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Carta al hermano

Este último libro de Natalia Carrero confunde por su aparente fragilidad, bajo la que fluye una lucha sostenida de la narradora contra el oscuro rencor. Está escrito, como si dijéramos, entre paréntesis. Los gruesos signos de apertura y cierre son las dos partes, una al principio y otra al final del libro, de una carta a su hermano esquizofrénico que contiene los párrafos más hermosos de la novela.

En las páginas iniciales, tituladas explícitamente “Dedicatoria”, conocemos que la narradora empezó a beber muy joven, cuando unos hombres de blanco sacaron a la fuerza a su desdichado hermano del hogar familiar como si de un peligroso delincuente se tratara. Nunca más regresó con ellos, sus padres lo habían entregado a unas autoridades psiquiátricas que, cumpliendo su razón de ser, lo convirtieron en paciente, más bien cliente vitalicio y fuente asegurada de ingresos para la industria farmacéutica. Ese padre autoritario, en ocasiones cruel y esa madre sin carácter habían emponzoñado para siempre en la cabeza de su hija palabras como “hogar” o “familia”. Mientras el hermano de mirada sufriente, desquiciado y prisionero en un mundo de cuerdos implacables, era alejado contra su voluntad de sus padres y hermanos, la única tribu en torno a cuyo fuego hubiera podido danzar, la hermana menor que muchos años después le dedica un libro se extraviaba en el laberinto del alcohol borrando sus propias huellas, no fuera luego a encontrar la salida.

"Estas páginas finales, signo que cierra el paréntesis como un brazo que protege, encubren una dolorosa declaración de amor"

En una breve sección transitoria, la narradora cede su lugar a una segunda narradora llamada Mónica R.S, autora a su vez de unas Memorias de una buena borracha que constituyen el tronco del libro. Mónica ya no es, o no es sólo la narradora inicial, incluye a todas las mujeres que beben a escondidas en sus casas un vasito de vino a cualquier hora del día o de la noche, un trago de cerveza ahora que nadie me ve, y otro para olvidar este día igual que el anterior y parecido al de mañana, y otro sorbo y uno más y el último que resultó ser el penúltimo, y así la vida que duele se lleva mejor. Esta segunda narradora, espíritu burlón que habita en la primera, destila no sólo alcohol y una mirada crítica, también un necesario, salvífico, oxigenante sentido del humor. Mónica vive con su segunda pareja, un hombre, con sus dos hijos, niño y niña, y con sus dos hijastras “tamaño XXL”. Puede lo mismo disimular su ebriedad que emborracharse hasta perder la conciencia. Ha dedicado media vida a cuidar de sus hijos, a los que se refiere como sus “hijes”, si bien no podemos ignorar que esta “e” del no-género o del género performativo, sumisa a una no-rebeldía que conviene a los intereses del dinero, la introduce en el libro la narradora inicial con esta frase paradigmática: “Estamos todes intoxicades”, con lo que pudiera tratarse de otra pincelada de humor. Mónica alivia su cargo de conciencia por haber carecido siempre de ese anhelo mayoritario y esa condena que es el sueldo fijo a fin de mes comprando y vendiendo por internet artículos de segunda mano. Ese trabajo irregular y doméstico, ese grupo humano al que no quiere llamar familia y esa adicción a la bebida tan inocente y alegre comparada con la de sus hijos a las pantallas digitales, nos obligan a encariñarnos de esta mujer y, con ella, de todas las mujeres alcohólicas cuyas voces reúne la autora en la tercera parte del libro como un ramo verde de flores marchitas.

“Y éste es el libro que te dedico, Charli —le dice con otras palabras la narradora a su hermano disociado del mundo en un psiquiátrico—: el libro de una mujer que no trabaja en nada productivo porque ¿qué es producir? y ¿producir cuánto y qué?, que bebe a todas horas porque acaso beber sea escribir —¡Leed todo lo que bebo!, reclama en una ocasión—, que no cuida bien a sus hijos porque no sabe querer poco ni prevenir el futuro y por eso y sin embargo se ríe. ¿No lo ves, hermano del alma? ¡La vida que te has perdido no es tan maravillosa!”. Estas páginas finales, signo que cierra el paréntesis como un brazo que protege, encubren una dolorosa declaración de amor. Se aprecian este amor y ese dolor en un leer y releer de la narradora las palabras escritas por su hermano en una carta, como si pudiera descifrar en ellas un enigma, una confesión, un grito de socorro o un verbo luminoso en el fondo de su locura. Y ahí en medio, en esa hojarasca de palabras que ciega un río de lágrimas, se esconde una perla que brilla para su hermano esquizofrénico o lo que es igual, para los millones de sensatos de este mundo enloquecido, una máxima que huye veloz porque no quiere serlo, más eficaz y balsámica que cualquier droga de farmacia: “Vivir es equivocarse todo el rato”.

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Autora: Natalia Carrero. Título: Otra. Editorial: Tránsito. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Sonia López
2 años hace

Me anotaré el titulo del libro, me resulta interesante. Gracias por el artículo.