Hay lugares de los que nunca se vuelve, y el Líbano siempre fue para mí uno de esos lugares. Ya lo había conocido antes de la guerra, en 1974 —tenía veintidós años—, cuando estaba poblado por gente amable y hospitalaria, y en la zona antigua de Beirut apacibles señores bigotudos, con corbata y fez turco en la cabeza, leían L’Orient-Le Jour en los cafés fumando tabaco en sus narguiles. Dos años después empecé a cubrir aquel largo conflicto, al que hice doce o quince viajes entre 1976 y 1990. Para entonces, los señores apacibles se habían transformado en milicias encarnizadas, el sosiego en odio irreconciliable, y la antigua Suiza de Oriente medio era un charco de sangre. Durante quince años, primero para Pueblo y luego para TVE, cubrí allí todos los frentes: musulmanes, cristianos, drusos, palestinos, sirios e israelíes. Llegué jovencito y acabé veterano. Y buena parte de la madurez que pude adquirir con el paso del tiempo se la debo a aquella guerra y sus circunstancias.
Así que hace unas semanas desempolvé la vieja mochila y me fui al Líbano. No soy en absoluto aprensivo, pero confieso que lo hice inquieto, con miedo a tropezar con algo que destruyese o alterase cierta clase de sensaciones y recuerdos. Aunque las huellas de esa guerra que nunca se extingue del todo aún están por todas partes, me asombraron los cambios, la modernidad, la actual forma de vida. En algunos lugares hay dinero, y se nota. Más lejanas las armas, los libaneses vuelven a mostrarse amables y hospitalarios. Y aún me quedan allí amigos vivos. Casi todo el tiempo lo pasé con Farid —a quien dediqué esta página hace un par de años— rememorando combates, visitando viejos lugares, recordando canciones. A menudo caminábamos o bebíamos en silencio, sin necesidad de palabras, como realmente debe ser, dejando que los recuerdos dialogaran por nosotros.
No soy, como saben ustedes, un fulano propenso a los arrebatos sensibles; pero hubo dos momentos en que se me secó la garganta. Uno fue en el lugar llamado Abu Jaude: un descampado donde una noche, acompañando a un comando kataeb que iba a dar un golpe de mano —Fouad, Hakim, Elie, George y otros siete— nos dimos de boca, a quemarropa, con un comando palestino que iba a hacer lo mismo. El otro momento fue cuando fui a comer una shawarma con Farid y apareció Marwan: cristiano uno, musulmán el otro, los había visto combatir en el mismo bando durante la batalla de los Cien Días contra los sirios, y fue Marwan quien, al caer Farid herido, lo metió en un jeep y lo llevó al hospital, conduciendo con una mano y pegando tiros al aire con la otra para que se apartara la gente. Ambos tienen ahora hijos mayores de lo que ellos eran entonces. Marwan, incluso, tiene nietos. Siguen viéndose de vez en cuando, y lo que más me gustó fue advertir cómo bromeaban entre sí, con esa calmada intimidad que da el haber vivido juntos lo que otros no vivirán jamás. Y era para mí un honor que me incluyeran en ese afecto y en sus recuerdos, y que ni uno ni otro me hubieran olvidado.
No hay guerras felices para nadie. Nunca las hubo. Pero me ha ido bien volver al Líbano. Es algo parecido a cuando izas las velas y sales al mar. Uno se hace mayor y cada vez le cuesta más trabajo reconocer en el espejo a quien fue una vez; al que en otro tiempo —no es que fuéramos mejores, es que simplemente éramos jóvenes— hizo cosas que hoy le parecen imposibles. Y de ese modo, recordar tu vida en el lugar mismo donde la viviste y junto a los últimos testigos que quedan en pie, puede devolverte cierta estimación por ti mismo; por lo que fuiste y por lo que, bajo tus canas y arrugas, tus achaques y el limitado tiempo que te queda, todavía eres. ¿Acaso va un ser humano, por envejecer, a perder su biografía?
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Publicado el 27 de junio de 2025 en XL Semanal.
Ya sé que me repito, pero es inevitable. Nostalgia. Estos artículos de don Arturo están, en mi opinión, llenos de nostalgia.
Algunos, como yo, sin haber pasado aventuras, ni guerras y que no sé si envidiar o no, también hemos tenido otras vidas, un devenir frágil y etéreo, un tránsito con gentes que ya no están, que nos han ido acompañando y abandonando en el camino. Sin aventuras, sin guerras, todos tenemos una vieja mochila que desempolvar y que permanentemente nos está esperando en el desván de nuestra memoria.
