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Vida, obra y milagros de Raúl del Pozo

No es fácil hablar de un ser mitológico como Raúl del Pozo (1936), el hombre que viajó de Cuenca a Barcelona buscando la escritura que ya habitaba en su interior, el mismo que llegó al París de 1962 haciendo autostop y que, subido al columpio de la palabra, ha pasado del periodismo a la literatura. A fuerza de insistir, los periodistas Jesús Fernández Úbeda y Julio Valdeón sortearon las evasivas de Raúl del Pozo para escribir su historia. Lo han hecho en No le des más whisky a la perrita (La Esfera de los Libros), dedicado a la vida, obra y milagros del columnista.

Del Pozo no considera este libro una biografía. Para él es una novela picaresca posmoderna. Si la vida del escritor conquense fue un viaje desaforado, exigía una forma desmedida de contarla. “¡Eviten el canon!”, repitió en varias ocasiones el escritor a Jesús Úbeda y a Julio Valdeón, que se batieron para levantar la semblanza de una figura central de su siglo, el XX, el de las utopías que acabaron enviando a miles a un campo de concentración, pero también del XXI, domeñado por su viento terroso de cambio y demagogia.

Si la empresa de escribir este libro era ya de por sí complicada —Úbeda lo hizo desde Madrid y Valdeón desde Nueva York—, contar en una entrevista cómo consiguieron llevarlo a cabo ahonda en la complejidad. Como la biografía que la inspira, esta conversación está contada a tres voces y en dos tiempos. Unirlas exige una cirugía que acerque el jardín plantado con árboles de granadas y naranjos de la casa del columnista al Manhattan pandémico en el que vive Valdeón. Del Pozo es el costurón que une ambas orillas, el hilo de una vida que debía ser contada.

"A la pregunta sobre si en No le des más whisky a la perrita Úbeda y Valdeón contaron a Del Pozo o lo vampirizaron, las respuestas resultan luminosas"

En las páginas de este volumen, el biografiado lo es todo. Desperdiciar ese material, además de imperdonable, habría delatado bisoñez y necedad. «Las mejores biografías las hizo Plutarco en el siglo I; las de después son mediocres», los despachó Raúl del Pozo. Pero Úbeda y Valdeón insistieron, lo suficiente como para que Del Pozo accediera, no sin antes advertirlos: nada de horteradas, frases hechas y narraciones convencionales, tampoco «alardes del jergón».

Aún más severa que aquellas dos advertencias, una se impuso como asunto total e innegociable: Raúl del Pozo no diría ni una palabra de la mujer a la que amó y con la que compartió 48 años de su vida, Natalia Ferraccioli, a la que el escritor dedicó su vida entera, y también la columna más hermosa y devastadora que haya podido escribir. Su muerte fue un naufragio hacia dentro, una presencia que aún rompe el mar helado, como el hacha de Kafka.

I

Ni Úbeda ni Valdeón hicieron caso a las advertencias, y puede que justo por ese motivo la desobediencia juegue a favor del libro. A fuerza de unir voces y de tensar lo suficiente el hilo para poder acercarse, Úbeda y Valdeón consiguen descubrir (primero ellos mismos y luego al lector) la naturaleza de un personaje que igual come pisto con tomate con Paco Rabal, entre gitanos, chulos, putas, chinos y policías que preside tertulia en el Olimpo del Gijón. Un escritor que trepa de liana en liana hasta trazar la jungla tupida del periodismo y la literatura.

"Del Pozo preguntó al reportero si el whisky Lagavullin que él mismo le había servido había ido a parar al gaznate de la mascota. De ahí el título"

A la pregunta sobre si en No le des más whisky a la perrita Úbeda y Valdeón contaron a Del Pozo o lo vampirizaron, las respuestas resultan luminosas, cada una a su manera. “Este libro es un intento. El retrato completo no se podrá dar jamás, por una sencilla razón: porque Raúl no se cuenta ni le gusta hablar de sí mismo. Quedan incógnitas por despejar, pero creo también que una buena parte de ellas están respondidas en este libro”, contesta Jesús Úbeda mientras Dana, la perrita coton de Tuléar de Raúl del Pozo, se mueve a sus anchas.

