Hubo un tiempo en el que quienes viajaban lo hacían para conocer otras gentes y otras costumbres. Se internaban en ciudades y parajes desconocidos, adaptándose a ellos por curiosidad, simpatía o mera supervivencia. Con el tiempo esa forma de viajar fue estropeada por un turismo bastardo, anglosajón y sobre todo norteamericano, que empezó a exigir instalaciones y costumbres semejantes a las que traía de origen; a encontrar su propio modo de vida en los países extranjeros que visitaba. Con las naturales complicidades locales, esa tendencia se impuso en todas partes: turistas en busca de bares, restaurantes, tiendas, marcas de ropa donde el viajero actual acude a reponerse tras breves, organizadas y puntuales incursiones en el tipismo local, por lo común ligeras y determinadas por las tendencias que determinen las redes sociales.
La gastronomía, o más bien el turismo gastronómico, se ha convertido en curioso apéndice del asunto. Y respetable como es, no deja de contaminarse de ciertas grotescas perversiones. A menudo el viajero moderno desea conocer la comida local, pero también exige alternativas que le sean familiares; e incluso cuando se adentra en lo desconocido lo hace a veces con reservas, prejuicios y la puntita nada más, exigiendo que los gustos locales se adapten a sus costumbres o participen de los usos internacionales. Y cuando no es así, se indigna. ¿Cómo es que no tienen, protesta, esto o aquello?
Pensé en eso hace unas semanas, observando la fauna y la flora que transita por calles y bazares de varias ciudades orientales. Me llamó la atención cómo aumenta el tipo de turista que fotografía más platos de comida que otra cosa: convencido de que comer un plato de mejillones en Bruselas es un acto tan cultural como visitar la Capilla Sixtina, ese turista deglute más que viaja. No descubre lugares o formas de vida para aprender de ellos, sino que machaca Instagram con etiquetas como #FoodieinSarajevo o #GastroTuPutaMadre. Recorre el mundo menos para conocerlo que para hacer la digestión mientras tuitea, y casi nunca con un libro de Historia o una guía de viaje en las manos, sino con un teléfono móvil; tan atento a las sugerencias de las redes sociales como a ser prescriptor de andar por casa, bombardeando a sus amistades, seguidores o quien sea, con selfis en restaurantes o fotos de coloridos platos: en vez de una puesta de sol en el Egeo, un carpaccio de quisquilla sobre espuma de mejillón al curry; mientras la cárcel de Sócrates o la casa de Lope de Vega esperan al fondo, lejanas y fuera de foco.
Lo más curioso en esto de zampar y beber, llevado a casos extremos, son las perversiones de la peña, raras veces consciente de su propio esperpento. Hace pocas semanas presencié una escena reveladora en Estambul, ciudad que pese a verse asolada por cientos de miles de turistas sigue oliendo a Historia, imperio caído y tiendas de especias. En la calle Örüküler, una española –fue el idioma lo que me llamó la atención– gafas de marca y sandalias ortopédicas con aspiraciones cosmopolitas, estaba ante un tenderete de zumos de frutas atendido por un turco bigotudo, de los de toda la vida, con cara de resignación ancestral.
–Pero, ¿cómo es que no tenéis zumo natural de mango? –se admiraba la viajera en fluido español de Cuenca, altiva, superior, crecida en el tuteo.
El turco, curtido por el sol, el turismo idiota y la inflación galopante, intentaba explicar en inglés y por gestos que no, que ni natural ni artificial. Que aquello era Estambul y no un hotel de Punta Cana; que podía ofrecerle té, agua y unas botellas de zumo de sandía, de granada o de uvas. Pero la pava insistía, siempre en español, contumaz y sedienta: que en el hotel se lo habían puesto, que en Google salía un sitio con zumo de mango en esa misma calle, etcétera. Y todo eso, mientras a quince minutos de allí el Museo Arqueológico se veía visitado por sólo unas docenas de personas y pocos se detenían ante los sarcófagos de Sidón o los restos de Troya; cuyos ciudadanos, para su desdicha turística, no sabían hacer frappé de aguacate ni combinar el hummus con ketchup y salmorejo de Córdoba.