Quizás todos somos supervivientes de nosotros mismos, supervivientes de todos los sujetos que fuimos, que nos obligaron a ser o que nos obligamos a representar. Y también somos supervivientes de todo lo que pudimos haber sido, de lo que deseamos y no conseguimos y de lo que en muchas ocasiones nos negamos a ser.
La vejez es biografía, por supuesto. Y los recuerdos se agolpan. Y en muchos momentos de nostalgia, recordando lo que sucedió y lo que no sucedió, lo que fuimos y lo que no fuimos, la sensación de absurdo lo llena casi todo al mirar hacia atrás. Quizás vivimos vidas absurdas, en una sociedad absurda y en un mundo absurdo, diseñado como un videojuego del eterno retorno que sólo algunos como Nietzsche, en su locura, fueron capaces de vislumbrar.
Mirar hacia atrás es ver que nada ni nadie de lo que fue existe ya, ni personas, ni lugares, ni cosas. Quizás únicamente, cuando miro al cielo y veo las nubes, cuando veo llover y observo los pájaros en primavera, me hago la ilusión de que nada ha cambiado desde mi niñez, desde que la biografía no existía todavía y desde un tiempo irreal. Y pienso que las nubes son las mismas, los mismos pájaros y la misma lluvia. Y el tiempo se detiene y vuelvo por un instante a sentir de nuevo el olor a hierba mojada, el canto de los pájaros y la forma de las nubes en las que me imaginaba aventuras que nunca viviría.
Nostalgia.
Saludos a todos.
Esas nubes y pajarillos seguirán existiendo, y su canto o apariencia seguirán siendo susceptibles de nuestras conjeturas o interpretaciones de losismos, es admirable sin embargo la capacidad que tenemos de poder analizarlos, pensarlos, cuestionarlos, no sé si llamarlo “darle cuerpo” a esas formas o sensaciones basadas en recuerdos sencillos.
Para mí, más que basar lo anterior en nostalgia o regocijarse en recuerdos pasados para sentirse el ser humano de la forma que sea (bien o mal), es más importante mirar atrás y darse cuenta del camino elegido desde un tiempo atrás y qué momentos fueron decisivos para tomar ese camino concreto. Leyendo el post anterior parece que Don Arturo considera ese momento como un punto importante que le hizo tomar una bifurcación o camino concreto en la aventura de su vida, y recordar a personas y personajes que le acompañaron en esa bifurcación creo que le hace bien a la mente y al alma, hacen darte cuenta de que ese camino fue más correcto que cualquier otro alternativo que pudiese haber tomado.
En fin, que mirar atrás, los pajarillos, las nubes y si cabe fumar en narguile, son sanos para sentirse bien y darse cuenta que el punto en el que me encuentro es una consecuencia de todos los tramos del camino que he tomado, personas que he conocido, nubes que he observado y pajarillos que he oído. Para todos ellos hay que tener una vista, olfato y oído finos. . .
Sr. Corsair, quizás la semana próxima o el próximo mes le respondería de otra forma. Hoy le respondo con el sesgo nostálgico en el que me he instalado.
El camino elegido. Mirando hacia atrás, mi sentimiento es de que la vida es tremendamente intrincada y que las posibles bifurcaciones a tomar continuamente son muy variadas y muy complejas. Mirando hacia atrás, me siento como una hoja de árbol desprendida y sometida siempre al viento y a la tempestad. Elegir.
Veo la vida, mirando hacia atrás, tremendamente azarosa con un yo pequeñito y frágil y unas circunstancias que lo llenan todo, exagerando un poco a Ortega que creo que se quedó corto. Nuestras presuntas decisiones están marcadas por el estado de ánimo, las influencia de los demás, la sociedad donde vivimos, lo que comemos, el entorno social, el flujo de hormonas de nuestro cuerpo, el tiempo atmosférico, los desastres naturales… … …
Somos puro azar.
Mirando hacia atrás, no estoy insatisfecho de cómo a transcurrido todo, en general, pero creo que nuestra capacidad de elección, de decisión de la bifurcación a tomar, es muy limitada y que el viento sopla muy fuerte cada vez.
Desde el inicio de cualquiera de nosotros, estamos totalmente marcados por el azar. Desde las dos células vivas que, mecidas por los flujos físicos y temporales, se funden en una sola y, conforme a leyes eternas, se reproducen en un ser complejo. Marcados por el azar. Desde que somos engendrados.
Mirando hacia atrás. Es como lo veo. Esta pobre hoja al viento en espera ya de ser posada en el suelo.
