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10 cuentos clásicos que tienes que haber leído

10 cuentos clásicos que tienes que haber leído

Tren en la nieve, de Claude Monet.

Ante la inmensa cantidad de cuentos que, afortunadamente, pueblan nuestras librerías, a menudo resulta complicado realizar una selección y priorizar unos sobre otros.

Hoy, en Zenda, seleccionamos diez cuentos cuya fuerza narrativa, impacto y calidad prosística se sostienen hoy tan vigorosas como en el día de su concepción. Melville, Hawthorne, Shirley Jackson… sólo queda disfrutar.

El tren a Burdeos, un cuento de Marguerite Duras

Una joven viaja en tren. En el silencio de la noche, las palabras vuelan bajas entre ella y un desconocido. A medida que todos se duermen, la intimidad crece entre ellos. El instante se vuelve denso, íntimo, embarazoso.

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Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano.

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Bartleby, el escribiente, un cuento de Herman Melville

Un exitoso hombre de negocios de Wall Street nos presenta a un antiguo empleado cuya inacción y falta de motivación representan un enigma fascinante, que provoca compasión y repulsión a la vez.

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Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby.

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John Cheever.

La radio enorme, un cuento de John Cheever

Una pareja joven de la alta sociedad estadounidense compra una nueva radio ante el deterioro de la anterior. De manera incomprensible, empiezan a escuchar lo que ocurre en la casa de cada uno de sus vecinos a través de sus distintas emisoras. Al conocer la intimidad de todos los que los rodean, algo se modifica en su hogar.

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Jim e Irene Westcott pertenecían a esa clase de personas que parecen disfrutar del satisfactorio promedio de ingresos, dedicación y respetabilidad que alcanzan los exalumnos universitarios, según las estadísticas de los boletines que ellos mismos editan. Eran padres de dos niños pequeños; llevaban casados nueve años; vivían en el piso doce de un bloque de apartamentos cerca de Sutton Place; iban al teatro una media de 10,3 veces al año y confiaban en residir algún día en Westchester. Irene Westcott era una muchacha agradable y no demasiado atractiva, de suave pelo castaño y frente fina y amplia sobre la que nada en absoluto había sido escrito; en tiempo frío solía usar un abrigo de turón teñido de tal forma que parecía visón. No podía afirmarse que Jim Westcott aparentase ser más joven de lo que era, pero al menos podía asegurarse que parecía sentirse más joven. Llevaba muy corto el pelo ya grisáceo, se vestía con la clase de ropa que su generación solía llevar en los campus de Andover, y su porte era formal, vehemente y deliberadamente ingenuo. Los Westcott se diferenciaban de sus amigos, vecinos y compañeros de estudios únicamente en su común interés por la música seria. Asistían a un gran número de conciertos, aunque raramente se lo decían a nadie, y pasaban gran parte de su tiempo escuchando música en la radio.

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Wakefield, un cuento de Nathaniel Hawthorne

Un hombre, hastiado ante la rutinaria sucesión de acontecimientos que pueblan su vida, decide un día abandonar a su mujer y desaparecer por completo de su propia vida, refugiándose en secreto en un apartamento alquilado justo frente a su antigua vivienda.

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Recuerdo haber leído en alguna revista o periódico viejo la historia, relatada como verdadera, de un hombre —llamémoslo Wakefield— que abandonó a su mujer durante un largo tiempo. El hecho, expuesto así en abstracto, no es muy infrecuente, ni tampoco —sin una adecuada discriminación de las circunstancias— debe ser censurado por díscolo o absurdo. Sea como fuere, este, aunque lejos de ser el más grave, es tal vez el caso más extraño de delincuencia marital de que haya noticia. Y es, además, la más notable extravagancia de las que puedan encontrarse en la lista completa de las rarezas de los hombres.

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Cesare Pavese.

Años, un cuento de Cesare Pavese

Una pequeña píldora de un mundo que se derrumba a través de la niebla que penetra las ventanas. Un amor que, inevitablemente, se termina.

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De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:

—¿Con qué finalidad? —Hablábamos en voz baja, a oscuras.

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La pequeña salida del señor Loveday, un cuento de Evelyn Waugh

En La pequeña salida del señor Loveday, Evelyn Waugh da rienda suelta a toda la oscuridad de su humor.

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—No encontrarás muy cambiado a tu padre —dijo lady Moping mientras el coche franqueaba la verja del sanatorio del condado.

—¿Llevará uniforme? —preguntó Ángela.

—No, querida, desde luego que no. Aquí lo atienden mejor que en ninguna parte.

Era la primera visita de Ángela y había sido a propuesta de ella misma.

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La lotería, un cuento de Shirley Jackson

La lotería sigue siendo, casi sesenta años después de su publicación original en The New Yorkerun desasosegante chispazo de terror en medio de lo plenamente ordinario. En él, Jackson despliega toda su habilidad para generar una incomodidad creciente en el lector, que poco a poco, a medida que avanza su lectura, irá dándose cuenta de forma inconsciente de que en ese rito aparentemente inocente habita la más terrible oscuridad del alma humana.

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La mañana del 27 de junio amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

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Berenice se corta el pelo, un cuento de F. Scott Fitzgerald

Un canto colérico al despertar de las mujeres atadas por las convenciones sociales.

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Los sábados, cuando se hacía de noche, desde el primer tee del campo de golf veías las ventanas del club de campo como una línea amarilla sobre un océano negrísimo y ondulante. Las olas de ese océano, por así decirlo, eran las cabezas de una multitud de caddies curiosos, de algunos de los chóferes más ingeniosos y de la hermana sorda del instructor del campo de golf. Y solía haber algunas olas despistadas y tímidas, que, si hubieran querido, hubieran podido entrar en el club. Eran la galería.

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La niña del pelo raro, un cuento de David Foster Wallace

Con este relato se comenzó a forjar una leyenda que se vio agigantada con su suicidio.

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Gimlet soñó que si anoche no iba a un concierto se conver­tiría en algún tipo de líquido, así que anoche mis amigos Mr. Wonderful, Big, Gimlet y yo fuimos a ver un concierto de piano de Keith Jarrett en el Irvine Concert Hall de Irvine. ¡Qué concierto! Keith Jarrett es un Negro que toca el piano. Disfruto mucho viendo actuar a Negros en cualquier discipli­na de las artes interpretativas. Creo que son una raza de intér­pretes encantadores y con talento, que a menudo resultan muy entretenidos. En particular disfruto viendo actuar a los Negros a distancia, puesto que de cerca es frecuente que emitan un olor desagradable.

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Las lunas de Júpiter, un cuento de Alice Munro

Está considerada como una de las grandes maestras del género. Los personajes de sus relatos observan su pasado con ira, resentimiento y compasión infinita, como en este.

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Encontré a mi padre en el ala de cardiología, en el octavo piso del Hospital General de Toronto. Estaba en una habitación semiprivada. La otra cama estaba vacía. Dijo que su seguro hospitalario cubría solo una cama en el pabellón, y que estaba preocupado por que pudieran cobrarle un suplemento.

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