Como su dueño, Dana se resistió en un comienzo a las preguntas del periodista de Libertad Digital y Zenda, hasta que ella también acabó por ceder. De ladrar y alejarlo pasó a aceptarlo, como si fuera parte de esa casa a la que dedicó tardes enteras. Durante el primer episodio del armisticio entre Úbeda y Dana, y asombrado por el cambio de conducta del animal, Del Pozo preguntó al reportero si el whisky Lagavullin que él mismo le había servido había ido a parar al gaznate de la mascota. De ahí el título.

Ante la misma pregunta, Julio Valdeón, el corresponsal en Estados Unidos para varios medios, novelista y premio Cossío de Periodismo, contesta que a Raúl del Pozo lo han vampirizado, a conciencia. “Nunca quiso que escribieran sobre él y, sobre todo, nunca quiso escribir sobre sí mismo. ¡Incluso ha devuelto adelantos por sus memorias! Como todos los tímidos exhibicionistas, que no son otra cosa que los rasgos de un escritor, se ha contado en las novelas, más o menos disfrazado, a machetazos, entre líneas, por ejemplo, en La novia, un torrente erótico y claustrofóbico. El tratamiento de la intimidad siempre ha sido un asunto extremadamente problemático en la escritura”.

Al final, como dice Valdeón, lo cogieron por las solapas. Y así se escribió la semblanza, gracias a la tozudez de los reporteros y la generosidad del biografiado. “Úbeda acampó en su jardín como los indios okupas, que decía Sabina, y yo lo fatigué por teléfono. El grueso de los encuentros con Raúl fue cosa de Jesús, el mejor entrevistador que hay ahora mismo en España: agudo, meticuloso, paciente, increíblemente eficaz. En general mareamos a todo Dios, y en ocho meses de locura sacamos adelante el libro”. 

—¿Qué piensa Raúl del Pozo de esta biografía? ¿Se dejó o no vampirizar?

"Ya lo dijo Oscar Wilde: Lo poco que he contado de mi vida es para que no me conozcan"

RdP: Ya lo dijo Oscar Wilde: «Lo poco que he contado de mi vida es para que no me conozcan». No sé cómo lo han hecho, y doy mi palabra de que no he leído el libro completo, sólo las partes que Jesús me leyó. Se lo advertí desde un comienzo: que tuviesen cuidado con las hagiografías y con escribir sobre los ligues, porque yo he tenido más fracasos que éxitos. Esas fueron las únicas advertencias que hice. Lo que he visto del libro me parece entretenido y se acerca a lo que soy.

—Más que una biografía se trata de una novela, dice en el epílogo. ¿Eso es bueno o malo?

RdP: Tiene un toque de novela picaresca posmoderna, cuenta cosas de mí que me he quedado acojonado al volver a leerlas. Han trabajado mucho, tanto Jesús como el neoyorquino, Valdeón, que tiene mucho mérito, porque hacer la mili en Harlem y tener que trabajar de aparcacoches… Hasta que encontró trabajo lo pasó muy mal. Los dos tienen mucho talento. Hay quienes dicen que no se puede escribir una biografía a cuatro manos, pero han acertado.

Al otro lado del mar, Valdeón recoge el guante: “A Raúl es muy difícil escribirle una biografía canónica, primeramente porque cuesta escribir a punta de navaja de un tipo al que amas. Pero hemos huido de la hagiografía como de la peste. Hemos peleado para no caer tampoco en los convencionalismos pueriles del género. Y nos la hemos jugado para sacar adelante un libro con dos narradores. Para no caer en la trampa de la «voz Frankenstein» y al mismo tiempo no volver loco al lector. Creo, modestamente, que el libro funciona”.

