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Voy a pasármelo mejor: Aventuras juveniles en la España del 92

Voy a pasármelo mejor: Aventuras juveniles en la España del 92

El equilibrio de Voy a pasármelo mejor, secuela de la comedia musical dedicada a Hombres G, es más delicado de lo que podría parecer. Si la primera Voy a pasármelo bien sirvió al guionista y director David Serrano (Días de fútbol, Una hora más en Canarias, así como el guion de El otro lado de la cama y su secuela) para aumentar registro dramático con esa peculiar mezcla de nostalgia y música, la segunda, en la que se continúan las aventuras de la pandilla original, esta vez en un campamento de verano, la apuesta por la comedia juvenil es más evidente que nunca.

La segunda parte ha sometido a toda una labor de adelgazamiento la fórmula inicial, tanto musical como narrativamente, pero paradójicamente, esas restricciones han engrasado algunos elementos del mecanismo original. El resultado es una aventura juvenil y romántica que profundiza en las ansiedades adolescentes con dignidad y sin coartadas, sin que la nostalgia derive en sobredosis formularia, en un argumento que avanza muy bien y que también contiene mejores interpretaciones infantiles que en la primera entrega.

"No hay furtivas lecciones de ética contemporánea ni juicios anacrónicos: solo una sensación de ilusionismo prolongado que reproduce perfectamente el estado de ánimo, expectativas y edad de los protagonistas"

Que en Voy a pasármelo mejor el reparto adulto ceda casi completamente el testigo a sus versiones infantiles ofrece a la pandilla de niños la oportunidad de brillar con luz propia. Lo anecdótico de las aportaciones de sus caras adultas, en esta ocasión limitadas a Raúl Arévalo y Karla Souza, permite que el juego nostálgico (estamos en 1992) funcione bien coordinado con la mitada del espectador. La reducción del número de canciones, paradójicamente, también facilita la identificación con el cúmulo de travesuras de un reparto coral que ha sabido evolucionar a nivel actoral. Voy a pasármelo mejor deja de lado a Hombres G y opta de manera lógica por temas de Chimo Bayo, Miguel Bosé o Duncan Dhu, más propios de los 90, pero la reducción bastante drástica de números musicales también ayuda a situar la aventura como un adecuado remedo de El club de los cinco.

El resultado es una comedia sumamente honesta que, a la vez que rehúye modos y maneras televisivas en su puesta en escena, sin tampoco darse alegrías, manifiesta una saludable alergia al drama. En Voy a pasármelo mejor no hay furtivas lecciones de ética contemporánea ni juicios anacrónicos: solo una sensación de ilusionismo prolongado que reproduce perfectamente el estado de ánimo, expectativas y edad de los protagonistas. La dirección de la hasta ahora cortometrajista Ana de Alva es dinámica, tiene más hechura de cine y verdad que otras fórmulas más pretenciosas porque bebe indisimuladamente de nuestra memoria, sin tampoco necesitar un desfile de referencias pop para explicarse.

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