Me quedé por allí cerca, oreja atenta, hasta que terminó el sainete con la española yéndose indignada mientras escribía, supongo, una reseña negativa en su página de lo que fuera, con el comentario: Esto con los turcos de Berlín no pasa. Y viéndola irse, flemático y ancestralmente sabio, el tendero turco encendió un cigarrillo sin decir nada, quizá preguntándose en qué momento los invasores bárbaros dejaron de venir con espadas y empezaron a llegar con intolerancias alimenticias.
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Publicado el 11 de julio de 2025 en XL Semanal.


Don Arturo, ¡viajar ya no es lo que era!
La actual tipificación del turista no es muy compleja. Efectivamente, existe el deglutidor, el de los selfies, los de los móviles, los de las tiendas de regalos, los que viajan para quejarse de todo lo que ven o no ven, los auténticos que se van a países en conflicto para que luego los rescaten y deleitar los noticiarios con su “aventura”, los que van a la Antártida a llenarla de desechos de envases…
Pero sí, quizás todos hemos podido escuchar a gentes quejándose, a la vuelta de un viaje a Groenlandia o a Alaska, de no haber encontrado un restaurante de comida riojana.
También hay especialistas en viajar a países anglosajones (Nueva York es un ejemplo) para luego quejarse a la vuelta con todos sus conocidos del trato indignante que han sufrido por ser hispanos.
Pero, en toda esta tipificación hay una característica casi general: viajar para hacer fotos o vídeos con el móvil de forma continuada, sin un momento de respiro, de todo lo que no ven con sus propios ojos (nadie disfruta relajadamente de un paisaje, de un monumento, de un cuadro), miles de fotos para, a la vuelta, castigar a todos los conocidos o familiares con sesiones de visionado, terribles, horrendas, en las que las torturas de la Inquisición se quedaban cortas.
Por eso, muchas veces la tecnología es decadencia y cutrez. Cuando había que revelar las fotos y no eran inmediatas, la gente se cuidaba mucho de elegir que fotos hacía, no eran masivas. Hay hoy miles de millones de fotos, que nunca nadie verá, almacenadas en dispositivos digitales de todo tipo. Un enorme desperdicio de tiempo y energías. Terminarán olvidadas y siendo eliminadas. Sin embargo, nos deleitamos cuando podemos ver fotos en blanco y negro del siglo XIX, por ejemplo.
Es muy curioso. Si se fijan ustedes bien, casi nadie sabe, hoy día, describir lo que ha visto en un viaje con palabras, como se hacía antes. Hay que machacar a los demás con la tipiquísima foto sosteniendo la torre de Pisa (existen millones y millones de fotos de esta insigne chorrada).
No es que uno tenga un sentido elitista de viajar o busque la exclusividad que ya no existe. No. Lo que digo es que se han perdido las esencias del viaje y del disfrute que suelen ser sencillas y humildes y que podemos encontrarlas aquí, al lado de nosotros, sin tener que buscar el exotismo de las islas Salomón o buscar bacalao a la vizcaína en la isla de Pascua.
Pero bueno, ante un mundo mecanizado, robotizado y sin trabajo, el turismo mundial es un recurso económico muy fomentado. Cardúmenes de jubilados viajan a todos los lugares, carcajeándose de todo lo que ven, sin pudor ninguno. El “ja, ja ja” en grupo, se ha convertido en seña de identidad. Pero son economía.