"Úbeda entra en este libro como novillero y lo acaba como matador"

El libro es el resultado de un encuentro, el que ofician los tres. Tanto su compañero de brega como el biografiado en cuestión señalan que las entrevistas de Jesús Úbeda para Zenda son las mejores que se publican en prensa actual. Y así lo demuestra en esta biografía. Durante tardes enteras, regadas con escocés muchas de ellas, Úbeda se embarca en la búsqueda del Raúl del Pozo persona y personaje, intentando separar al uno del otro.

Para conseguirlo, no sólo se plantó como un árbol más de la calle Cipreses, también fue a buscar a Augusto, el hermano de Del Pozo, y a su hermana, amigos, compañeros de profesión, su médico psiquiatra y, cómo no, a sus recuerdos, a los que dio caza. Incluso con sus excesos o con un arranque tan provocador como el que elige, Úbeda entra en este libro como novillero y lo acaba como matador. 

—¿Esto no habría prosperado sin la amistad previa con Raúl?

JFU: Sí y no. Creo que la amistad no se tradujo en facilidades, sino en todo lo contrario. Yo venía aquí, hablábamos, él me comentaba su artículo del día siguiente. Entonces le decía: «Vamos a hablar de esto». «Pero es que ahora no tengo ganas», me contestaba. Pasaba un rato magnífico con él, pero me volvía a casa igual. Raúl me decía: «Mándame un cuestionario y yo te contesto». ¿Pero cómo iba yo a hacer eso? Yo creo que cuando él se dio cuenta de que el libro iba en serio, que hablamos con sus amigos, y cuando vio que venía tres o cuatro veces a la semana sin llevarme nada, dando el coñazo, decidió seguir adelante.

II

Primogénito de cuatro hermanos, cuando cumplió cinco años Raúl del Pozo empezó a ir a la escuela de Mariana (Cuenca). Llegaba desde La Torre a pie, haciendo un trayecto que duraba, más o menos, tres cuartos de hora. En esos caminos se forjó castellano y libérrimo. Y en ellos se topó con miembros del maquis, «a veces nobles, a veces canallas», también con guardias civiles a los que los guerrilleros «acabaron poniendo de espantapájaros en los melonares con el tricornio ladeado». Su madre murió cuando él apenas era un niño y el padre le enseñó a localizar en los verdines «los cagarruteros» de conejos a los que el mayor de sus hijos cazaba furtivamente para vender las pieles.

Sin guardar necesariamente un orden cronológico, el libro da cuenta que, de jovencito, Raúl del Pozo ya leía a Shakespeare y siguió con todo cuanto encontró, desde Pío Baroja hasta Sartre y Camus, cuyos libros le prestaban bajo cuerda en la biblioteca de su pueblo. Comenzó ganándose la vida como maestro de escuela y tuvo alumnos como ese Félix Sanz Roldán que acabaría en jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y cuya voz aparece en este libro junto a un buen racimo de amigos y leyendas vivas del periodismo y la literatura.

Picado por el veneno de la escritura, Del Pozo se marchó a Barcelona y luego al París de 1962. La travesía la hizo, por cierto, en autostop. El libro desgrana, también, su primera incursión en el café Colón, donde un novísimo Raúl acudía para jugar a los dados y venerar al columnista César González  Ruano. También glosa sus noches en el Kit Kat barcelonés o en el café Le Dôme, en Montparnasse, donde corría la juerga parisina y en el que se desplegaron ante Raúl del Pozo Sartre y Simone de Beauvoir, también Richard Burton o Peter O’Toole.

Cuando llegué a Madrid con mi hermano Augusto las pasamos putas: usábamos los baños de los cines, que tenían hasta mármol, porque los de nuestra pensión eran asquerosos. Íbamos al Gijón, que hoy es un sarcófago… han palmado todos. Cuando llegué lo pasé mal. Por eso siento una simpatía natural hacia quienes empiezan. La gente joven siempre ha sido muy generosa conmigo”, dice Raúl del Pozo mientras bebe un sorbo de agua. Parece relajado. Ya ha escrito la columna, o el menos eso dice a las siete de una tarde en la que el otoño aún titubea.

