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Un manojo de contradicciones

« “Un manojo de contradicciones”, es la última frase de mi última carta y la primera de esta…», escribió en su Diario Annelis Marie Frank, nacida otro 12 de  junio pero de 1929, al comienzo de lo que, sin saberlo, serían sus últimas palabras sobre el papel. De haber sobrevivido, hoy Anne habría cumplido noventa y cuatro años y quién sabe si no lo habría hecho convertida en una escritora, psicóloga, filósofa, humanista, profesora… de, quizá, cierto renombre, prestigio o éxito, teniendo en cuenta el peso y la importancia que han tenido los ensayos y testimonios que dejaron Hannah Arendt o Primo Levi, por el mero hecho de haber sobrevivido a la invasión y sometimiento de la Ocupación Nazi y, más difícil aún, al infierno en vida que fueron los campos de concentración. Sin embargo, la palabra “éxito” es posible que no resulte ser la más acertada, pues el éxito para el superviviente de la guerra, de incontables torturas y vejaciones, no es el de convertirse en un súper ventas o best seller. Menos aún salir en las portadas de los periódicos o medios internacionales, sino únicamente sobrevivir. Como si esto ya de por sí fuera sencillo, o lo común en unos años en los que la represión por haber nacido judío, la muerte y la injusticia estaban a la orden del día. «Ahí está lo difícil de estos tiempos: la terrible realidad ataca y aniquila totalmente los ideales, los sueños y las esperanzas en cuanto se presentan. Es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres». Y he aquí otro ejemplo del “manojo de contradicciones” que caracterizaba tanto a Ana como a nosotros. Pero qué otra cosa podía hacer más que conservar y alimentar esas esperanzas que todavía le quedaban y que, por mucho que se empeñara en mantenerlas equilibradas, mermaban una y otra vez. Releyendo sus palabras, no resulta descabellado preguntarse cuántos más “Ana Frank” están en estos instantes, en estos días en los que el conflicto bélico continúa rugiendo con idéntico odio, hostilidad y tiranía, ensañándose con los hombres, mujeres y niños que nada malo han hecho salvo nacer, supuestamente, en el país equivocado, escribiendo en sus diarios. Retratando lo que Ana, hace menos de cien años, intentó plasmar sin la intención ni el propósito de que sus palabras proyectaran un eco tan profundo, en la literatura, la cultura y la sociedad, que todavía hoy nos resulta demasiado actual. Y por desgracia, no da la impresión de que la historia vaya a cambiar, más bien continuará irritando, asestando donde más duele: en el bajo vientre de la Humanidad y, por ende, en el del ser humano.

"¿Qué habría sido de Ana Frank, cómo hubiera llegado a nuestros días? ¿Con qué rostro, con qué filosofía?"