Pero, siempre creo que hay alternativas. Incluso en la Plaza de San Marcos, quizás la más concurrida del mundo a todas horas, con miles de asiáticos dando codazos a babor y a estribor, en lugar de pasar horas para ver el palacio ducal o la catedral, se puede ir a ver el museo Correr, poco frecuentado. Es una delicia. Yo lo visité de forma relajada y sin agobios. Visitar las joyas del románico que tenemos por la Tierra de Campos, disfrutando a la vez de su gastronomía, es un placer. O recorrer los múltiples castillos de la provincia de Jaén y las históricas ciudades de Baeza y Úbeda o perderse por Sierra Mágina. Todo ello con una gastronomía judeo-árabe de ensueño. Todo ello sencillo y asequible, sin masificar según en qué épocas. Porque, de verdad, en mi opinión, tomarse unas aceitunas machacadas con una cerveza fría del Alcázar en el castillo-parador de Jaén o en la plaza de la inigualable catedral renacentista (que nadie debería perderse) es un placer inigualable (sobre todo si lo haces al anochecer con la luna y el cielo contorneando las torres de la catedral) en lugar de ir a la Antártida a que se te hielen hasta las gónadas o a Vietnam a que te muerda una serpiente. Y los museos arqueológicos de esta capital, junto con los baños árabes, no están masificados y son una delicia.
Sin móvil, sin selfies.
Viajar no es lo que era pero puede serlo… si queremos.
Saludos a todos.
Llego tarde, querido amigo y me cuelo por la cara. Espero que me perdone por mi atrevimiento y por afearle su magnífico comentario de esta semana; pero ahora, a las diecinueve horas, caigo en la cuenta que hoy es jueves y don Arturo publica en Zenda. Un despiste de turista atípico que viaja sin prisa, sin reloj de pulsera, con un Nokia ancestral sin cámara de fotos, y sin ese desagradable compañero: el aburrimiento vital que nos hace intentar encontrar fuera y lejos lo que no encontramos ni cerca ni dentro de nosotros mismos. Sí, aburrimiento vital y trasmutado de ganado lanar, ansioso por vivir lo que solamente queremos contar: que hemos estado allí, como el enanito viajero de loza de la película Amélie y con foto que lo pruebe.
Yo, hace poco más de un mes, decliné la oportunidad de visitar de forma organizada un país del este de Europa (no me fiaba de su sistema sanitario ante mis dolencias, ni me entusiasma su típico yogur). Pero me fui con un amigo a visitar en tres días un pueblecito muy tranquilo, donde acudía de pequeño con la familia para que mi madre dispusiera de buenos balnearios donde mitigar sus molestias reumáticas, y quedamos encantados. Alhama de Aragón, cerca del Monasterio de Piedra, es un sitio muy agradable. En su momento comí allí el mejor escalope milanesa de toda mi vida. Lo volví a encontrar y aún no se había contaminado con el bestial y orondo cachopo. Como dice la canción: Maneras de vivir.
Reitero mis disculpas con un fuerte y agradecido abrazo. Le debo una.
Nada, nada, sin disculpas. No hay de qué. Usted sabe viajar sr. B, estimado.
Cachopo. El solo nombre me indigna. Es cutre y basto. Y desde cierto suceso, uno se imagina que su carne es resultado de algún descuartizamiento.
Sus palabras me han recordado una anéceota de hace muchos años, cuando yo trabajaba. Una compañera de trabajo iba de vacaciones a uno de esos exotismos. Le comenté de pasada si se había enterado de cómo era su sistema sanitario por si le ocurría un percance de salud. La mayoría de la gente viaja creyendo que no va a enfermar y sin tener en cuenta esto. Craso error. No me hizo caso y, a la vuelta, me contó que había tenido un problema importante y que lo pasó fatal en un sistema sanitario deficiente.
Yo suelo viajar siempre, cuando voy al extranjero, a países cuyo sistema sanitario sea como el nuestro, por lo menos, y con un seguro de atención médica. En casi toda Europa, por ejemplo, no suele haber problemas.
Me congratulo de su decisión y del disfrute de su escalope.
Un abrazo
“El Arte no se consume, se consuma”, como dijo aquel. Y quien dice Arte, dice Historia, Cultura, Vida (la propia y la que nos rodea, lo vivo).
La sociedad de consumo, ¿se consumirá por sus hechos en la suciedad de sus desechos? Desbordante, abierta, incapaz de completar el proceso industrial como lo hace el ciclo natural que todo crea, perpetúa y transforma.
Nuestra voluntad parece firme, inquebratable: “Colapse ahora y evite aglomeraciones”.