"Defectos los tiene. Pero cuesta el doble de trabajo a Úbeda y Valdeón confirmar y documentar su existencia"

Su amigo Manuel Vicent lo describió como un hombre que debería haber muerto muchas veces y al que un disparo lo salvó de la soga para huir cabalgando hacia el café Gijón, el mismo que en los garitos prefería ser John Wayne en lugar de Ulises, y que ahora, aún tocado por el aire silvestre que le viene de la infancia en el monte, se revela como un comandante de sí mismo.

Defectos los tiene. Pero cuesta el doble de trabajo a Úbeda y Valdeón confirmar y documentar su existencia. Los enemigos de Del Pozo han muerto casi todos, y aquellos con los que tuvo tensiones, Felipe González por ejemplo, no aparecen en estas páginas. Se barrunta la distancia con Pedro J. Ramírez y las puyas de un Santiago Carrillo faltón que le recriminó estar del lado del poder.

De estas páginas interesa la hilacha de lo que Del Pozo no cuenta en una columna o en sus brindis matutinos de los viernes, el «viva el vino» con Carlos Alsina (que prologa el libro), sino la fibra de quien se ha contado en sus novelas. Sorprenden rasgos como los que describe el escritor, periodista y académico Arturo Pérez-Reverte, quien hace referencia a las detonaciones tardías del columnista. «Cuando se le insulta, no reacciona al momento». Y hay ejemplos enjundiosos al respecto, y si no pregunten a Edu Galán, porque Santiago Carrillo ya no vive para contarlo.

—Dedica palabras generosas a Francisco Umbral. ¿Cómo era su relación?

"Umbral se sacaba puñados de dinero de los bolsillos y me decía: Mira todo lo que he cobrado, eso no lo vas a cobrar en tu puta vida"

RdP: Umbral se sacaba puñados de dinero de los bolsillos y me decía: «Mira todo lo que he cobrado, eso no lo vas a cobrar en tu puta vida. He comprado Viagra para ti y para mí». Me trataba como a un pobre. Cuando me dieron el premio González Ruano nos vimos. Él ya estaba muy enfermo. Entonces yo tenía coche y chófer, a quien le dije: «Acompañe a don Francisco a Majadahonda, por favor». Cuando volvió, le pregunté qué había dicho don Francisco. «Que de quién era este coche». El chofer le contestó que era de don Raúl del Pozo. «No, es seguro de un ministerio, porque él no tiene coche», contestó Umbral.

—Santiago Carrillo no fue nada elegante con usted. ¿Tiene razón Arturo Pérez-Reverte cuando dice que usted tenía demasiado sentido del humor para ser comunista?

RdP: Yo he sido comunista cinco minutos. Pertenecí al partido y escribí en Mundo Obrero, pero yo no me quiero marcar un tanto ni decir que he estado en la resistencia. Lo de Carrillo me sentó como un tiro. Habíamos estado unos días antes en la Puerta del Sol, por poco nos matan. Y va y dice Carrillo —imitando la voz del político—: “Es que Raúl del Pozo siempre ha estado con el poder”. Cuando le dije «me cago en tu puta madre» había tres testigos: Manuel Vicent, Víctor Márquez Reviriego y Solana, que desapareció como si se lo hubiese comido el Palace —Del Pozo hace una pausa—. Y ya no hablo más, que hable Jesús.

JFU: Hay una anécdota previa. Estando de viaje, Raúl le habla a Carrillo del Partido Comunista Italiano (PCI), que se pronunciaba «pichí». Carrillo le contestó: “El pichí, el pichí, estoy hasta los cojones del pichí”.

III

Jesús Úbeda conoció a Raúl del Pozo cuando ya trabajaba en Libertad Digital y buscaba historias hasta debajo las piedras. Julio Valdeón tuvo el gusto en el año 2002, el año en que publicó su novela El fulgor y los cuerpos. Entones, sin demasiada esperanza, pensó que podría presentarla Del Pozo. Lo dijo “como quien nombra a Robert Mitchum o a Kirk Douglas”. Gracias a César Alonso de los Ríos, amigo de su padre desde la Facultad de Letras de Valladolid, lo consiguió. Acabaron los tres en un bar de Gran Vía, hablando del libro con un whisky. Valdeón se sintió en “el cielo de los jovencitos mitómanos”, feliz de tenerlos a su lado.