A diferencia de Ana Frank, Arendt y Levi lograron lo que por desgracia millones de personas no consiguieron porque, directamente, se les negó. Como se le negó a la pequeña de los Frank que en octubre de 1945 pudiera volver a la escuela, reanudar los estudios y, con los años, convertirse en lo que le hubiera dado la gana, en lo que realmente quería o soñaba. ¿Qué habría sido de Ana Frank, cómo hubiera llegado a nuestros días? ¿Con qué rostro, con qué filosofía? ¿Con la misma que puede intuirse en las páginas que llenó desde el 12 junio de1942 hasta el 1 de agosto de 1944? Difícil saberlo, pero teniendo en cuenta la verdad que esconden sus palabras, lo más seguro es que se hubiese mantenido fiel a sí misma en aquello a lo que se hubiese dedicado o enfrentado. Precisamente porque a través de su Diario hizo la labor que muchos, aun sin estar encerrados o escondidos en una “casa de atrás”, y con una vida amable y estable, son incapaces de llevar a cabo: plantarse frente al espejo y desafiarse. Atreverse a preguntarse quién es ese o esa que te devuelve la mirada, a veces con una sonrisa, otras con indiferencia, lástima o pena. E incluso con rabia, rabia por no haber sido suficiente, por no serlo cada día que te levantas aun sabiendo que nada más salir de la cama llegará el primer revés que hará que te tambalees. Y aun así te prometes que este día será diferente, pero llegada la noche vuelves a enfrentarte al rostro que, de poder, desearías que te diera una bofetada lo suficientemente fuerte como para que reaccionaras. Porque el tiempo pasa y la vida marcha llevándose a todos por delante. Y Ana, sabedora de que lo más seguro es que no hubiera un mañana, se sometió a ese ejercicio diario durante los dos años que estuvo confinada. La familia Frank, los Van Pels, el señor Fritz (el último “escondido” en ser acogido) y ella misma le ofrecieron el análisis exhaustivo que conforma y caracteriza a la condición humana. Nadie le pidió que lo hiciera, mucho menos le exhortó a hacerlo, sino que salió de ella. Por voluntad, por necesidad, por no sentirse sola, por encontrar, aunque fuera en una parte de su persona, ese “mejor amigo o amiga” del que carecía y que tanto le urgía: «(…) todo el tiempo que he estado y estoy aquí he tenido un gran deseo de confianza, afecto y cariño. Este deseo es fuerte a veces, y menos fuerte otras veces, pero siempre está ahí», escribió en enero de 1944. Y todo para tratar de darle un sentido a lo que estaba pasando dentro y fuera de ella. A las contradicciones cíclicas que se sucedían en lo que le rodeaba, así como en las personas con quien convivía, y que ella trataba de escudriñar para hallar una respuesta que le sirviera o, como mínimo, que aligerase de algún modo el peso de su triste realidad y existencia.

"Ana Frank vivió hasta el fin de sus días rodeada de muerte, desgracia y confusión, tratando de vislumbrar la alegría, la nobleza y la bondad en el corazón de los hombres"

En silencio y sin proclamaciones fue componiendo, como en todo arte verdadero, Ana Frank las cartas que escribió, fundamentalmente para sí, pues ni siquiera barruntaba que éstas, algún día, la sobrevivieran. No consideraba que sus pensamientos y cavilaciones pudiesen interesar a otras personas. Tampoco que llegaran a ser leídos por otros salvo por ella: «¿Quién sino yo leerá luego todas estas cartas?». Pero si algo posee intrínsecamente la justicia poética es que actúa como si se tratase de un ente incorpóreo, superior a la raza humana, que ejerce su poder con total independencia sobre los autores y sus obras, manejando a su antojo el destino de todos. A veces, sin saber cómo ni por qué, algunas páginas se niegan a desaparecer y viven más proezas que aquel o aquella que las firma. Y cuando lo hacen —como Frank y su Diario—–, es posible que sea porque, en esencia, aun siendo concebidas en un “hoy” concreto, su repercusión puede romper por completo los márgenes limitados del Tiempo, llegando a representar e influir en un presente, un pasado y un futuro, ocupando en consecuencia un lugar de sobra merecido en la Historia y la Literatura universal.

Ana Frank vivió hasta el fin de sus días rodeada de muerte, desgracia y confusión, tratando de vislumbrar la alegría, la nobleza y la bondad en el corazón de los hombres mientras la desnudaban, rapaban o tatuaban en el antebrazo un número de identificación, pero los abismos bostezantes del miedo, de la destrucción o del horror, en ocasiones son más fuertes que nosotros y, en tales escenarios, no queda más remedio que alzar la vista al cielo, donde Ana depositaba sus ideales y albergaba sus esperanzas, y aceptar que, mal que nos pese, tanto el mundo como los hombres y mujeres que lo habitamos, somos un manojo de contradicciones y duales. De cada cual depende aprender a lidiar y vivir con ello.

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Manolo
Manolo
10 meses hace

Me encantó. Muy bien escrito.!