Benito Funciños, magnate de las comunicaciones y el hombre más rico de España, muere en el aniversario de la muerte de su hija. Antes de su fallecimiento, manda al inspector de policía Joaquín Lopera una serie de vídeos grabados al borde de la muerte.
En este curioso testimonio, Benito Funciños se revela ante el inspector y su equipo como un hombre sensible y hecho a sí mismo, muy culto, casi un poeta, sagaz, sencillo y austero. Pero también le pide a Lopera, por el que manifiesta una enorme admiración, que investigue los misteriosos casos de las desapariciones de su mujer y su hija, que lo dejaron solo en el mundo y sumido en una profunda tristeza.
A continuación reproducimos el arranque de Vídeos para una mujer, una novela de Eduardo Martínez Rico.
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Titular de periódico:
El magnate de las comunicaciones Benito Funciños falleció ayer de un paro cardiaco.
1
—Dentro de un año me suicidaré.
Está sentado en su sillón de cuero. Es el de siempre. Su mujer siempre le insistía: «¿Por qué no lo cambias? Tan rico como eres y no cambias tu sillón». «Le tengo cariño —le respondía—, en él hice mis primeros negocios, los más importantes. Desde este sillón, acuérdate, con ese teléfono, te pedí que te casaras conmigo».
Qué recuerdos los de este hombre en su sillón de cuero. Ahora todo ha cambiado. Una noticia del periódico nos devuelve al presente. Muerte. Hay muerte en esta casa en la que una mano desconocida (no lo es, ya la conoceremos) ha cubierto con sábanas los muebles de este salón lleno de recuerdos.
Una cámara de vídeo graba.
—Dentro de un año me suicidaré —dice él.
Es un hombre mayor, de unos setenta y cinco años. Está muy gordo. Podríamos decir que es obeso. Tiene el pelo ralo y blanco. He dicho salón. Podría decirse así, pero en realidad es su despacho. Desde aquí manda su imperio. Aún no sabemos de qué es este imperio. Es un magnate, pero ¿a qué se dedica?
La cámara graba.
—Dentro de un año me suicidaré —repite—. Hoy es 7 de junio del 2004. Me hace ilusión morir el mismo día que murió mi hija, quiero decir el día de su aniversario. Es un bonito homenaje.
La cámara graba. Es una cámara último modelo. Fujitsu.
—¿Por qué tuvo que morir mi hija? ¿Por qué tuvo que morir mi mujer? Yo no valgo nada sin ellas. ¿Qué son todos mis millones si me falta lo que más ansío, y lo que más ansío es volver a verlas? ¿Hay otra vida? Puede… Pues entonces me reuniré con ellas. Yo no creo mucho en la otra vida, pero me asomaré a ver qué hay.
Un silencio se apodera del despacho-salón. La cámara sigue grabando.
—Voy a grabar unos vídeos donde contaré parte de mi historia pasada, presente y futura. La historia de mi vida, la de mi mujer y la de mi hija. Cómo unos desaprensivos, unos canallas, me las arrebataron ante los ojos pasivos de la justicia. La justicia de los hombres… Qué pobreza. Hoy me dispongo a dar comienzo a este peculiar diario de desventuras. A ti, Joaquín Lopera, te he investigado bien. Eres el único que me puede ayudar. Te he elegido cuidadosamente. Repito, eres el único que puede llevar a alguna parte este enigma. Encuentra a los que han hecho de mí esto que ves y te convertirás en el mejor policía de la historia. Si es que eso te ha importado alguna vez algo. De lo contrario, no te habría elegido. A lo mejor exagero. El mejor policía de la historia… ¿A quién le importa? A ti desde luego no, ya lo sé. Esa es una de las razones por las que te he elegido. Estoy seguro de que no te importa. ¿Quién realiza semejantes clasificaciones? ¿Quién sabe quién es el mejor en algo? ¿Quién sabe qué es lo bueno, lo mejor? ¿Lo que es fácil y difícil, dónde está el mérito del que averigua la verdad?
Nuevo silencio en el despacho-salón. Hay una lámpara de araña que parece tambalearse. El hombre se mesa los cabellos y coge algo de la mesa. Es una vieja botella de vino. Un vino muy bueno, muy añejo. Abre la botella con un sacacorchos, con pericia.
—Fui camarero. Fui antes cocinero que fraile.
Sonrió, como para sí mismo.
Toma un vaso. Se sirve el vino. Bebe un sorbo.
—Rico vino de mi tierra. De las orillas del Sar. Algunos lo despreciarían. Yo no desprecio ningún vino. Todos son el pulso de la tierra.
Nuevo silencio. La cámara graba.