"El propio Valdeón confiesa como un adolescente que cuando viajaba a Madrid nunca olvidaba ir al Gijón, por si se le aparecían Raúl del Pozo o Francisco Umbral"

La España que vivió cada uno dista mucho la una de la otra. Y es justo ahí donde se fragua la riqueza de este libro. No sólo cuentan la vida de Raúl del Pozo, sino las décadas de un país que se desdibuja con las embestidas del tiempo. Es, según Valdeón, una historia que habla “de unas redacciones dignas de Billy Wilder, y de Paco Rabal y de Camilo José Cela”, pero también del PCE de entonces, “tan distinto de basuras como el FRAP y el resto de grupúsculos de extrema izquierda”. Escribir sobre Raúl del Pozo, insiste Valdeón, es recordar a “Alfonso, cerillero y anarquista, y a Cabezón de Elche, que desplumaba a los constructores en Torrelodones, y es la memoria de Pueblo y Mundo Obrero, El Independiente y El Mundo”. El propio Valdeón confiesa como un adolescente que cuando viajaba a Madrid nunca olvidaba ir al Gijón, por si se le aparecían Raúl del Pozo o Francisco Umbral.

El Raúl del Pozo que cuentan Úbeda y Valdeón no está biografiado sólo para los amigos del escritor o los doctos en la materia, sino para una generación que poco o nada sabe del hombre que fue Raúl Júcar en Mundo Obrero, que ignoran que antes de pluma avezada e incendiaria en Pueblo y Diario16, fue maestro de escuela y también guionista de Jesús Quintero y Lola Flores, así como escritor de discursos de Adolfo Suárez. Ahí radica uno de los elementos más importantes de este libro: su candidez, domesticada a punta de documentación y trabajo, que permite no sólo un retrato de Raúl del Pozo, sino la fotografía de una época que a los bisoños les queda lejana.

—La España vivida por Raúl del Pozo dista mucho de la suya. ¿Eso ayuda o hace las cosas más difíciles?

"Raúl es un reportero que embellece sus reportajes, siempre tiene una fuente"

JFU: Cuando terminé la carrera me encontré un páramo periodístico. Mis amigos se fueron a Malta y a Dublín. A buscarse la vida de camareros y trabajar en hoteles. Yo quería trabajar a toda costa. Empecé en Libertad Digital. También en una publicación, Unfollow Magazine, para la que hice un reportaje sobre Francisco Umbral. Para escribirlo hablé con David Gistau, Antonio Lucas, Manuel Jabois y con Raúl. Nos hicimos amigos. Yo no me he tenido que buscar la vida tanto como él, ni he vivido en pensiones, pero amo el periodismo. Ir a un sitio, contar lo que veo. Raúl es un reportero que embellece sus reportajes, siempre tiene una fuente.

RdP: Antes de irse al exilio, el rey me dio la exclusiva a mí —apostilla el escritor.

—El libro retrata tres generaciones de columnistas. ¿Tiene razón Fernández Díaz cuando dice que en España no hay cuentistas, pero sí columnistas?

RdP: La columna es un vicio español, como la Guardia Civil o El Corte Inglés

—Los separan décadas, pero algo más los acerca. ¿Qué exactamente?

JFU: Muchas cosas: los dos somos de pueblos pequeños, de familias humildes, hemos visto la ciudad con asombro…

RdP: El aldeano conecta muy bien con la gran ciudad. Yo, que soy un aldeano, al llegar al Dome me estalló la cabeza. Ese cambio del nacionalcatolicismo al amor libre. El verdadero cambio revolucionario en mi vida fue París: es la libertad, la razón, la belleza. Cómo te cambia la vida. Madrid a su manera lo fue también.

—¿En qué sentido?

