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El síndrome de Cotard y Augusto Pérez en Niebla

El síndrome de Cotard y Augusto Pérez en Niebla

En 1880, el neurólogo francés Jules Cotard documentó por primera vez un extraño delirio en el que el paciente se cree muerto, inexistente o desprovisto de cuerpo. Este fenómeno, que pasaría a conocerse como síndrome de Cotard, suele aparecer en contextos de depresión psicótica o daño neurológico severo. Décadas después, en Niebla (1914), Miguel de Unamuno construyó a Augusto Pérez, un personaje que, desde la metaficción, llega a dudar radicalmente de su existencia y termina enfrentándose a su propio autor.

Aunque no puede afirmarse que Unamuno se inspirara directamente en los estudios de Cotard, las similitudes entre su personaje y los pacientes clínicos descritos por la psiquiatría son notables. Casos como el de Mademoiselle X —quien creía no tener órganos internos ni alma— o el de aquel hombre que pensaba estar en el infierno ilustran cómo la conciencia puede fracturarse hasta el punto de negar la propia realidad. El síndrome del zombi, ese vacío viviente, encuentra en Niebla una forma estética de expresión: la angustia de existir… y no estar del todo seguro de ello.

Augusto Pérez y la negación de la existencia en Niebla

El Augusto Pérez de la nivola Niebla (Miguel de Unamuno, 1914), es un joven burgués intelectual y algo ensimismado que atraviesa una intensa crisis existencial. A lo largo de la novela, Augusto reflexiona obsesivamente sobre el sentido de su vida, el amor y su propia realidad. El título Niebla alude a la confusión y falta de nitidez entre lo real y lo ilusorio, y Augusto parece moverse precisamente en esa bruma metafísica. La niebla mental, también conocida hoy como brain fog en inglés, es una sensación subjetiva de dificultad para pensar con claridad, concentrarse o recordar información. También en la presentación y descripción de estas sensaciones Unamuno, se anticipa con sabio intelecto.

"Las desventuras amorosas y la introspección llevan a Augusto a un estado de angustia ontológica: duda de todo, incluso de su propia existencia con respecto al mundo que lo rodea"

Desde el inicio, su mundo interior se presenta difuso y cuestionador: en un monólogo llega a preguntarse “¿qué soy yo?, ¿qué es ella?, ¿somos ambos creación el uno del otro?”, evidenciando una ruptura inusual de la realidad dentro de la ficción. Este personaje, huérfano reciente y solitario, comienza siguiendo a un perro por la calle de forma casi automática —primera señal de que su voluntad flaquea como si fuera marioneta del azar— y acaba enamorado de Eugenia, una mujer que no le corresponde plenamente. Las desventuras amorosas y la introspección llevan a Augusto a un estado de angustia ontológica: duda de todo, incluso de su propia existencia con respecto al mundo que lo rodea.

“¿Qué soy yo? Muchas veces se me ha ocurrido pensar, Orfeo, que yo no soy, e iba por la calle antojándoseme que los demás no me veían. Y otras veces he fantaseado que no me veían como me veía yo, y que mientras yo me creía ir formalmente, con toda compostura, estaba, sin saberlo, haciendo el payaso, y los demás riéndose y burlándose de mí. ¿No te ha ocurrido alguna vez a ti esto, Orfeo? Aunque no, porque tú eres joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro”. (p.70, 1914)

La metaficción de Unamuno alcanza su cúspide cuando Augusto decide acudir nada menos que al propio Miguel de Unamuno (personaje y autor a la vez) en busca de consejo. En un giro sorprendente, Niebla rompe la cuarta pared: Augusto visita a Unamuno en Salamanca, implorando guía para su vida, y se encuentra con una terrible revelación. El autor le declara que no es una persona de carne y hueso, sino un ente ficticio dentro de una novela. Unamuno, erigido en personaje-dios, le espeta sin contemplaciones: «No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de la de aquellos lectores que lean el relato…». En esencia, le niega la realidad de su existencia.

