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Vicente Muñoz Puelles: «Los buenos libros son los que pueden ser leídos y apreciados a cualquier edad»

Vicente Muñoz Puelles: «Los buenos libros son los que pueden ser leídos y apreciados a cualquier edad»

¿Los artículos periodísticos que destripan la realidad a ritmo semanal o diario merecen una segunda oportunidad en formato libro? La Institució Alfons el Magnànim de Valencia considera que sí y mantiene una colección bilingüe, Papers de Prensa, dirigida por Emili Piera, en la que tengo el orgullo de figurar junto a grandes escritores y periodistas como Joan Fuster, Martí Domínguez, José Vicente Aleixandre o Jaime Millás, con Especies urbanas, selección de artículos publicados en el diario digital de El Mundo de la Comunidad Valenciana.

El último título de esta colección, La calle de las Comedias, reúne 113 de Vicente Muñoz Puelles (Valencia, 1948) que, con 268 títulos en su haber, es uno de los autores vivos más publicados en España. Se dio a conocer en los años ochenta con el premio La Sonrisa Vertical concedido por la editorial Tusquets y tras recibir el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil se centró en este segmento de lectores. Durante 15 años, a caballo entre dos siglos, Muñoz Puelles publicó 90 artículos en El País Comunidad Valenciana, 395 en Levante – El Mercantil Valenciano y un número indeterminado en revistas como Quimera o Jot Down Cultural Magazine. Más próximos a la narrativa breve que al periodismo de urgencia, sus textos superan el test del tiempo. En ellos plasma su mundo interior, en paralelo a su obra literaria, presidido por el amor a los libros y a la literatura, a los animales reales e imaginarios, habitado por personajes extravagantes y hechos extraordinarios entre lo real y lo ficticio, siempre con una nota jocosa e ironía sutil. Siente especial predilección por los artículos que llama Supercherías, historias inventadas, como una estancia de Goya en la Albufera de Valencia, que los lectores tomaron por auténticas. Híbridos de realidad y ficción que anticipaban una tendencia predominante hoy en la creación literaria.

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—¿Con qué criterio ha seleccionado estos 113 artículos?

"En general no son artículos de prensa, sino noticias que gradualmente se van transformando en cuentos"

—La variedad, la amenidad y el humor, que a menudo escribo con tinta china. En general no son artículos de prensa, sino noticias que gradualmente se van transformando en cuentos o en relatos. En todos predomina el amor por la prosa, que en definitiva es lo que me lleva a escribir.

—¿Por qué eligió esa foto grupal para la cubierta en la que aparece junto a Almudena Grandes, Pilar Pedraza, Antoni Marí y Jorge Wagensberg y la editora Beatriz de Moura?

—Tusquets Editores fue mi primera editorial, mi casa matriz, por decirlo de otro modo. Éramos amigos, como bien se nota en la foto. Me pareció natural que la cubierta conmemorase ese momento: la fiesta de los 20 años de Tusquets.

—¿Alguna fijación con la calle de las Comedias?

—Es al mismo tiempo un homenaje a La comedia humana, de Balzac, a la vida como comedia y distracción y a esa popular calle valenciana, cuya posesión se disputaron durante siglos los pequeños teatros y los edificios del clero. Y claro, hay un tono general jocoso.

—¿Qué impresión le causa ver todos esos textos reunidos en un libro?

—Me sorprende haber encontrado ahí algunas de mis mejores frases, textos con afán de permanencia que no recordaba. El libro, al menos para mí, ha resistido bien la prueba de los años. Me siento muy ufano, agradablemente rejuvenecido.

—La inmensa mayoría tratan sobre temas literarios, históricos, locales de Valencia o de ficción, mientras muy pocos se dedican a la política. ¿Rehuir ese asunto fue una decisión deliberada?

"No soy un iluso, un propagandista de utopías temerarias ni un fanático. Mi intención es más sutil"

—Al hacer la selección escogí los textos que me parecieron más amenos y desdeñé los más abstrusos o pretenciosos, si es que había alguno. Mi posición quedó fijada en artículos como Política y literatura, Fósiles en el Ayuntamiento o Voces de mando. No soy un iluso, un propagandista de utopías temerarias ni un fanático. Mi intención es más sutil. Por otra parte, toda novela es esencialmente política. Algunas lo son más, como, entre las mías, Amor burgués (1982), Campos de Marte (1985), La ciudad en llamas (1993), El cráneo de Goya (2004), La Perrona (2005) y La guerra de Amaya (2010).

—Su padre, también escritor, recibió un importante premio horas después de fallecer. ¿Le ha creado eso algún trauma en relación a con los galardones literarios?

—Pese a sus condicionamientos, los premios me siguen atrayendo, y a veces vuelvo a presentarme si llego a plazo. Además, con cierta frecuencia se convierten en la única manera de publicar un libro difícil.