—Por hoy basta, amigo policía. Ahí va mi guante. Tiene tres crímenes sobre la mesa, porque lo mío también es un crimen, un asesinato, una muerte provocada por otras dos muertes. Averigüe los dos primeros enigmas y averiguará el tercero. Averígüelo todo y será todo un hombre, amigo policía. Lo he seguido por los periódicos, es usted de fiar. No me defraude.
Nuevo silencio. La cámara sigue grabando.
El salón-despacho tiene una decoración no suntuosa, elegante, pero sin excesos. Revela la personalidad de su dueño: austero, pero orgulloso. Es difícil que un lugar pueda revelar esto de «orgulloso», pero este lo revela. Unas cortinas color verde brillante desentonan un poco con el conjunto. Se las regaló hace unos años su hija, y solo por eso les tiene mucho cariño.
2
—Se parece a Marlon Brando.
Un detalle como ese solo podía captarlo una mujer.
Se llama Cristina Sánchez y es compañera de Joaquín Lopera prácticamente desde que entraron en el cuerpo, hace ya más de doce años. Llegaron a la vez y desde entonces se consideran amigos, aunque muchos vieron en ellos a dos rivales. Joaquín ascendió más rápido que Cristina, pero juntos formaron un buen equipo. Desde el principio se entendieron a la perfección. Los llamaban «los aliados».
Un curioso conciliábulo tenía lugar en el despacho del inspector Lopera aquella fría mañana de enero, cuando recibió el primer vídeo.
—Misterioso vídeo, seguro —le dijo su segundo, el teniente García—, pero ¿por qué precisamente a ti? El magnate te ha elegido a ti por algo. ¿Por qué?
—El caso de las cajetillas, como lo bautizaron los periódicos, te dio cierta fama, pero no tanta—dijo Cristina.
Cristina Sánchez siempre decía la verdad, siempre decía lo que nadie quería oír, lo que los superiores anhelaban no escuchar, y por eso quizás era tan buscada por ellos. Era la consejera fiel. Quizá por eso no había ascendido más rápido, quizá por eso no podían vivir sin ella. Pero, en lo más hondo de sus corazones, todos sabían que la que en realidad mandaba en el departamento era ella y solo ella. Bueno, tal vez no…
Había una cuarta persona. En realidad había más gente en el despacho aquella mañana. El sargento Esquivias.
—¿Por qué crees que se parece a Marlon Brando?
—Venga, no estamos para chorradas ahora —dijo el teniente García.
—No es una chorrada —dijo Cristina—. Ahora debe de andar más o menos por su edad y por su peso. Bueno, este hombre está más delgado. Es muy parecido. Y aunque esté tan gordo, sigue siendo igual de atractivo. Ese hombre, de joven, debió de ser guapísimo. Y lo sigue siendo. Además, aunque sea una tontería, yo no me creo que esté muerto. Un hombre como ese no puede estar muerto. Un hombre con esos ojos no puede estar muerto.
Aquí intervino el inspector Lopera.
—Dice que se suicidará el 7 de junio de 2004, el aniversario de su hija, «un homenaje», y eso ya ha pasado, ya fue el funeral, ya fue el entierro; bueno, la incineración…
—Menuda broma la incineración —dijo Cristina—. Eso destruye las pistas. Si no está muerto, no hay cuerpo que lo demuestre. ¿Dónde se realizó la incineración?
—No lo recuerdo. Habría que averiguarlo —dijo Lopera.
—Pues habría que ponerse a ello. Este primer vídeo es enigmático, pero vendrán más. No hay que olvidar que nos promete todo un año de grabaciones. Dice que grabará todo un año. Este es el primero de toda una serie.
—Es un hombre desesperado —dijo Lopera—, eso se ve rápido.
—Desesperado o no —dijo el sargento Esquivias—, ha acudido al mejor policía que conozco…
—Muchas gracias por lo que me toca—dijo Lopera—, aunque tampoco tengo mal equipo.
—A mí me parece muy interesante el lugar en el que está grabado el vídeo —dijo una quinta persona de la que no hemos hablado todavía, la señora de la limpieza, muy amiga de los policías y con la que solían charlar siempre animadamente.
—Cuéntenos, Francisca —dijo Lopera.
—Es un lugar fascinante.
—Fascinante —dijo Cristina—, qué palabra tan curiosa, cómo se nota que usted lee muchas novelas.
—También las lee usted, Cristina.
—También, es verdad.
—Pero ¿por qué es un lugar tan fascinante, Francisca?
—Ese sillón, esas cortinas, la lámpara, el vino…Parece un decorado… No digo yo que lo sea… porque la vida es como una película…Vamos…, digo yo…
—Eso que dice es muy interesante, Francisca. Voy a apuntarlo inmediatamente.—El inspector Joaquín Lopera, Joaco para algunos amigos, llevaba siempre un cuaderno de espiral tamaño bolsillo para apuntar lo que se le venía a la cabeza con un lápiz que tenía una goma que nunca usaba para borrar nada; lo tachaba todo, así podía ver lo que había escrito antes. Apuntaba con el lápiz ideas propias y ajenas, escuchaba a todo el mundo y procuraba no dejar nada al azar, aunque respetaba el azar.