"Hoy en día en el congreso hay más gente que quiere destruir España que unirla"

RdP: España tiene cosas excepcionales. Las crónicas de indias son una verdadera epopeya. Que en una época, en la calle Huertas, se juntaran los cinco escritores más importantes, en el mismo tiempo, ¡cinco Shakespeares! A pesar de la imaginación grande de este país, siempre ha existido una pulsión por destruirse. Hoy en día en el congreso hay más gente que quiere destruir España que unirla. Esa pulsión está presente desde hace dos mil años, desde la época de los taifas.

—¿Qué tuvo a su favor y en su contra el siglo XX de Raúl del Pozo, y qué cosas a favor y en contra tiene el siglo XXI de Úbeda y Valdeón?

RdP: El otro siglo era el de las grandes ideas y las grandes utopías, las mismas que mandaron a muchos a campos de concentración. Este es un siglo más superficial, más frívolo. Es el siglo de los populismos y la grosería de la demagogia.

JFU: La gran diferencia se llama Internet. Su generación se podía dar el lujo de estar tres o cuatro días preparando un reportaje.

—RdP: Internet ha sido uno de los grandes inventos, incluso más que la imprenta. La imprenta cambió el mundo y trajo el renacimiento, pero de momento no sé qué va a traer esto, una mierda, el neoperonismo.

—JFU: Lo que a nosotros se nos pide, te lo digo con brocha gorda, que conste, es escribir al peso. Yo me lo hubiese pasado mucho mejor en su época que en la mía. Creo que lo de ellos era mucho más duro, pero lo de nosotros es mucho más frustrante. Aunque si trabajas y le echas pelotas, con un poco de suerte, te puedes buscar la vida.

—Mira al cabrón —interrumpe del Pozo—, lleva una blouson noirs para salir bien en las fotos.

—Estuvo en el París previo al mayo del 68, conoció a Sartre, Camus, pero también a Fidel Castro y otros cuantos personajes más…

RdP: Fui íntimo amigo del padre del Ché Guevara, y conocí a Fidel.

—¿Ya entonces tenían cara de asesinos? Resulta curiosa la fascinación que sitió la izquierda europea por los revolucionarios ajenos.

RdP: Es un paternalismo repugnante. Fueron todos a comerle la polla a Fidel.

—¿Hay cuentas pendientes por aclarar con esa izquierda que se dejó quitar el discurso?

—JFU: En España tenemos otra cuenta pendiente mayor: la Guerra Civil. Hace poco se armó la de Dios por la cruz del Valle de los Caídos y la ley de la memoria Democrática…

—RdP: Eso es para distraer a la gente. El problema que tiene Sánchez es que es oposición y gobierno al mismo tiempo.

—¿Se puede decir que las nuevas generaciones tienen una relación ombliguista con el periodismo y la literatura, y que la suya, la de Raúl del Pozo, fue corsaria?

"Ahora los periódicos son como clínicas, donde te hacen un TAC"

RdP: Antes no había que ser un señor para ser periodista, no era una cosa de caballeros. En mi época, el que por la mañana se hacía un retrato con Kirk Douglas y llegaba a España y por la tarde salía en primera página, tocaba el cielo. Teníamos una fascinación romántica por el periodismo y creíamos en el oficio. Ahora los periódicos son como clínicas, donde te hacen un TAC. (Raúl del Pozo bebe otro poco de agua y continúa). Las redacciones que conocí eran nidos de víboras, nos matábamos por conseguir una exclusiva y luego nos sentábamos a jugar al póker en la redacción y nos íbamos luego por la mañana a la churrería de San Ginés, entre putas y chulos, y llevábamos navajitas en el bolsillo.

—JFU: Tienen un punto diferencial muy importante con respecto a nuestra a generación, y eso lo explica muy bien Federico Jiménez Losantos en el libro. Hasta mediados de los años ochenta se juntaban uno del periódico X con el del periódico Y, y cabían todos. En nuestra generación hay unos grupos de interés y sectarismo.

