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Víctor Peña Dacosta: Tú también sabes lo que eres

Víctor Peña Dacosta: Tú también sabes lo que eres

Ves a un hombre en desengaño, una garganta en guerra contra todo. Tal vez contra sí misma. Observas un ser ideal tan solo a su manera, bronco con quienes no han visto ‘la luz’ de una verdad política, social, ética. A la vez y sobre todo, miras un perfil patético que se arrastra —sabandija etérea con escamas de consigna— por el suelo hasta el tacón de tus zapatos. Lo aplastas. Lo aplastas con una calma rabiosa, como estampando contra el pavimento tus fantasmas. Y susurras: «Es verdad, es verdad, es verdad».

Te quedas ahí. De pie. Consciente de un juego que no es fácil entender. ¿Quién escribe estos versos? ¿Qué tiene del poeta? ¿Se odia tanto? ¿Nos odia tanto? ¿Será el único sincero? ¿Es esto poesía social? ¿Tal vez una ironía? ¿Una burla? Cartón piedra, carne de gabinete psicológico, yonqui social, farsante convencido… o el hilo con el que se cosió el traje nuevo del emperador.

Sea como sea, su escritura —a veces sucia, otras de línea clara, siempre con un reborde de humor raro, como morder un pomelo esperando el ácido del limón— genera un reflejo de miseria: la de uno mismo encontrándose con sus contradicciones. Porque en versos como «Tú has seguido los desahucios en tu ciudad / retuiteando a los que pedían ayuda», o como «Leve impulso homicida diario / al ver el avance informativo / que precede a los Simpson» no hay solo provocación, la víscera por la víscera. Existe un pensamiento, una propuesta, un minucioso proceso de pulido, un saber qué se quiere decir, hacia dónde enfoca el texto. Luz de cruce, si lo quieren, apuntando directamente a los ojos.

"Define en la voz poética de sus libros a un pobre diablo. No lo salva de la crítica: es uno más de tantos cuyos deseos de cambiar el mundo no son suficientes para levantarle del sofá"

Víctor Peña Dacosta ha publicado dos libros más uno: La huida hacia delante (La isla de Siltolá, 2014), Diario de un puretas recién casado (Ediciones Liliputienses, 2016) y Obsolescencia programada (Ril Editores, 2019). Todos ellos atravesados por este monstruo que lo habita; un ‘engendro’ que desde el humor, el análisis sociopolítico y la honestidad del kamikaze ha construido una obra sólida, coherente, rotunda, verdadera. Y con capas y capas de reflexión: un espacio literario donde lo primero es destruirse a uno mismo, aunque de ello no surja —el ave fénix es mitología— ninguna versión mejor:

No soy nada: apenas lo que aparento
y, a veces, ni tan siquiera eso:
pura fachada sin sustancia
de esporádico escritor sin talento
que levanta sus días con gomina,
se calza la cara de ir al trabajo,
bebe un poco y toma alguna pastilla
para paliar pequeños dolores cotidianos.

Soy lo que soy: apenas algo,
una mancha que se oculta en las sombras,
un borracho que lee de vez en cuando.
Un tonto más entre tantos que siguen
con emoción la Liga y frialdad el telediario.

Otro hombre de mediana edad temprana
que hace tiempo emprendió la cuesta abajo.

No soy casi: insisto, por si acaso.

Ya ni Facebook se altera
con mis golpes de estado.

«Es complicado hacer un poema social sin darte cuenta de que, en el fondo, es un poco absurdo hacer un poema social: ¿qué va a cambiar?». Es la respuesta del poeta cuando se le pregunta por esa aguja con dos puntas que son casi siempre sus creaciones. En ellas, en casi todas ellas, Peña Dacosta construye una realidad ‘condenada’, en la que apenas nadie se implica más allá de las consignas de barra de bar, de la ridícula mesa de debate que es Twitter.

"Lees sus poemas y te miras, triste, en el sofá de tu casa, encendido por alguna situación injusta... hasta la hora de la cena"

Y comienza por sí mismo. Define en la voz poética de sus libros a un pobre diablo. No lo salva de la crítica: es uno más de tantos cuyos deseos de cambiar el mundo no son suficientes para levantarle del sofá. Desde ahí escribe poemas como ‘Nihilismo’, donde afirma: «Descreo de creencias, héroes / mitos y demás chorradas». Este es el ejercicio: él primero, él antes que nadie es diana de sus dardos. Y con ello, desnuda a un lector que no quiere identificarse, pero lo hace.

Lees sus poemas y te miras, triste, en el sofá de tu casa, encendido por alguna situación injusta… hasta la hora de la cena.