—Luis G. Berlanga fue una persona decisiva en su vida, inspiración de varios de sus trabajos, incluido un cuento en torno a su infancia que acaba de publicar,  «Los fantasmas del pequeño Luis». ¿Qué significó para usted?

—Para mí fue un ejemplo de creatividad, imaginación y simpatía, y un gran conversador. Siento haber publicado solo tres libros sobre él, pero quizá aún hay tiempo. 

—La literatura erótica le dio a conocer con el premio La Sonrisa Vertical y la literatura infantil y juvenil le ha dado un Premio Nacional. Un contraste curioso digno de comentar.

"Que yo sepa, soy la única persona, o al menos el único autor español que publicó tres novelas en la colección de La Sonrisa Vertical"

—Que yo sepa, soy la única persona, o al menos el único autor español que publicó tres novelas en la colección de La Sonrisa Vertical: Anacaona, Amor Burgués y La curvatura del empeine, a la que le fue concedida el número 100. A veces me gusta pensar que esos primeros libros fueron los mejores. En cuanto a la relación entre ambos géneros, en este punto yo siempre cito a Djuna Barnes: «Dios, los niños saben cosas que no pueden explicar: a ellos les gusta ver a Caperucita y al Lobo en la cama». También el Hechicero de Viena, como Nabokov llamaba a Freud, nos enseñó mucho sobre eso.

—Como confiesa en el prólogo, la literatura supuso para usted un refugio contra el mundo de los adultos. ¿Las historias para niños han sido una forma de prolongar su propia niñez?

—Quizá lo fueron a los 50 años, pero ya no. A mi edad los mayores han dejado de darme miedo. Y los jóvenes nunca me lo dieron. Al final es como si todo encajara.

—Se habla de una edad de oro de la ficción para menores. Sin embargo, la enseñanza está cada vez más devaluada, sobre todo en materias humanísticas. ¿Cómo contempla a las futuras generaciones?

—Me resisto a ser pesimista. No son los jóvenes actuales quienes inventaron los campos de exterminio ni las armas nucleares, ni quienes nos han colocado al borde de la extinción climática. Son, quizá, quienes pueden encontrar las soluciones. En lo que no creo es en eso de la edad de oro de la ficción para menores. Creo en una edad de oro de la literatura infantil, pero me gusta pensar que ya pasó, y que está ejemplificada en los clásicos, que siempre pueden releerse: los hermanos Grimm, Andersen y Dickens. Creo que los buenos libros son los que pueden ser leídos y apreciados a cualquier edad, y que ya están aquí desde hace mucho tiempo.

—Con varios de sus libros ha contribuido a difundir el personaje creado por la escritora canadiense L. M. Montgomery, Ana, la de las tejas verdes, poco conocido hasta ahora en España. ¿Qué opinión le merece esa obra?

"En su época los críticos tendían a minusvalorar los méritos literarios de Montgomery, por considerar que sus libros eran apropiados únicamente para mujeres y jóvenes"

—Mi opinión es muy positiva. En su época los críticos tendían a minusvalorar los méritos literarios de Montgomery, por considerar que sus libros eran apropiados únicamente para mujeres y jóvenes. Solo desde los años setenta del siglo XX las feministas, y sobre todo las escritoras canadienses concienciadas, como Margaret Atwood, autora de la célebre novela El cuento de la criada (1985), empezaron a considerar la literatura de L. M. Montgomery y a sus heroínas como adelantadas a su tiempo y representantes de un movimiento para el que a principio del siglo XX aún no había nombre. Y es que los problemas de Ana son problemas contemporáneos: la pérdida, la discriminación, los prejuicios contra las niñas, la intimidación y el deseo de integrarse y de ser admitido en una comunidad.

—Durante los 18 años que formó parte del Consell Valencià de Cultura varias de sus propuestas fueron aceptadas. Sin embargo, no cuajó la de crear una ruta macabra o gótica que podría haber tenido mucho éxito entre los turistas.

—En teoría, la ruta debería abarcar las localizaciones de crímenes célebres, los lugares de ejecución de las penas y los parajes más frecuentados por los fantasmas. Cierto que fantasmas no encontramos muchos, quizá por el ruido que hay en Valencia o por la celeridad con la que trabaja aquí la piqueta.

—¿Le preocupa que la cultura en la Comunidad Valenciana esté en manos de Vox?

—La cultura valenciana, que es un concepto mucho más amplio que la cultura en valenciano, ha sobrevivido, con mayor o menor fortuna, al franquismo, al posfranquismo, a la alcaldesa Barberá y al alcalde Ribó. No hay que tener miedo. No hay que perder los modales al contender contra los bárbaros, sino aprender a estudiarlos y a entenderlos.

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