Ese mango producido a miles de kilómetros, perfundido de herbi-plagui-fungi-insecti-…-bio-cidas y fertilizantes de síntesis, ese u otro sucedáneo, nos lo enviamos vía marítima (incluso aérea) desde la otra punta del mundo con la finalidad última de saciar nuestra vanidad individual a sorbos, o a pajas (desechables).
Cabe recordar que estamos al cuidado de esta nave común y de nosotros mismos (abandonados a nuestro arbítrio. ¡Dios!), encantados en sabotearnos y despreocupados por zozobrar. Urge un virage para llegar a buen puerto; nos espera la prole, la eternidad.
Y gracias una vez más por su artículo.
Don juan, me ha gustado su loa a Pangea. Se nos olvida que todos somos viajeros en este bajel común que es Gaia, viajando a una velocidad impresionante por el espacio. Y es necesario mantener el barco limpio, ordenado, sin estropearlo. La singladura debe ser larga y la tripulación debe trabajar en armonía y sin enfrentamientos.
Saludos.
Donde fueres haz lo que vieres
Hay un refrán castellano,
Por todos bien conocido,
Que enseña cómo un fulano
Pasa desapercibido.
Te dice que adónde fueres
Hagas siempre lo que vieres…
Y, al practicarlo, te evitas
Cometer gilipolleces.
Puede ser en Estambul
O mismamente en un pueblo,
Pues nunca imaginas tú
Por dónde va el derrotero.
Plena ruta jacobea,
La del camino francés,
Una población expresa
A mediodía su Fe.
Todos los días del año,
Haga frío, haga calor,
Reza siempre ese rebaño
El Ángelus con fervor.
Se hace por megafonía,
Ahora con grabación,
Mas antes siempre lo hacía
Alguacil a viva voz.
Un día, un peregrino,
De esos tan de moda ahora,
Se quejó, con desatino,
Ante una buena señora:
-Oiga, ¿qué es ese ruido
Que la mañana trastorna?
-Eso es el rezo del Ángelus,
Son las doce y es la hora.
-¡Vaya un zumbido molesto
Está invadiendo el ambiente!
¿No puede ese sujeto
Dejar en paz a la gente?
-Si le molesta lo siento
Pero esto es lo que hay…
Puede ir con viento fresco
Hasta Santiago “julai”,
Que, a buen seguro, el Apóstol
Repartiendo Compostelas
Guarda alguna para un tonto
Que ante una oración se queja.
Efectivamente, sr. A., el famoso camino, tan de moda, es un espanto. Se ha constituido en mito, sin necesidad de ser cristiano. Pero es un gran negocio aunque creo que se están comiendo la gallina de los famosos huevos de oro.
La gente se constituye en peregrino y se empeña en destrozarse los pies yendo a Santiago andando. También en bici. Agujetas, ampollas en los pies, insolaciones, lluvia… eso sí, siempre con los móviles y la tarjeta de crédito.
Que conste que Santiago de Compostela es una ciudad preciosa, con muy buena gastronomía y unas gentes amables y acogedoras. Merece la pena ir y perderse por sus calles, aunque la plaza del Obradoiro es un horror, llena a rebosar de humanos sudorosos y con olor a pies, tan horrenda como San Marcos en Venecia.
El simbolismo que encierra también es ficticio. Seguramente se adore a Prisciliano, un obispo hereje, asesinado por la Iglesia y quizás el primer fundador de una comuna hippie de la historia. Las famosas versiones, variopintas, del traslado del cadáver decapitado de Santiago hasta las costas gallegas, son un producto de marketing, quizás el mejor proyecto propagandístico de la historia.
Saludos.
Sea como fuere, la peregrinación tiene, o debe tener, cierto sentido religioso, no es obligatorio compartirlo pero respetarlo sin duda.
Los que pretendan hacer una marcha, o lo que sea que hagan, que valoren los usos y costumbres de los lugares por donde pasan.
Un saludo.
No, no, si yo respeto los gustos de cada cual y la fe. Sólo doy mi opinión. Y, por supuesto, el turismo debe respetar los lugares que pisa.