Ese es efecto pretendido: la autocrítica, que funciona de un modo muy diferente —y arriesgado— al de otro tipo de poesía de denuncia. Aquí no hay un líder al que seguir, alguien con las ideas claras, un yo ‘perfecto’ que se opone a lo que ve y sirve de modelo. Hay una desesperación muy queda, un efecto extraño, un «es verdad, pero ¿y qué hago?» que funciona a niveles más profundos, que convierten al lector en la alimaña que pisó al inicio de este texto.

El alien que hay dentro del alien que hay dentro del alien que hay dentro del alien

Este ser que escribe los poemas de Víctor Peña Dacosta en una construcción exagerada basada en sí mismo. Para ello, el autor usa el humor, el cinismo, la burla hacia uno mismo. Algo que, asegura, es habitual en muchos de los autores de su generación.

"En esencia, la suya es una poética que se sitúa como una voz más dentro del cansancio generacional, casi como un oráculo del destino que estaba por venir, que ya está aquí"

Como si la única forma de acercarse a asuntos tan graves como la deshumanización que promueven las redes sociales, la ausencia de valores, la incapacidad para declarar los sentimientos, la farsa de la clase política… fuesen temas que ya no se pueden asumir desde la gravedad, sino dejarlos ‘desnudos’ ante el pueblo, señalar su estupidez, reírse como única forma de consuelo: «En mi primer libro me planteé forzar la construcción de un personaje patético, un yo poético que no se salvara o se justificara, sino que se entregara a la autoparodia», explica el poeta extremeño para justificar que «el humor es necesario para hacer poesía social», algo que está muy presente en su literatura.

El ser peculiar que Víctor Peña genera en su primer libro se va depurando con el tiempo. Pero, en esencia, la suya es una poética que se sitúa como una voz más —la más cínica— dentro del cansancio generacional, casi como un oráculo del destino que estaba por venir, que ya está aquí.

Y lo hace sin imponerse, como ofreciendo al lector un espejo enfocado al mundo, una lupa que se centra en el moho que crece en los rincones de la ducha del anuncio de Don Limpio. Y que cada uno saque sus conclusiones:

He visto a varios de mi generación destruidos
por el precariado, el miedo y la envidia,
deseando que los amigos fracasen en sus negocios,
exámenes o matrimonios para no quedarse solos.

Como los mendigos que arrancan
los ojos de sus perros.

Y los acarician.

Un momento: ¿Cabe el amor dentro de ti?

Amor. Amor profundo y desmedido. Amor que alivia y aleja. Amor que ofrece ganas de cuidar, de ser manos abiertas. Esto es Diario de un puretas recién casado. Inicialmente concebido como la parte final de Obsolescencia programada, funciona como una brevísima colección de poemas dedicadas a lo único que, parece, salva al ser que escribe los versos: una mujer, un anillo que eleva el sentimiento a historia, un hijo para querer ser mejor, aunque uno ya se haya rendido a la evidencia.

Sin olvidar su personal visión del yo poético —que ha hecho que algunos críticos lo consideren como una de las voces más originales de su generación y lo hayan incluido en antologías como Nacer en otro tiempo, una selección de Miguel Floriano y Antonio Machita—, Dacosta aquí afirma un oasis que genera un efecto inapelable: solo puede alimentarse, beber, vivir, en esencia, dentro de sus límites. Si se atreve a salir fuera, solo queda desierto.

"Aunque ama con realismo, ama: un hombre que se deconstruye en prejuicios, traumas y lamentos, que sigue repitiendo consignas de boquilla pero que, en el fondo, está dispuesto a todo"

Esta pequeña plaquette apareció como una especie de ofrenda simbólica que el poeta intentó justo en los días en los que celebró su boda, para inaugurar su vida marital. Dice: «Mi idea era contar que el amor podía salvarnos de todo lo demás». Y, aunque quizá no sea lo más interesante de una obra que aborda sin reparos lo complejo de ser fiel a un compromiso social, lo absurdo de la vida moderna o el concepto de patria, son un puñado de poemas necesarios. Para él, para nosotros. Para pensar, al fin, en una discretísima esperanza.

Porque en el sentimiento más privado es cuando se le ven las costuras al monstruo y uno confirma que la piel no es más que un disfraz honrado y que, tal vez, no esté todo perdido.

Aunque ama con realismo, ama: un hombre que se deconstruye en prejuicios, traumas y lamentos, que sigue repitiendo consignas de boquilla pero que, en el fondo, está dispuesto a todo. Si ella se lo pide. Y ahí aparece el cachorro dócil, el hombre coherente, la esquina de una lágrima.