Augusto queda atónito: toda su identidad se tambalea al comprender que es imaginado. Cuando Unamuno además le anuncia que ha decidido dar fin a su vida dentro de la novela, Augusto entra en pánico. En una respuesta desesperada —tan humana que estremece pese a provenir de un ser ficticio—, exclama: «¡Ahora que usted quiere matarme, quiero yo vivir, vivir, vivir…!». Este momento dramático muestra a Augusto aferrándose a la vida en el mismo instante en que descubre que nunca estuvo realmente vivo. La vanidad de su existir se hace explícita: necesita de su creador para seguir siendo, no es dueño de sí mismo. Esta escena representa una poderosa metáfora literaria del delirio de negación de la existencia. Augusto sufre una especie de síndrome de Cotard ficticio: de pronto toma conciencia de que es “nada” por sí solo, un personaje en manos ajenas, y eso lo sume en el terror y la despersonalización.

"Uno de los personajes comenta con sorna que Augusto llegó “hasta a dudar de su propia existencia”, calificando su escepticismo de hamletiano. La alusión a Hamlet no es gratuita"

No es casual que Unamuno retrate a Augusto con tintes casi clínicos de alienación. En el prólogo de Niebla, uno de los personajes comenta con sorna que Augusto llegó “hasta a dudar de su propia existencia”, calificando su escepticismo de hamletiano. La alusión a Hamlet no es gratuita: igual que el príncipe shakespeariano se preguntaba “ser o no ser”, Augusto duda si realmente es. Su creador y “amigo” Víctor Goti reconoce que Augusto cayó en un escepticismo extremo, un dudarse a sí mismo, que lo condujo a la locura y la desesperación. En efecto, al confrontar a Unamuno, Augusto experimenta algo semejante a un brote psicótico ontológico: su realidad se quiebra al descubrir que su vida entera es una ficción. Este recurso narrativo magistral permite a Unamuno descubrir en Augusto un desdoblamiento del yo: el personaje se observa desde fuera, como si fuera irreal, del mismo modo que un paciente con síndrome de Cotard se siente vacío o muerto en vida. La diferencia, claro está, es que Augusto tiene razón —él realmente es un ser ficticio— mientras que en Cotard es la mente la que engaña a la persona. Pero el efecto existencial es análogo: una profunda negación de la propia realidad. Augusto Pérez se convierte así en un fascinante espejo literario de la patología de Cotard, encarnando en la ficción la pregunta por excelencia de ese delirio: ¿existo o no existo?

Unamuno, metaficción existencial y el yo como ficción

Un rasgo central de Niebla es el juego metaficcional: la obra sabe que es ficción y lo explota. Unamuno propone “confundir el sueño con la vigilia, la ficción con la realidad, lo verdadero con lo falso; confundirlo todo en una sola niebla”. En esta frase programática se aprecia su intención de borrar los límites entre lo real y lo inventado. Augusto Pérez vive en una nebulosa donde personas, sueños y narraciones se entrelazan. Cuando el autor entra como personaje y las criaturas de su pluma parecen cobrar autonomía, Unamuno plantea una cuestión metaexistencial: ¿acaso nosotros, los seres de carne y hueso, no podríamos también ser personajes en la “novela” de algún otro?

La célebre escena entre Unamuno y Augusto es una alegoría de la relación entre creador y criatura, que el propio autor comparó con la de Dios y sus seres creados. De hecho, Unamuno se presenta a sí mismo en la novela diciendo: “Yo soy el Dios de estos pobres diablos nivolescos”, arrogándose el poder de dar vida o muerte a sus personajes. Augusto, en un arranque de rebeldía, insinúa que quizás Unamuno a su vez no sea más que un personaje en la imaginación de Dios. Este atrevimiento metafísico precipita su final: enfurecido, Unamuno condena a muerte a Augusto en la narración. La ficción dentro de la ficción refleja así la antigua idea calderoniana de “el gran teatro del mundo” –el mundo como escenario donde todos representamos un papel escrito de antemano–. Unamuno retoma la tradición de Calderón de la Barca (La vida es sueño) y de Shakespeare (“All the world’s a stage”), sugiriendo que la diferencia entre existir y soñar es más tenue de lo que parece. En Niebla, vida y ficción se confunden en un juego serio que anticipa la literatura posmoderna.