Saludos.
Qué texto más hermoso, gracias por dedicar su tiempo a escribir y publicar aquí, me ha emocionado, sobre todo el tercer párrafo. Un cordial saludo, espero que esté bien.
Muchas gracias, doña Irene. Sus palabras sobre volver a nuestros lugares felices son muy evocadoras. Añoramos lugares, sonidos, olores, como muy bien dice nuestro amigo el sr. B., pero, efectivamente, volver a uno de ellos no resulta nunca satisfactorio. Es intentar repetir lo irrepetible.
Sólo somos dueños de nuestros recuerdos pero no lo somos ni del espacio ni del tiempo…
Quedo a sus pies.
Gracias por un texto tan hermoso.
“¿Acaso va un ser humano, por envejecer, a perder su biografía?”
Jamás. Lo que ocurre es que, con el paso del tiempo, esa biografía se diluye, se magnifica en algunas ocasiones y se olvida en otras. Deja un regusto amargo en el paladar -momentos en los que se te seca la garganta- y en la memoria, formado por situaciones que casi rozan la heroicidad y el orgullo de haberlas dejado atrás con vida, cuando todo dejaba presagiar lo contrario. Pero también están ahí otras vivencias, que a veces nos avergüenzan aún por ser contrarias a la valentía, la decencia o por ir contra nuestra coherencia interna, contra nuestra alma incluso. Y estas últimas las intentamos olvidar dejando que el paso del tiempo, poco a poco, las dulcifique o las justifique para que su peso en nuestra esencia moral, en nustra conciencia, se vaya haciendo más soportable.
Nos agarramos a los buenos momentos vividos, como dignos de recordarse tras pasarlos por el filtro de la decencia y la honestidad, como un anticipo del que será nuestro juicio final en el momento de nuestra muerte. Tal vez sea todo esto lo que don Arturo nos expresa con la frase “No es la clase de nostalgia que me gusta”; dando por hecho que sí hay nostalgias más placenteras, probablemente las que dan sentido a una trayectoria vital que nos enorgullece y nos autoperdona al mismo tiempo. Aquella donde volver a nuestro Beirut particular aún merece la pena. Aún.
Muchos Beirut pero todos son el mismo. Quizás nuestro principal Beirut fue en el que fuimos el caballero que rescató a la princesa, a la bruja celta, de las garras del malvado, para huir a la utopía, para escapar de lo cotidiano y refugiarnos en playas recónditas de arena fina y sol interminable, bajo el que amar y ser amado por toda la eternidad después de bañarse en el agua primigenia…
Ciertamente, querido amigo, todos los Beirut de este mundo caben en los clásicos, en especial en esa Ilíada, en esa Odisea y en esa Anábasis por las que todos atravesamos, de una forma u otra, a lo largo de nuestra vida. Un cordial abrazo.
El puerto del país de los cedros
En el país de los ciegos
Dicen que el tuerto es el amo…
En el país de los cedros
Hoy, quien la haya contado.
Un “conflicto” interminable
Ronda siembra aquellos pagos,
Pues, de forma inexplicable,
Todos terminan a palos.
En ese absurdo reparto
Del viejo Imperio Otomano
Siria y Líbano quedaron
Bajo paraguas gabacho.
Mas Jordania y Palestina,
Con el mandato británico,
Serán nitroglicerina,
Polvorín de efectos trágicos.
La mecha que prendió todo
Fue el sionismo lunático,
Y, encendida, no hubo modo
De apagarla con viático.
Pronto se extendió el “conflicto”
Hacia el país de los cedros,
Pues nunca serán amigos
Quienes no prueban el cerdo.
Con buen pernil de jamón
Y una cántara de Rioja
Se arregla aquí ese “melón”…
Pero allí no hay vuelta de hoja.
Beirut, el puerto de Oriente,
Fuente de prosperidad…
El mundo espera impaciente
Que por fin triunfe la paz.
Con lo del jamón y el vino me he animado ya que estaba algo chungo. Lo del jamón está muy bien ya que es inhumano prescindir de él. Sin importar si de cebo de bellota o un digno pernil de las muchas sierras españolas. Lo mismo el vino, sea Rioja, Rivera u otro de nuestros muchos y cuidados morapios aunque sean recios y con cuerpo y no tengan matices de vainilla, regaliz o florales varios.
Los recuerdos, las vivencias pasadas, los muchos años transcurridos sin pensar, breves y concisos, a pesar de la nostalgia o gracias a ella, con amigos y unas chuletillas al sarmiento acompañadas de buen vino, se hacen más llevaderos y aligeran nuestra conciencia o inconsciencia de la brevedad de la vida.