IV

Raúl del Pozo (1936) tiene dos pesadillas recurrentes. En la primera, se ve haciendo el paseíllo en una plaza de toros, obligado a lidiar un animal de 600 kilos a sus ochenta y cuatro. En la segunda, un cabo primero de la mili le dice que no puede licenciarse… Aunque lo persigan en sueños, Raúl del Pozo no renunció a la lidia de la vida y el periodismo, ni desertó en la disciplina de lo que debe estar bien escrito. Sin embargo, dos asuntos aún lo escarmientan.

El primero de ellos fue su afición al juego. Para desarrollarlo, Jesús Úbeda y Julio Valdeón recurren a su psiquiatra y amigo Néstor Szerman. «Raúl necesita apostar por todo. Lleva el ambiente de los casinos, oscuros y sórdidos, a todo lo demás. Por ejemplo, cuando descubre el golf. De repente, se encuentra en un marco abierto, en campos con amapolas, animales, palmeras… Pero es un casino para él, un lugar donde apuesta. No tiene sentido jugar al golf si no apuesta (…), su interés desaparece”, explica en estas páginas.

"La causa de las mujeres es correcta, es revolucionaria, real y justa"

Algo en Del Pozo explica sus excesos, porque él mismo ya es demasía. No en vano Manuel Vicent asegura que cuando pierde en el casino de Torrelodones, Del Pozo parece un «Dostoievski con la lengua ceniza». Sobre ese tema escribe en su novela Noche de tahúres, en cuyas páginas retrata el entorno “feroz, hedonista, embrujado y suicida” de las noches de baraja, ruleta y borrachera.

El segundo asunto, aún más profundo, tiene que ver con la mujer que amó, alguien que aún lleva en los huesos y de la que se negó hablar en esas páginas, también en esta entrevista. A pesar de su silencio, Natalia, su mujer, aparece ante el lector como una presencia envolvente, imprescindible: una madre, una amiga, una amante. Acaso un galope, un latido y, por qué no, una nostalgia como esas que sólo despiertan la infancia y el amor, dos territorios vastos que rebasan cualquier silencio e incluso lo originan.

—Úbeda y Valdeón no se podían permitir una biografía sin episodios amargos: la relación de Del Pozo con el juego es una, y la otra es la ausencia Natalia, su mujer.

RdP: Yo no voy a hablar del segundo tema.

—Entiendo que no quiera, pero ellos lo han desobedecido. Y lo hicieron para contar el amor que sintió y siente por ella.

RdP: De eso yo no voy a hablar.

—JFU: Yo quería abordar esa relación. Como en ese tema él nunca abrió la boca, debí recurrir a terceros y a mi propia memoria. Tuve varios episodios con Natalia que recuerdo y que me marcaron. Y quise contarlo. Para mí era innegociable. Yo sabía que eso no podía quedar fuera.

—¿Cómo se sintió con eso, Raúl? Jesús Úbeda ha entrado hasta el fondo de tu casa…

—RdP: Y lo ha hecho con respeto. Natalia lo quería…

***

La tarde cae de a poco, Raúl del Pozo permanece en silencio. Y entre las hilachas de una conversación a punto de acabar, recuerda: “Cuando llegó Natalia a Madrid, en el año 1969…  era una venus. Conducía su coche último modelo. Cuando iba a recogerme al periódico todos se quedaban boquiabiertos. Fue un flechazo espantoso. Natalia fue un terrible amor. Así que puedo decir que conozco el amor. Hay gente que se muere sin conocerlo, yo sí”.

Raúl del Pozo precinta las palabras, se las guarda para sí. Aunque, a veces, tira de la cremallera del silencio que se amontona bajo los árboles de la calle Cipreses.

—Tengo tres mujeres —continúa— Mi madre, que la mató el río. A… joder —Raúl del Pozo intenta decir un nombre que no consigue pronunciar, Natalia—, y mi hermana. Son esenciales en mi vida. Durante toda mi vida he venerado a las mujeres, por las que siento absoluta fascinación. Si la democracia nos enseñó la moral, también nos enseñó a respetarlas. La causa de las mujeres es correcta, es revolucionaria, real y justa. Eso también hemos aprendido a comprenderlo. Eso también nos lo ha enseñado la democracia.

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