"Desde un punto de vista filosófico, Unamuno estaba profundamente preocupado por la identidad personal, la inmortalidad y el sentido de la existencia"

Desde un punto de vista filosófico, Unamuno estaba profundamente preocupado por la identidad personal, la inmortalidad y el sentido de la existencia. En ensayos como Del sentimiento trágico de la vida (1913), expuso la tensión entre la razón (que nos dice que moriremos y podemos caer en la nada) y la fe o el deseo íntimo de no perecer jamás. Augusto Pérez encarna ese sentimiento trágico: es un ser ficticio que anhela ser real y perdurar. Su grito “¡quiero vivir, vivir, vivir!” en el momento de su desaparición resuena con la misma angustia de cualquier ser humano aferrándose a la vida frente a la muerte. En la novela, Augusto busca desesperadamente un fundamento para su yo, igual que Unamuno veía al individuo buscando pervivir más allá de la muerte biológica. La ironía es que Augusto únicamente vive en la medida en que es pensado por Unamuno y por los lectores; su “alma” de papel solo es inmortal en nuestra memoria literaria. Unamuno parece preguntarnos: ¿no será también nuestra realidad una forma de ficción compartida? ¿Qué distingue al personaje del autor, al sueño de la vigilia? Estas inquietudes existenciales vinculan la literatura de Unamuno con temas que, en la psiquiatría, aparecen de modo patológico en el síndrome de Cotard.

Mientras el paciente de Cotard declara que ha dejado de existir y habita un vacío de significado, Unamuno propone en Niebla que la existencia (real o inventada) es frágil y podría desvanecerse como la niebla misma. Ambas perspectivas convergen en un punto: la negación del yo y de la realidad puede ser, a la vez, un drama clínico y un recurso filosófico-literario para explorar la condición humana.

Unamuno se adelantó a su tiempo jugando con la idea del “yo como ficción”. Después de Niebla, otros autores y dramaturgos explorarían caminos similares —por ejemplo, Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de autor (1921) presentaría personajes conscientes de su ficticidad—, pero Unamuno fue pionero en idioma español en llevar al extremo esa autorreflexividad narrativa. Su novela dialoga también con corrientes existencialistas europeas: aunque anterior a Sartre o Camus, Unamuno comparte la pregunta: qué significa existir en un mundo potencialmente absurdo. Esta visión relativiza la realidad del yo, haciéndola depender de una narrativa mayor. Vemos, así como la novela de Unamuno dialoga conceptualmente con el síndrome de Cotard: si este síndrome es un “replanteamiento de la existencia” llevado al extremo patológico, Niebla es un replanteo artístico y filosófico de esa misma cuestión. La diferencia es que, en lugar de un paciente sumido en la oscuridad de la enfermedad, aquí es un autor quien voluntariamente sume a su personaje (y a sus lectores) en la duda sobre qué es real.

En la niebla de la incertidumbre ontológica, Cotard y Augusto Pérez convergen: uno desde la patología, otro desde la pluma genial de Unamuno. Ambos nos enseñan que afirmar “yo existo” puede ser el acto de fe más fundamental —y más frágil— de todos. ¿Somos reales o personajes? La respuesta, acaso, se disipa entre la niebla, invitándonos a seguir reflexionando más allá de la última página.

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bitlife
5 meses hace

Aunque no puede afirmarse que Unamuno se inspirara directamente en los estudios de Cotard, las similitudes entre su personaje y los pacientes clínicos descritos por la psiquiatría son notables.

Rosa Amor del Olmo
4 meses hace
Responder a  bitlife

Gracias

Ángel
Ángel
5 meses hace

Gracias por la invitación