—Apunta lo del decorado, Joaquín, que no es una tontería —dijo Cristina—, aunque aún no estamos ni en el principio de esta película. No en vano, ya te lo he dicho, este hombre se parece a Marlon Brando. Por cierto, ¿qué habrá sido de Marlon Brando? Hace tiempo que no se sabe nada de él.
—Tuvo problemas familiares—dijo el sargento Esquivias—, pero andará bien.
—Era el más grande en el cine —dijo Lopera.
—Pues este —intervino Cristina— fue el más grande en lo suyo. Todavía hoy, después de su muerte, su imperio sigue creciendo. Sus herederos, que por cierto no tenemos ni idea de quiénes son. ¿Lo sabemos?
—¿Lo sabemos? —preguntó Lopera.
—No, todavía no —dijo García.
—Aún no —dijo Esquivias—, pero lo averiguaremos. Es cuestión de tiempo.
—Yo sé algo. Lo leí en el ¡Hola! —dijo Francisca mientras recogía unos papeles de la papelera; los policías eran muy limpios, pero la papelera sí se llenaba periódicamente—. Hay un nieto por ahí. Hijo de la hija famosa esa que sale en el vídeo, que aún es muy joven. Parece ser que él va a ser el heredero. Pero no es el único. La chica tuvo más hijos, un chico y dos chicas, y el «viejo», por llamarlo de alguna manera, que no lo parecía, no era machista. Parece ser que las empresas están muy bien repartidas. Bueno, el ¡Hola! lo contaba bastante bien. Tengo la revista en casa. Puedo traerla.
—Muy bien, Francisca —dijo Lopera—. Te vamos a contratar. Es una injusticia que tú estés limpiando papeleras y yo lleve corbata. Tráeme la revista, por favor.
—Yo miraré también en los Expansión de esas fechas, y en Nueva Economía y Nueva Empresa, a ver qué cuentan. Francisca, estás más al día que nosotros, hay que ver.
—Bueno, una que lee el papel cuché.
Todos soltaron una sonora risotada.
—Bien —dijo Lopera—, las piezas van encajando: tenemos un magnate de la comunicación que afirma que se va a suicidar el mismo día que murió su hija, por lo que dice, en circunstancias poco claras. Vamos, que según él, la han matado, y también a su mujer, según él también. No hay que dejar ni un solo cabo suelto. Quiero que todos vosotros, incluida tú, Francisca, y ya me encargaré de que recibas un sobresueldo, os llevéis una copia de este vídeo a vuestra domus.—Al inspector Lopera le encantaba el latín, incluso era capaz de decir algunas frases en esta lengua, pero solo las decía entre muy amigos.
En esta ocasión rio.
—Y perdón por lo de domus… Estudiadlo hasta en sus más mínimos detalles. Pensad en él como si lo hubierais grabado vosotros. Pensad en este hombre como si fuerais él mismo, como si esa hija fuera vuestra hija, como si el vino que se está tomando en el vídeo fuera vuestro y su paladar, vuestro paladar. En fin, creo que estoy hablando demasiado.
—Mi jefe nunca habla demasiado —dijo Cristina—, y si lo hace, yo soy la primera en decírselo.
—Eso ya lo sé, por eso te tengo siempre tan cerca, preciosa.
—No me fastidies con lo de preciosa.
—No te fastidio. Hay que ponerse a trabajar. Él lo ha dicho. Esto es un trabajo para hombres, y cuando digo hombres quiero decir seres humanos, personas que sienten, piensan, sufren…
—Bueno —dijo Cristina—, ya te estás pasando.
—Quizá, pero eso es lo que quiere de mí este señor tan enigmático.
—Yo creo —dijo el sargento Esquivias— que Joaquín no se está pasando. Precisamente está diciendo lo que siente. Y eso es lo que desea el hombre de nuestros vídeos. Mienten los que dicen que no hay que tomarse las empresas como algo personal. Cuanto más personal es una empresa, más garantías tiene de coronarse con éxito. Nuestro jefe acaba de trabar un compromiso con Benito Funciños, magnate de las comunicaciones, esté en estos momentos vivo o esté muerto, incinerado o de cuerpo entero. Mejor dicho, lo que quede de él. ¿Qué más puede pedir un ciudadano a un policía?
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Autor: Eduardo Martínez Rico. Título: Vídeos para una mujer. Editorial: Imágica edicones. Venta: Todostuslibros.


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