Saludos.
Le admiro profundamente
Me siento identificado, totalmente, con el tendero turco
El “quieroinopuedismo” nos va a matar. Han convertido el turismo en un acto absurdo del peor de los consumismos.
Hace unos días, paseando por la plaza de Opera, aquí en Madrid (no soy madrileño, pero me toca sufrir Madrid), vi que en uno de los habitáculos del Teatro Real, que da para la Plaza de Ópera, habían puesto un Starbucks.
Increíble! Abominable! Carapollesca idea,me dije acordándose del alcalde de la Villa y Corte. ¿No tenían un sitio mejor? ¿Es que no hay locales, que tienes que poner un Starbucks en el mismo Testro Real?
Hace poco me enteré que el edificio del Palacio de la Música, en Gran Vía, ha sido vendido a uno de estos fondos que tan buen gusto tienen. Se aceptan apuestas sobre qué clase de negocio van a poner ahí, relacionado con la cultura ya le digo yo que nanai.
El liberalismo en economía no deja de sorprendernos.
El liberalismo no es tal. Son carroñeros que sólo entienden de beneficios y se rigen por la máxima: tengo la pasta y hago lo que me sale del escroto, y si no me dejas, político, mis medios “informativos” te pondràn de vuelta y media y harán lo imposible para que pierdas las siguientes elecciones a base de críticas, apaños, amenazas veladas y hasta chanchullos inventados o reales aireados; y si aún resistes mi socio-amigo, el del tupé rubio u otro similar, te plantará unos aranceles que empobrecerá a tu gente y querran ver tu cabeza rodando. Es la política de siempre de la gran estaca o la de las cañoneras. Nuestro 1898 es fruto de ella.
Es una forma de dictadura anónima, abstracta y permanente. Mucho peor que aquella con la que amenazan los gobiernos de supuesta izquierda.
Los que vivimos en la costa, en verano, sabemos lo que es sufrir a las manadas de bobos vacacionales, los catetos de ciudad, les llamo yo. No hace falta ir a Turquía, se lo aseguro.
Doy fé,tras pasar unos días en malta llevando la crónica del asedio de 1565 y una guía de viajes más vieja que la Michelin.El que busca encuentra.
¡Ah! El asedio de Malta. Luego dicen que los héroes no existen. Quizás sea la primera gran derrota del imperio otomano. Me gustaría conocer esa isla.
Desde luego vale la pena visitarla llevando la mochila llena de libros,eso sí hacerse una ruta para esquivar turismo de masas….pero el que busca encuentra….y si madruga más .
La estupidez humana siempre ha sido atrevida. Ya no se viaja para aprender y disfrutar de nuevas culturas y lugares. Para la gente que vive y ve el mundo a través de una pantalla sólo importa el selfie de turno para compartir, exactamente el mismo de todos los días en sitios diferentes. Y si falta “lo de siempre” el viaje no les aporta nada. Una pena.
Hay gente para todo …
Hay quienes disfrutan de una manera y otros de otra .
En turismo hoy día y eso lo saben muy bien las grandes cadenas hoteleras y las agencias de viajes especializadas .
Los turistas hoy día se clasifican desde el marketing y se le ofrece lo que le interesa a cada uno .
No es igual las necesidades de una familia con 2 hijos que un grupo de jóvenes amigos o una pareja de retirados y de ahí pare de contar con respecto a gustos:
Turismo de aventura
Turismo religioso
Turismo de salud y bienestar
Turismo cultural
Turismo de placer
Turismo de naturaleza
Turismo ecológico
Etc etc
La lista es inmensa .
No en vano las grandes cadenas hoteleras tienen especialización con diferentes propuestas ,si ud verifica cualquier cadena moderna tiene en su portafolio más de 20 marcas de hoteles y créame no lo hacen por capricho sino porque el turismo está muy segmentado y cada uno va con una característica especial de acuerdo al tipo de viajero .
