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Caminar no es caminar

Pío Baroja (1872-1956), adepto a vagar por calles y callejuelas, dejó una notable colección de textos fruto de sus caminatas. Cuenta, por ejemplo, que —sugestionado por un romanticismo en el que no terminaba de creer— llegó a París a finales del XIX en busca del «monstruo-ciudad» evocado en las novelas de Honoré de Balzac (1799-1850). Para ello asistió a mítines anarquistas, visitó tabernas apaches, cabarés y antros de toda condición. No lo encontró. Más allá de una fugaz visión del moribundo Oscar Wilde (1854-1900), solo dio con la brutalidad, prostitución, miseria y alcoholismo comunes a la época. Más tarde, haría lo propio por Londres con idéntico resultado. Y luego, siguió caminando. ¿Por qué? ¿Y por qué seguimos haciéndolo hoy? Los tiempos —y las ciudades— habrán cambiado, pero el magnetismo esquivo de lo urbano sobrevive. Y es que quién sabe lo que encontrará al doblar la esquina.

Imbuido de ese espíritu andariego Edgardo Scott (1978) nos trae Caminantes (Gatopardo, 2022), bello y evocador cuaderno de campo en torno al acto de caminar —qué es lo que nos invita a ello, qué es lo que esperamos encontrar— a través de las vivencias de escritores, músicos, artistas, pensadores y otras personalidades.

"El ensayo establece varios estratos de caminantes a priori emparentados, pero en absoluto idénticos: los flâneurs, los paseantes, los walkmans, los vagabundos y los peregrinos"

El escritor argentino residente en Francia consigue compilar en poco más de 120 páginas toda una panoplia de anécdotas, fragmentos literarios, reflexiones lúcidas, letras de canciones y hallazgos felices relacionados con esa actividad para la que todo bípedo funcional está dotado, y que, en esta era de teclados y pantallas, los humanos practicamos menos de lo que deberíamos: el caminar como actividad sustantiva capaz de dar pie —ejem— a otras formas de concebir la vida. Andar como fin, no como medio.

El ensayo establece varios estratos de caminantes a priori emparentados, pero en absoluto idénticos: los flâneurs —urbanitas irredentos, hijos bastardos de la ciudad que vibran al pulso de sus aceras, plazas y callejones—, los paseantes —ensimismados en un cavilar fantasioso, necesitan andar para que su mente crezca—, los walkmans —supervivientes rítmicos cuya arma contra el caos de la metrópolis es la música que sale de sus auriculares—, los vagabundos —los desheredados de la tierra mueven una pierna detrás de otra sin saber hacia dónde, cómo ni por qué—, y los peregrinos —concienzudos, con una misión clara y un destino al que dirigir sus pasos.

"Con Caminantes, Scott nos invita a deambular, a recuperar el sentido de la aventura que llevamos de serie instalado en los pies, a perdernos, y permítanme el regusto coelhiano de la metáfora, para encontrarnos a nosotros mismos"

Página a página, seguimos el rastro del misterioso hombre de la multitud concebido por Edgar Allan Poe (1809-1849) y rescatamos la escritura nómada de la flâneuse vallisoletana Rosa Chacel (1898-1994) y otros caminantes destacados como Jorge Luis Borges (1899-1986), el filósofo Roland Barthes (1915-1980) o el poeta maldito Charles Baudelaire (1821-1867). Tomamos notas con Virginia Woolf (1882-1941) durante sus paseos londinenses y desvelamos los secretos tras el póstumo Descanso de caminantes de Adolfo Bioy Casares (1914-1999); cantamos a voz en grito con el indomable Eddie Vedder (1964) —líder de Pearl Jam— y el icónico Jim Morrison (1943-1971) —líder de los Doors—; pero también con el talentoso Damon Albarn (1968) —líder de Blur o Gorillaz, entre otros—, el profético Nick Cave (1957), la cantautora chilena Violeta Parra (1917-1967), e incluso coreamos los versos de Joan Manuel Serrat (1943). Y estos, para regocijo del lector apasionado, son solo algunos de los muchos nombres propios asociados al caminar.

Usan los ingleses un verbo —«wandering»— que resulta revelador no solo por su proximidad fonética con el fantástico «wondering», asociado a preguntarse, dudar o maravillarse, sino también por su propio significado: caminar despacio de forma relajada o sin una dirección o propósito claro. ¿No es una conexión extraordinaria? Con Caminantes, Scott nos invita —también de forma relajada y fenomenal— a deambular, a recuperar el sentido de la aventura que llevamos de serie instalado en los pies, a perdernos —y permítanme el regusto coelhiano de la metáfora— para encontrarnos a nosotros mismos. Decían nuestras madres y padres, y abuelas y abuelos, que el movimiento se demuestra andando. Y, ya que hablamos de Inglaterra, quizá la letra del famoso himno del Liverpool F.C. se equivoque, quizá no sea tan mala cosa eso de caminar en soledad, plantar cara a los ubicuos runners y, simplemente, dejarnos llevar.

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Autor: Edgardo Scott. TítuloCaminantes. Flâneurs, caminantes, walkmans, vagabundos, peregrinosEditorial: Gatopardo. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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