In vino felicitas…
Ánimo pués
¡Vaya dos! Permítanme unirme a la fiesta del disfrute con algo asumible para mi dieta 00 y anti ácido úrico: una digna porción de una tarta de almendras gallega y un buen vaso de rica horchata de Castellón.
¡Salud!
De postre tarta de Santiago no está mal.
Creo que también hubo una excepción antes del Líbano , cuando se rodó territorio comanche regresó a Sarajevo y ya no ejercía de corresponsal de guerrra. ¿Puede ser?
Recordar, y más si se hace volviendo al lugar de los recuerdos, es volver a vivir un poco y si se describe la situación con la maestría de Pérez-Reverte es muy fácil y estimulante vivir la experiencia con él.
No es que cambien los lugares, es que ya no somos los mismos.
Ya no somos los mismos y los lugares cambian. Quizás los lugares cambiam porque ya no somos los mismos. Nos queda el recuerdo de lo que fuimos, muchas veces muchos y de los lugares, tal como fueron.
Ya lo he comentado en alguna ocasión: en mi caso, a través de determinados aromas y olores, puedo traslasarme en el tiempo y en el espacio a especiales momentos de mi vida, sin que ni yo ni el lugar haya cambiado lo más mínimo. El olfato es lo más parecido al Aleph de Borges, todo está allí, esperando a ser olido, vivido y sentido de nuevo.
Muy cierto. Por eso dicen que no deberíamos volver a aquel lugar en el que fuimos tan felices. Salvo contadas excepciones, ese regreso siempre defrauda.
“Recordar quién fuiste alguna vez”. “Uno se hace mayor y cada vez le cuesta más trabajo reconocer en el espejo a quien fue una vez; al que en otro tiempo —no es que fuéramos mejores, es que simplemente éramos jóvenes— hizo cosas que hoy le parecen imposibles. ”
Envejecer. Lo más común y tan difícil. Lo que fuimos. Lo que somos.
Don Arturo, estimado amigo. No rotundo a la pregunta del final de su escrito. Lamentablemente, es un mal de estos tiempos, pensar que un cristiano cualquiera es algo mas que el ahora. Quienes peinamos las canas de los pocos pelos que nos quedan, vemos el atrás con nostalgia. Vemos el pasado como punto de referencia para dejar de sentir el dolor de rodillas. Hoy los “pibes” como les decimos por estos lares, piensan que no ha habido pasado… que lo innovador es lo único que funciona y que las realidades están en las redes sociales o en los medios que idiotizan al soberano.
Gracias por su lucidez, gracias por todo.
Un abrazo de la tierra al sur, donde los álamos se doblan hacia el este.
Sic tansit gloria mundi…
Simplemente brillante.
Vraiment, j’adore ! J’adore autant le fond que la forme mais je ne veux pas utiliser de mots dithyrambiques qui ne plairaient pas l’auteur. Je me contenterai donc d’un grand merci a don Arturo pour cette belle page, et de l’assurance de l’admiration et de l’affection que je lui porte depuis des années.
Un amigo, en Venezuela, cuando aun sus recuerdos no se volvían “aguadas japonesas” y era director de un grupo musical. Escribió una canción, allá por aquellos 80 del siglo pasado. Su letra: “El tiempo, deja el tiempo diga su palabra, pero por favor no me olvides. Te quiero encontrar, cada día así, en el tiempo. Deja hablar, deja hablare al tiempo”
Juro por mis ancestros que fue lo primero que saltó a mi mente al leer su articulo.
Creo recordar, si mi me memoria no me falla, que un escritor, aristócrata y hombre de mundo y de mundos, decía “la nostalgia es un error” Yo nunca estuve de acuerdo con esa frase o ese sentimiento, más bien todo lo contrario. De ser un error sería como no recordarnos a nosotros mismos, no saber ni querer saber de dónde vinimos y para qué estamos en la tierra. Los lugares que visitamos tiene un color distinto en cada etapa de nuestra vida. Los recuerdos ayudan a conjugar ambos colores, En la juventud, por muy malas que vengan , , dadas, los colores y las sensaciones son efervescentes, cálidas y con mucho sol. Cuando nos llega la madurez, los colores se apaciguan, se abrazan para calmar el frio del pasar de los años, Pero para eso está la nostalgia, para reconciliarse unos recuerdos con otros. Excelente reseña . Que nunca perdamos nuestra propia nostalgia, Saludos para todos.