No podemos creer que el viajero actual todos actúan de la misma manera , hay para muchos gustos y si lo ve desde lejos se parecen todos iguales, pero créame si ud lo ve desde el marketing y la industria de las vacaciones más bien hay demasiadas diferencias y no quieren dejar nadie fuera del negocio.
En lugar de ir a conocer, se dirigen al lugar que ya tenían prefijado, imaginado en su cabeza. A tomar jugo de mango.
Tengan ustedes paciencia,los trabajadores somos personas con una cultura escasa y es normal que después de un año entero a pico y pala cuando cogemos unas vacaciones de tres o cuatro días,no mas,nos dediquemos a desayunar,comer y cenar,y a hinchar nos de cerveza porque no sabemos si el año que viene tendremos esa oportunidad.
Permítame decirle que está usted equivocado. Un trabajador manual no tiene por qué tener menos cultura que uno de cuello blanco, como se decía antes. Mucha veces se encuentra más sabiduría y respeto al entorno en gentes sencillas. Conozco a muchos.
Respecto a ponerse de cerveza hasta las trancas, mi experiencia indica que lo he observado en ámbitos que deberían ser de nivel y con unas carencias culturales muy importantes.
Saludos.
Y lo que nos falta por ver, muchas personas de hoy andan pendientes de tantas tonterías, dejando de un lado la rica historia , sin advertir esos lugares, plazas donde ocurrieron hechos que definieron la historia y lo siguen haciendo, pero recordemos que la ignorancia y la futilidad, no tienen limites.
Quieren el dólar, pero no a las personas… si no quieren al turista idiota, no lo dejen entrar, en lugar del turismo retail, busquen el turista culto y con dinero y punto, coloquen un aviso en la publicidad.
Gracias Maestro
No me voy a extender mucho, estuve vinculado al sector; y puedo decir que todo ese descalabro tiene mucho tiene mucho que ver con el ego y la ignorancia. Ésos descritos en el artículo no entienden que el que los atiende vive allí, a veces con muchas limitaciones, y que en primera instancia debe tener derecho a su susbsistencia y no a los caprichos de algún desconsiderado, para no usar palabras más fuertes.
Desde hace más de 20 años trabajo en un aeropuerto, en Suiza, y no solo doy fe de lo que usted escribe, me espanta cada temporada las hordas de pasajeros. Tanta cuRtura -con R-, tanta bobalización, tanto abrir universos a punta de pulgares, tanto “tenemos que ir a…, pues la página de fulanito dice que es güay y flipante”
Mi primer viaje a Paris, entrar, casi obligado -me dieron poco más de tres horas para visitarlo-, en el Louvre para sentirme sepultado por el peso y tamaño de “Las bodas de Caná”.
Cuento.
Una cosa es disfrutar ese cuadro en una página de la enciclopedia Salvat, tamaño, A4 -hubo vida antes de la existencia del internet- y otra, muy distinta, es mirar una vaina de que mide 6,69 x 9,90m. Esa experiencia será inolvidable en mi vida.
Por cierto, a qué idiota se le ocurrió colocar a Las Bodas frente a la Monalisa. El tropel de imbéciles ve la obra de Leonardo, güertos locos, y a mí me deja con la frustración de no volver a maravillarme con el cuadrito de Paolo como Dios manda.
En cualquier caso, Don Arturo, me tomaré, en su honor, una copa de un whisky nipón y dejaré el zumo de mango para cuando visite mi tropicalísimo país caribeño.
Doy gracias a Italia por tener restaurantes en cualquier lugar del mundo. He viajado mucho y soy tiquismiquis a la hora de comer. Aunque reconozco que, en los países árabes, saben sazonar muy bien las comidas.
Recuerdo mi visita al Valle de los Templos , Agrigento, entré por la puerta que da al templo de Juno.
Una pareja delante de mi se paró ante el majestuoso templo , se hizo un “selfie” y siguió a toda prisa hacia el de la Concordia.
Les perdí de vista y ya no volví a encontrarles por lo que coligo que hicieron lo mismo en todos los templos……..