Cuando finalmente renuncie
a todos mis principios y embarace
a la mujer que amo pese a todos
mis juramentos, mis votos al diablo
y la constancia en pasarme el móvil
por los genitales desde los veinte años,
prometo no ser un padre horrible:
levantarme alguna vez si El Engendro
llora, levantarle del suelo
tras una caída, levantarnos
los castigos tras una tratada,
dejar el filtro familiar desactivado
y pasarle la ITV cuando el organismo
pertinente lo tenga estipulado.

Incluso, si no queda más remedio,
prometo atender a su madre,
la mía o algún tutorial de Youtube
que explique sin pegar demasiadas broncas
cómo se supone que funciona el cachivache.

Juro leerle en la cama, incluso
sobrio y no siempre versos míos.
Prometo intentar escuchar al grupo
de mierda que le vuelva loco
durante su adolescencia. Callarme
algunas de mis opiniones al respecto.

Juro por la gloria de mi madre
y por la madre que lo habrá parido,
darle un beso cuando me traiga
un gin-tonic, aunque esté poco cargado,
encargarme de que vaya a ver a sus abuelos
más de lo preciso. Enseñarle quiénes
fueron ellos, sus bisabuelos,
y Gabi, Godín, Pantic y Kiko
y por qué debemos adorarles.

Cantará el himno como que hay un Dios.

Le inculcaré santificar las fiestas
y los corners al punto de penalti
o los despojos en los que va a verme
convertido más temprano que tarde.

Me esforzaré por instruirle a contemplar
los escotes sin descaro y a mentir
a su madre tan bien como yo mismo.

Peor que Matrix, peor que Black Mirror: nuestra vida ya es Second Life

Los poemas de Víctor son un diálogo constante: con Luis Alberto de Cuenca, con Rimbaud, con Almudena Guzmán, pero también con los Simpson, Mariano Rajoy y los mensajes predefinidos de las redes sociales. Su literatura está inmersa en el mundo y Obsolescencia programada, su último libro hasta el momento, es una evidencia total al respecto.

Influenciado por todo lo que le rodea: el telediario se mezcla con los ecos de los grandes poetas; las miserias de estos podrían patrocinar un capítulo de una serie distópica; todos, al fin, ofrecen un rumor de cotidianidad que se acerca al precipicio. Y, ante todo ello, nosotros, como partícipes y observadores, pensamos que nada nos afecta, que estamos fuera, en una doble vida virtual que nos enfría y nos enfría, hasta la temperatura del muerto.

"Como lector, sales de este libro, de esta obra, con un dolor distinto: has comprendido que lo que sospechabas era real, has saboreado la desdicha de lo que no tiene remedio"

Este es un trabajo que mira con pesar hacia la realidad que edifican las redes sociales, que se ríe de la (mala) idea de España, que asume la superficialidad de los contactos y los ‘me gusta’, que se rinde ante un mundo líquido con dirección al desagüe y al pozo negro. De nuevo toma forma este individuo atroz, más depurado, que amenaza con destrozar todo lo que no merece la pena… Hasta que no quede casi nada.

Facebook ha activado una herramienta
para que puedas comunicar que saliste
ileso de un atentado terrorista en tu zona.

Así, la primera noticia que tienes en años
de fotos que fueron amigos resulta
«Antonio González ha sobrevivido»
o «María Rodríguez está a salvo».

El alivio inmediato
sin necesidad de preocupación previa.

Imagino que esto debería significar algo.

Como lector, sales de este libro, de esta obra, con un dolor distinto: has comprendido que lo que sospechabas era real, has saboreado la desdicha de lo que no tiene remedio. Y no has podido agarrarte a nada. Aquel que lo ha contado, que lo ha visto como tú y se ha atrevido a decirlo, también es parte del problema. Y camina —un pedazo de familia en cada mano— para resistir.

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1 año hace

para Freud el chiste es como un bellaco que juega a dos bandas y sirve a dos amos al mismo tiempo. Tiene que inclinarse ante la autoridad del superyó mientras promueve diligentemente los intereses del ello. En la pequeña insurrección que supone una ocurrencia ingeniosa podemos disfrutar del placer de la rebelión al tiempo que la rechazamos, ya que, al fin y al cabo, se trata solo de un chiste. Como dice Olivia en Noche de reyes, un bufón al que se le permite bromear no puede hacer ningún daño; el bufón oficial que pone patas arriba las convenciones sociales es, en realidad, un personaje completamente convencional. De hecho, su irreverencia puede acabar reforzando las normas sociales al demostrar lo extraordinariamente resilientes que son y hasta qué punto son capaces de soportar, sin perder el buen humor, todo tipo de burlas. El orden social más perdurable es el que se siente lo bastante seguro no solo para tolerar desviaciones de la norma, sino también para fomentarlas activamente.