hacer las novelas, una peripecia central. Porque Aristóteles tiene como núcleo una historia de amor. Es, diríamos, una novela de amor. Una fría novela de amor, sin la menor concesión al sentimentalismo. La pulsión sexual aporta un empuje determinante. Las emociones se manifiestan de forma descarnada y agresiva. Justo en esta mezcla de impulsos genésicos y de cavilaciones mentales Carlos Herrero sitúa la peculiaridad de su retrato individual.

"Carlos Herrero tiene ante sí el reto prioritario de dotar a su personaje de singularidad literaria. A tal fin aplica una batería de procedimientos bien concebidos para ese propósito"

Porque lo que persigue el autor es configurar una estampa íntima a partir de ese simple cañamazo colectivo y de la historia de amor. En último extremo, el trabajo de Herrero, quizás movido por el propósito de convertir su trabajo profesional como psicólogo (lo cual es “más o menos verdad”, dice la humorística nota biográfica del libro) en ficción consiste en mostrar la personalidad de un tipo absorto, un ciclotímico con síntomas de trastorno bipolar, marginado voluntario de la colectividad, insociable a un paso de la misantropía, con lacerante vivencia del vacío, con autopercepción negativa (“somos una ensalada de personas, una rúcula humana tallarines gais”, dice de él y su pareja David) y entregado a “un agotador monólogo interno en el que no piensa absolutamente en nada”.

La historia literaria no está falta de tipos excéntricos o más o menos perturbados. De gente que también siente, como el protagonista, que “el mundo es un lugar horrible, feo y doloroso”. Por eso Carlos Herrero tiene ante sí el reto prioritario de dotar a su personaje de singularidad literaria. A tal fin aplica una batería de procedimientos bien concebidos para ese propósito. Quizás el recurso más importante sea el estilo. Que tiene una parte verbal basada en una frase corta, sencilla, refractaria a las oraciones subordinadas y sin adornos retóricos que nos traslada al modo de pensar sincopado, abreviado y no discursivo de Aris, a pesar de su carácter meditabundo. La afición de Aris por el prefijo “super” (supermal, superlejos, superloco, superidiota, etcétera, etcétera) le añade a su prosa veloz una positiva marca conversacional. Y tiene otra parte no verbal que juega con la ironía y el sarcasmo. En fin, el estilo de la novela es, ante todo, un tono, una acertada manera de reflejar la conciencia de un personaje problemático.

Aunque Holden Caulfield proyecte una sombra demasiado larga y tupida sobre Aristóteles Lacerdá, el personaje de Carlos Herrero posee personalidad suficiente como para reconocerle interés y mérito. Como para que merezca que pasemos un largo rato en su peligrosa compañía. En especial por el acierto en compensar el fondo trágico con pinceladas de humor, broma, ironía y escepticismo. De todas maneras, no es tanto el valor considerable de esta ópera prima lo que quisiera subrayar como la aparición de un nuevo novelista a quien puede profetizársele un buen porvenir a la vista de las serias inquietudes y las destrezas formales ya demostradas.

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Autor: Carlos Herrero. Título: Aristóteles. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros,

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