¡Exacto lo que dice! Es que ya no hay viajeros, como antes, solo turistas. Y hago la diferenciación porque es muy diferente ser turista a viajero (aunque algunos no lo piensen así). Ese al que hace referencia Pérez Reverte es el turista. Lo he visto en todos lados, América y Europa, y la propia Estambul. Va en un tour, con todo incluído, le indican qué ciudad debe ver, le cuentan la historia de tal catedral (eso sí, con las medidas exactas de su cúpula o su aguja o lo que fuere), lo llevan a comer a un lugar “típico”, le ofrecen el hotel 4 estrellas, que no tiene nada que ver con el lugar donde está y lo màs importante: ¡se hacen cargo de su equijaje!.
Yo he viajado siempre a la manera viajero, es decir, a mí aire, recorriendo los lugares que me gustaban e interesaban, hablando con quien podía en el lugar, comiendo donde me parecía o me decían y sola o en pareja. Resultado: volvía a mi ciudad y las preguntas eran que cómo no había ido a tal lugar (que a él o ella lo habían llevado) que como no había comido tal o cuàl cosa, que qué amigos había hecho en el viaje… en fin, todo lo que yo había desechado por intrascendente para mí. O sea, yo sentía que vivía las ciudades o los lugares, y el resto los había visto, ¡y yo no! Casi pecado mortal.
Y cuando tuve que ir en un tour por fuerza mayor (Capadocia y el interior de Turquía, que no Estambul) me he llevado soberanos “retos” de los guías por alejarme a ver lo que me interesaba y no escuchar las sesudas explicaciones de cuántos miles de años tenía tal o cual lugar…
En fin, que no es solo buscar la hamburguesa en Cuenca o en Avignon o en Amalfi o incluso en Derby (por citar ciudades no capitales cosmopolitas) o en Cartagena de Indias o en Salvador de Bahía o Valparaíso (o tantas de América), es no saber para qué se viaja. Viajar es conocer, pero haciendo vivencias propias, no llenarse de datos que terminan en el fondo de la fràgil memoria humana.
Exacto. Lo programado es rebaño. Aunque con una edad ya es más difícil viajar por libre. Pero, bueno, siempre hay recursos para “perderse” y ser oveja negra.
Lo de los guías es un horror. Se pueden obviar totalmente con consultas a la web, incluso más precisas. Su formación suele ser deficiente y cualquier pregunta de alguien que conozca la historia los descoloca.
Y sí, de los viajes que se hacen, lo que recuerdas es lo vivido, lo realizado por libre, lo sentido. En saco roto caen las explicaciones de los guías y los circuitos programados. Hay que ver, mirar, sentir y… olvidarse de la cámara y el móvil.
Saludos.
Alguien dijo que hay que viajar de tal forma que al volver nos parezca ser extranjeros en nuestra tierra. En febrero estuve un mes en Jerusalén y .me quedaron tantas cosas por ver y sentir.
Don Arturo, buenas tardes en donde se encuentre. La ignorancia que atravesamos es dolorosa. Escuche que, quienes hoy se ostentan esta condición, se jactan de serlo. Me apena saber que esa ignorancia supina, se mezcla inevitablemente con la estupidez y la soberbia. Vamos a terminar regando los campos con bebidas energizantes porque pensamos que hace bien… dios mío.
Pero espere… a no desesperar, que quienes hemos leído alguna página en nuestras vidas estamos sentados viendo pasar a los idiotas… como ese otomano que enciende su cigarro al partir la pedante cliente, estamos viendo como se cae a pedazos la poca cultura que nos queda.
Espero esté bien en su patria que es el mediterráneo.
Un gran abrazo!
Arturo, perdón que te tuté, pero, aunque tú no lo sepas llevamos muchos libros juntos como para llamarte Don Arturo.
Gracias por la risa un poco amarga pero muy divertida del jugo de mango. Habrá que viajar a Constantinopla, como le decía mi abuelo, para disfutar un zumo de granada. Talvez tenga la suerte de conocer a algún espía español.
Abrazos
El consuelo en el ejemplo es que se puede visitar olgadamente el museo.
¿Y uno sobre aeropuertos?