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Un presidente del gobierno en Saber y Ganar

Un presidente del gobierno en Saber y Ganar

Una cámara de televisión pilla al presidente Bartlet diciendo algo contra su adversario electoral. La presentadora, después de entrevistarle en directo, le había hecho una última pregunta informal sobre su rival en la reelección, el gobernador Ritchie, y el presidente respondió, todavía con el piloto encendido: “Es una mente calibre 22 en mundo calibre 357”. La metedura de pata no tarda en difundirse. De repente todos los medios de comunicación se preguntan si el presidente piensa que Ritchie es tonto y si éste es un candidato corto de entendederas. Sólo la jefa de prensa de Bartlet termina advirtiendo la maniobra, que éste confirma con una sonrisa traviesa. Bartlet sabía perfectamente que le estaban grabando.

El corazón de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca descansa sobre la tensión (ahora lo llamaríamos guerra cultural) entre un presidente de EE.UU. Premio Nobel de Economía (un Nobel de verdad, no como el de Obama) y un político promedio y campechano que conecta mejor con el común de votantes. Ritchie no es precisamente sofisticado. En privado, y ante la revelación de la muerte de un agente del servicio secreto en medio de un robo a mano armada en una tienda de ultramarinos en Nueva York, Ritchie responde, encogiéndose de hombros, a lo casual folk: “Crimen. Vaya, no sé”.

"De las críticas contra El Ala Oeste de la Casa Blanca, la que menos entiendo es la de su presunta incapacidad para reflejar la realidad"

Sostiene un personaje de la serie, Ainsley Hayes, que los peores presidentes americanos han sido los más inteligentes (Adams, Wilson). Su compañero Sam Seaborn replica que, antes que nada, lo que él busca en un comandante en jefe es “una mente brillante” (Seaborn es alguien a muchas universidades de distancia de un votante promedio). Al propio presidente Bartlet le cuesta 60 episodios sacudirse el complejo político de empollón, la sensación de que debe rebajar en público su tendencia a hacerse el listillo. En medio del trance de la reelección, un importante asesor le convence de lo contrario: debe usarlo como argumento principal de campaña. Es entonces cuando comete su travesura en televisión para introducir el tema en la agenda: soy un presidente intelectualmente brillante y no me avergüenzo de ello.

De las críticas contra El Ala Oeste de la Casa Blanca, la que menos entiendo es la de su presunta incapacidad para reflejar la realidad. ¿Acaso El Padrino es lo que es por su capacidad mayor o menor de retratar a la mafia?

Entiendo bastante mejor que se acuse a la serie de idealista y que su optimismo atragante. Comprendo que se diga que el bien común está mucho más abajo en la lista de prioridades de cualquier administración presidencial y que eso simplifica los debates políticos que la serie plantea. Sin embargo, acusar a El Ala Oeste de inocente es quedarse en su literalidad. La serie de Sorkin es aspiracional, una proyección moral como Caballero sin espada. Si una distopía plantea un debate perfectamente realista a partir de un negativo, The West Wing hace lo mismo desde un positivo de la realidad. “Un unicornio en la Casa Blanca”, escribía la semana pasada Bárbara Ayuso. Si el presidente Bartlet es un unicornio, desde luego no está hecho para que lo toquemos. Sirve para observar su silueta, para seguir su estela imaginaria. Hasta los niños saben que los unicornios no existen.

"La promesa política de Bartlet es la de un presidente capaz de concursar en Saber y Ganar, pero no la de un jefe éticamente irreprochable, como critican algunos"

Ese pellizco moral, que no moralista, es uno de los lugares donde mejor trabaja la ficción. Y es sorprendente que una idea tan obvia resulte hoy tan extraña, tan pasada de moda si es que alguna vez lo estuvo: un líder más listo que todos nosotros. La promesa política de Bartlet es la de un presidente capaz de concursar en Saber y Ganar, pero no la de un jefe éticamente irreprochable, como critican algunos. Porque Sorkin se preocupa, desde el principio, en poner cadáveres en el armario de Bartlet. Nada de Camelot. Como mucho, sus alfombras. Porque es verdad que todo suele acabar bien. Y que cuando llegan los títulos de crédito de un buen episodio estás cinco centímetros por encima del suelo.

De Los Simpson también aprendimos que un gobierno de ciudadanos con un cociente intelectual superior a 150 puede conducir igualmente a la estupidez. Pero eso siempre será menos arriesgado que colocar en la Casa Blanca a un presidente del que te avergonzarías hasta para gobernar tu escalera. No aspiramos al presidente Bartlet. Aspiramos, simplemente, a que nos inspire a hacerlo un poquito mejor.

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En este enlace puedes escuchar completo el programa La Cultureta Gran Reserva: Vigencia y romantización en El Ala Oeste de la Casa Blanca

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